Pensar con imágenes
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Mi vida con el autismo

Temple Grandin, Isabel Ferrer

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Mi vida con el autismo

Temple Grandin, Isabel Ferrer

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El Padrenuestro me era incomprensible hasta que lo desglosé visualmente en imágenes concretas. El poder y la gloria estaban representados por un arco iris y una torre eléctrica. [...] La voluntad es un concepto difícil de visualizar. Cuando lo pienso, imagino a Dios lanzando un rayo. Otro adulto autista me dijo que para visualizar «que estás en los cielos» imaginaba a Dios en un caballete de pintor encima de las nubes. Temple Grandin

Para la mayoría de nosotros, será difícil imaginar lo que es desear ser abrazado y, sin embargo, sentir todo contacto como una agresión; oír las suaves olas que rompen en una playa como un ruido espantoso; no ver un jardín, sino trozos sueltos de flores; ser inca-paz de reconocer a una persona si no se la ha visto antes quince veces. Para los autistas, no obstante, ésta es su relación con el mundo. ¿No nos parecerá entonces incluso más sorprendente que una mujer autista llegue a forjarse una carrera brillante en la industria ganadera y que sus innovadoras instalaciones hayan sido adoptadas en granjas y centra-les cárnicas de múltiples países del mundo? Combinando autobiografía y divulgación, Temple Grandin despeja en Pensar con imágenes los misterios del autismo, contando desde dentro su origen y tratamiento, sus formas de pensar y de sentir, la frustración asociada a sus limitaciones pero también el modo de aprovecharlas y convertirlas en ventajas. Éste es el testimonio fascinante de una personalidad fascinante, que, como dice Oliver Sacks, «hablaba repetidamente del androide de Star Trek, Data, y de cómo se identificaba con él porque era un "ser lógico puro", pero también decía que, como él, anhelaba ser humana».

