En sayos analíticos
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En sayos analíticos

Analizar, enunciar, deducir

Alberto Moretti

  1. 572 pages
  2. Spanish
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En sayos analíticos

Analizar, enunciar, deducir

Alberto Moretti

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Aparecen en este volumen textos publicados en libros o revistas académicas entre 1992 y 2018. Todos pueden considerarse, con razonable amplitud de criterios, dentro de o –preferirán otros– incursos en, la vertiente analítica de la escritura filosófica. Están agrupados en cinco secciones.- En la primera, los que atienden algunas cuestiones vinculadas precisamente con este tipo de práctica intelectual, en general y en nuestro medio.- En la segunda se tratan asuntos propios del análisis del habla en relación con aquello de que parece hablarse.- La tercera reúne trabajos acerca de la obra de Frege.- En la cuarta se examinan aspectos del concepto lógico-semántico de verdad.- Integran la quinta sección varios textos donde se estudia la idea de lógica deductiva. El último escrito de esta sección no había sido publicado, pero parece de cierto interés como muestra de las complejidades de la práctica del análisis filosófico, tema de que se ocupa el primer artículo de la compilación.

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Information

Publisher
SADAF
Year
2021
ISBN
9789874778123
Edition
1
V. Lógica

Argumentos, deducción y lenguaje*

I. Contextos argumentativos
Algunos creen que el Ministro S es responsable de las medidas económicas A y B, que causaron un endeudamiento público desastroso. Creen que, además, A y B contravienen disposiciones legales y S debe ser condenado. Otras personas rechazan esta opinión en todo o en parte. El lenguaje, por supuesto, permite la consideración de una cantidad indefinida de opiniones. Es normal, entonces, que quienes tengan dudas sobre este asunto pero quieran despejarlas (muchos, lamentablemente, no quieren ni verlas) traten de hallar razones a favor o en contra de las afirmaciones involucradas en la disputa. Ese esfuerzo conduce a la necesidad de considerar grupos de oraciones con las que se pretende, por un lado, expresar el contenido de las observaciones, datos y teorías intervinientes en la discusión y, por otro lado, mostrar el grado de confianza que puede otorgárseles a ciertas oraciones esenciales en la disputa como, por ejemplo: ‘S es responsable de A y B’, ‘A y B causaron Z’, ‘A y B configuran un delito’, ‘S debe ser condenado’. Así, se dirán cosas como: “todos sabemos o podemos comprobar fácilmente que S firmó los decretos X y W, por tanto S es responsable de A y B”; “según la teoría T, si en las condiciones N se hace H, entonces el endeudamiento público aumentará, la actividad industrial disminuirá y se elevará el desempleo”. La remisión a otras teorías y creencias, naturalmente, trae el problema de la confianza que quepa depositar en ellas.
Esa práctica, consistente en sostener o presentar alguna afirmación sobre la base de otras, es la práctica argumentativa. Los procesos deliberativos, personales o colectivos involucran otros componentes (deseos, afectos, asociación libre, intereses más o menos conscientes, debilidades y expectativas varias), pero la argumentación es central en la mayoría, Y es también el factor que –al menos parcialmente– tendemos a explicitar cuando se trata de hacer públicas nuestras razones para creer o actuar. Dar argumentos, en este sentido laxo de hacer afirmaciones para procurar la aceptación de otras afirmaciones, responde a objetivos generales diversos, que podemos reconocer según sea el tipo de situación dentro de la cual se producen. La cuestión es larga y llena de matices; echemos sólo un vistazo breve y simplificador.
Empecemos distinguiendo las circunstancias en las que se produce un argumento del argumento producido. Al hacerlo, observaremos que los criterios para evaluar la pertinencia, eficacia o justificación de la formulación del argumento en su contexto situacional son, en general, distintos de los criterios para evaluar el argumento mismo, separado de ese contexto. Los criterios para evaluar los actos dialógicos (o, en general, discursivos) que incluyen argumentaciones, dependen de los objetivos involucrados en esos actos. Señalemos tres tipos de objetivos que pueden guiar la argumentación. En primer lugar, el que se manifiesta cuando se intenta eso que llamamos alcanzar conocimiento es decir, elaborar creencias que puedan serlo de cualquiera que examine honesta y concienzudamente el asunto de que se trate. Llamémoslo, en honor a nuestro contexto, buscar conocimiento científico. Un objetivo diferente, pero nada extraño, es el de procurar imponer a otros las propias creencias o deseos, hasta donde eso sea posible. Distinto de los anteriores, ocupando una posición intermedia, es el intento de convencer a un auditorio específico acerca de algún asunto. Desde luego que será muy difícil encontrar ejemplos claros de intercambios o productos lingüísticos, regidos totalmente por uno solo de esos intereses. Pero muchas veces podremos identificar alguno de ellos como el objetivo principal que controla la participación de los hablantes en un proceso comunicacional. Cuando así sea, hablemos de contextos científicos, de negociación y de persuasión, para los casos en que priven, respectivamente, los objetivos apuntados antes.
