Espacios del capitalismo global
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Espacios del capitalismo global

Hacia una teoría del desarrollo geográfico desigual

David Harvey

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Hacia una teoría del desarrollo geográfico desigual

David Harvey

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Una introducción esencial al campo de la geografía histórica.Las crisis económicas se suceden una tras otra a un ritmo cada vez más infernal, dibujando un paisaje de volatilidad extrema que nos obliga a repensar las fuerzas que impulsan el desarrollo económico mundial.David Harvey, destacadísimo teórico social, nos brinda en estas páginas una crítica exhaustiva del capitalismo contemporáneo. Para ello, analiza con maestría el desarrollo del neoliberalismo en cuanto estrategia de restauración del poder de clase, la expansión omnipresente de las desigualdades y el "espacio" como un concepto teórico clave.

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I. EL NEOLIBERALISMO Y LA RESTAURACIÓN DEL PODER DE CLASE
El presidente Bush afirma reiteradamente que Estados Unidos ha conferido el precioso regalo de la «libertad» al pueblo iraquí. «La libertad», dice, «es el regalo del Todopoderoso a cada hombre y mujer de este mundo» y «como la mayor potencia de la tierra tenemos la obligación de ayudar a difundir la libertad»[1]. Ese mantra oficial (repetidamente proclamado por el gobierno y las fuerzas armadas), según el cual el logro supremo de la invasión preventiva de Iraq ha sido hacer que el país sea «libre», se reitera incansablemente en la mayoría de los medios de comunicación estadounidenses y parece un argumento persuasivo para que muchos sigan apoyando la guerra a pesar de que las razones oficiales ofrecidas para ello (como las conexiones entre Sadam Husein y al-Qaeda, la existencia de armas de destrucción masiva y amenazas directas a la seguridad de Estados Unidos) han sido desmontadas. La libertad, empero, es una palabra difícil de retorcer. Como observó Matthew Arnold hace muchos años, «la libertad es muy buen caballo para montar, pero para ir a algún sitio»[2]. ¿A qué destino se espera pues que se encamine el pueblo iraquí montado en el caballo de la libertad que generosamente se le donó?
La respuesta estadounidense a esta pregunta nos llegó el 19 de septiembre de 2003, cuando Paul Bremer, jefe de la Autoridad Provisional de la Coalición, promulgó órdenes que incluían «la privatización total de las empresas públicas, los derechos de propiedad plenos de las empresas extranjeras sobre negocios iraquíes, la repatriación completa de las ganancias extranjeras […] la apertura de los bancos iraquíes al control extranjero, el trato nacional para las empresas extranjeras y […] la eliminación de casi todas las barreras comerciales»[3]. Esas órdenes debían aplicarse a todos los ámbitos de la economía, incluidos los servicios públicos, los medios de comunicación, la fabricación, servicios, transportes, finanzas y construcción. Sólo el petróleo quedaba exento (presumiblemente por su estatus especial y su importancia geopolítica como arma bajo el control particular de Estados Unidos). El derecho de sindicalización y huelga, por otro lado, quedaba estrictamente restringido. También se decretó un «impuesto fijo» altamente regresivo (un deseo remarcado por los conservadores estadounidenses). Esas órdenes eran, como señala Naomi Klein, una violación de los Convenios de Ginebra y La Haya, ya que una potencia ocupante tiene la obligación de proteger los activos del país ocupado y no tiene derecho a venderlos[4]. Existe, además, una resistencia considerable a la imposición a Iraq de lo que el Economist de Londres llama un «sueño capitalista». Hasta el ministro provisional de Comercio de Iraq, miembro de la Autoridad Provisional de la Coalición designado por Estados Unidos, atacó la imposición forzada del «fundamentalismo de libre mercado», describiéndolo como «una lógica defectuosa que ignora las enseñanzas de la historia»[5]. Casi con toda seguridad, como también señala Klein, la resistencia inicial