La lucidez del cine mexicano
eBook - ePub

La lucidez del cine mexicano

Jorge Ayala Blanco

Share book
  1. 200 pages
  2. Spanish
  3. ePUB (mobile friendly)
  4. Available on iOS & Android
eBook - ePub

La lucidez del cine mexicano

Jorge Ayala Blanco

Book details
Book preview
Table of contents
Citations

About This Book

La duodécima entrega del ya canónico alfabeto del cine nacional está integrada por textos analíticos, igualmente rigurosos y respaldados teórica y metodológicamente por el nutrido bagaje de uno de los investigadores y críticos con mayor reconocimiento y trayectoria en México. Integrada en su totalidad por textos inéditos, La lucidez del cine mexicano sondea aspectos inexplorados del fenómeno fílmico nacional que va de 2013 a 2014 y termina por dar cuenta de una arista del panorama cultural, en cuyo "límite, se rescatan la lucidez y los destellos de lucidez del cine mexicano actual, porque ya se ha vuelto inútil, fútil y ocioso e innecesario, demoler lo demolido".

Frequently asked questions

How do I cancel my subscription?
Simply head over to the account section in settings and click on “Cancel Subscription” - it’s as simple as that. After you cancel, your membership will stay active for the remainder of the time you’ve paid for. Learn more here.
Can/how do I download books?
At the moment all of our mobile-responsive ePub books are available to download via the app. Most of our PDFs are also available to download and we're working on making the final remaining ones downloadable now. Learn more here.
What is the difference between the pricing plans?
Both plans give you full access to the library and all of Perlego’s features. The only differences are the price and subscription period: With the annual plan you’ll save around 30% compared to 12 months on the monthly plan.
What is Perlego?
We are an online textbook subscription service, where you can get access to an entire online library for less than the price of a single book per month. With over 1 million books across 1000+ topics, we’ve got you covered! Learn more here.
Do you support text-to-speech?
Look out for the read-aloud symbol on your next book to see if you can listen to it. The read-aloud tool reads text aloud for you, highlighting the text as it is being read. You can pause it, speed it up and slow it down. Learn more here.
Is La lucidez del cine mexicano an online PDF/ePUB?
Yes, you can access La lucidez del cine mexicano by Jorge Ayala Blanco in PDF and/or ePUB format, as well as other popular books in Medios de comunicación y artes escénicas & Películas y vídeos. We have over one million books available in our catalogue for you to explore.

1. La lucidez póstuma

La felicidad consiste en darse cuenta
de que todo es un sueño extraño.
Jack Kerouac, En el camino

