La Psicología y su pluralidad
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María Elena Colombo

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La presente obra reflexiona sobre la conformación de la Psicología como ciencia a partir de su propia historia en relación con la constitución y el desarrollo de la ciencia y con los soportes filosóficos y epistemológicos que la sostienen, como así también con las características de las comunidades científicas en las cuales aconteció.

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Information

Publisher
Eudeba
Year
2016
ISBN
9789502320298

Las ideas psicológicas en el pensamiento filosófico

Cuando queremos acercarnos a la comprensión de la constitución de la psicología como ciencia independiente, nos encontramos, como ya he señalado, frente a una dispersión de sistemas, autores, teorías y enfoques teóricos divergentes. Resulta que, en nuestra disciplina, no podemos recurrir a una definición unívoca facilitadora; más bien, cuando intentamos ahondar en su búsqueda, de inmediato se nos plantea la complejidad de la trama en la cual se inscriben los debates que animaron su emergencia.
Y según cuenta la historia, la psicología emergió como ciencia experimental independiente a fines del siglo XIX, con la inauguración del laboratorio experimental de W Wundt en 1879 en la ciudad de Leipzig, Alemania. Esta fundación aparece sobre el trasfondo de una serie de debates entre filósofos y hombres de ciencia que giraban en torno al enfrentamiento entre ciencias del espíritu y ciencia experimental. Por debajo de ese debate, que en gran medida era una discusión entre filósofos que hacían psicología, indudablemente la psicología, como ciencia en constitución, recibe, o bien en ella se continúan, las profundas discusiones que animaron el pensamiento filosófico de la modernidad: por una parte, de acuerdo a su larga historia que se remonta a los griegos y, por otra parte, debido al auge o, podríamos también decir, al vertiginoso desarrollo que tuvieron las ciencias naturales y físicas.
A continuación, y para una comprensión menos ingenua de la fundación de la psicología, intentaré realizar una presentación de las principales ideas psicológicas que desde la matriz de la filosofía organizaron el pensamiento moderno en el que se sitúa el surgimiento de la ciencia psicológica.

