Entender la arquitectura
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Entender la arquitectura

Sus elementos, historia y significado

Leland M. Roth

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Entender la arquitectura

Sus elementos, historia y significado

Leland M. Roth

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Esta introducción clásica a la arquitectura está planteada a partir de dos enfoques claramente diferenciados y complementarios entre sí: uno temático, que aborda los elementos de la arquitectura, y otro de recorrido histórico, que ahonda en la historia y el significado de la arquitectura.La primera parte, dividida en ocho capítulos, afronta los conceptos básicos de la arquitectura, a los que Roth denomina elementos. La segunda parte se centra de manera didáctica y sistemática en la historia y el significado de la arquitectura. Roth recorre a lo largo de trece capítulos la historia de la arquitectura y el urbanismo. El prólogo de la edición española es de Josep María Montaner.

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Information

Year
2015
ISBN
9788425229152
Illustration
Gráfico comparativo de la duración de las sucesivas culturas y periodos culturales occidentales analizados en la segunda parte. Las zonas más oscuras de cada regleta indican el periodo o periodos de actividad y desarrollo más intensos; las partes más claras representan periodos de crecimiento o declive.

SEGUNDA PARTE

La historia
y el significado
de la arquitectura

Illustration
9.16. Vista aérea de la Babilonia de Nabucodonosor, con la torre Ishtar (ca. 575 a. de C.) y la Torre de Babel. Reconstrucción. Esta reconstrucción es de un original del Museo Estatal de Berlín, la imponente puerta Ishtar está decorada con piezas cerámicas coloreadas que representan motivos heráldicos y dragones sobre un fondo azul oscuro, es una buena muestra del alto nivel que alcanzó la civilización mesopotámica. El dibujo muestra que las técnicas utilizadas son las mismas que en Ur, cerca de 1.500 años antes, un núcleo de ladrillo crudo (cocido al sol) protegido por un revestimiento de ladrillo cocido.

CAPÍTULO 9

La invención de la arquitectura:
de las cavernas a las ciudades

El temprano respeto que sintió el hombre por los muertos, expresión de fascinación por sí mismo, con sus poderosas imágenes de fantasía diurna y sueño nocturno, tal vez fue lo que le impulsó a buscar, al principio, un lugar de reunión fijo y, más adelante, un asentamiento permanente. En medio del desasosegado errar del hombre del paleolítico, los muertos fueron los primeros en tener un alojamiento permanente: una caverna, un túmulo señalado con un montón de piedras, un montículo colectivo… La vida urbana abarca el espacio histórico comprendido entre los primeros túmulos funerarios para los muertos primitivos y el cementerio final, la necrópolis, en el cual una civilización tras otra han ido encontrando su fin.
Lewis Mumford, La ciudad en la historia, 1961
La arquitectura es cobijo, pero también es un símbolo y una forma de comunicación. Como observara sir Herbert Read, todo arte es “un modo de discurso simbólico”.1 La arquitectura es una representación física del pensamiento y la ambición del hombre, una crónica de las creencias y valores de la cultura que la produce.
En un estudio introductorio como éste, es necesario comenzar por el principio; sin embargo, ello suscita de inmediato la apasionante cuestión de cuándo empezaron los seres humanos a modelar su entorno vital y a formular símbolos a los que dieron expresión a través de la arquitectura. Para ello, debemos retrotraernos bastante más atrás del periodo de la historia narrada, a las épocas oscuras en que aparecieron los antepasados del Homo sapiens. Hacer esto supone desvelar trazas de los orígenes de la sociedad y de las instituciones humanas. Y, también, descubrir que lo que construimos está conformado sólo parcialmente por la necesidad de satisfacer un uso funcional; por lo que parece, desde la noche de los tiempos, la arquitectura ha sido concebida siempre como un símbolo de las creencias comunitarias. La arquitectura satistace las necesidades tanto psicológicas como fisiológicas de la familia humana, cuyas instituciones sociales básicas tienen alrededor de un millón de años de antigüedad. Por lo tanto, las consideraciones estrictamente utilitarias o funcionales de la arquitectura moderna definidas durante este último siglo no son sino una mínima parte de las amplias funciones sociales y culturales que satisface la arquitectura.
Se estima que los primeros humanoides hicieron su aparición hace unos cinco millones de años en África Central [9.1]. El primer antecesor del hombre del que se tiene noticia, el primate del género Australopithecus, adoptó probablemente la postura erecta, usó herramientas líticas sencillas y, con más seguridad, de madera, aunque estas últimas hayan desaparecido sin dejar huella. Esos protohumanos vivieron en las cálidas sabanas ecuatoriales y, al parecer, no tuvieron necesidades apremiantes de cobijo ni conocieron el fuego. Hace aproximadamente un millón de años apareció una segunda especie de humanoide que, al parecer, vivió junto al Australopithecus, el Homo habilis. El Homo habilis se desplazó desde África Central hacia el norte, obtuvo el fuego por medios naturales e inventó el hogar. Un descubrimiento científico de particular importancia, realizado en una cueva en L’Escale (Francia), es el de los restos de un fuego que debió ser encendido hace unos 750.000 años y es el hogar más antiguo que se conoce. Los hombres primitivos se congregaban en torno a esos hogares, protegiéndose y calentándose durante las frías noches de esos climas nórdicos, estableciendo de esa forma los primeros vínculos sociales.
Illustration
9.1. Tabla cronológica con las relaciones entre las sucesivas eras glaciares, la evolución humana y las culturas prehistóricas; la escala del dibujo es aproximadamente logarítmica, de modo que los acontecimientos más recientes están expresados a una escala mayor.