La lucidez relegada

Barbilindo, juvenil fuera del tiempo y bien acicalado hasta en el añorado fragor de los frentes de batalla, debatiéndose a perpetuidad dentro de un saco sublime que en todo momento le es inclemente por ser demasiado grande, el insumiso revolucionario sinaloense Rafael Buelna (Sebastián Zurita) es entrevistado a bordo de un armón de vía férrea por el servil literato-cronista futuro Martín Luis Guzmán (Andrés Montiel), un oscuro periodista retrógrado, como los de todos los diarios porfirianos o huertistas de la capital, y la contundente respuesta altiva, aunque urgente de ser aclarada de inmediato, para dejar bien asentado que él es ajeno a toda búsqueda de poder por el poder (“Mi lugar está junto a los ciudadanos” / “¿Ciudadano? Pero lleva usted puesto el uniforme” / “Le dije ciudadano, no le dije civil”), desata desde ese 1913 un sinfín de flashbacks que habrán de constituir, inadvertidamente, la casi totalidad de la cinta, que corresponden a la vida del héroe, de sus 24 años en adelante.
Para empezar, Buelna, estudiante de licenciatura en derecho, profesorcillo, poeta y aspirante a periodista, es apadrinado en sus primeros pasos como incendiario articulista provinciano en exceso impaciente (“Lanzarse a la Revolución puede ser muy caro”), por el jocundo literato cinicazo Heriberto Frías (Jorge Zárate sobreactuando a gusto), autor de la novela abruptamente citada y leída a cámara Tomochic, en la sala de redacción de El Correo de la Tarde y, faltaba más, aquí entre machos desinhibidos, en burdeles con suripantas maniáticas de chupar pirulís puntiagudos-minifálicos de cremosa cima multicolor, para hacer coro a las hijitas parroquiales al revés de un diario llamado El Monitor y a las socavadoras enseñanzas del prusiano Carl von Clausewitz reducidas a una sola máxima lugarcomunesca (“La guerra es la continuación de la política por otros medios”) en el lugar que les corresponde. Buelna acudiendo en bicicleta a la magnificente explanada de un casco de hacienda vuelto sitio ideal para las despedidas memorables a la linda prometida Luisa Sarría (Marimar Vega) ya en espera eterna de eterna mártir por la eternidad y un día (“Hasta que mi muerte nos separe”).
Más adelante, Buelna, recomendado por amistades comunes para tomar en un vagón al mismísimo candidato Francisco I. Madero (Humberto Busto) como testigo comprensivo de sus quejas (“Todos los diputados porfiristas estaban vendidos”) y ponderado moderador de sus irresponsables proyectos democráticos para los alzamientos de una revolución instantánea. Buelna, emparejando y cruzando su cochecito de motor con un gemelo suyo en un crucero para ponerse de acuerdo en la crucial decisión (“Se acabaron los alegatos, con esos pelagatos” / “Pasemos a los hechos”). Buelna en trance interruptus de ser pasado por las armas pero sarcásticamente salvado (“Luego le cuenta a sus nietos lo que yo no alcancé a ver”). Buelna confundido (“El general Buelna soy yo”) como subalterno de su ayudante por mocetón (“’ta tiernito, Buelnita”) y despreciado socarrona / socarroñamente por un rústico prietazo general aliado Juan Carrasco (Dagoberto Gama) como cualquier bravucón de cantina y cual representante de todos los mexicanos acomplejados (y cornudos) que en el país han sido ante la gente blanca de razón e instruida (“Yo vengo aquí a hablar cosas de hombres”), pero dándole al clavo premonitorio (“Ese pelo de jilote no se va a entender con nadie”). Buelna saboreando el contundente triunfo de la columna buelnista con monocorde modestia antijerárquica (“Cúbranse señores, aquí no hay nadie de respeto”) y perdonándoles la vida a sus enemigos y respetándoles sus propiedades y privilegios. Buelna sufriendo un bellicus interruptus (otro interruptus, ya haciéndose costumbrita) en plena celebración rumbosa, apenas acabando de bailar el vals “Club verde” con su esposita, orgullosamente resignada de antemano a no tener noche nupcial, en virtud de su asumido don quintaesenciadamente mexicanísimo de la feminidad abyecta-abnegada que tanto le gusta a su realizador-auteur (“Sé con quién me casé hoy, y estoy preparada para todo”), permitiendo que una velita encendida derritiera la figurilla de un generalito con espadín que adornaba su pastel de bodas.
Poco después, Buelna entendiéndose sensacional y sorprendentemente bien, y en el mismo parco lenguaje, con un ultrahuraño Emiliano Zapata (Tenoch Huerta) más que desconfiado, en el apenas accesible cuartel semiclandestino de este prócer que jamás abandonaba la mirada de borrego a medio morir y el doliente hablar pausado del infinito dolor populista (“Lamentamos pensar distinto, pero somos pueblo, y así seguiremos”). Buelna participando en la Convención de Aguascalientes y en la invasión a Palacio Nacional al lado de un burdote gigantón Pancho Villa (Enoch Leaño) de hablar golpeado, insaciable curiosidad de ranchero y discretamente distante de un reparto de semillas con filas de soldaderas y niños al pie de los vagones de vituallas, emulando a Domingo Soler, el auténtico Pancho Villa y suspendiendo por un instante sus regocijadas risotadas burlonas de indomable cerdazo. Buel-na ejerciendo sus derechos legales a designar a un intelectual liberal como jefe