Tratado de las réplicas
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Tratado de las réplicas

Evagrio Póntico, Juan Heiremans Correa, Rubén Peretó Rivas

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Tratado de las réplicas

Evagrio Póntico, Juan Heiremans Correa, Rubén Peretó Rivas

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El libro invita a los lectores no solo a dejar atrás las acciones pecaminosas, sino también los pensamientos que las originan. Todo ello a través de ocho series de frases bíblicas.

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Information

Year
2021
ISBN
9788432154102
INTRODUCCIÓN
SEMBLANZA BIOGRÁFICA DE EVAGRIO PÓNTICO
La fuente principal que narra los aspectos más significativos de la vida de Evagrio Póntico es la Historia láusica de Paladio, escrita hacia 420 cuando el autor era obispo de Helenópolis, luego de haber pasado los años de su juventud en el desierto de Kelia, donde conoció y fue discípulo del mismo Evagrio[1]. A ella se suma la Historia de la Iglesia de Sócrates Escolástico y la Historia de la Iglesia de Sozómeno.
Evagrio nació en la zona del Helenoponto, en Asia Menor, en la ciudad de Ibora, en torno al año 345. Su padre era chorepískopos, es decir sacerdote auxiliar del obispo de la ciudad encargado de las iglesias rurales, y es probable que gozara de una posición desahogada la que le permitiera dar a su hijo una buena formación. Debido a que san Basilio Magno se había retirado junto a su amigo Gregorio de Nacianzo a una zona cercana a Ibora, Evagrio fue educado desde la infancia en oratoria, filosofía y otras artes liberales por estos grandes Padres Capadocios, y el mismo Basilio le confirió la orden clerical del lectorado[2].
En ese momento se produce un bache en la biografía de Evagrio, puesto que Paladio lo menciona nuevamente cuando ya se ha trasladado a Constantinopla junto a san Gregorio Nacianceno, quien había dejado su retiro en Seleucia de Isauria para ocupar la cátedra episcopal de la pequeña comunidad ortodoxa que existía en esa ciudad imperial de mayoría arriana. Guillaumont opina que, durante ese tiempo de silencio biográfico, Evagrio se habría dedicado intensamente al estudio, lo cual resulta muy verosímil si se tiene en cuenta la gran cultura que demuestra en sus escritos, en los que exhibe conocimientos de ciencias eclesiásticas, exégesis y teología, además de las disciplinas griegas clásicas como la gramática, la retórica y la filosofía[3]. Además, es probable también que haya contribuido activamente en la elaboración y redacción de algunas de las Orationes que Gregorio dirigía frecuentemente a su grey.
Evagrio permaneció junto a Gregorio hasta julio de 381 cuando, debido a las turbulencias suscitadas durante el primer concilio de Constantinopla, el Nacianzeno debió dejar su sede episcopal y retirarse a Asia Menor. Los dos estaban unidos no solamente por la relación maestro-discípulo, sino también por una profunda amistad. Si Evagrio consideraba a Gregorio su maestro, este lo tenía por una persona particularmente brillante para las disputas teológicas y la predicación, y por este motivo lo había ordenado diácono, a fin de que lo ayudara en las luchas doctrinales que continuamente se sostenían en Constantinopla. Este afecto amical ha quedado de manifiesto, entre otros testimonios, en el testamento de Gregorio, en el que escribe: «Al diácono Evagrio, que ha compartido conmigo muchas penas y preocupaciones, y que, en numerosas circunstancias, me ha dado pruebas de su devoción, le expreso mi reconocimiento delante de Dios y delante de los hombres»[4].
Evagrio permaneció en Constantinopla como ayudante cercano del nuevo obispo Nectario. Según testimonio de Sozómeno, se distinguía por la fuerza y convicción de su retórica, especialmente entre las personas de la alta sociedad, lo que provocó que, poco a poco, comenzara a caer en las vanidades del mundo. Dice su biógrafo que «era elegante y le gustaba vestirse bien»[5].
