Purgatorio. Divina comedia de Dante Alighieri
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Purgatorio. Divina comedia de Dante Alighieri

Franco Nembrini, Gabriele Dell'Otto

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Purgatorio. Divina comedia de Dante Alighieri

Franco Nembrini, Gabriele Dell'Otto

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Probablemente no exista ningún otro clásico que se haya admirado más y leído menos que la Divina Comedia. Su importancia ha permanecido indiscutida a lo largo de los siglos y aun en nuestros días, tan proclives a la alergia religiosa, no creo que haya nadie capaz de pensar que un mundo sin la Divina comedia no sería mundo más incompleto, más feo e insustancial, y en el que con toda seguridad mucha de la mejor poesía europea que vino después no hubiese sido posible.

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EL CAMINO DE LA LITURGIA

Filippo Ungar
En el cántico del Purgatorio hay un aspecto que realmente merece la pena indicar y profundizar: el itinerario litúrgico. Podría decirse quizá que el camino de Dante desde la playa del purgatorio al paraíso terrenal representa un único y gran rito, jalonado de momentos precisos de oración, purificación y adoración, cuyos textos se toman fielmente de la liturgia oficial de la Iglesia. El objetivo de este apéndice es precisamente enfocar el aspecto litúrgico del cántico para comprender mejor sus pasos y las analogías con el ritual de la Iglesia. En un tiempo en que no creo que muchos lectores estén familiarizados con las prácticas religiosas, puede ser útil dar razón de este itinerario litúrgico precisamente para poder comprender de forma adecuada el conjunto del Purgatorio. Es como entrar en una catedral cuyas riquezas artísticas se quieren conocer y disfrutar; incluso una visita muy documentada, con explicaciones eruditas, no daría cumplida razón, en el fondo, de esas obras ni del mismo. Pero si entrásemos en medio de una celebración solemne, si participáramos en ella junto a un pueblo que reza y que canta guiado por un sacerdote entre música, luces y colores, intuiríamos que todo lo que se ha construido ahí tiene como motivo y fundamento ese rito, esos cantos, esas oraciones, siempre que procuremos identificarnos con el porqué de estos gestos.
El presente análisis pretende justamente ayudar al lector a identificarse con el camino de Dante, que sigue, en el Purgatorio, los tiempos y los modos de una liturgia sagrada.
Ante todo, es preciso aclarar que para la Iglesia católica la liturgia no es un aspecto particular, un detalle, un conjunto de fórmulas y de ritos, por así decir, decorativos: para la Iglesia, la liturgia coincide con la vida. Se trata de la vida articulada a partir del acontecimiento cristiano, de la vida que se ordena en torno al hecho de la resurrección de Cristo, que está en su centro. Don Luigi Giussani la define magistralmente:
En su sentido más amplio, la liturgia consiste en la humanidad que ha adquirido conciencia de la adoración a Dios como significado supremo suyo, y del trabajo como acto de gloria a Dios. […] La liturgia es un discurso que no se agota nunca, es como un flujo en el que nos introduce la gracia de Dios, la fuerza del misterio de Dios en el mundo. La liturgia vivida constituye de manera muy sencilla el camino de nuestra moralidad. Por moralidad se entiende la actitud justa, el comportamiento recto; «recto» de cara al destino, comportamiento adecuado para poder caminar hacia nuestro destino. La liturgia actualiza este camino y lo enuncia de manera sintética y muy sencilla. Pues la moralidad cristiana no es otra cosa que la conversión del corazón, el volverse del corazón hacia la justa dirección. Lo cual significa adquirir un «corazón» nuevo: percepción y juicio, sentimiento, decisión y acción de nuevo cuño.1