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Information

Year
2016
ISBN
9788490652183
1 Pensar con imágenes
Autismo y pensamiento visual
Pienso con imágenes. Las palabras son para mí como una segunda lengua. Traduzco tanto las palabras habladas como las escritas en películas en color, con sonido y todo, que pasan por mi cabeza como una cinta de vídeo. Cuando alguien me habla, sus palabras se traducen de inmediato en imágenes. A muchas personas que piensan verbalmente les cuesta entender este fenómeno, pero en mi trabajo de diseñadora de equipos e instalaciones para la industria ganadera, el pensamiento visual es una gran ventaja.
El pensamiento visual me ha permitido crear sistemas enteros en la imaginación. En mi carrera he diseñado toda clase de instalaciones, desde corrales para manejar el ganado en ranchos hasta sistemas para manejar el ganado bovino y porcino en intervenciones veterinarias y matanzas. He trabajado para muchas de las más importantes empresas de ganadería. De hecho, un tercio del ganado bovino y porcino de Estados Unidos se maneja con equipamiento diseñado por mí. Algunas personas para las que he trabajado ni siquiera saben que sus sistemas fueron diseñados por una autista. Valoro mi capacidad de pensar visualmente, y no querría perderla nunca.
Uno de los misterios más profundos del autismo ha sido la notable capacidad de la mayoría de los autistas de destacar en habilidades visuales y espaciales, unida a su torpeza para las verbales. De pequeña y adolescente, creía que todo el mundo pensaba con imágenes. No tenía ni idea de que mis procesos de pensamiento eran diferentes. De hecho, no me he dado cuenta del verdadero alcance de las diferencias hasta hace muy poco. En reuniones y en el trabajo empecé a preguntar detenidamente a otras personas cómo accedían a información a partir de sus recuerdos. Por sus respuestas descubrí que mis aptitudes visuales superaban con creces las de la mayoría de la gente.
Creo que mis aptitudes visuales me han ayudado a entender a los animales con los que trabajo. Al principio de mi carrera una máquina de fotos me ayudada a ver la perspectiva de los animales cuando entraban en una manga para recibir tratamiento veterinario. Me arrodillaba junto a la manga y sacaba fotos al nivel del ojo de las vacas. A partir de las imágenes, podía ver qué las asustaba, como las sombras y los reflejos del sol. En aquella época empleaba película en blanco y negro, porque hace veinte años los científicos creían que el ganado no distinguía los colores. Hoy la investigación ha demostrado que el ganado sí los ve, pero con las fotos gocé de la excepcional ventaja de ver el mundo desde el punto de vista de las vacas. Me ayudaron a entender por qué los animales se negaban a entrar en una manga y no ponían pegas para entrar en otra.
En todos los problemas de diseño que he resuelto he partido de mi capacidad para concebir y ver el mundo en forma de imágenes. Empecé a diseñar objetos de niña, cuando experimentaba continuamente con nuevos tipos de cometas y aeromodelos. En primaria construí un helicóptero con un avión de madera de balsa roto. Cuando di cuerda a la hélice, el helicóptero en seguida despegó y voló unos treinta metros por encima del suelo. También confeccionaba cometas de papel en forma de pájaros, que arrastraba con mi bicicleta para hacerlas volar. Recortaba las cometas en una única hoja de cartulina y las sujetaba con hilo. Probé diferentes maneras de doblar las alas para aumentar la capacidad de vuelo. Al doblar las puntas de las alas, la cometa alcanzaba mayor altura. Al cabo de treinta años, ese mismo diseño empezó a emplearse en aviones comerciales.
Ahora, en mi trabajo, antes de intentar construir cualquier cosa, pruebo las instalaciones con la imaginación. Imagino que mis diseños se emplean en todas las situaciones posibles, con diferentes tamaños y razas de ganado y en distintas condiciones climatológicas. Así puedo corregir errores antes de iniciar las obras. Hoy día todo el mundo está encantado con los nuevos sistemas informáticos de realidad virtual en los que los usuarios se ponen gafas especiales y se sumergen por completo en la acción de los videojuegos. Para mí, esos sistemas son como dibujos animados rudimentarios. Mi imaginación actúa igual que los programas informáticos de diseño gráfico, como los que crearon esos dinosaurios que parecen tan reales de Parque Jurásico. Cuando imagino la simulación de una pieza de equipamiento o intento resolver un problema de ingeniería, es como si lo viese en una cinta de vídeo que me pasa por la cabeza. Puedo verlo desde todos los ángulos, colocándome por encima o por debajo de la pieza y dándole vueltas al mismo tiempo. No necesito un complejo programa de diseño gráfico capaz de producir simulaciones tridimensionales. Puedo hacerlo mejor y más rápido mentalmente.
No paro de crear nuevas imágenes juntando pequeños fragmentos que conservo en la videoteca de mi imaginación. Tengo recuerdos visuales de todos los objetos con los que he trabajado: verjas de acero, vallas, pestillos, paredes de hormigón, etc. Para crear un nuevo diseño, recupero los objetos sueltos en mis recuerdos y los combino para crear otro nuevo. Mi capacidad para diseñar aumenta conforme añado más imágenes visuales a mi videoteca. Estas imágenes las incorporo a partir de experiencias reales o bien traduciendo la información escrita en imágenes. Puedo representarme el funcionamiento de objetos como mangas de manejo, rampas para la carga de camiones y toda suerte de equipamiento de ganadería. Cuanto más trabajo con ganado y más manejo el equipo, más intensos son mis recuerdos visuales.
