Capítulo 1
La crisis de la heroína en España
La Transición abrió un periodo lleno de ilusión y miedo para la sociedad española. Entre los jóvenes españoles hervían las ansias por nuevas libertades y el deseo por superar los valores tradicionales del régimen franquista. En las nuevas formas de ocio, drogas como el alcohol, el tabaco, la marihuana y especialmente el hachís aumentaron su demanda, y cada vez eran más jóvenes quienes ocupaban su tiempo libre bebiendo y fumando. Precisamente, los derivados del cannabis ganaron tal popularidad que incluso algunos políticos españoles durante la Transición se atrevieron a insinuar la necesidad de despenalizar su consumo, pero su mensaje quedó destrozado por la irrupción en el mercado de drogas de la heroína a finales de los años setenta. Entre los primeros consumidores había hijos de familias de clases medias y altas, así como gente del mundo del espectáculo. Fueron casos que llamaron poderosamente la atención de los medios de comunicación conservadores, que empezaron a especular sobre los indicios de una crisis de consumo de heroína tal y como había ocurrido en Estados Unidos. El historiador catalán Juan Carlos Usó relata con gran acierto en su ensayo Nos matan con heroína la evolución del problema entre 1977 y 1978.
La situación cambió drásticamente en 1978, cuando los traficantes de droga comprendieron el potencial de la heroína en el mercado español y las posibilidades de expansión de su negocio. En un principio, muchos de los cargamentos que recalaban en España tenían por último objetivo llegar a Estados Unidos aprovechando la práctica inexistencia de controles aduaneros efectivos en aeropuertos y puertos españoles. Era una droga más rentable para los traficantes; podían vender las dosis a un precio muy superior y el mercado no estaba saturado por la mercancía: un gramo podía venderse entre 10.000 y 20.000 ptas. En contraposición, un gramo de hachís se vendía de 500 a 3.000 ptas. y había mucha más oferta que superar en el mercado para llegar al consumidor.
Por otro lado, la heroína era una droga relativamente fácil de obtener para los traficantes, que conseguían sus cargamentos a través de diferentes vías: personalmente, por vías terrestres comprando y trasladando la mercancía desde Holanda, a través de los aeropuertos de Madrid, Barcelona y Málaga gracias a intermediarios extranjeros; o bien recurriendo a individuos, adictos en ocasiones, que se encargaban de comprar el cargamento en el extranjero y trasladarlo a España. Y, en último lugar, la heroína es una sustancia muy adictiva que genera una fuerte dependencia física y psíquica, por lo que los traficantes de droga aseguraban consumidores habituales muy dependientes.
Progresivamente, los traficantes de droga fueron introduciendo más partidas de heroína en sus ventas creando rápidamente una bolsa de consumidores, que cayeron enseguida en la dependencia de este opiáceo y de otras sustancias semejantes que robaban de las farmacias. Precisamente, las farmacias fueron la principal fuente de suministro de los heroinómanos a finales de los años setenta, que las atracaban para robar metadona y otras sustancias opioides para inyectarse por vía intravenosa ante la falta de heroína en el mercado. De cinco robos a farmacias en 1975 se pasó a 529 en 1977 y a 1.900 en 1979. Por otro lado, no hay que olvidar el efecto contraproducente que tuvo la nefasta campaña publicitaria contra el consumo de heroína. Los mensajes alarmistas de los medios de comunicación y de las instituciones sirvieron para mitificar la heroína y no contribuyeron a disuadir de su consumo en una juventud cansada de las prohibiciones sociales y morales.
A finales de 1979 el consumo se había extendido ampliamente entre los jóvenes españoles y era especialmente grave en algunas comunidades autónomas. Pero a nivel estadístico, los datos aún no reflejaban la nueva realidad. El comisario José María Mato Reboredo recogió para un estudio académico los siguientes datos de incautaciones en España realizadas en los primeros once meses de ese año (tabla 1).
Tabla 1
Drogas decomisadas
| Cantidad | Total a base 5% | Total id. 10% |
Cannabis (gr) | 18.859.000 | 377.180.000 | 188.590.000 |
Heroína (gr) | 11.978 | 239.560 | 119.780 |
Morfina (gr) | 1.040 | 20.800 | 10.400 |
Opio (gr) | 1.138 | 22.760 | 11.380 |
Cocaína (gr) | 39.335 | 786.700 | 393.350 |
LSD (dosis) | 9.962 | 199.240 | 99.620 |
Fuente: J. Mª Mato Reboredo (1979). |
Unas cifras de incautaciones muy bajas, que salvo en el caso de los derivados del cannabis no debían haber preocupado al Gobierno ni a las fuerzas de seguridad del Estado. Pero la situación era más grave y la mayor prueba del empeoramiento del problema fue el auge de la delincuencia juvenil. La heroína era una droga muy cara para el adicto, que una vez perdía su trabajo o ya no podía obtener dinero de su familia decidía conseguirlo cometiendo todo tipo de delitos contra la propiedad o traficando con drogas. Según datos de las fuerzas de seguridad del Estado, en 1980 el 38,3% de los delitos eran cometidos por jóvenes menores de veinte años, de los cuales muchos eran consumidores de heroína. El 82,5% de los detenidos por tráfico de drogas eran jóvenes menores de veinticinco años, con especial incidencia en el grupo entre veintiuno y veinticinco años, que representaban el 55% del total; heroinómanos que trapicheaban para asegurarse su dosis y ganar algo de dinero extra. Una delincuencia juvenil que agravó el problema de seguridad ciudadana de finales de los años setenta. En las memorias anuales de la Comisaría General de Policía Judicial, se refleja el auge de los delitos violentos y delitos contra la propiedad desde 1975 a 1982. En 1975 se pasó de 8.172 delitos contra las personas a 15.231 en 1979, mientras que los robos con violencia o intimidación aumentaron de 5.296 en 1978 a 27.109 en 1980.
Otro dato que demuestra la inestabilidad del periodo era la situación de las cárceles españolas. En 1975 la población reclusa en España era de 8.440 presos, una cifra que aumentó de forma constante hasta los 18.253 de 1980. Los jóvenes de entre dieciséis y veinticinco años constituían más del 60% de los reclusos de los centros penitenciarios. En las prisiones, los jóvenes continuaban consumiendo heroína y algunos de los que no lo hacían empezaban su adicción. La droga entraba sin problemas en las cárceles, no existían buenos dispositivos de seguridad y, en algunos casos, eran cómplices los propios funcionarios de prisiones. También era una escuela para los delincuentes, que una vez salían de la cárcel cometían delitos más sofisticados. En conclusión, a finales de los años setenta la heroína dio forma a una crisis de seguridad ciudadana que el Estado, en pleno proceso de transformación, no fue capaz de afrontar y se complicó con el paso de los años por la falta de una respuesta institucional efectiva. El número de heroinómanos en España a principios de la década de...