Por tanto, la liturgia marca el tiempo de la vida de un cristiano, las horas del día, el ritmo de la semana o del año: después de Cristo, todo el tiempo es liturgia. Y la articulación litúrgica le permite al hombre «acceder a la dimensión de lo eterno permaneciendo en el tiempo», como escribe Erminia Ardissino.2 Mediante el humilde seguimiento de la liturgia, que tiene su fundamento en la presencia de Cristo (cf. Mt 18,20), el cristiano puede ser educado para dejar entrar cada vez más a Dios en el horizonte de su vida cotidiana, puede realizar el camino de «conversión del corazón». La liturgia, por tanto, es tiempo, porque ordena la Palabra de Dios en el tiempo; es paciencia, porque es una educación que se da solo dentro de un camino; es trabajo, porque requiere una implicación de la vida del fiel; y finalmente, es purificación del deseo, porque esta es precisamente su finalidad. Muchas de las palabras empleadas en la introducción para describir el purgatorio dantesco son apropiadas también para definir la liturgia; de hecho, el Purgatorio es un cántico íntegramente litúrgico.3
Una última puntualización imprescindible sobre la naturaleza de la liturgia terrenal: la liturgia es comunión. Por una parte, su carácter propio es comunitario, dado que se funda en las palabras de Jesús: «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20); por otra, con el tiempo educa al individuo en la comunión con la Iglesia entera, que cada día está unida en el acto litúrgico.
Vayamos ahora al Purgatorio dantesco, que tiene como objetivo que «libre, recto y sano» llegue a ser el «albedrío» (Purgatorio XXVII v. 140) de Dante, y que él esté «purificado y dispuesto a subir a las estrellas» (Purgatorio XXXIII v. 145). Es la misma finalidad de la liturgia terrenal: educar al alma en la relación adecuada con las cosas, y por tanto en la relación con Dios. Por ello, el Purgatorio es litúrgico por naturaleza.
Partamos de la estructura. El segundo reino está dividido en tres secciones: el antepurgatorio (cantos I-IX), el purgatorio propiamente dicho (cantos X-XXVII) y el paraíso terrenal (cantos XXVIII-XXXIII). En la primera, algunas almas en situación especial —muertas cuando estaban excomulgadas, perezosas en su conversión, víctimas de muerte violenta o negligentes en la tarea política— esperan un cierto tiempo antes de poder traspasar la puerta del purgatorio; en este tiempo rezan, con especial referencia a la Liturgia de las horas terrena.
En la segunda, el purgatorio propiamente dicho, se pierde la conexión estrecha con la Liturgia de las horas tal como se reza en la tierra, en favor de una liturgia interna que aparece, de forma idéntica, en las siete cornisas: Dante se encuentra siempre con tres ejemplos de la virtud contraria al vicio que están purificando las almas, y al final, un ángel que proclama una bienaventuranza y le borra una P de la frente.4
En la tercera, finalmente, Dante se encuentra en el paraíso terrenal, y ante sus ojos se desarrolla una larga función litúrgica en la que recorre toda la historia de la salvación y confiesa sus culpas delante de Beatriz.
De las tres secciones, la segunda en particular está construida sobre una estructura litúrgica bien definida, en la que la oración que las almas repiten acompaña siempre a una de las bienaventuranzas del célebre sermón de la montaña de Jesús que narra el Evangelio de Mateo (Mt 5,3-12). Como los ejemplos de virtudes y vicios, la oración y la bienaventuranza tienen también una correspondencia con la situación en que se hallan los purgantes, en cuanto subrayan el contenido del camino de purificación del deseo, de elevación de la mirada y de reubicación del alma que el purgatorio indica.
LAS BIENAVENTURANZAS
Entre las siete bienaventuranzas que aparecen en el Purgatorio, hay que destacar dos que nos ayudan a comprender por qué Dante utiliza precisamente este texto como base estructural para el cántico.
