La destrucción como origen del devenir
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La destrucción como origen del devenir

Sabina Spielrein, Florencia Molfino

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  1. 80 pages
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La destrucción como origen del devenir

Sabina Spielrein, Florencia Molfino

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En este que es considerado su ensayo fundacional, Spielrein vincula al sexo con una negatividad que se revela como el aspecto subjetivo de la conducta destructiva. Sus planteamientos funcionan como puentes para conectar la teoría freudiana del desarrollo sexual con la teoría jungiana del inconsciente colectivo. El texto plantea un conflicto entre dos formas de psiquismo (la psique colectiva y la psique individual), y lo traslada a otro contexto: el de las creaciones artísticas, en las cuales hay, a su juicio, una regresión del ego a formas arcaicas, infantiles, pero también a la psique colectiva, lo cual permite una transformación del ego.

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La destrucción como origen del devenir

Desde que me involucré con los temas sexuales me ha interesado un tema en particular: ¿por qué el más poderoso impulso, el instinto de reproducción, alberga sentimientos negativos además de los sentimientos positivos, inherentes y previsibles? Estos sentimientos negativos, como angustia y aversión, deben ser vencidos para que ese instinto se manifieste de forma apropiada. Obviamente, la actitud negativa de un individuo con respecto a la actividad sexual apunta directamente al núcleo de la neurosis. Diversos investigadores han querido explicar esta oposición como resultado del modelo de crianza, que busca limitar el instinto y enseñarle al niño a considerar la satisfacción de los impulsos sexuales como algo sucio y prohibido. Es notable la frecuencia con que los deseos sexuales son asociados a imágenes de muerte, siendo que ésta es un símbolo de fracaso moral (Stekel).[1] Groos relaciona el sentimiento de repulsión frente a los productos sexuales con su proximidad anatómica a las excreciones sin vida. Freud rastrea esta oposición y la vincula a la ansiedad y a la represión del deseo, que tiene, inicialmente, un afecto positivo. Bleuler considera como una defensa la inevitable negatividad contenida en la afectividad positiva. En Jung encontré el siguiente pasaje:
El deseo apasionado, es decir, la libido, tiene dos aspectos: es la fuerza que lo embellece todo y, en ciertos casos, que puede destruirlo todo. Con frecuencia, resulta difícil reconocer el origen de la cualidad destructiva de esta fuerza creadora. Una mujer que se abandona a la pasión, en la sociedad actual, se dirige a la destrucción. Con tan sólo contemplar el estado actual de la burguesía uno puede entender el sentimiento de enorme inseguridad de aquellos que se rinden incondicionalmente al destino. Ser fecundo provoca la propia caída; con la llegada de una nueva generación, la precedente habrá superado su apogeo. Nuestros descendientes se convierten así en nuestros más peligrosos enemigos, para los que no estamos preparados. Ellos sobrevivirán y tomarán el poder de nuestras debilitadas manos. El miedo en presencia del destino erótico es enteramente comprensible ya que hay en él algo impredecible. El destino suele contener peligros escondidos. La continua vacilación del neurótico para asumir riesgos se explica por el deseo de no tener que lidiar con una lucha peligrosa. Quien renuncia a experimentar un proyecto riesgoso debe sofocar un deseo erótico, cometiendo así una especie de suicidio. Esto explica las fantasías de muerte que con frecuencia acompañan a la renuncia al deseo sexual.[2]
Cito a propósito las palabras de Jung en toda su extensión porque su observación sobre el temor desconocido implícito en la actividad erótica se corresponde muy bien con mis observaciones. Es más, resulta muy importante para mí que un hombre también sea consciente de que no se trata de un mero temor social. Jung contrapone claramente las representaciones de muerte a las sexuales. En mi experiencia con mujeres jóvenes, he encontrado que ante la primera aparición de la posibilidad de satisfacer el deseo, la sensación de ansiedad es normal y pasa al primer plano de las emociones reprimidas. Se trata de una forma bien definida de temor: sientes que tienes al enemigo dentro; su característico ardor te apremia, con inflexible urgencia, a hacer lo que no quieres hacer; sientes el fin, lo transitorio, delante de lo cual quizás vanamente intentes huir con destino a un futuro incierto. Tal vez te preguntas: ¿Esto es todo? ¿Es éste el punto más alto, sin nada más allá? Consecuentemente, podemos preguntarnos qué ocurre en el individuo frente a la actividad sexual que justifique tal estado de ánimo.

