Los niños perdidos
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Los niños perdidos

Valeria Luiselli

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Los niños perdidos

Valeria Luiselli

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Por qué viniste a los Estados Unidos? Ésa es la primera pregunta del cuestionario de admisión para los niños indocumentados que cruzan solos la frontera. Utilizando como hilo conductor este cuestionario que determinará su situación, Luiselli se ha adentrado en la realidad de los niños migrantes para mostrarnos una radiografía tanto de sus vidas pasadas, presentes y futuras, como del laberíntico y despiadado sistema migratorio de Estados Unidos. Este libro es un testimonio brutal, íntimo, escrito con una prosa franca, brillante y lúcida, que observa la realidad de los niños migrantes desde una distancia situada entre el deseo de remediar el desamparo existencial en el que se encuentran sumidos y la impotencia que desata la incapacidad para hacerlo.

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Information

Publisher
Sexto Piso
Year
2018
ISBN
9788416358830

II

CORTE

En marzo de 2015, mi sobrina de diecinueve años y yo empezamos a trabajar como intérpretes en la Corte Federal de Inmigración de Nueva York, ubicada en 26 Federal Plaza. Los protocolos de seguridad para entrar al edificio son parecidos a los aeroportuarios: hay que mostrar el pasaporte, quitarse chamarras, bufandas y zapatos, depositar bolsas en la banda de inspección, y atravesar un arco de seguridad custodiado por policías.
En su interior, el edificio se ramifica vertical y horizontalmente en cientos de pasillos, oficinas, ventanillas, tribunales y salas de espera. Hay pocos señalamientos y pocas personas a las que se les puede pedir ayuda o direcciones, así que es fácil perderse. De algún modo, la arquitectura laberíntica del edificio replica el laberinto legal del proceso de inmigración de Estados Unidos. Igual que en los laberintos, hay quienes al final encuentran una salida y quienes no. Los que no, se pueden quedar ahí para siempre, como espectros invisibles o fantasmas ignorados, subiendo y bajando elevadores, deambulando por pasillos, atrapados en pesadillas circulares.
En nuestra primera jornada de trabajo, mi sobrina y yo llegamos a la corte a las siete y media de la mañana. Nos recibió, afuera del laberinto, la abogada de la AILA con quien yo había estado en contacto telefónico desde hacía unos meses. Nos condujo por elevadores y pasillos hasta una sala de espera en el onceavo piso, y ahí nos introdujo a dos abogadas de The Door –una de las organizaciones de apoyo legal a menores migrantes más activas en Nueva York– con quienes estaríamos trabajando ese día, y con quienes seguimos trabajando durante los siguientes meses.
Después de las presentaciones formales, las abogadas de The Door nos pidieron que esperáramos un rato en la sala de espera, afuera del cuarto de las entrevistas. Habíamos llegado demasiado temprano y todavía no terminaban de organizar la agenda del día. Tampoco había llegado aún ningún niño. Yo me senté en una de las sillas de la sala, y mi sobrina fue a asomarse al cuarto donde las abogadas estaban preparando el espacio para las entrevistas. Enseguida me vino a reportar –con el entusiasmo y orgullo propios de su edad– que todos los miembros presentes de The Door eran mujeres jóvenes. Le respondí con un asentimiento silencioso y estoico, tratando quizá de aparentar más aplomo y temple del que tengo; tratando de no mostrarme ni conmovida por su comentario ni aterrada por lo que nos esperaba más tarde del otro lado de la puerta.
Al poco tiempo, las abogadas nos hicieron pasar al cuarto de las entrevistas, donde nos explicaron las bases del procedimiento que íbamos a seguir. El plan era que, a lo largo de ese primer día, para aprender a hacer las entrevistas del cuestionario de admisión, acompañáramos cada quien a una abogada. Eran cuarenta preguntas, y simplemente había que traducírselas a los niños, tomar nota, y luego traducir sus respuestas a una abogada. Cuando ya tuviéramos memorizado el proceso y conociéramos más a fondo el protocolo, entrevistaríamos directamente a los niños, sin la presencia de un abogado. Pero, al final, esa mañana llegaron tantos niños que las abogadas de The Door terminaron optando por entregarnos un paquete de copias del cuestionario, confiando en que haríamos bien el trabajo por cuenta propia.
* * *
