Recipronomics
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Recipronomics

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Recipronomics

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Casi nadie cuestiona hoy que nuestro modelo capitalista requiere una revisión urgente, porque no responde plenamente a las necesidades y retos actuales. Si queremos avanzar hacia una sociedad en la que el desarrollo no esté reñido con la justicia ni con y el respeto por nuestro propio hogar, la Tierra, hemos de aspirar a un nuevo capitalismo, básicamente más humanizado.Antes de que lleguemos al punto de no retorno —que está a la vuelta de la esquina—, debemos cambiar la manera en la que nos relacionamos entre nosotros y con nuestro planeta, pensando siempre en un ideal ambicioso pero justo, atrevido pero equilibrado, ilusionante y a la vez integrador.En este nuevo libro, Ventura Ruperti propone algunas vías para encaminarnos hacia ese futuro diferente. Entre otras, la implementación de una economía mucho más centrada en la Reciprocidad, que combine de manera constructiva los legítimos intereses personales y los comunitarios; que instituya el voto múltiple como estímulo hacia la solidaridad y la acción social; que promueva la instauración de un reparto equitativo de los resultados remanentes en las empresas, y que desarrolle una regulación de los mercados que sea beneficiosa para el conjunto y no solo para unos pocos.Recipronomics ofrece una revisión absolutamente necesaria de nuestra sociedad, porque… o cambiamos ahora o ya no podremos.