Argumentos que resultarían inadecuados en un contexto científico, como por ejemplo: “Nosotros podemos producir caos económico en su país; por lo tanto, la política correcta es la que nosotros proponemos”, han probado largamente su eficacia en contextos de negociación. Los hay, sin duda, mucho más sutiles, pero la idea es la misma. Sería poco útil, en casos así, explicitar una crítica de un razonamiento de esa índole sobre la base de su escaso valor científico. El emisor no tenía esas pretensiones y, por tanto, sólo revelaríamos nuestra incomprensión de la situación si intentáramos participar del diálogo exponiendo esas deficiencias. A menos, claro, que lo hiciéramos para iniciar un movimiento irónico en el intercambio. Pero nuestra posibilidad de captar adecuadamente la situación y, como consecuencia, intervenir de modo razonable en ella, se resentiría seriamente si no fuéramos capaces de advertir, entre otras cosas, la calidad científica de los argumentos involucrados. Y, al respecto, es interesante notar el papel destacado que suele jugar, en estos contextos, la referencia a presuntos conocimientos científicamente garantizados. Si el auditorio no estuviera en condiciones de examinar el valor científico de esas alegaciones, estaría lejos de advertir la maniobra discursiva de la que es objeto. Y parte de lo que se requiere para ese examen es la capacidad de discernir la estructura inferencial de los discursos teóricos empleados. La teoría lógica, precisamente, pretende ser un herramienta científica para abordar esta última tarea.
En los contextos de persuasión, los intervinientes se respetan más que cuando negocian; están dispuestos a convencerse unos a otros, lo cual incluye cierta disposición a cambiar los puntos de vista iniciales. Pero todavía aquí es fuerte el peso de las circunstancias específicas del intercambio. A fin de lograr su propósito, un hablante podría emplear argumentos que él no aceptaría si le fueran dados (porque no creyera en alguna premisa o porque no considerara correcta la forma del razonamiento). Le bastaría con creer que sus interlocutores no los objetarían. O, en casos menos irritantes, le podría ocurrir el verse impedido de utilizar los que cree los mejores argumentos, debido a que su comprensión supone conocimientos o entrenamiento que su audiencia no tiene.
Es en los contextos que, por simplificar, llamamos científicos, donde la evaluación de los argumentos formulados es más independiente de las peculiares circunstancias del acto concreto de argumentación. En estos casos, los hablantes dicen proceder como si su audiencia estuviese constituida por seres iguales a ellos (o un poco mejores) en racionalidad, poder relativo, conocimientos e ignorancias. Su misión, cuando deciden aceptarla, es convencer a cualquiera, en particular a los más exigentes y, eventualmente, a sí mismos. Obviamente, esta disposición encuentra toda clase de restricciones. Algo que quedó señalado, al indicar cuán diversos propósitos y circunstancias se enmarañan en nuestros actos concretos de enunciación, haciéndolos fluídos y cambiantes, muchas veces de modos que pasan desapercibidos para sus protagonistas y observadores. Y más aún, es fácil ver que los límites de un proceso discursivo son difusos y, en consecuencia, la evaluación parcial de sus aspectos puede revertirse cuando se amplía o estrecha el contexto en que se lo inserta para estudiarlo. Pero, al menos como ideal normativo, esta pretensión intelectual incide de modo fundamental en nuestra cultura. La teoría lógica ya observamos, es el nombre del esfuerzo por explicitar algunos rasgos de ese ideal: aquellos que controlan la calidad de los argumentos que se producen con intención cognoscitiva.1 Si llegamos a comprenderlos mejor, esto también aumentará nuestra capacidad para entender el valor o el sentido que tengan los argumentos en los confusos contextos de su producción concreta. Lo que digamos a continuación estará primariamente referido al análisis de razonamientos formulados con tales pretensiones cognoscitivas.
II. Aceptabilidad de argumentos y corrección deductiva
Está en la naturaleza de las afirmaciones, al menos en la de aquellas que ahora nos interesan, el que puedan ser rechazadas. Aunque en algunos casos –como ‘Zulma es Zulma’– rechazarlas, y en otros -como ‘Colón descubrió y no descubrió América’– aceptarlas, parece una señal de gran deficiencia o demérito humano: un brote de irracionalidad. Tanto es así que si alguien insistiera, tenderíamos a pensar, por ejemplo, que usa la palabra ‘descubrió’ con dos sentidos, una vez como, digamos, “fue el primero que hizo que América motivara un vasto cambio cultural en Europa”, y otra simplemente como “fue el primer europeo en llegar a América”. Y, con respecto a Zulma, supondríamos tal vez, que el enunciado negado era un intento de llamar a la resignación ante el comportamiento de esa dama. La idea es que si alguien pretendiera afirmarlas o rechazarlas “literalmente” (vale decir, suponiedo univocidad y privilegiando los contextos de uso más habituales), ya no sabríamos cómo hablar con esa persona, ni siquiera cómo comportarnos con ella. Llamamos leyes lógicas a esas afirmaciones cuyo rechazo parece impensable, y contradicciones a aquellas que no podrían sostenerse sin máximo escarnio.