Con el paso de los meses, la situación de los niños se empezaba a esclarecer un poco, al menos para quienes habían estado siguiendo de cerca las noticias relacionadas con la crisis migratoria –noticias, por lo demás, cada vez más escasas y ubicadas en páginas más remotas del periódico. Si aún no eran más claras las causas y, sobre todo, las consecuencias de la crisis, por lo menos había una noción más precisa de su magnitud.
El tránsito de menores que migran a Estados Unidos desde México y Centroamérica, solos, sin padres o familiares mayores de edad, es un fenómeno que ocurre desde hace muchos años. Pero en los ocho meses anteriores a que se declarara una crisis, había habido un aumento enorme y muy repentino en esa tasa de migración: entre octubre de 2013 y junio de 2014, la cifra total de menores detenidos en la frontera México-Estados Unidos alcanzó de pronto los 80 mil. Ese aumento repentino detonó las alarmas en Estados Unidos y provocó que se declarara la crisis. Más adelante, hacia el final del verano de 2015, se supo que la cifra seguía aumentando: entre abril de 2014 y agosto de 2015 llegaron más de 102 mil menores.
La tasa de llegadas sigue en aumento. Las preguntas nueve, diez y once del cuestionario son: «¿Cómo te sientes en el lugar en el que estás viviendo ahora?», «¿Estás feliz aquí?» y «¿Te sientes seguro/a?». Pienso seguido en esta constelación de preguntas. Me pregunto qué imágenes brotan en la mente de los niños el segundo antes de darme una respuesta.
* * *
En el léxico de los medios de comunicación, pero también en el léxico político y legal, la noción de «crisis migratoria» abarca sólo el hecho concreto de la llegada de miles de niños a Estados Unidos, y sus posibles consecuencias para el país. La discusión, por lo tanto, se ha centrado en la pregunta, palabras más palabras menos: ¿Y ahora qué hacemos con todos estos niños? Nadie en esas tres esferas –los medios, la política, la ley– sitúa la discusión en donde hay que situarla; nadie trata de extender la noción misma de una «crisis» hacia sus raíces más profundas y remotas; y nadie, ni por asomo, sugiere que haya una responsabilidad compartida –transnacional– en los orígenes del problema ni, por ende, que se deba pactar una solución real para los destinos de esos niños.
Trabajando en la corte fuimos entendiendo la crisis en sus dimensiones hemisféricas. La mayoría de los niños llega del Triángulo del Norte: Guatemala, El Salvador y Honduras. Casi todos llegan huyendo de la violencia y coerción de pandillas o «gangas» –de «gang» y «banda»– como la Mara Salvatrucha 13 (MS-13) y Barrio 18 (también Calle 18). Muchos llegan buscando a padres o madres que emigraron a Estados Unidos antes que ellos. Y si no a sus padres, vienen a buscar refugio con parientes con quienes han podido mantener contacto, parientes que quizá les han enviado dinero durante años y los ayudan a planear y financiar el viaje. Esos mismos parientes son quienes los reciben si logran cruzar la frontera sin ser deportados y, una vez que los tienen bajo su custodia, se declaran como sus «guardianes» legales.
* * *
Las preguntas doce y trece están dirigidas específicamente a niños cuyos parientes directos (padres y/o hermanos) ya estaban en Estados Unidos cuando llegaron: «¿Han sido tus padres o hermanos víctimas de algún crimen desde que llegaron a los Estados Unidos?» y «¿El crimen fue reportado a la policía?». La intención de esas dos preguntas es averiguar si los niños han sido víctimas de crímenes en territorio estadounidense, porque si es el caso, tienen derecho a solicitar un tipo específico de permiso migratorio, el cual, si se otorga, conduce a la residencia permanente (o Green Card) tanto para el menor que es víctima del crimen como para el resto de su familia.
A ese permiso se le conoce como la visa U y sólo se les da a las personas que han sido víctimas de crímenes, o de abuso mental o físico dentro de Estados Unidos porque –y he aquí un aparente matiz que en realidad es la médula del asuntopueden cooperar con el gobierno de Estados Unidos en la persecución de esos crímenes. El matiz de esa ley es un tanto cínico, pero más allá de los intereses detrás de ella, y más allá de los términos desiguales del «trueque» (te damos una visa por los daños sufridos, si además nos das información), cuando menos ofrece una especie de recompensa. Después de tres años, una persona con visa U puede solicitar la residencia permanente.