I. Hechos biológicos

Durante la reproducción se produce la unión de una célula femenina y una masculina. De este modo, la unidad de cada célula se destruye y, del producto de esta destrucción, se origina una nueva vida. Muchas especies menores, por ejemplo el insecto conocido como efímera, pagan con su vida la producción de una nueva generación. Para este organismo, la procreación se emprende para sobrevivir y es a su vez la causa de su destrucción. El individuo debe poseer un poderoso deseo de esta nueva creación para poner su propia destrucción al servicio de la reproducción. Obviamente, en los organismos multicelulares altamente organizados el individuo no será destruido durante el acto sexual. Sin embargo, las contadas células sexuales que comprende la unidad reproductiva no son simples elementos indiferentes del organismo. Están íntimamente asociadas a la vida entera del individuo. Contienen en forma concentrada la fuerza generativa por la cual influyen en su propio desarrollo y en el del organismo. La fecundación destruye estas importantes sustancias. La fusión de células germinales durante la cópula imita la correspondiente unión íntima entre dos individuos: una unión en la que uno penetra al otro. La diferencia es meramente cuantitativa: el individuo no es incorporado por completo, sino tan sólo una parte de él que, en ese instante, representa la esencia de la totalidad del organismo. El componente masculino se funde con el femenino, que se reorganiza y adquiere una nueva forma debido a la presencia de este intruso. El organismo entero experimenta una alteración: la destrucción y la reconstrucción, que siempre se acompañan bajo circunstancias normales, suceden ahora rápidamente. El organismo se libera de sus productos sexuales como si fueran otra de sus excreciones. Sería muy improbable que este proceso interno de destrucción-reconstrucción ocurriera sin que el individuo por lo menos lo presintiera por medio de los sentimientos correspondientes. La sensación placentera de devenir, presente en el impulso reproductivo, es acompañada por un sentimiento de resistencia, ansiedad o aversión. Esto no resulta de la proximidad espacial con la excreta ni con el factor negativo que implica una renuncia al acto sexual, sino que son sensaciones que se corresponden directamente con el componente destructivo del instinto sexual.

II. Observaciones psicológicas individuales

La afirmación de que nuestra experiencia psíquica en el presente es mínima puede resultar paradójica, pero, sin embargo, es correcta. Un acontecimiento es relevante en el plano afectivo sólo en la medida en que estimula la aparición de contenidos afectivos experimentados previamente, que ahora yacen ocultos en el inconsciente. Esto se puede observar con más claridad en el siguiente ejemplo: una joven disfruta mucho leer historias de brujas. Cuando era niña, jugaba con frecuencia a que era una bruja; el análisis muestra que la bruja de las fantasías de la joven representa a la madre, con quien ella se identifica. Para la joven, tales historias están matizadas placenteramente sólo en la medida en que la vida de su madre es placentera para ella. La joven puede incluso elegir emular la vida de su madre. Las historias son simples alegorías en las que la afectividad está desplazada; son sustitutos de lo “deseado”, la historia de vida vivida por la madre. Sin la experiencia de la madre, las historias de brujas no serían placenteras para la joven. En este sentido, “todas las cosas que pasan” son únicamente alegorías, quizá de alguna experiencia primaria desconocida, que buscan analogías en el presente. Así, no experimentamos nada nuevo en el presente, ya que proyectamos la afectividad sobre una imagen actual. En mi ejemplo, la imagen de la bruja es consciente; la asimilación del pasado ocurre en el inconsciente (experiencia de la bruja = experiencia de la madre) del cual el presente se ha diferenciado. Cada pensamiento o representación consciente está acompañado por pensamientos y representaciones análogos en el inconsciente, que traducen los productos del pensamiento consciente a un lenguaje específico. Silberer describió esta línea de pensamiento paralelo en los estados de fatiga. Dos ejemplos suyos lo muestran con claridad:
Ejemplo 1: “Pienso que hay una ...

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