Las ideas psicológicas en el pensamiento filosófico de la antigüedad griega

Buscar las concepciones de lo que hoy llamaríamos vida psíquica, conciencia, yo, o concepciones de lo mental en el pensamiento filosófico de la antigüedad resulta una tarea difícil, pues esas concepciones las vamos a encontrar atravesadas por una preocupación fundamental que se corresponde con la búsqueda de la verdad y sus fundamentos para el ser humano.
En las reflexiones acerca de la posibilidad de acceso a un conocimiento verdadero se ubicará, de manera diferente, la experiencia sensible o fenoménica en la tradición platónica y aristotélica.
Para Platón (-427 a -347), el conocimiento es de una naturaleza completamente diferente a la que proporcionan los sentidos. Lo sensible proporciona un mundo variable, vacilante y contradictorio. Resulta ser un mundo de sombras, de apariencias. El mundo del conocimiento, de las ideas, en cambio, no puede provenir de lo sensible, según Platón, pues el verdadero saber es algo que permanece. A partir de estas ideas, se sitúa ya en los comienzos del pensamiento occidental un profundo debate sobre el dualismo del conocimiento humano.
Influido por Sócrates, Platón consideraba que el conocimiento se puede llegar a alcanzar y señalaba dos características esenciales del mismo. La primera: el conocimiento debe ser certero e infalible. La segunda: el conocimiento debe tener como objeto lo que es en verdad real, en contraste con lo que lo es sólo en apariencia. Como para Platón lo que es real tiene que ser fijo, permanente e inmutable, identifica, entonces, lo real con la esfera ideal de la existencia en oposición al mundo físico del devenir, de lo cambiante.
Una consecuencia de este planteamiento fue el rechazo que hizo Platón a la afirmación de que todo conocimiento se deriva de la experiencia en oposición a otros filósofos griegos. Pensaba que las proposiciones derivadas de la experiencia tienen, a lo sumo, un grado de probabilidad. No son ciertas. Más aún, los objetos de la experiencia son fenómenos cambiantes del mundo físico y, por lo tanto, los objetos de la experiencia no son objetos propios del conocimiento.
La teoría de las ideas se puede entender mejor en términos de entidades matemáticas. Un círculo, por ejemplo, se define como una figura plana compuesta por una serie de puntos, todos equidistantes de un mismo lugar. Sin embargo, nadie ha visto en realidad esa figura.
Lo que la gente ha visto son figuras trazadas que resultan aproximaciones más o menos acertadas del círculo ideal. De hecho, cuando los matemáticos definen un círculo, los puntos mencionados no son espaciales, sino lógicos. No ocupan espacio. No obstante, aunque la forma de un círculo no se ha visto nunca -y no se podrá ver jamás-, los matemáticos sí saben lo que es. Para Platón, por lo tanto, la forma de círculo existe, pero no en el mundo físico del espacio y del tiempo. Existe como un objeto inmutable en el ámbito de las ideas, que sólo puede ser conocido mediante la razón. De este modo, las ideas tienen mayor entidad que los objetos en el mundo físico, tanto por su perfección y estabilidad como por el hecho de ser modelos, semejanzas que dan a los objetos físicos comunes lo que tienen de realidad. Las formas circular, cuadrada y triangular son excelentes ejemplos de lo que Platón entiende por idea. Un objeto que existe en el mundo físico puede ser llamado círculo, cuadrado o triángulo porque se parece ("participa de" en palabras de Platón) a la idea de círculo, cuadrado o triángulo.
Platón hizo extensiva su teoría de las ideas más allá del campo de las matemáticas. En realidad, estaba más interesado en su aplicación en la esfera de la ética social. La teoría era su forma de explicar cómo el mismo término universal puede referirse a muchas cosas o acontecimientos particulares. La palabra justicia, por ejemplo, puede aplicarse a centenares de acciones concretas porque esos actos tienen algo en común, se parecen a, participan de, la idea de justicia. Una persona es humana porque se parece a, o participa de, la idea de humanidad. Si humanidad se define en términos de ser un animal racional, entonces una persona es humana porque es racional. Un acto particular puede considerarse valeroso o cobarde porque participa de esa idea. Un objeto es bonito porque participa de la idea, o forma, de belleza. Por lo tanto, cada cosa en el mundo del espacio y el tiempo es lo que es en virtud de su parecido con su idea universal. La habilidad para definir el término universal es la prueba de que se ha conseguido dominar la idea a la que ese universal hace referencia.
Si bien el mundo sensible y el mundo de las ideas representan dos órdenes distintos, tienen entre ambos una relación de semejanza, copia o imitación. Platón dice, por ejemplo, que al ver cosas iguales nos permite pensar en la igualdad, pero, como en el mundo sensible no podemos percibir la igualdad sino las cosas iguales, es preciso que la idea de igualdad sea previa, es decir que la hayamos adquirido antes de venir a este mundo. De este modo Platón afirma un dualismo definitivo entre cuerpo y alma -lo sensible y lo ideal- preexistiendo el alma en el mundo de las ideas, siendo éstas previas a cualquier experiencia sensible, por lo cual sostiene la existencia de ideas innatas.
En definitiva, Platón considera que el hombre es, en primera instancia, casi pura sensibilidad, prisionero de su propio cuerpo, condenado a un mundo de apariencias, del que sólo el conocimiento propiamente dicho, la filosofía, lo puede liberar.
A diferencia de Platón, la perspectiva aristotélica (Aristóteles: -384 a -322) hacía hincapié sobre todo en la biología, frente a la importancia que Platón concedía a las matemáticas. Para Aristóteles, el mundo estaba compuesto por individuos (sustancias) que se presentaban en tipos naturales fijos (especies). Cada individuo cuenta con un patrón innato específico de desarrollo y tiende en su crecimiento hacia la debida autorrealización como ejemplo de su clase. El crecimiento, la finalidad y la dirección son, pues, aspectos innatos a la naturaleza, y, aunque la ciencia estudia los tipos generales, éstos, según Aristóteles, encuentran su existencia en individuos específicos. La ciencia y la filosofía deben, por consiguiente, no limitarse a escoger entre opciones de una u otra naturaleza, sino equilibrar las afirmaciones que resultan de la observación y la experiencia sensorial y del formalismo racional.
Sobre estos principios, la filosofía de Aristóteles entiende la realidad del hombre como comunidad e interacción alma-cuerpo. El individuo singular es la sustancia completa compuesta de materia-potencia (el cuerpo) y de forma sustancial actualizante o esencia (el alma). Las afecciones del alma no son propias, sino comunes con el cuerpo, es decir, propias del sujeto compuesto. La conclusión obvia es la imposibilidad de una existencia separada de cuerpo y de alma y, por tanto, la no inmortalidad del alma.
Según Aristóteles y la tradición aristotélica, el alma, en tanto que no se presenta separada del cuerpo, es un capítulo de la física. El objeto de la física es el cuerpo natural y organizado que tiene la vida en potencia. Así, la física aborda el estudio del alma como la forma del cuerpo viviente y no como sustancia separada de la materia. Desde este punto de vista, el estudio del alma es el estudio de los órganos del conocimiento: es decir, de los sentidos externos e internos. De este modo, Aristóteles con-cilia materia y forma -lo sensible y lo ideal- que para él son tan inseparables como las caras de una moneda. Esta concepción impregnará las ideas de los psicofísicos del siglo XIX que buscarán aplicar las coordenadas del mundo extenso a la propia realidad del mundo interior.
Uno de los aportes característicos de la filosofía de Aristóteles fue la nueva noción de causalidad. Los primeros pensadores griegos habían tendido a asumir que sólo un único tipo de causa podía ser explicatoria; Aristóteles propuso cuatro.
Estas cuatro causas son: la causa material, la materia de la que está compuesta una cosa; la causa eficiente o motriz, la fuente de movimiento, generación o cambio; la causa formal, que es la especie, el tipo o la clase; y la causa final, el objetivo o pleno desarrollo de un individuo, o la función planeada de una construcción o de un invento. Así, pues, un león joven está compuesto de tejidos y órganos, lo que constituiría la causa material; la causa motriz o eficiente serían sus padres, que lo crearon; la causa formal es su especie (león), mientras que la causa final es su impulso innato por convertirse en un ejemplar maduro de su especie. En contextos diferentes, las mismas cuatro causas se aplican de forma análoga. Así, la causa material de una estatua ...

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