Terra Amata (Niza, Francia)

El siguiente antepasado del hombre, el Homo erectus, apareció hace 1,6 millones de años, a finales de la primera era glaciar, la glaciación del Danubio, y resistió los rigores de las siguientes grandes glaciaciones, la glaciación Günz (hace entre 1.000.000 y 900.000 años) y la glaciación Mindel (hace entre 700.000-600.000 años). Al producirse la recesión de la glaciación Günz, el Homo erectus se dispersó, desde África Central y a lo largo de la costa africana mediterránea, hacia Europa, la India y las islas indonesias. Esos humanos de la llamada cultura achelense dejaron notables herramientas de piedra tallada [hachas de mano bifaciales y lascas aplanadas] y utilizaron el fuego, tal vez empleando la técnica de la fricción.
Cuando el Homo erectus se desplazó hacia los climas europeos, menos benignos, se vió obligado a encontrar o construirse su propio cobijo. En octubre de 1965, el antropólogo Henry de Lumley, conocedor de que en una determinada zona de la costa mediterránea de Niza (Francia) se habían hallado restos de herramientas del paleolítico, estaba observando atentamente unas excavaciones que se estaban realizando en unos bancales para construir unos edificios.2 Al detectar que aparecían nuevas herramientas, ordenó parar las obras con objeto de permitir realizar una excavación arqueológica intensiva. De Lumley y sus compañeros descubrieron lo que resultó ser un campamento de primavera de un grupo de Homo erectus cazadores, que debía acudir anualmente a ese lugar durante un periodo de varias décadas, hace entre 400.000 y 300.000 años. En ese yacimiento, conocido desde entonces como Terra Amata (‘tierra amada’, en latín), de Lumley halló los restos de la morada artificial más antigua que se conoce, lo que podríamos llamar la primera arquitectura. Se encontraron restos de 31 cabañas, 11 de las cuales se reconstruían año tras año en el mismo lugar, sobre una antigua duna de arena en posición dominante sobre la costa mediterránea. De la reconstrucción realizada se deduce que las chozas, de planta ovalada de entre unos 8 a 15 metros (26-49 pies) de largo, por unos 4 a 6 metros (13-20 pies) de ancho, tenían sus paredes hechas con ramas de unos 7,6 centímetros (3 pulgadas) de diámetro medio, hincadas en la arena a modo de empalizada [9.2]; la planta de cada una de las cabañas estaba rodeada exteriormente por un cordón protector de piedras, algunas de las cuales alcanzaban un diámetro de hasta 30 centímetros (1 pie). Interiormente, unos postes verticales hincados en el suelo debieron sostener la cubierta, aunque no se han hallado vestigios de ésta (tal vez las ramas laterales se curvaban hacia una viga central sostenida por los postes). Cada choza disponía de un hogar central, con un cortavientos de piedra en el lado norte, la dirección desde donde soplaban, y siguen soplando hoy, los vientos dominantes en Niza. En una de las chozas se hallaron restos de lo que se supone debió ser un tallador de herramientas ya que, en torno a un banquete de piedra, había ripios y esquirlas de piedras, algunas de las cuales pudieron volver a agruparse como un rompecabezas para reconstruir la forma del guijarro original.
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9.2. Terra Amata, choza del Homo erectus, Niza (Francia), ca. 400.000-300.000 a. de C. Reconstruida a partir de los huecos dejados en el suelo por los troncos estructurales podridos y de las rocas colocadas a lo largo del perímetro, esta choza representa la primera morada conocida construida por el hombre.
El hecho de que un mismo grupo de cazadores volviera a ese lugar año tras año sugiere que había un ciclo de caza regular, pero aún más importante es el tema del hogar. El fuego sugiere la congregación del grupo, el establecimiento de una comunidad. Los trozos de piedra ocre hallados en el interior de las chozas parecen indicar que sus moradores debieron utilizar ese mineral para pintarse la piel. Con el empleo del fuego y la construcción de sus moradas artificiales, nuestros primitivos antepasados pasaron a controlar su entorno y a conformarlo a su propia conveniencia. Los primeros pasos hacia la arquitectura, entendida como la deliberada conformación del entorno vital, estaban dados.