La primera es proclamada por un ángel después de que Dante se haya topado con los soberbios (Purgatorio XII vv. 109-111): «Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5,3); los «pobres en el espíritu» son los humildes, aquellos que carecen de soberbia. En cambio la última, la séptima, que cierra la cornisa que alberga a los lujuriosos (Purgatorio XXVII vv. 7-9), es esta: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8). Los «limpios de corazón» son obviamente aquellos que no cometen «actos impuros», y que están, por ello, libres de la lujuria; pero al situar esta bienaventuranza en último lugar, Dante ofrece una indicación más fuerte aún: se trata casi de un sello de todo el recorrido del Purgatorio, que es precisamente un camino de «purificación del corazón» para llegar a «ver a Dios». Las virtudes primera y última, que abren y cierran el recorrido, no son la magnanimidad o la justicia, sino la pobreza de espíritu y la pureza de corazón.
Dante confía a las bienaventuranzas la tarea de declarar las virtudes que orientan el purgatorio, las virtudes que cada purgante debe conquistar para entrar a formar parte de los bienaventurados en el reino de los cielos, para llegar a «ver a Dios». En este sentido, resulta asombroso que también el papa Francisco haya construido recientemente su encíclica sobre la santidad, la Gaudete et exsultate, basándose en el texto de las bienaventuranzas al igual que Dante, diciendo: «las bienaventuranzas […] son como el carné de identidad del cristiano. […] En ellas se dibuja el rostro del Maestro».5
Hugo de San Víctor, gran teólogo del siglo xii, había identificado ya en su obra De quinque septenis la relación entre «cinco series de siete» presentes en la Escritura: los siete pecados capitales, a los que se oponen las siete virtudes y las siete bienaventuranzas, además de los siete dones del Espíritu Santo y las siete proposiciones del padrenuestro. La obra tuvo mucha difusión en la época de Dante, y es probable que la conociese.
Finalmente, también el padrenuestro ocupa una posición destacada; es la primera y más larga oración que rezan los purgantes (Purgatorio XI vv. 1-24), pero sobre esto volveremos más adelante.
LA PRESENCIA DE MARÍA
Otro elemento litúrgico relevante es la presencia constante de María. En cada cornisa, el primer ejemplo de virtud con que se topan los purgantes es un episodio de su vida. A ella se dirigen con frecuencia sus oraciones: en definitiva, María es «término fijo» (Paraíso XXXIII v. 3) en todo el cántico, y también ella, al igual que las bienaventuranzas proclamadas por los ángeles, orienta con sus virtudes el itinerario de las almas.
Encontramos el primer ejemplo de virtud de María, la humildad, en cuanto Dante atraviesa la puerta del purgatorio (Purgatorio X vv. 36-45), y es el relato de la Anunciación: el «sí» de María al designio de Dios para su vida y signo de su pobreza de espíritu. No es casual que esté situado precisamente a la entrada del purgatorio. Como escribe Anna Maria Chiavacci Leonardi: «En el poema, María es símbolo viviente, encarnado, de esa gratuidad de la gracia en torno a la que se construye todo el Purgatorio; María es la encarnación de esa dulzura, de ese amor, de esa gratuidad que proclaman las bienaventuranzas. Por eso […] es el primer ejemplo en cada cornisa, que de este modo queda como puesto bajo su signo».6 Además, la centralidad del papel de María en la Divina comedia no se limita al Purgatorio, sino que acompaña a Dante desde el principio hasta el fin: pasamos de la «Mujer excelsa» al comienzo del Infierno (II v. 94), que socorre a Dante antes de que él pida ayuda, a la «Virgen Madre» del culmen del Paraíso (XXXIII v. 1).
LAS ORACIONES DE LOS PURGANTES: HIMNOS Y SALMOS
