1. En el marco de un mundo globalizado
En el ámbito de la globalización
En las dos o tres últimas décadas la humanidad ha sufrido cambios profundos. Las sociedades posindustriales han desembocado en la globalización de la producción y el mercado. El nuevo orden del mundo se alimenta de los avances tecnológicos; se mueven con facilidad cantidades astronómicas de dinero; se puede hundir la economía de una nación y torpedear un gobierno legítimamente elegido con un simple teclado de ordenador. Las aportaciones de Internet llegan a algo más que a un mero chismorreo global o a la banalidad de los contactos. La innovación en las redes de comunicación ha conseguido algo que parecía impensable hasta hace muy poco: que se conecten esferas muy amplias del mundo, formando un coro heterogéneo; que tome cuerpo la idea antigua de «aldea global» o que se forme una «plaza pública gigantesca». Es en la base de esta red de comunicaciones donde se ha conseguido el contacto generador de una ideología nueva, la de una posible globalización del sentimiento democrático e igualitario, la concepción de una humanidad en la que ha tomado cuerpo una nueva base de los derechos humanos, la igualdad, la diversidad étnica y de género.
Cuando hablamos de globalización, podemos hacerlo desde dos vertientes distintas. La podemos entender como una forma nueva de capitalismo extremo y global que establece una jerarquía y un dominio a nivel universal, la verdadera cara de la colonización y el imperio; o podemos pensar que, bajo la influencia de los nuevos medios de comunicación, la globalización ha aportado la deslocalización de los territorios, el desplazamiento de las fronteras nacionales y de las identidades simplificadas de las sociedades cerradas, generando la interdependencia de los sistemas económicos y los mercados.
Ulrich Beck (2002: 22-26) distinguía entre el globalismo como dictadura neoliberal que liquida la democracia, y la globalidad como el movimiento que rompe el marco del Estado nación y desplaza el sentido de la realidad, causa de un cambio de mentalidad y de una visión más amplia y más cosmopolita. Arjun Appadurai también había señalado las dos caras de la globalización: la posibilidad de la circulación libre del capital financiero, la información, las mercancías, así como la universalización de los derechos humanos y la democracia; pero también la posibilidad de que las naciones cierren sus fronteras a cal y canto, con alambradas altas y cuchillas afiladas, que intenten reafirmarse en su ser propio y nieguen al extranjero.
La globalización produce un reparto injusto de la riqueza. Hay pobres y ricos a escala mundial. En una parte quedan los que detentan los privilegios, los derechos y la libertad; y, en otra parte, los desheredados, los pobres y los que padecen la miseria. Es decir, produce un efecto doble con dos lógicas absolutamente distintas: el desarraigo de los poderosos y la localización arraigada por los lazos comunitarios de los pobres. Zygmunt Bauman habla de los «ricos globalizados» y de los «pobres localizados». Si, por una parte, se ha desterritorializado el mundo de las empresas y el dinero, por otra, se han acentuado las fuerzas de la localización y las tendencias nacionalistas; e incluso puede acrecentarse de una forma clara la tendencia a instalar férreas defensas en las fronteras contra los extraños, los extranjeros y los inmigrantes.
Para el capital financiero no hay fronteras ni territorios. Con un simple clic pueden circular muchos millones de dólares de unos lugares a otros. Las élites nacionales e internacionales se mueven en avión entre las grandes metrópolis sin necesidad de asimilar las diferencias, sin contacto con las masas, en viajes asépticos, traspasando mundos diferentes, ajenos a las necesidades, a los problemas y a las tragedias del vulgo. En cambio, las fronteras, fuertemente custodiadas, quedan solo para los pobres, para controlar la miseria y eludir el drama de los que sufren.
Como dice Stefano Rodotà (2010: 78-79), la expansión de la economía capitalista a nivel global ha favorecido las perversiones propias del sistema. Hay zonas del mundo donde hay menos escrúpulos para la experimentación de la industria farmacéutica, donde no les preocupan los efectos secundarios que puedan producir las pruebas con los fármacos, y hay zonas en las que se pueden transgredir las normas más elementales en la defensa del medio ambiente. Los más poderosos tienen ventajas para esconder sus fortunas en los paraísos fiscales; las empresas multinacionales emigran hacia los países donde exista una legislación más favorable y no apriete demasiado la defensa de los derechos de los trabajadores. Sin embargo, como indica el propio Rodotà, las posibilidades que nos ofrece la globalización, las ventajas de la velocidad de la información y de la comunicación, así como los logros conseguidos en la sociedad del conocimiento, permiten que se adquiera un nivel de conciencia más amplio, de mayor alcance, y que se afiance la necesidad de defender los derechos humanos en todos los rincones del mundo.
La globalización ha conseguido desbordar, e incluso eliminar, las fronteras nacionales para la economía, la información, la ecología, la técnica, los conflictos transculturales y la sociedad civil. Esto quiere decir que el dinero, la tecnología, la información, las enfermedades y algunas personas pasan de unas naciones a otras como si no existieran fronteras. Desde el punto de vista económico, jurídico y político, la nación y el Estado han dejado de tener relevancia. Se ha dado un paso, no sé si suficiente y en buena dirección, hacia la transnacionalización de las instituciones y un cambio en la mentalidad que podría colaborar en la creación de una humanidad menos segregadora, pero al mismo tiempo se ha fomentado el caldo de cultivo necesario para que nazcan y se fortalezcan los nacionalismos.