Recurrí por primera vez a mi videoteca en uno de los primeros proyectos de ganadería que diseñé, cuando creé un estanque desparasitario e instalaciones para el manejo de ganado en el cebadero Red River de John Wayne en Arizona. El estanque era una piscina larga y estrecha de dos metros de profundidad por la que pasaba el ganado en fila india. Estaba lleno de pesticidas para eliminar garrapatas, pulgas y demás parásitos externos. En 1978, los diseños de los estanques desparasitarios eran muy malos. Los animales solían asustarse porque los obligaban a bajar al estanque por una pendiente de hormigón muy inclinada y resbaladiza. Se negaban a saltar, y a veces caían patas arriba y se ahogaban. A los ingenieros que diseñaron la rampa nunca se les ocurrió preguntarse por qué el ganado se asustaba tanto.
Lo primero que hice cuando llegué al cebadero fue ponerme en el lugar de las reses y mirar como mirarían ellas. Al tener los ojos a los lados de la cabeza, poseen un ángulo de visión muy amplio, de modo que es como si avanzaran por las instalaciones con una cámara de vídeo provista de un gran angular. Había dedicado los últimos seis años a estudiar cómo el ganado veía su mundo y a observar la conducta de miles de reses en distintas instalaciones de Arizona, y en seguida me di cuenta del motivo por el que se asustaban: esos animales de­bían de sentir que los obligaban a saltar al mar por un tobogán desde un avión.
Al ganado lo asustan los fuertes contrastes de luz y oscuridad así como las personas y los objetos que se mueven repentinamente. He visto a reses en dos instalaciones idénticas pasearse por una sin dificultad y negarse a avanzar en otra. La única diferencia entre las dos instalaciones era su orientación al sol. Las reses se negaban a recorrer el pasillo cuando el sol proyectaba oscuras sombras sobre él. Hasta que lo señalé, nadie en el cebadero había sido capaz de explicar por qué una instalación veterinaria funcionaba mejor que la otra. Fue cuestión de observar los pequeños detalles que creaban una gran diferencia. El problema del estanque desparasitario fue para mí incluso más obvio.
El primer paso que di para mejorar el sistema consistió en reunir toda la información publicada sobre los estanques desparasitarios existentes. Antes de empezar, consulto siempre lo que se considera más novedoso para no perder el tiempo reinventando la rueda. A continuación repasé las publicaciones sobre ganadería, que suelen ofrecer una información muy limitada, y consulté mi biblioteca de recuerdos visuales, donde todos los diseños eran malos. A partir de mi experiencia con otros tipos de equipamiento, como rampas de descarga para camiones, había descubierto que las reses bajan de buen grado por una rampa con listones antideslizantes que les permiten pisar con firmeza. Pero, cuando resbalan, se asustan y retroceden. El reto consistía en diseñar una rampa de entrada que animara a las reses a introducirse en ella por su propia voluntad y lanzarse al agua del estanque, que era lo bastante profundo para cubrirlas por entero, y eliminar así todos los parásitos, incluidos los que se les acumulan en las orejas.
Empecé a concebir simulaciones tridimensionales en la imaginación. Experimenté con distintos diseños de entradas y me representé el comportamiento del ganado al recorrerlas. Al final se fundieron tres imágenes para formar el diseño final: un recuerdo de un estanque desparasitario en Yuma, Arizona, un estanque transportable que había visto en una revista y una rampa de entrada que conocía de un dispositivo de retención en la central cárnica Swift en Tolleson, Arizona. La nueva rampa de entrada al estanque desparasitario era una versión modificada de la rampa que había visto allí. Mi diseño aportaba tres características completamente nuevas: una entrada que no asustaba a los animales, un mejor sistema de filtración de productos químicos y la aplicación de principios de conducta animal para que el ganado no se excitara en exceso al salir del estanque.
En primer lugar, sustituí la rampa de acero por una de hormigón. El diseño final disponía de una rampa de hormigón con una pendiente de veinticinco grados. Unas profundas muescas en el hormigón permitían a las reses pisar con firmeza. La rampa parecía entrar en el agua poco a poco, aunque en realidad descendiera abruptamente por debajo de la superficie. Los animales no veían la inclinación de la pendiente, ya que los productos químicos del estanque teñían el agua. Al llegar al final de la rampa, se sumergían sin resistirse, porque su centro de gravedad ya no les permitía retroceder.
Antes de iniciar las obras, probé el diseño de la rampa de entrada un gran número de veces en mi imaginación. Muchos de los vaqueros del cebadero se mostraban escépticos y dudaban de que fuera a funcionar. Estaban tan seguros de que estaba mal que, después de construirlo, lo modificaron a mis espaldas. Cubrieron la rampa antideslizante con una lámina de metal, convirtiéndola en la clásica entrada resbaladiza. Nada más estrenarla, se les ahogaron dos reses que se asustaron y cayeron en el agua patas arriba.
Cuando vi la lámina de metal, ordené a los vaqueros que la re­tiraran. Se quedaron atónitos cuando vieron que sin ella la ram­pa funcionaba perfectamente. Los terneros recorrían la pendiente empinada y se dejaban caer tan tranquilos en el agua. Cuando hablo de este diseño, lo llamo con cariño «ganado que anda sobre el agua».