Tomada aisladamente, cualquiera de las otras afirmaciones puede ser rechazada sin peligro de exclusión de la comunidad de hablantes más o menos normales. Fijado el sentido de ‘descubrió’ relativamente a los europeos (y el del resto de las expresiones involucradas) la mera afirmación de ‘Colón descubrió América’ no garantiza que los demás vayan a creer lo expresado. Pero si alguien cree que Colón llegó a América y que ningún otro europeo lo hizo antes que él, esa persona no estará en condiciones de rechazar ‘Colón descubrió América’ sin cubrirse del mismo oprobio que logra quien proclama contradicciones notorias. Esto es, aquel que aceptando el argumento rechazara ‘Colón descubrió América’ se pondría en la desventajosa situación de quien acepta ‘Colón descubrió y no descubrió América’. Sin embargo, con los argumentos sucede algo parecido a lo que ocurre con las afirmaciones: no siempre su sola emisión garantiza que serán aceptados. También es cierto que, frente a algunos, tenemos la impresión inmediata de que recusarlos sería insensato, así como, frente a otros, su aceptación nos parecería incomprensible. Llamémoslos argumentos correctos e incorrectos respectivamente.
Además de aquellos cuya aceptación o rechazo nos resultan obvios, hay otra clase: la de esos ante a los cuales, prima facie, tenemos dudas y, a veces, hasta opiniones divergentes. ¿Cómo resolver estos casos? Los intentos por responder esta pregunta generan la teoría lógica. Si esa clase de dudas y divergencias no existiese, probablemente no existiría la demanda práctica de una teoría lógica. Y si no fuera que muchos de nuestros argumentos más interesantes pertenecen a esa clase, el problema de satisfacer aquella demanda no acuciaría como lo hace. Aunque aún podríamos tener motivos teóricos para solicitarla. Requerimos, al menos, una aclaración conceptual de parte de una práctica consistente en la producción y evaluación de discursos con fines persuasivos.
Observamos, pues, que la práctica argumentativa está controlada por ciertas seguridades elementales acerca de la corrección e incorrección de algunos argumentos, y por la idea de que ha de haber, o sería deseable elaborar, razones para extender el área de seguridad, esto es, para ampliar tanto la lista de clases de argumentos correctos, cuanto la lista de los tipos incorrectos.
De hecho, algunos argumentos son rechazables, y esto genera nuestro problema: deseamos tener precisiones acerca de cuáles son. Pero hay dos fuentes distintas para rehusarse a admitirlos. Por una parte, cuando el objeto de producir un razonamiento es mejorar la credibilidad de su conclusión (aunque muchas veces, ya veremos, lo que se busca es sostener o refutar alguna de las premisas), fracasará cualquiera cuyas premisas sean tanto o más discutibles que su conclusión. Por ejemplo, nadie, o casi nadie, aceptaría que las razones para creer que mañana lloverá aumenten después de formular el razonamiento que sigue: los días impares de enero tienden a ser lluviosos, por tanto mañana (19 de enero) lloverá. Pero, aún cuando este punto quedara satisfecho y las premisas fuesen, al momento de producir el argumento, más seguras que la conclusión, todavía podríamos tener oscuros pero irresistibles motivos de rechazo. Piénsese en argumentos como este: si no llueve perderemos mucho dinero, por tanto, mañana lloverá. Es el discernimiento de los motivos subyacentes a este segundo tipo de rechazo, lo que constituye el problema básico de la teoría lógica de la deducción.
Si pidiésemos razones para creer lo expresado por ‘Felicia es argentina’, y nos propusieran los siguientes razonamientos:
(1) ‘Felicia es uruguaya o es argentina’, por tanto, ‘Felicia es argentina’
(2) ‘Felicia nació en Tacuarembó’, ‘Las nacidas en Tacuarembó son argentinas’, por tanto, ‘Felicia es argentina’
los encontraríamos inaceptables, aunque por motivos muy diferentes. De (1) diríamos que aunque su premisa fuese aceptada, eso no incrementaría la aceptabilidad de su conclusión. Respecto de (2), señalaríamos que su segunda premisa es históricamente inaceptable, pero reconoceríamos que si fuese aceptada junto con la primera, entonces ‘Felicia...

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Moretti, A. (2021) En sayos analíticos. 1st edn. SADAF. Available at: https://www.perlego.com/book/2600124/en-sayos-analticos-analizar-enunciar-deducir-pdf (Accessed: 15 October 2022).

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Moretti, Alberto. En Sayos Analíticos. 1st ed. SADAF, 2021. Web. 15 Oct. 2022.