Entre las tendencias cosmopolitas de la globalización y las fuerzas territoriales se van trazando las identidades de las personas que se mezclan en las ciudades. Las consecuencias para la identidad han sido contundentes. Se pueden dar al mismo tiempo la identidad simplificada relativa a espacios determinados y la identidad compleja del que elude la atracción poderosa de la nación. Ulrich Beck escribe:
Las sociedades nacionales-estatales producen y conservan también de este modo identidades cuasiesencialistas en la vida cotidiana cuya inteligibilidad parece descansar en formulaciones tautológicas: los alemanes en Alemania, los japoneses en Japón y los africanos en África. El que haya «judíos negros» y «alemanes españoles», por solo citar unos ejemplos de diferenciación social normal, es algo que en este horizonte se considera como un caso fronterizo y excepcional, a la vez que como una amenaza. (1998b: 99)
Los efectos de la globalización han sido radicales. Se ha debilitado el poder del Estado nación. Los canales por los que fluyen el dinero y la información escapan al control centralizado de los Estados nacionales. Todas las defensas son inoperantes. No se pueden levantar vallas útiles contra el dominio de las fuerzas económicas globalizadas. Se ha producido una disminución de la autonomía de las naciones, pero no han desaparecido en su totalidad ni el Estado nación ni el sentimiento nacional.
Las tecnologías avanzadas, las autopistas de la información, los vuelos rápidos, los trenes de alta velocidad y los satélites dedicados a la comunicación han conseguido que se consoliden las empresas y las organizaciones transnacionales, que los acontecimientos deportivos tengan repercusión a escala mundial, se sigan en las grandes metrópolis y en la más humilde de las aldeas del país más remoto, que una guerra sea un acontecimiento televisado al gran mundo, que la destrucción de las Torres Gemelas se viera en directo en las televisiones de todo el planeta, que las empresas y la producción se trasladen a varios países y que la sociedad civil traspase las fronteras de las naciones.
Estos avances tecnológicos han convertido a todos los individuos en posibles ciudadanos de un mundo más amplio y abierto. Las personas están ligadas a muchos lugares. Los medios de comunicación estrechan los lazos entre las personas y colaboran de una forma eficaz en la creación de comunidades virtuales. Cualquiera puede comunicarse directamente con un número casi interminable de personas. Poco importa dónde esté el interlocutor. La relación es inmediata y emocional; sirve para establecer un ámbito de intimidad. Desde una existencia rural o urbana los ciudadanos tienen acceso y contacto con muchos países, con otras religiones, se ven amenazados por enfermedades que son globales y por peligros que, como el terrorismo o el agujero en la capa de ozono, son globalizados y afectan a toda la humanidad.
Como dice Beck (1998b: 111), con el cambio que se ha producido en el modelo de la globalización se acercan todos los puntos del planeta, se eliminan las distancias y se estrechan las relaciones. El centro coincide con la periferia, porque no hay ni centro ni periferia, sino múltiples centros que se pueden multiplicar de manera indefinida. Los lugares más lejanos se aproximan. Desde cualquier lugar se puede ir a los rincones más alejados.
Globalización y capitalismo
Los mercados financieros se concentran en ciudades como Nueva York, Londres y Tokio. Para ellos no existen las fronteras nacionales. En el mundo se ha formado una red profusa por la que fluyen los capitales. Conexiones dinámicas constituyen la fluidez de una realidad por encima de los factores sociales y políticos. El nuevo orden impuesto por Estados Unidos, administrado por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial para el Comercio, funciona como una autoridad por encima de las políticas estatales imponiendo sus criterios, estableciendo sanciones y obligando a que las políticas económicas nacionales no difieran de los intereses globalizados; ha conseguido controlar el nuevo estado de prosperidad y la riqueza del mundo y gobernar a las naciones a través del miedo y la inseguridad; ha cambiado radicalmente nuestros modos de vida dejando la marca indeleble del poder cultural y político estadounidense, además de haber obtenido resultados absolutamente desiguales en cuanto a la riqueza para las distintas regiones del mundo.