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Information

1. Primeras palabras

Soy perfectamente consciente de que este libro plantea más dudas y preguntas que respuestas. Sin embargo, no es una cuestión que me quite el sueño, porque mi experiencia vital me lleva a pensar que lo que planteo requiere urgente consideración y análisis. En realidad, lo que espero es suscitar interés y provocar debate, pues ese es el camino hacia el cambio, que es, en esencia, el asunto central de este libro. Debemos cambiar el enfoque actual de nuestra sociedad, de quiénes queremos ser y cómo queremos relacionarnos entre nosotros y con nuestro planeta, pensando siempre en un ideal ambicioso pero equilibrado, atrevido pero razonado, ilusionante y a la vez integrador.
En todo caso, dado que cuando yo mismo he tenido ante mí a interlocutores con buenas preguntas, con cuestiones incisivas, pero justificadas y lógicas, nunca me he sentido molesto —aunque no tuviese entonces las respuestas—, sigo adelante con las que aquí formulo, esperando que los interrogantes que planteo sean atractivos, pues estoy convencido de que las respuestas adecuadas acabarán apareciendo, probablemente no de mi mano, sino de manos más expertas y preparadas.
Es posible que estas reflexiones no encajen del todo con el sentir de unas cuantas personas. De hecho, es bastante probable, porque mis objetivos al escribirlas pretenden generar un debate abierto, productivo y bienintencionado. Pero, indudablemente, no a producir animadversión o rechazo. Lo último que necesita nuestro mundo es irritación y mala fe, de manera que confío en nuestra naturaleza exploradora y expansiva para que lo que aquí sugiero sirva esencialmente como motor de nuevas ideas que nos ayuden a vivir todo lo bien que sea razonable y factible, y a perdurar como especie.
El propósito es ayudar a mejorar las vidas de tantas personas como sea posible, mediante la aportación de algunas ideas centradas en reorientar nuestra sociedad hacia una forma de vivir más justa y completa, sin que ello implique eliminar los extraordinarios avances culturales, sociales y económicos que hemos conseguido a lo largo de los milenios y, muy especialmente, de los dos últimos siglos, pues a menudo hemos tenido que pagar por ellos un precio incalculable, mediante el inevitable y doloroso proceso de aprendizaje por ensayo y error.
Tal vez lo que propongo sea complejo. Pero lo planteo igualmente y de manera abierta, porque estimo que también incluye la semilla de algo mejor y más humano, algo digno del esfuerzo que pueda exigirnos su análisis, debate y, eventualmente, su aplicación. No hay avances sin esfuerzos; no hay aciertos sin errores. Paso a paso, día tras día, es nuestra responsabilidad —y nuestro privilegio— seguir buscando la mejora continua en nuestras vidas. No somos perfectos, pero tenemos todo el derecho a intentar serlo.
En un momento en que empiezan a consolidarse claramente nociones como la economía circular (1), el stakeholder capitalism (2), o la inversión socialmente responsable (3), y son cada vez más numerosos los líderes empresariales que están buscando caminos nuevos, más justos y más sensibles hacia el mundo que nos rodea, ha llegado la hora de demostrar que podemos tener y compartir una visión amplia, ambiciosa y optimista de nuestro propio futuro.
Así, cuando el 77 % de los gestores de fondos institucionales manifiestan abiertamente que en el futuro inmediato ya no realizarán inversiones (y hablamos de billones de euros) en activos que no tengan una clara relación directa con los tres ejes de la política de inversión socialmente responsable —sostenibilidad medioambiental, impacto social y gobernanza corporativa (ESG por sus siglas en inglés: Environmental, Social, Governance)—, es evidente que los grandes objetivos que hemos de perseguir entre todos se alinean gradualmente y en la buena dirección.
Pero quizá más relevantes que los deseos manifestados, son los números y los resultados concretos de rentabilidades reales obtenidas. Y el hecho constatado durante la pandemia de la covid, confirmando que un importante número de fondos relacionados con inversión socialmente responsable han sufrido varapalos mucho menores que los fondos más tradicionales, demuestra a los más escépticos que la ecología y la economía no tienen por qué estar reñidas, como tampoco han de estarlo la solidaridad y la rentabilidad. Su compatibilidad no solo es perfectamente viable; es imprescindible para nuestra supervivencia.
Por otro lado, estamos viendo, desde hace ya demasiados años, unos preocupantes síntomas del estado emocional de nuestras sociedades. La depresión y la ansiedad causan estragos y no dejan de crecer entre la población. En las últimas cuatro décadas las tasas de suicidio han aumentado un 60 % a escala mundial, y estos números no incluyen los intentos de suicidio, que son hasta veinte veces más frecuentes que los suicidios consumados. Cada año se quitan la vida casi un millón de personas, lo que supone una tasa de mortalidad global de 13 por cada 100 000 o, lo que es lo mismo, una muerte autoinfligida cada 35 segundos.
Asimismo, el advenimiento más reciente de la colapsología (4) denota que un porcentaje muy preocupante de las personas que configuramos el tejido de nuestra sociedad mostramos, cada vez más, una visión pesimista y funesta de nuestro futuro, en el que un declive agónico, ya sea rápido o gradual, parece inevitable.
Algunas estadísticas publicadas parecen confirmar que una parte importante de la población de las economías más avanzadas tiene malos presagios para el futuro de nuestra sociedad y, consecuentemente, toma distintas medidas para «prepararse para lo peor», alcanzando, en un porcentaje sorprendente, cotas de preocupación directa por su supervivencia en un futuro imaginado envuelto en el caos y la desintegración social en todos los ámbitos. No se alude abiertamente al Armagedón, pero se deja entrever con claridad.
Sin embargo, en mi opinión, está claro que no tenemos por qué asumir ese porvenir, tanto porque no lo queremos como porque podemos modificarlo si nos ponemos a ello seriamente y con voluntad de dar un giro fundamental a la manera en que vivimos y actuamos como sociedad.
Por último, creo que es vital reconocer que me preocupa que las desigualdades económicas y sociales puedan acelerarse hasta situaciones límite y alejar del horizonte colectivo el motor motivacional que significa para cualquier persona la visualización de un futuro mejor para sí y para los suyos, a base del propio esfuerzo, trabajo y tenacidad. Hasta hoy, la meritocracia ha demostrado ser un enfoque —casi un modo de vida— difícilmente mejorable para dinamizar el ascensor social que, si bien no siempre funciona como debería, motiva y estimula la búsqueda de la continua mejora de uno mismo.
Así, se trata, sobre todo, de luchar contra la pobreza y todos los males sociales que se derivan de ella. Este reto indiscutible al que nos enfrentamos merece todo el esfuerzo necesario por parte del tejido social y de cada uno de nosotros como individuos. La ONU no se equivoca cuando sitúa la lucha contra la pobreza como uno de sus objetivos más relevantes a corto plazo.
Pero como la descripción o cuantificación de la pobreza siempre resulta difícil y contestable, dado que no es ni suficiente ni eficaz aplicar únicamente valores económicos absolutos en su interpretación, su definición ha de ser ampliada, de forma que también se incluyan en el contexto aquellos elementos disfuncionales de nuestra sociedad que pueden conducir hacia un gradual empobrecimiento global, ya sea de manera muy visible o de un modo imperceptible. Como, por ejemplo, las políticas educativas excesivamente laxas; el enaltecimiento de determinadas conductas asociales; la propagación de actitudes hedonistas a toda costa; o la búsqueda del éxito social y económico, que mitifican el oportunismo en lugar del esfuerzo.
Y aunque, insisto, los baremos deben ser reinterpretados, si revisamos las cifras oficiales solo para hacernos una idea acerca de qué cantidades estamos hablando, el panorama es desesperanzador: según una evaluación preliminar sobre 2020 llevada a cabo por el Banco Mundial, en la que se agregan los efectos de la covid, se calcula que la pandemia empujará a la pobreza extrema a entre 88 millones y 115 millones más de individuos, lo que situará el total mundial en más de 700 millones de personas. Es una instantánea prácticamente postapocalíptica, que no deja lugar a dudas sobre que «algo» debe cambiar profunda y rápidamente. Y, o provocamos nosotros ese cambio, tomando las riendas para que vire en la dirección correcta, o simplemente no ocurrirá, y el panorama no tenderá a mejorar, sino todo lo contrario.