de Estados Unidos a celebrar elecciones directas en Iraq surgió del deseo de trabajar con unos representantes designados, y muy dóciles, que dejaran fijadas esas reformas de libre mercado antes de que la democracia directa (que casi con toda seguridad las repudiaría) se hiciera cargo del país. Si bien las reglas de Bremer se considerarían ilegales si fueran impuestas por una potencia ocupante, es probable que se consideren legales según el derecho internacional si son confirmadas por un gobierno «soberano» (aunque no haya sido elegido y sea provisional). El gobierno interino que entró en funciones a finales de junio de 2004, aunque denominado «soberano», sólo tenía el poder de confirmar las leyes existentes. No podía modificarlas ni promulgar otras nuevas (aunque, a tenor del perfil de sus integrantes, era poco probable que semejante gobierno se hubiera alejado radicalmente de los decretos de Bremer).
El giro neoliberal
Evidentemente, lo que Estados Unidos trata de imponer por la fuerza en Iraq es un aparato estatal neoliberal en toda regla cuya misión fundamental es facilitar las condiciones para una provechosa acumulación de capital. El tipo de medidas que Bremer delineó son, siguiendo la teoría neoliberal, necesarias y suficientes para la creación de riqueza y, por tanto, para mejorar el bienestar de poblaciones enteras. La combinación de la libertad política con la libertad de mercado y de comercio lleva mucho siendo una característica fundamental de la política neoliberal y ha dominado la actitud de Estados Unidos hacia el resto del mundo durante muchos años. En el primer aniversario del 11 de Septiembre, por ejemplo, el presidente Bush anunció en un artículo de opinión publicado en el New York Times que «usaremos nuestra posición de fuerza e influencia incomparables para construir una atmósfera de orden y apertura internacional en la que el progreso y la libertad puedan florecer en muchas naciones. Un mundo pacífico de libertad creciente sirve a los intereses estadounidenses a largo plazo, refleja perdurables ideales estadounidenses y une a los aliados de Estados Unidos […] Buscamos una paz justa donde la represión, el resentimiento y la pobreza sean reemplazados por la esperanza de democracia, desarrollo, libre mercado y libre comercio», habiendo demostrado estas dos últimas «su capacidad para sacar sociedades enteras de la pobreza». Hoy, concluía, «la humanidad tiene a su alcance la oportunidad de establecer el triunfo de la libertad sobre todos sus antiguos enemigos. Estados Unidos saluda con gratitud la responsabilidad de liderar esta gran misión». Ese mismo lenguaje aparecía en el prólogo del Documento de Estrategia de Defensa Nacional publicado poco después[6]. Es esa libertad, interpretada como la libertad de mercado y de comercio, la que debe imponerse a Iraq y al mundo.
Es útil recordar aquí que el primer gran experimento de conformación de un Estado neoliberal se produjo en Chile tras el golpe de Estado de Pinochet el «pequeño 11 de Septiembre» de 1973 (casi treinta años antes del anuncio de Bremer del régimen que se iba a instalar en Iraq). Aquel golpe, contra el gobierno socialdemócrata e izquierdista democráticamente elegido de Salvador Allende, fue fuertemente respaldado por la CIA y por el secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger. Reprimió violentamente todos los movimientos sociales y las organizaciones políticas de la izquierda y desmanteló todas las formas de organización popular (como los centros de salud comunitarios en los barrios más pobres). El mercado laboral fue «liberado» de restricciones reguladoras o institucionales (por ejemplo, del poder sindical). Pero, en 1973, las políticas de sustitución de importaciones que habían dominado anteriormente los intentos latinoamericanos de regeneración económica (y que habían tenido éxito hasta cierto punto en Brasil después del golpe militar de 1964) habían caído en desgracia. Con la economía mundial sumida en una grave recesión, se requería claramente algo nuevo. Un grupo de economistas conocidos como «los Chicago boys» –por su apego a las