Judíos y cristianos
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Judíos y cristianos

En diálogo con el rabino Arie Folger

Joseph Ratzinger

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  1. 124 pages
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Judíos y cristianos

En diálogo con el rabino Arie Folger

Joseph Ratzinger

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Los protagonistas de este libro son un pontífice anciano cuyas palabras resuenan como un eco de un mundo lejano y un joven rabino que vive en la Viena cada vez más secular y dispersiva del siglo XXI. Primero se "encuentran" intelectualmente, luego se cartean y finalmente se conocen en persona.Los textos recogidos aquí tienen su origen en el 50 aniversario de la declaración Nostra aetate, un documento que supuso un viraje decisivo en las relaciones entre cristianos y judíos además de un importante cambio de mentalidad en los católicos y, en consecuencia, en la sociedad occidental. Esta apasionante sucesión de escritos, comentarios a los mismos, declaraciones públicas y reflexiones del papa emérito y su joven interlocutor, ¿acaso pueden despertar todavía interés para desterrar los prejuicios seculares y los antiguos rencores en la actual babel de la conexión permanente?

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Information

Year
2021
ISBN
9788413393353
HERMANOS EN CAMINO. Introducción de Elio Guerriero
El 16 de enero de 2019 un pequeño grupo de autoridades religiosas judías, procedentes de países de lengua alemana, recorría la breve pero empinada cuesta que lleva al monasterio Mater Ecclesiae para visitar al papa emérito Benedicto XVI. Aunque de carácter privado, la visita tenía un significado religioso muy relevante y sancionaba del mejor modo posible un diálogo mantenido a distancia e iniciado casi medio año antes con la publicación del artículo del papa emérito Gracia y llamada sin arrepentimiento. Este artículo, escrito inicialmente en 2017 como contribución a la profundización teológica del diálogo con los judíos y entregado al presidente de la Comisión Vaticana para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo, el cardenal suizo Kurt Koch, en virtud de la insistencia de este último, había sido publicado el año anterior en Alemania y después en Francia por la revista Communio1. Curiosamente, la intervención del papa emérito había sido más bien criticada severamente por algunos teólogos católicos de lengua alemana, que acusaban a Benedicto de volver atrás respecto a los pasos ya dados en el diálogo judío-cristiano, de ser demasiado teórico y estar poco atento a la auténtica vivencia religiosa de los judíos. En esta serie de acusaciones mezquinas se distinguió el profesor de teología sistemática de la facultad católica de teología de la Universidad de Wuppertal, Michael Böhnke. En un artículo que llevaba como título El consenso puesto en tela de juicio2 este teólogo acusaba al papa emérito de apoyar la misión dirigida a los judíos y de haber puesto en duda los puntos fundamentales del diálogo entre judíos y cristianos. La acusación era demasiado onerosa y contraria al pensamiento del papa emérito que, rompiendo por un instante su silencio, respondió de un modo insólitamente severo. Benedicto rechazaba de modo categórico, en una carta enviada a la revista de la editorial católica Herder, la interpretación de su artículo dada por el profesor de Wuppertal3. Como signo de los tiempos la respuesta más convincente a las acusaciones de Böhnke fue la del rabino jefe de Viena Arie Folger. En un artículo que llevaba como título «¿Peligro para el diálogo?»4, que recogemos en el segundo capítulo de esta publicación, el rabino Folger reconocía el carácter ad intra del documento del papa y afirmaba: «Ahora bien, si leo el texto objeto de contestación, lo encuentro completamente distinto. Veo un texto que ha sido escrito por un importante teólogo conservador católico para uso interno del Vaticano y por eso no puede ser evaluado con los criterios del debate público e interreligioso»5. Era el comienzo de un diálogo cuyos pasajes sobresalientes he recogido en este libro.
1. El origen de un viraje