Notas explicativas del capítulo

(1) El término «economía circular» aparece en la literatura occidental por primera vez en la década de 1980 para referirse a un sistema cerrado de interrelación entre medio ambiente y economía. Se trata de implementar una estrategia cuyo propósito es reducir tanto la entrada de materiales vírgenes como la producción de desechos, cerrando los flujos económicos y ecológicos de los recursos.1
(2) El stakeholder capitalism (capitalismo centrado en los distintos grupos de interés relacionados con la actividad empresarial, en un sentido amplio) es una filosofía de gestión empresarial por la que las compañías sirven a los intereses de todas las partes involucradas en su actividad (en inglés, stakeholders). Es decir, además de tener presentes los intereses de los accionistas, se llevan a cabo actividades de las que derivan compromisos y responsabilidades concretas y mesurables ante empleados, clientes, proveedores y comunidades locales. Si evaluamos lo que debe ser y lo que debe hacer una empresa —o asociación o fundación, etcétera— administrada desde la perspectiva del stakeholder capitalism, el propósito de una corporación no debe centrarse únicamente en maximizar las ganancias, sino en desarrollar actividades éticas para generar valor con una visión socialmente amplia y a largo plazo, sirviendo a los intereses de todas las partes interesadas, en lugar de centrarse solamente en los accionistas.2
(3) La inversión socialmente responsable (ISR) considera al mismo tiempo la rentabilidad financiera y también el impacto social y medioambiental. La Alianza Mundial para la Inversión Sostenible —GSIA por sus siglas en inglés, Global Sustainable Investment Alliance— publica cada año el Informe mundial sobre la inversión sostenible. Según dicho informe, la ISR creció en el mundo desde los 18,3 billones de dólares en 2014, hasta los 22,9 billones de dólares en 2016. En España y en 2016, la ISR llegó hasta los 185 423 millones de euros. Y los primeros datos publicados sobre el año 2020 confirman que la ISR ya ha superado globalmente los 27,5 billones de dólares.3
(4) Yves Cochet, cofundador del Institut Momentum, en París, define el colapso como «el proceso al final del cual las necesidades básicas (agua, alimentación, vivienda, vestimenta, energía, etcétera) ya no se proporcionan (a un costo razonable) a la mayoría de la población por medio de servicios enmarcados dentro de la ley». La «colapsología» fue bautizada y divulgada por los teóricos Pablo Servigne y Raphaël Stevens a través del libro Comment tout peut s’effondrer: Petit manuel de collapsologie à l’usage des générations présentes [Cómo todo puede colapsar: Pequeño manual de colapsología para las actuales generaciones] publicado en 2015 por la editorial Seuil. La colapsología defiende la idea de que el hombre influye en el medio ambiente de manera imperecedera y negativa. También difunde el concepto de «urgencia ecológica», relacionado sobre todo con el calentamiento global y el desbaratamiento de la biodiversidad. Según dicha corriente de pensamiento, el colapso de la civilización industrial proviene del vínculo entre diferentes crisis: medioambiental, energética, económica, geopolítica, democrática…4