teorías de Milton Friedman, quien era profesor en la Universidad de Chicago– fueron convocados para ayudar a reconstruir la economía chilena. Lo hicieron siguiendo líneas de libre mercado, privatizando activos públicos, abriendo recursos naturales a la explotación privada y facilitando la inversión extranjera directa y el libre comercio. Se garantizó el derecho de las empresas extranjeras a repatriar las ganancias de sus operaciones chilenas. El crecimiento liderado por las exportaciones fue favorecido por encima de la sustitución de importaciones. El único sector reservado para el Estado fue el recurso clave del cobre (como el petróleo en Iraq). La posterior recuperación a corto plazo de la economía chilena en términos de crecimiento, acumulación de capital y altas tasas de rendimiento de las inversiones extranjeras, proporcionó pruebas sobre las que se iba a basar el giro posterior a políticas neoliberales más abiertas tanto en Gran Bretaña (bajo Thatcher) como en Estados Unidos (bajo Reagan). No era la primera vez que un brutal experimento llevado a cabo en la periferia se convertía en modelo para la formulación de políticas en el centro (al igual que ahora se propone la experimentación con la reducción de impuestos en Iraq)[7].
Sin embargo, el experimento chileno demostró que los beneficios no estaban bien distribuidos. Al país y sus elites gobernantes, junto con los inversores extranjeros, les fue bien; no así a la gente en general, que salió malparada. Esto ha sido un efecto de las políticas neoliberales lo bastante persistente a lo largo del tiempo como para considerarlo estructural e intrínseco de todo el proyecto. Duménil y Lévy llegan a argumentar que el neoliberalismo fue, desde el principio, un proyecto para restaurar el poder de clase de las capas más ricas de la población. Comentando cómo le fue al 1 por 100 que más gana en Estados Unidos, escriben:
Antes de la Segunda Guerra Mundial, esos hogares recibían alrededor del 16 por 100 de la renta total. Ese porcentaje cayó rápidamente durante la guerra y, en la década de 1960, se había reducido al 8 por 100, una meseta que se mantuvo durante tres décadas. A mediados de la década de 1980 se disparó repentinamente, y para fines de siglo alcanzó el 15 por 100. En cuanto a la riqueza total, la tendencia es en general idéntica…[8].
Otros datos muestran que el 0,1 por 100 de los receptores de ingresos más favorecidos aumentaron su participación en la renta nacional del 2 por 100 en 1978 a más del 6 por 100 en 1999. Casi con seguridad se puede afirmar que, con los recortes de impuestos implementados por la administración Bush, la concentración de la riqueza en los escalones superiores de la sociedad prosigue a buen ritmo. Duménil y Lévy también señalaban que «la crisis estructural de la década de 1970, con tipos de interés apenas superiores a las tasas de inflación, bajos pagos de dividendos por parte de las corporaciones y mercados bursátiles deprimidos, redujo aún más los ingresos y la riqueza de los más ricos» durante esos años. La década de 1970 no sólo se caracterizó por una crisis global de estanflación, sino que fue el periodo en que el poder de las clases altas estaba más seriamente amenazado. El neoliberalismo surgió, prosigue el argumento, como respuesta a esa amenaza[9].
Pero la justificación de esta tesis de restauración del poder de clase requiere que identifiquemos una constelación específica y orquestada de fuerzas de clase tras el giro hacia las políticas neoliberales, ya que ni en Gran Bretaña ni en Estados Unidos era posible recurrir a la violencia del tipo chileno. Era necesario obtener el consentimiento. Debemos volver a la década crucial de 1970 para ver cómo sucedió esto.