Pero, sorpresivamente, Evagrio huye de Constantinopla y se instala en Jerusalén en la primavera o el verano de 382. Allí fue recibido por Melania, una matrona romana que había fundado una comunidad monástica que daba acogida a los peregrinos y, también, por Rufino de Aquilea que presidía un monasterio masculino[6].
Según relata Paladio, durante los primeros tiempos en esa ciudad, su vida no cambió demasiado. «Su corazón volvió a endurecerse» y el joven Evagrio volvió a sus antiguos hábitos de vida mundana, sin confiar a nadie sus avatares, vistiéndose con elegancia y hablando de modo afectado y ostentoso. Pero la situación no se prolongó demasiado puesto que cayó en un grave estado febril que duró seis meses y que fue ocasión de que abriera su corazón a Melania y le confesara toda la historia que lo había llevado a dejar Constantinopla y trasladarse e Jerusalén. Le explicó que había sido asaltado por un fuerte deseo hacia una mujer, esposa de un funcionario de la corte imperial y retribuido por ella en sus sentimientos. Pero no podía, en conciencia, acceder a los deseos de la carne previendo la desgracia espiritual que eso significaría y también, el placer que causaría a sus enemigos —los arrianos y apolinaristas— al verlo caer en esa vergonzosa transgresión. A pesar de que había suplicado a Dios que lo ayudara a romper con esta situación, no podía escapar de ella de tal modo estaba «atrapado en su concupiscencia»[7]. Pero un día, en un sueño, un ángel le dijo que no era seguro para él permanecer en la ciudad debido a las iras que había desatado en el marido ofendido, y esto fue lo que lo decidió a partir de Constantinopla.
Melania, después de escucharlo pacientemente, le aconsejó: «Prométeme ante el Señor que abrazarás la vida monástica, y aunque soy pecadora, pediré al Señor a fin de que te conceda un nuevo entusiasmo en tu vida». Y así, fiel a su propósito, el día de pascua, 9 de abril de 383, Evagrio tomó el hábito de manos de Rufino, pero no permaneció en Jerusalén sino que partió hacia las comunidades monásticas de las montañas de Nitria, en Egipto, ubicada a cincuenta kilómetros al sur de Alejandría. Como era una práctica corriente, pasó allí dos años, viviendo una vida de soledad mitigada, para luego “entrar al desierto” propiamente, dirigiéndose a las soledades de Kelia. Se trataba de una inmensa extensión de tierra arenosa, donde las celdas eran construcciones modestas, con dos ambientes —uno dedicado a la oración y otro que servía de comedor y dormitorio— y con un mobiliario escaso: una esterilla sobre la cual dormir y alguna silla.
La jornada del monje del desierto estaba dedicada enteramente al trabajo y a la oración. Se aplicaban, en su mayoría, a la cestería, aunque es probable que Evagrio haya hecho la tarea de copista debido a su cultura y conocimientos de la escritura. La oración consistía en lo que se llamaba μελέτη (melete), es decir, la recitación meditada y continua de párrafos tomados de la Escritura o de fórmulas improvisadas[8]. Había momentos del día en los cuales se hacía una plegaria más formal, equivalente a las horas canónicas y que Evagrio llama la “hora de la oración”.
La alimentación de los monjes era sumamente frugal. Hacían una sola comida al día, normalmente en la hora novena —las tres de la tarde— consistente principalmente en pan con sal y aceite. Fue esta la dieta de Evagrio según su biógrafo, quien asegura que durante su estancia de catorce años en el desierto no comió ninguna legumbre verde, ni frutas, ni pasas, ni carne y tampoco se bañó[9]. Un régimen tan estricto, sin ningún tipo de comida cocida, fue el que lo condujo a una dolorosa enfermedad estomacal que terminó con su vida.
El eremita permanecía durante toda la semana en su celda. El sábado por la tarde se reunían todos los monjes de Kelia para una comida en común y luego, la celebración de la liturgia o synaxis, que consistía en el rezo de las vísper...

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