2. Una mejor versión de nosotros

La humanidad necesita una reinterpretación de sus pautas de actuación económico-financiera en todo el mundo, para garantizar su permanente desarrollo de manera eficiente y sostenible. Hemos de resetearnos en varios ámbitos.
Para que la eficiencia y la sostenibilidad sean decisivas y duraderas deben producirse tanto desde la perspectiva social como medioambiental. No en vano, se viene repitiendo históricamente aquello de «no hay paz sin justicia», pues pocas cosas espolean y provocan tanto el resentimiento y el odio como los atropellos, la indefensión ante los abusos y el sentimiento reiterado de sufrir injusticias.
Por eso, si cabe, es francamente inconcebible que una sociedad moderna, democrática, justa, abierta, libre y sostenible asuma sin ningún pudor que el 1 % de la población mundial posea más del 50 % de toda la riqueza del planeta.
Según un estudio del instituto de investigación económica Credit Suisse, elaborado con los datos de patrimonio de 4800 millones de adultos de más de 200 países, la brecha entre los más acaudalados y los más pobres se ha incrementado exponencialmente desde el inicio de la recesión económica de 2008.5 Por otro lado, un detallado informe publicado por Oxfam —del que también se hace eco el premio Nobel de Economía Joseph E. Stiglitz en su libro La gran brecha: Qué hacer con las sociedades desiguales (Barcelona, Taurus, 2015)— arroja unas cifras impactantes para evidenciar la magnitud de la desigualdad en el mundo: menos de cien multimillonarios del planeta poseen tanta riqueza como la mitad más pobre del total de la población global, es decir, 3500 millones de personas.6
¿Es imprescindible que exista semejante abismo entre unos y otros para que nuestra sociedad funcione? ¿No hay una fórmula que permita que los más aptos posean más, por merecerlo, pero que ello no signifique que los demás deban vivir miserablemente, si puede evitarse? ¿Qué lógica explica que haya personas cuyo «valor neto» se sitúe en miles de millones mientras que otras personas, que trabajan para vivir y lo hacen honradamente, deban subsistir con ingresos que nunca les permitirán aspirar a una vida decente y cómoda (sin lujos) en lugar de estar rozando siempre el umbral de la pobreza? ¿No es posible un sistema que reconozca y recompense holgadamente el talento, el esfuerzo, el ingenio o cualquier otra virtud o habilidad sin que ello signifique condenar a la miseria a personas menos capacitadas? ¿P...

Table of contents

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Prólogo
  5. 1. Primeras palabras
  6. 2. Una mejor versión de nosotros
  7. 3. O somos cuidadosos con nuestro planeta o no seremos
  8. 4. Persiguiendo el viejo sueño
  9. 5. Los mercados son buenos. Los mercados (no muy) regulados son mejores
  10. 6. Competencia y colaboración: el yin y el yang
  11. 7. Los beneficios tienen muchas caras
  12. 8. 'Vive la différence!'
  13. 9. Emprendedores, empresarios y directivos
  14. 10. Reciprocidad
  15. 11. Justificación final (¿o inicial?)
  16. Agradecimientos
  17. Notas
  18. Colofón