Las oraciones de las almas purgantes son esencialmente de dos tipos: himnos y salmos. El rezo de estas oraciones en el Purgatorio es fiel a cuanto sucede en la Iglesia terrenal: el himno es proclamado de forma coral por todo el pueblo, mientras que la salmodia puede ser responsorial, si se produce en diálogo entre un lector y la asamblea, que interviene repitiendo el estribillo, o antifonal, si son dos coros los que se alternan verso a verso.7 Antes de Dante, estaba completamente ausente la idea de que las almas entonasen cantos litúrgicos en el purgatorio; teológicamente estaba establecido que esas almas necesitaban las oraciones de los vivos, pero no que ellas mismas rezasen. La oración de las almas es, por tanto, una característica que Dante quiso para su «segundo reino». Entonces nos preguntamos: ¿por qué hizo que las almas rezaran? ¿Y por qué optó por unas oraciones y no por otras? Lo veremos en el análisis puntual de cada una de ellas.
Es importante señalar también la modalidad con que rezan las almas en el purgatorio dantesco: lo hacen cantando. Los «dulces acordes» (Purgatorio IX v. 141) del canto de las oraciones son el trasfondo de toda la subida de Dante, y marcan una diferencia clara con el infierno, donde solo resuenan gritos desgarradores: «¡Ah, y cuán distintos son estos fosos de los infernales! Aquí se entra acompañado por cantos, y allí abajo, por feroces lamentos» (Purgatorio XII vv. 112-114), exclama Dante al escuchar la primera de las bienaventuranzas. El canto coral es uno de los rasgos propios del cántico, y establece una comunión entre las almas que estaba del todo ausente en el infierno, en donde, por el contrario, cada alma está completamente centrada en sí misma.
Los himnos y salmos presentes en el Purgatorio versan sobre dos temas principales: el tema del renacimiento, de la resurrección ligada a la Pascua —no hay que olvidar que, en la ficción poética, Dante llega a la playa del antepurgatorio justo al amanecer del día de Pascua—, y el tema cuaresmal de la penitencia, de la contrición del corazón, el más apto para estas almas. Cada uno de los himnos y de los salmos citados es conforme a lo específico de cada cornisa; sin embargo, cuando Dante cita un verso de un salmo o de un himno, tiene en mente el texto entero, y se dirige a unos lectores que lo conocen bien; por eso siempre es útil comparar el texto completo de las oraciones con la situación del canto.
LA ORACIÓN DE SUFRAGIO
En la liturgia del Purgatorio ocupa un lugar fundamental la oración de sufragio.8 Desde la primera a la última, ninguna de las almas con las que se encuentra Dante —Manfredi (Purgatorio III vv. 136-145), Pía de Tolomei (Purgatorio V v. 133) o Arnaut Daniel (Purgatorio XXVI vv. 145 147)— deja de pedirle que ruegue a sus seres queridos que recen por ella.
La oración de sufragio por los muertos era una cuestión bastante debatida en tiempos de Dante, incluso con implicaciones jurídicas, sobre todo en relación con el año jubilar de 1300, que es precisamente el año en que el poeta sitúa su viaje. Entre los teólogos no había acuerdo sobre si esta oración era eficaz y en qué medida lo era; incluso Dante tiene que ofrecer una explicación teológica de ello en el canto VI (vv. 34-48). Hemos visto la definición de Virgilio en la introducción a ese canto, y aquí la recordamos brevemente: las oraciones por los muertos son eficaces no porque con ellas los vivos puedan «modificar» o «aplacar» el juicio de Dios, sino porque «el fuego del amor» (Purgatorio VI v. 38) que experimentan en la tierra los vivos por los muertos permite a estos convertirse; por eso el ánima purgante puede avanzar como si hubiese caminado ella misma.
La oración de sufragio es, por tanto, un gesto de amor que, en virtud de la comunión de vivos y muertos, por los méritos de Jesucristo vence el tiempo y el espacio, salva la distancia entre el más allá y el más acá y, al mismo tiempo, es señal de esa unidad del pueblo cristiano (que incluye a vivos y purgantes) que se realiza justamente a través de la caridad, el «fuego del amor». La comunión funda una ayuda que es recíproca: también los purgantes rezan por los vivos, pidiéndole a Dios que no «sea[n] puest[os] a prueba por el viejo enemigo» (Purgatorio XI v. 20), es decir, que los proteja d...

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