Los textos recogidos en este libro tienen su origen en el aniversario de un documento que, como pocos otros, ha llevado a cabo un viraje en la historia de la mentalidad de los católicos y, de modo más general, de la sociedad italiana y occidental. El documento se llama Nostra aetate y el aniversario, que caía el 28 de octubre del 2015, recordaba la aprobación, acontecida cincuenta años antes, por parte de los padres conciliares del Vaticano II, de la Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas. Inicialmente, el documento debía tratar específicamente de la relación entre judíos y cristianos6, pero los obispos de los países árabes, atemorizados por las presiones de los gobernantes de sus países, se opusieron. Entonces se decidió insertar el núcleo originario del documento, el famoso número 4, en una declaración más amplia, extendida a todas las religiones. Con todo, esta circunstancia no eliminaba la importancia de la declaración relativa a la relación de los católicos con los judíos, herederos de la promesa de Dios y de la primera alianza. Tras siglos de deplorables prejuicios en el origen de acusaciones, condenas y persecuciones, se advertía, por fin, la necesidad de un cambio de mentalidad, de elaborar un pensamiento cristiano sobre el judaísmo, no ya a partir de acusaciones hostiles y rencorosas, sino de los elementos comunes. Escribían los padres conciliares: «Como es, por consiguiente, tan grande el patrimonio espiritual común a cristianos y judíos, este Sagrado Concilio quiere fomentar y recomendar el mutuo conocimiento y aprecio entre ellos, que se consigue sobre todo por medio de los estudios bíblicos y teológicos y con el diálogo fraterno»7. Para comprender el alcance de la afirmación conciliar hay que recordar aún que algunos padres, en particular los alemanes, tenían en la memoria el horror de Auschwitz y de los otros campos de concentración generados por el odio antisemita que muchos cristianos habían contribuido a difundir. Así pues, se trataba de un aniversario importante para cuyo recuerdo la Comisión Vaticana para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo, presidida por el cardenal suizo Kurt Koch, publicaba en diciembre de 2015 un documento titulado Los dones y la llamada de Dios son irrevocables. El nuevo texto trazaba brevemente la historia de las relaciones entre judíos y cristianos a lo largo de los cincuenta años transcurridos desde la aprobación de la declaración Nostra aetate.
El primer paso fue la identificación de un socio autorizado en el diálogo católico-judío. A petición del Secretariado para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, el International Jewish Committee on Interreligious Consultations instituyó a su vez una comisión para el diálogo con los católicos. Tuvo entonces su origen la ILC, la Comisión Internacional para las Relaciones entre Judíos y Católicos. Por su parte, teniendo en cuenta la particularidad de la relación con los judíos, Pablo VI instituía en 1974 la Comisión para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo. Esta seguía estando en el interior del Secretariado para la Unidad de los Cristianos, aunque gozaba de una amplia autonomía. Bajo su impulso se desarrollaron importantes diálogos internacionales, en particular en París.
Al mismo tiempo, la Comisión elaboraba importantes textos de reflexión teológica para los católicos, que han puesto de manifiesto las raíces comunes a judíos y cristianos. Por otra parte, la comisión vaticana logró instituir, a partir de 2002, conversaciones institucionales con el Gran Rabinato de Israel. La primera conversación tuvo lugar en Jerusalén el año 2002. Desde entonces se desarrolla regularmente cada año una reunión alternativamente en Jerusalén y en Roma. Tras el excursus histórico, el texto publicado en 2015 sintetizaba las principales adquisiciones teológicas alcanzadas entretanto: el estatuto especial del diálogo judío-católico porque el cristianismo tiene raíces judías. «No se pueden entender las enseñanzas de Jesús o de sus discípulos sin colocarlas dentro del horizonte judío: en el contexto de la tradición viviente de Israel» (n. 14).
En consecuencia, judaísmo y cristianismo no son dos religiones intrínsecamente separadas. Ambas nacieron del judaísmo del tiempo de Jesús, que dio origen no solo al cristianismo, sino también al judaísmo rabínico posbíblico. Por eso hay que rechazar la teoría de la sustitución según la cual el cristianismo habría tomado el sitio de Israel como pueblo elegido. Dios no ha renegado nunca de su alianza con Israel. De ahí que, aun profesando la universalidad de la salvación traída por Jesucristo, los judíos tengan su vía a Dios, aunque no crean en Jesús. Y concluye la Comisión para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo: «Que los judíos son partícipes de la salvación de Dios es teológicamente incuestionable; pero cómo pueda ser esto posible sin confesar a Cristo explícitamente, es y seguirá siendo un misterio divino insondable» (n. 36).