Obtener permiso para permanecer en suelo estadounidense podrá ser una «recompensa» insuficiente para la víctima de un crimen, pero al menos es mejor que el derecho a una fosa común en Tamaulipas o Veracruz –que, siendo honestos, es el permiso de residencia permanente más común que México garantiza de facto –o casi– a los migrantes de Centroamérica.
En la nueva ley migratoria de México, aprobada en 2011 tras la horrible matanza de los 72 migrantes en Tamaulipas, existe también una cláusula que garantiza el derecho a una visa cuando un migrante es víctima o testigo de un delito. Pero no está claro, hasta ahora, en qué medida se ha implementado esta cláusula de la nueva ley. Lo cierto es que al sur del río Bravo somos críticos feroces de Estados Unidos y su maltrato a los migrantes y, aunque casi siempre tenemos buenas razones para serlo, somos bastante más laxos e incluso autoindulgentes, a la hora de juzgar las políticas migratorias mexicanas y el trato general que México le da a los inmigrantes, sobre todo si son centroamericanos.
* * *
El lugar en la corte de Nueva York donde se hacen las entrevistas de los niños es una sala de juicios en desuso donde faltan la mitad de los muebles, ocupada ahora por las organizaciones que defienden a los menores indocumentados. El espacio tiene algo de iglesia: una habitación rectangular, amplia y espartana, con una serie de bancas alineadas una detrás de otra. Contra las paredes, en vez de santos o cuadros, hay pizarrones móviles, donde los abogados e intérpretes anotan cosas o donde a veces los niños hacen dibujos mientras esperan su turno. Al frente del espacio hay una zona apartada, pero visible desde las bancas, dividida del resto del cuarto por un barandal de madera, con una pequeña puerta al centro. En esa zona apartada hay dos mesas grandes de caoba, alrededor de las cuales se van sentando los niños, abogados e intérpretes durante las entrevistas. En las esquinas de las mesas hay crayolas y cuadernos para entretener a los niños más chicos mientras se conduce la entrevista. Durante la entrevista de cada niño, los familiares esperan sentados en alguna de las bancas del otro lado del barandal, como espectadores de una misa extranjera, incomprensible. Los padres o parientes de los menores no pueden, según los protocolos, estar presentes en las entrevistas, porque su presencia puede influir en las respuestas al cuestionario.
* * *
Las preguntas catorce, quince y dieciséis sirven para entender el cuadro familiar individual de cada niño, pero arrojan luz sobre la manera en que el desplazamiento masivo de personas a Estados Unidos está cambiando la estructura básica de las familias: «¿Todavía tienes familiares que viven en tu país de origen?», «¿Tienes contacto con alguien en tu país de origen?» y «¿Con quién y qué tan a menudo?».
El árbol genealógico de los que migran siempre se parte en dos mitades: los que se fueron y los que se quedaron. Los que se quedan suelen ser los más viejos y los muy jóvenes, aunque a la corte llegan a veces niños de dos años, un año, o incluso algunos que viajaron en brazos de hermanos y primos un poco mayores. Los que se van suelen ser los niños más grandes y los adolescentes, siguiendo a los adultos de su familia que migraron antes.
* * *
En nuestro primer día en la corte, mi sobrina y yo nos sentamos a esperar la llegada de los niños en una de las bancas. Junto a nosotros había un pizarrón en donde alguien había anotado una lista de palabras divididas en cuatro categorías. La repasamos juntas:
1) Frontera: coyote, migra, hielera, albergue
2) Corte: la puerta, abogados
3) Casa: familia, guardianes
4) Comunidad: ?
Las palabras estaban escritas en español. A mí me parecieron, más bien, un haiku ominoso, pero no lo dije en voz alta. No sé qué habrá pensado mi sobrina, pero ella anotó las palabras en una libreta. Yo no llevaba libreta. La lista servía –luego lo supimos– para ayudarle a los niños a recordar las etapas de su viaje durante la entrevista, y a organizar sus respuestas en un orden cronológico.
El proceso mediante el cual un niño es entrevistado en su primera visita a la corte se llama, en inglés, «screening», y se traduciría de forma literal como «proyección» –un término que me sigue pareciendo tan cínico como, quizá, en el fondo, apropiado. Proyección: el niño o la niña, un carrete con metraje; el intérprete, un aparato algo obsoleto para canalizar ese metraje; el sistema legal, una especie de pantalla en ...

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