político en la plaza tomada de Tepic, y disintiendo una y otra vez de los abusos del poder del general Álvaro Obregón (Gustavo Sánchez Parra recio aunque subactuando por pudor mal entendido), y desobedeciendo las órdenes de permanecer acuartelado (“De usted depende la calidad de respeto que nos merezcamos”), y rebelándose instintivamente (“No es que les falte, sino hay que ponerse de acuerdo”) contra el caudillo naciente (“Es el precio”), al extremo de capturarlo y estar a un tris de fusilarlo sin siquiera un simulacro de juicio sumario. Buelna recién nombrado general brigadier por Venustiano Carranza (Raúl Méndez) en persona para motivar sin motivo las insistentemente inmotivadas intervenciones especiales de una mesera canora (Paquita la del Barrio), de un cruento guiñolesco atroz general Fierro (Ramón Medina) con la mano inmaterial bien adentro de su cabecita y de un calculador implacable Carranza, sin empacho alguno para seguir haciendo valer su neoporfiriano legalista Plan de Guadalupe por encima del agrarista radical Plan de Ayala zapatista que acababa de ser aprobado / adoptado por la Convención de todas las huestes alzadas. Buelna acorralado pero todavía enarbolando la dignidad de los ideales revolucionarios sólo respaldado por su amigo-secretario de fiel fidelidad canina el ascendente militar insurrecto Enrique Estrada (Iván Arana).
Y para acabar rapidito, Buelna previsor de su futuro post mortem en pleno levantamiento de Adolfo de la Huerta, al dejar magnánimamente en libertad a su prisionero herido el general inepto para la contienda Lázaro Cárdenas (Armando Hernández), quien sabrá agradecer más tarde ese favor recibido en su celda. Buelna en pulcro uniforme militar y muy erecto sobre su caballo, pero venadeado y muerto a tiros, casi por casualidad en su trote a través de los llanos, mediante una ametralladora apostada tras unas matas por dos soldados que no dejan de darles a sus pitillos cual si mascaran displicentes chicles. Buelna ya cadáver tan impoluto como sus atuendos y colocado sin ataúd, pero con gorra de visera encima del pecho, sobre unos cajones en medio de una estación vecinal de trenes por donde acierta a pasar un contingente de chavos soldaditos de leva entre sorprendidos y admirativos. Buelna en ausencia aunque con epitafio escrito en letras blancas, que no de oro, sobre la pantalla, estipulando que murió el 23 de enero de 1924, pero cuyos restos sólo fueron exhumados y enviados a Sinaloa lustros después por el presidente Cárdenas, para ser nombrado allí Hijo Predilecto, sin duda en espera de ser reivindicado en la memoria icónica por alguna biopic tan atenta y esforzada como ésta, cuando menos.
En Ciudadano Buelna (Cuatro Soles Films - Universidad Autónoma de Sinaloa - Gobierno Constitucional del Estado de Sinaloa - Estudios Churubusco Azteca, 110 minutos, 2012), largometraje 27 del tenaz cineasta franco-mexicano de 75 años Felipe Cazals (en la archiesquemática línea biográfica iniciada por encargo con Emiliano Zapata, 1970, y Aquellos años, 1972, pero vocacionalmente proseguida por decisión propia con Su Alteza Serenísima, 2000), con guión suyo y de Leo Eduardo Mendoza (el libretista histórico descubierto por Antonio Serrano para sus más meritorios Hidalgo, la historia jamás contada y Morelos, 2010 / 2012) que da crédito como asesor histórico al Lic. Leonardo Lomelí Villegas e incluye dentro de su bibliografía al libro Las caballerías de la Revolución: Rafael Buelna del egregio historiador José C. Valadés, cierra ilusoriamente un ambicioso tríptico en torno a la Revolución Mexicana, iniciado por su realizador con Las vueltas del citrillo (2005), sobre la época prerrevolucionaria, y proseguida por Chicogrande (2010), sobre las imaginarias hazañas / fechorías de Pancho Villa, y concluido ahora en su tercer asalto, en pos de una lucidez relegada. Relegada en múltiples sentidos: relegada por la propia trilogía acaso comenzada ignorantemente de manera indeliberada y accidental, relegada porque se autorrelega e ignora a sí misma, relegada porque desea revelar quizá con las mejores intenciones más que fallidas una figura pública e histórica prácticamente ignorada y por lo tanto relegada, relegada porque relega toda búsqueda de expresión pura y específicamente fílmica al conformarse con parecer y ser sustancialmente teleteatro recitado y proferido, relegada porque se asume como tenazmente relegante apenas antier, relegada ya que hablando con vehemencia a espectadores víctimas de nuestro sistema educativo y por ende considerados relegados e ignorantes de la verdadera Historia y lo que sigue, a secas, mañana y siempre, como sigue.