El Estado socialdemócrata en Europa y el compromiso keynesiano sobre el que se basó el pacto social entre el capital y el trabajo en Estados Unidos, habían funcionado bastante bien durante los años de alto crecimiento de las décadas de 1950 y 1960. La política redistributiva, los controles sobre la libre movilidad del capital, el gasto público y la construcción del Estado del Bienestar habían ido de la mano con tasas relativamente altas de acumulación de capital y rentabilidad en la mayoría de los países capitalistas avanzados. Pero, a finales de la década de 1960, esto comenzó a deteriorarse, tanto a nivel internacional como en las economías nacionales. En 1973, incluso antes de la guerra árabe-israelí y del embargo petrolero de la OPEP, el sistema de Bretton Woods, que había regulado las relaciones económicas internacionales, se había disuelto. Las señales de una grave crisis de acumulación de capital eran evidentes en todas partes, marcando el comienzo de una fase global de estanflación, de crisis fiscales en varios Estados (Gran Bretaña tuvo que ser rescatada por el Fondo Monetario Internacional en 1975-1976, y la ciudad de Nueva York se declaró técnicamente en bancarrota en el mismo año, mientras que en casi todas partes se recortó en el gasto público). El compromiso keynesiano se había derrumbado como una forma viable de gestionar la acumulación de capital compatible con la política socialdemócrata[10].
La respuesta de la izquierda fue profundizar el control estatal y la regulación de la economía (incluyendo, si se consideraba necesario, frenar las aspiraciones de los movimientos obreros y populares mediante medidas de austeridad y controles de salarios y precios), sin desafiar en cambio los poderes de la acumulación de capital. Esta respuesta fue adelantada por los partidos socialistas y comunistas aliados en Europa (que ponían sus esperanzas en experimentos innovadores en gobernanza y gestión de la acumulación de capital en lugares como la «Bologna Rossa», o en el giro hacia un socialismo de mercado más abierto e ideas «eurocomunistas» en Italia y España). La izquierda recabó un considerable respaldo popular para ese programa, acercándose al poder en Italia, llegando al gobierno en Francia, Portugal, España y Gran Bretaña, y manteniendo el poder en Escandinavia. Hasta en Estados Unidos un Congreso controlado por el Partido Demócrata inició, a principios de la década de 1970, una gran oleada de reformas reguladoras (promulgadas por Richard Nixon, un presidente republicano) en cuestiones medioambientales, laborales, de consumo y de derechos civiles[11]. Pero, en términos generales, la izquierda no fue mucho más allá de las soluciones socialdemócratas tradicionales, y mediada ya la década de 1970 estas se habían demostrado incapaces de satisfacer los requerimientos de la acumulación de capital. El efecto fue polarizar el debate entre las fuerzas socialdemócratas, por un lado (que a menudo se dedicaban a una política pragmática de frenar las aspiraciones de sus propios electores), y las aspiraciones de todos los interesados en establecer condiciones más abiertas para la acumulación activa de capital, por el otro.
El neoliberalismo, como posible antídoto contra las amenazas al orden social capitalista y como solución a los males del capitalismo, había estado largo tiempo al acecho en los flancos de la política pública. Pero hasta los años difíciles de la década de 1970 no comenzó a avanzar hacia el centro del escenario, particularmente en Estados Unidos y Gran Bretaña, promovido por diversos laboratorios de ideas, o think tanks, como el Instituto de Asuntos Económicos de Londres y la Universidad de Chicago. Ganó respetabilidad al hacerse con el Premio Nobel de Economía dos de sus principales adalides, Friedrich von Hayek en 1974 y Milton Friedman en 1976, y comenzó gradualmente a ejercer influencia práctica. Durante la presidencia de Carter, por ejemplo, la desregulación de la economía surgió como una de las respuestas a la situación crónica de estanflación que había prevalecido en Estados Unidos durante la década de 1970; pero la consolidación espectacular del neoliberalismo como nueva ortodoxia económica que regula las políticas públicas en el mundo capitalista avanzado ocurrió en Estados Unidos y Gran Bretaña en 1979.
En mayo de aquel año, Margaret Thatcher fue elegida primera ministra de Reino Unido con un fuerte respaldo para reformar la economía. Bajo la inf...

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