Cultura Neanderthal

Durante la cuarta era glaciar, la llamada glaciación Riss (hace 350.000– 225.000 años), el Homo erectus fue reemplazado gradualmente por una especie arcaica del Homo sapiens. Más adelante, durante el período interglaciar comprendido entre las glaciaciones Riss y Würm, hace unos 100.000 años, aparecieron otras especies, el Homo sapiens neanderthalensis (u hombre de Neanderthal), así llamado porque sus primeros restos fueron hallados en 1856 en el valle (Thal) Neander, en Alemania. Aunque los hombres de Neanderthal fuesen más fuertes y pesados que el hombre actual, no tuvieron la figura bestial que al principio se les atribuyó. Lo que ocurrió es que uno de los primeros esqueletos que se encontró correspondía al de un hombre encorvado, un anciano artrítico. El hombre de Neanderthal se dispersó por el norte de África, Europa y el Oriente Próximo. Se han descubierto numerosos restos de herramientas de piedra de la cultura musteriense, pero muy pocos de construcciones. Por lo que parece, los hombres de Neanderthal debieron vivir en su mayoría en cavernas.
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Sin embargo, a través de las sepulturas se ha podido conocer bastante sobre su existencia comunitaria y algo también sobre su concepto de la vida. En 1908, en La Chapelle-aux-Saints (Francia), se descubió el esqueleto de un hombre de Neanderthal muy anciano, cuidadosamente enterrado con herramientas de piedra dispuestas en torno al cuerpo y una pata de bisonte colocada encima del mismo. En la gran mayoría de las sepulturas encontradas, los cuerpos están dispuestos según una orientación este-oeste, lo que podría sugerir que se alineaban siguiendo el movimiento del sol. De todas ellas, tal vez la más sugerente sea la sepultura de un varón encontrada en una cueva en Shanidar, en las montañas de Irak.3 Las muestras de suelo extraídas alrededor del esqueleto revelan que el hombre fue enterrado sobre un lecho de ramas de pino y flores, y su cuerpo recubierto de capullos de campanilla, margarita, malvarrosa y hierba cana. Otro hombre enterrado en la misma cueva tenía una deformación congénita en un brazo, lo que, con seguridad, le debió impedir practicar la caza, pese a lo cual tuvo una larga vida. Todos estos hallazgos, junto con el del anciano enterrado en La Chapelle-aux-Saints, sugieren que entre los hombres de Neanderthal exi...

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