Por lo demás, el versículo de la carta a los Romanos en el que san Pablo habla de la irrevocabilidad de los dones y de la llamada de Dios a Israel (11,29) culmina con la doxología: «¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos!» (11,33). Por ese mismo motivo, la Iglesia, aunque continúa creyendo en el mandato de la evangelización universal que le ha confiado Jesús, renuncia a una misión específica dirigida a los judíos. Vale la pena referir aún una observación conclusiva: «Esta adquisición recíproca de conocimiento no debe limitarse exclusivamente a los especialistas. [...] Los cambios fundamentales en las relaciones entre cristianos y judíos [...] deben también darse a conocer a las próximas generaciones para que los acojan y divulguen» (n. 45).
Esto es lo que justifica también la publicación del presente libro, que desea poner a disposición de los no especialistas los resultados alcanzados.
2. Ratzinger y los judíos
El pensamiento de la Shoah, de cómo había sido posible el exterminio de millones de judíos en un país en donde la mayoría se consideraba cristiana, turbaba de manera creciente las conciencias de los alemanes en la segunda mitad del siglo XX. Joseph Ratzinger, que había estado presente en el concilio como perito conciliar, afirmó de modo decidido en la publicación de Nostra aetate que, por fin, se «había abierto una nueva página en el libro de las relaciones bilaterales entre la Iglesia e Israel»8. Era esta la primera declaración explícita de un progresivo acercamiento al mundo y a la espiritualidad judía.
La amistad con la Comunidad católica de integración favoreció que se diera un segundo paso. Animaba esta comunidad una joven, Traudl Weiss, casada con el abogado Herbert Wallbrecher. Ambos realizaron en 1967 un largo viaje a Israel y estrecharon lazos de amistad con diversas personas y grupos de judíos. De ahí nació un parentesco espiritual que condujo al redescubrimiento de verdades obvias hasta casi la trivialidad: Jesús y los doce eran judíos, la alianza de Dios con su pueblo nunca ha desaparecido, Israel sigue siendo la raíz de la que ha crecido la Iglesia.
Ratzinger entró en contacto con los miembros de la comunidad a través de Ludwig Weimer, un joven de la integración que, tras haber conseguido la licenciatura en Teología, se había trasladado a Ratisbona y le había pedido al autor de Introducción al cristianismo, del que tanto se hablaba en aquel tiempo, que le dirigiera una tesis de investigación en vistas a la obtención del doctorado. Sin embargo, la comunidad no llevaba en aquel tiempo una vida fácil. Era demasiado autónoma, según los criterios del tiempo, y estaba demasiado insertada en las dinámicas mundanas para ser reconocida por las autoridades eclesiásticas.
Así las cosas, los jóvenes pusieron entonces en práctica una protesta curiosa. Ocuparon cuatro catedrales de otras tantas ciudades alemanas sin pedir otra cosa más que poder rezar. Fueron muchos los que se rieron de la iniciativa. El profesor Ratzinger tomó su defensa observando que nadie puede prohibir a un cristiano rezar. Pasaron algunos años y el profesor pasó de la cátedra de Teología a la cátedra episcopal. Los miembros de la integración emitieron entonces un suspiro de alivio y, pasados algunos años, obtuvieron el primer reconocimiento canónico por parte del nuevo cardenal de Múnich.
Las relaciones se volvieron amistosas hasta el punto de que cuando el cardenal, a petición del Juan Pablo II, se trasladó a Roma, una parte de la comunidad le siguió, estableciéndose en los alrededores de la capital italiana. La amistad y la colaboración con Juan Pablo II fue otra vía a través de la cual el cardenal Ratzinger entabló amistad con exponentes del judaísmo internacional. En efecto, el papa polaco había mantenido en su juventud numerosas relaciones de amistad con exponentes del judaísmo y, una vez convertido en pontífice, no olvidó estas amistades y realizó numerosos gestos de apertura hacia Israel.
En 1980 dijo en Maguncia por vez primera de modo claro que la alianza de Dios con Israel nunca había sido revocada. En 1993 se llegó al reconocimiento del Estado de Israel y en el 2000 el anciano...

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