Durante las últimas décadas, el capitalismo se caracteriza por su naturaleza global. Las redes de producción son transnacionales, aunque muchas de las empresas, que son reales y virtuales al mismo tiempo, se enraícen en los territorios nacionales bajo la protección del Estado. El capital funciona dentro de los mercados financieros a tiempo real y a escala global, durante las veinticuatro horas del día, gracias a la tecnología. El sistema se ha adaptado al dinero electrónico y digital. Las grandes acumulaciones de capital fluyen por la red y circulan conectando todos los centros económicos del mundo. Desde ahí se invierte en los distintos sectores y las distintas actividades productivas. Las palabras de Castells son acertadas:
En este casino global de forma electrónica, los capitales específicos prosperan o fracasan, dictando el destino de las grandes empresas, los ahorros familiares, las divisas nacionales y las economías regionales. (1997, vol. I: 508)
Frente a la desterritorialización y la deslocalización del capital financiero, las empresas pierden el centro de sus actividades y el mercado de trabajo se localiza, pero queda condicionado por la movilidad. Como decía Saskia Sassen (2001: 28), cuando las empresas se dispersan, aumentan las delegaciones y las oficinas, y crecen las funciones centrales de control en complejidad, en tamaño y en importancia. Ya no se sabe quién es el propietario de los medios de producción ni en qué lugar se asientan las empresas ni de dónde proviene la mano de obra. Los trabajadores de una empresa electrónica pueden estar a caballo entre Silicon Valley, Bombay y Singapur, y una empresa puede contratar trabajadores que operen en distintos niveles, en distintos lugares y con horarios diferentes.
El proceso globalizador y transnacionalizador no puede prescindir de las necesidades de las economías localizadas. Hay una tensión continua entre la transnacionalización y la territorialización, entre lo global y lo local. Saskia Sassen escribía con acierto:
Lo local ahora negocia directamente con lo global: lo global se instala a sí mismo en lo local y lo global es constituido en sí mismo a través de una multiplicidad de «locales». (2003: 36)
Hay una fuerza persistente que genera una tensión novedosa entre la centralización y la dispersión, generando una diversidad variable a nivel territorial. Los movimientos globales y los flujos migratorios a nivel transnacional han cambiado de forma radical los contornos de los territorios nacionales y han modificado la composición demográfica de las ciudades.
Las innovaciones tecnológicas han causado una revolución en los sistemas económicos a nivel mundial. La globalización va íntimamente unida a la flexibilidad y a la movilidad de los mecanismos de la economía virtual, porque las inversiones y los flujos de capital apenas necesitan soportes materiales. La especulación ha encontrado la vía óptima para saltar las fronteras, evadir los controles nacionales, e incluso socavar las bases del Estado. De esta forma, se han eliminado los obstáculos y las distancias, y se han concentrado en un nivel virtual todos los centros operativos. Las posibilidades que tienen los gobiernos nacionales para intervenir en los resortes de política económica son cada vez menores. No pueden controlar ni detener los flujos financieros; tampoco pueden controlar los flujos de información.
El nivel de desarrollo de la economía es ajeno a la voluntad de los individuos. El propio sistema establece unas pautas de desarrollo que son independientes de los seres humanos. El mecanismo perverso consiste en que parezca inevitable la naturaleza del proceso. El capitalismo se ha expandido en el marco de la globalización con varios núcleos de expansión que se extienden por varias zonas de la geografía mundial y con un control operativo en Estados Unidos o en algunos centros de la competencia internacional.
La tensión producida en el proceso de globalización ha generado, según Manuel Castells (1997: vol. I, 127, 137-138), una concentración de la producción en Estados Unidos y Canadá; en Japón, Corea del Sur, Taiwán, Singapur y China; y en ciertas zonas de Europa. El desarrollo de toda la región del Pacífico asiático ha originado la aparición de unos centros económicos muy potentes tanto a nivel industrial como tecnológico y financiero, como Estados Unidos y la Unión Europea, que han producido un fuerte impacto en los centros básicos de la economía mundial.
Estos procesos de concentración van acompañados de una regionalización de la riqueza desbordante y de la pobreza más extrema. En estos momentos podemos vivir como testigos directos de la opulencia y la riqueza, de las grandes mansiones y los coches de lujo, de las calles repletas de comercios exuberantes, pero también de los escenarios del horror, de la pobreza y la miseria, de guerras fratricidas, de invasiones militares, al parecer incruentas, de naciones que poco antes habían sido protegidas, o de un éxodo masivo de personas que se dirigen hacia los países europeos como refugiados.
El movimiento globalizador forma parte de la proyección de un capitalismo radical. Lo que produce el rechazo visceral de este tipo de sistema no es su naturaleza global, sino su falta de escrúpulos para dominar la naturaleza de una manera irracional, para eliminar los intereses de los más débiles, fomentar el desarrollo económico salvaje sin ningún límite ni social ni político, así como atentar contra la existencia de la diversidad de los grupos étnicos y destruir las culturas aborígenes.
Ulrich Beck (1998b: 27) ha denunciado que el efecto perverso de la globalización y el neoliberalismo consiste en haber convertido el mundo en un mercado global, eliminando o controlando los resortes del poder político. Las verdaderas fuentes del capitalismo han prescindido de tener un centro operativo, han separado la economía de la sociedad y la política para multiplicar el rendimiento y el valor de la producción transnacional.
El avance implacable del capitalismo globalizado ha generado una cantidad ingente de pobreza, marginación y exclusión. Los programas de industrialización a escala global y el nivel de consumo han producido un nivel tan elevado de residuos que ya no existe capacidad posible para eliminarlos ni para reciclarlos. Es más, cuando se ha conseguido el grado más alto de riqueza es cuando se ha...