Con los años he observado que muchos rancheros y cebadores de ganado creen que la única manera de inducir a animales a entrar en instalaciones es a la fuerza. A los propietarios y directivos de cebaderos a veces les cuesta entender que, si dispositivos como los estanques desparasitarios y las mangas de manejo se diseñan bien, el ganado entrará en ellos por su propia voluntad. Imagino lo que sentirían los animales. Si yo tuviera el cuerpo y los cascos de un ternero, me daría mucho miedo pisar una rampa metálica resbaladiza.
Todavía me quedaban problemas por resolver una vez que los animales salían del estanque desparasitario. El pasillo de salida suele dividirse en dos corrales para que el ganado se seque en uno mientras el otro se va llenando de reses recién salidas del estanque. Nadie entendía por qué al salir del estanque desparasitario a veces las reses se excitaban, pero yo supuse que era porque querían seguir a sus compañeras más secas, de una manera parecida a lo que ocurre cuando separan a los niños de sus compañeros en el patio. Así que instalé una valla compacta entre los dos corrales para que los animales de un corral no vieran a los del otro. Fue una solución muy sencilla, y me sorprendió que a nadie se le hubiera ocurrido antes.
El sistema que diseñé para filtrar y limpiar el pelo del ganado y demás suciedad del estanque desparasitario se basaba en el sistema de filtración de una piscina. Escaneé con la imaginación dos filtros de piscina concretos que yo había empleado: uno del rancho de mi tía Breechen en Arizona, y el otro de nuestra casa. Para evitar que el agua se desbordara del estanque, copié el saliente de hormigón empleado como remate de las piscinas. La idea, como muchos de mis mejores diseños, me vino con suma claridad una noche justo antes de dormirme.
Al ser autista, no asimilo de manera natural la información que la mayoría de la gente da por sentada. En lugar de eso, la almaceno en mi cabeza como si fuera un CD ROM. Cuando recuerdo algo que he aprendido, vuelvo a pasar el vídeo por la imaginación. Los vídeos de mi memoria son siempre de hechos específicos; por ejemplo, recuerdo cuando manejé ganado en la manga veterinaria de Producer’s Feedlot o de McElhaney Cattle Company. Me acuerdo exactamente de cómo se comportaron los animales en esa situación concreta y cómo se construyeron las mangas y el resto del equipo. La construcción exacta de postes de acero y tuberías en cada caso también forma parte de mi memoria visual. Puedo repasar estas imágenes una y otra vez y estudiarlas para resolver problemas de diseño.
Si dejo volar la imaginación, el vídeo salta, como en una suerte de libre asociación, de la construcción de vallas a un taller de soldadura concreto donde he visto cortar postes y al viejo John, el soldador, hacer verjas. Si sigo pensando en el viejo John soldando una verja, la siguiente imagen consiste en una serie de escenas cortas donde se construyen las verjas de los distintos proyectos en que he participado. Cada recuerdo visual lleva a otro siguiendo esta clase de asociaciones, y mis ensoñaciones pueden alejarse mucho del problema de diseño inicial. En la siguiente imagen puedo estar divirtiéndome escuchando a John y los obreros contar batallitas, como aquella vez que la excavadora desenterró un nido de serpientes de cascabel y dejaron la máquina dos semanas abandonada porque nadie se atrevía a acercarse.
Este proceso de asociación es un buen ejemplo de cómo puedo desviarme de un tema. A la gente con un autismo más pronunciado le cuesta detener las asociaciones interminables. Yo puedo interrumpirlas y volver a encauzar mis pensamientos. Cuando veo que me alejo demasiado del problema de diseño que intento resolver, simplemente me digo a mí misma que debo volver a pensar en él.
Las entrevistas con autistas adultos con una buena capacidad de expresión y que pueden explicar sus procesos de pensamiento indican que la mayoría también piensa con imágenes. Personas más discapacitadas, capaces de hablar pero no de explicar cómo piensan, siguen modelos de pensamiento muy basados en asociaciones. Charles Hart, el autor de Without Reason [Sin razón], un libro sobre su hijo y su hermano autistas, resume el pensamiento de su hijo en una sola frase: «Los procesos de pensamiento de Ted no son lógicos, son asociativos». Eso explica la afirmación de Ted: «No me dan miedo los aviones. Por eso vuelan tan alto». Según él, los aviones vuelan alto porque no les tiene miedo; combina dos datos: que los aviones vuelan alto y que él no teme las alturas.
Otro indicador del pensamiento visual como principal método de procesar información es la notable capacidad de muchos autistas para resolver rompecabezas, orientarse en una ciudad o memorizar grandes cantidades de información sólo con verla una vez. Mis propios modelos de pensamiento son parecidos a los descritos por A.R. Luria en Pequeño libro de una gran memoria. El protagonista de este libro es un hombre que trabajaba de periodista y que podía realizar auténticas proezas con la memoria. Como yo, se formaba una imagen visual de todo lo que oía o leía. Luria dice: «Porque, al oír o leer una palabra, ésta en seguida se convertía en la imagen visual que se correspondía con el objeto que la palabra significaba para él». El gran inventor Nikola Tesla también pensaba visualmente. Cuando diseñaba turbinas para generar electricidad, construía cada una mentalmente. La ponía en marcha en la imaginación y corregía los fallos. Según él, daba igual si la turbina se ponía a prueba en su imaginación o en el taller; los resultados eran los mismos.
Al principio de mi carrera discutía con otros ingenieros en las centrales cárnicas. No me cabía en la cabeza que fueran tan estúpidos como para no ver ...

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