La lucidez relegada se basa en la incompletud perfecta, absoluta y todoabarcadora. Una colección de estampas deslavadas y casi desnudas sin estructura dramática ni línea narrativa. Un recuento de hechos por mero escalonamiento sin causa ni efecto. Unos inconsistentes saltos de frase declarativa para la Historia a frase declarativa para la historieta, dichas sin apenas énfasis declamatorio (a diferencia de lo que antes acostumbraba Cazals) aunque sin poder eliminar a éste por completo, mediante frases tan solemnes cuan informativas en el límite de la contundencia irreprochable. Una carita linda sin cuerpo ni órganos pensantes o de los otros (con Sebastián Zurita de imprudente pena ajena al envidiar cada vez más en cada episodio la mamoncísima TVpetulancia patriarcal de su papito Humberto). Una figura atractiva sin alma (a nivel de reedición infraventura de la vieja historieta de El pequeño sheriff de Editormex). Un desfile de fantasmones de acartonado cartabón acuartelado apenas merecedor de un blandengue Cuartelazo (Alberto Isaac, 1976) equiparable, puesto que, según la aguda y bien informada crítica Fernanda Solórzano (en Letras Libres, número 172, abril de 2013) “el casting de Ciudadano Buelna busca desdibujar la historia y poner cara a los temperamentos” (¿a quién podría ocurrírsele tamaña barbaridad, existiendo ya el Sombrero Seleccionador de Harry Potter?). Una serie de diálogos a campo-contracampo asfixiantes, hasta en el armón con el periodista despistado o con la novia de los automoribundos adioses irresistibles. Un compendio de vidas contradictorias sin libertad y reducidas a su simple destino sin rumbo ni alternativa distinta. Unos colores pálidos sin escala de tintes. Una serie de combates míseros por misericordiosamente elípticos, en punta del iceberg o en interruptus, en definitiva sin posibilidad de ser mostrados, salvo indirectamente como la elíptica toma del fuerte federal por una carga de caballería desplegándose al avanzar cual tenaza vista desde el desconcierto de los sardos apuntando desde las alturas, o como el reguero de cadáveres fotogénicamente desparramado entre vías de tren escoltando a la victoriosa caballería buelnista, o de plano como el plano sobre una mesa desplegado para que despliegue Buelnita su innata capacidad de apantallador estratega insuperable, dejando boquiabiertos y babeantes a los más ceñudos tácticos obregonistas en campaña, para dar pie a vehementes tecleados del cacofónico prosista elogioso Frías (“La población aclama / al joven vencedor”). Una geografía occidental republicana sin itinerario ni ubicación ni enlaces (Maza-tlán, Culiacán, Orendáin, Tepic, Ciudad de México, Villa de Ayala, San Blas, camino a Jalisco). Una cronología de inconsecuentes sucesiones y recuento de hechos sin consecuencias (el estudiantil 1909 en el Colegio Civil Rosales de donde fuera expulsado, los maderistas 1911 y 1912, el trágico 1913 del asesinato presidencial cuando ya había retornado al colegio, el 1914 de las cabalgatas en campaña y las disensiones en la gran convención revolucionaria, el 1920 anticarrancista-antiobregonista hasta participar en la triunfante rebelión delahuertista, el 1924 del deceso ya en obsolescente declive político), repleto de vaguedades y pavorosas lagunas, dada su retensión omnirreseñística. Un conjunto de atisbos biográficos que no llegan a configurar ni siquiera una semblanza de semblanzas a trizas o en trazos, como esa entrona tumbahombres coronela adúltera La Güera Carrasco (Elizabeth Cervantes) que literalmente se le mete en la cama al héroe (“Parece usted un muchachito”) y meses después vuelve a ofrecérsele temeraria y ya viuda resulta una dulce palomita madre de una niña de nombre Jacaranda vivazmente igualadota, o ese imprevisible general Lucio Blanco (Damián Alcázar) lleno de sorna distanciada-distanciante (“Es cierto, le estaba mintiendo”) pero con valiente y extraño apego a su odiado jefe Obregón, al grado de querer acompañarlo ante el pelotón de fusilamiento que ha ordenado su insobornable correligionario sinaloense, o de la sumisión enfermiza rayana en la gratuita traición / autotraición consentida. Una serie de apariciones y desapariciones de figurones históricos sin pertinencia ni razón ni desembocadura: como ese histriónico ideólogo zapatista Antonio Díaz Soto y Gama (Bruno Bichir divertidísimo) que hace su azaroso numerazo a punta de pistola en la Convención de Aguascalientes (“Aquí venimos honradamente”), al agraviar con desgañitada ferocidad como a un hilacho la bandera tricolor de los triunfantes criollos opresores de indios (“Somos la Revolución, ésta es una mentira histórica”) pero ante la cual termina arrodillándose con reverencia porque en ella creen todos los demás. Un rollazo de rollazos sin ilación ni probabilidad de sentido unitario. Una película-amiba, voluntariamente deslucida, voluntariosamente amorfa, divagante y rebosante de inconsistencias de ostión veleidoso. Una grandiosa obra fílmica que nunca acaba de empezar (con una primera parte jadeada) y luego jamás termina de acabar (con una farragosa segunda parte), sin nada, ni sustancial ni sustantivo, en medio.
La lucidez relegada corrobora y plasma el pasmado desarraigo de su protagonista como una búsqueda de formas nuevas para él, aunque antiquísimas y anacrónicas en derrotero de los lenguajes fílmicos. Como si lo arrastrara consigo un arrebato de autonegación visceral anterior a la autocrítica y al autocuestionamiento y al autoconocimiento genuinos, Cazals intenta acometer (y cometer) lo contrario de lo que solía hacer en su cine biográfico, desde Emiliano Zapata y Aquellos años: el destemplado desfile de héroes perfilados y petrificados en su rotonda granítica, ahíto de frases pomposas que ondea y agita pour s’épater lui-même, entre la f...

Table of contents