Historia breve de Japón
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Historia breve de Japón

Irene Seco Serra

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Historia breve de Japón

Irene Seco Serra

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Historia Breve de Japón es un repaso a toda la historia del País del Sol Naciente desde los nebulosos inicios de la ocupación humana del archipiélago hasta la actualidad. Sin embargo, no se trata de un relato continuo al modo tradicional. No falta tampoco una narración general, que da coherencia al conjunto, aunque la obra se estructura en grandes secciones a las que se puede acceder de manera independiente. Cada una analiza de manera individualizada cuatro rasgos concretos: un personaje, un acontecimiento, un lugar y un fenómeno filosófico o religioso. De este modo, escuchando a la dama Sei Shonagon, visitando la montaña de los templos de Nikko o paseando por el barrio tokyota de Akihabara, el lector puede acercarse a las diversas etapas de la historia japonesa desde puntos de vista diferentes pero complementarios.

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Information

Year
2013
ISBN
9788415930235
Edition
1
El periodo Momoyama y el Shogunato tokugawa (1568-1868)
Los acontecimientos
El inicio del periodo Momoyama, también conocido como AzuchiMomoyama o Shokuho, es otra de esas fechas divergentes de la historiografía japonesa. Habitualmente se utiliza el año 1568, en el que Oda Nobunaga ocupó la ciudad de Kyoto. Pero otros autores retrasan el comienzo del periodo al año 1573, fecha en la que Ashikaga no Yoshiaki salió de la capital. Hay acuerdo generalizado, sin embargo, en el año en que finaliza el periodo, el 1600, fecha de la batalla de Sekigahara sobre la que luego se hablará con detenimiento. La época Tokugawa no presenta fechas alternativas, ya que tanto su año de inicio como su momento final no dejan lugar a dudas.
Habíamos dejado el país en un momento delicado. Después de una larga etapa de luchas intestinas, Oda Nobunaga había logrado hacerse con buena parte del territorio y acababa de entrar en la capital al frente de 30.000 soldados. Daba comienzo un periodo breve, pero que sería clave en la estructuración definitiva de Japón: la época Momoyama.
Cuando Nobunaga llegó a Kyoto en 1568, ostentaba el cargo de Shogun Ashikaga no Yoshihide, que había sido nombrado tras el asesinato de su predecesor tres años antes. Nobunaga sustituyó a Yoshihide por otro miembro de la casa Ashikaga, Yoshiaki, e hizo que le jurase lealtad. Pero el que habría de ser el último Shogun Ashikaga faltó a su promesa, aliándose contra Nobunaga con otras familias. No sería definitivamente vencido hasta 1573. Yoshiaki marchó al exilio y se retiró a un monasterio budista. Moriría en 1597.
Tres años después de la derrota de Yoshiaki, Oda Nobunaga comenzó a construir su impresionante castillo de Azuchi, junto al lago Biwa, un edificio de regio porte cuyo nombre, como ya hemos visto, se utiliza a veces para referirse a esa etapa histórica. Pero antes de eso había tenido que ocuparse de asuntos más urgentes. Para empezar, no todos los daymio estaban sometidos ni mucho menos. Nobunaga, aliado con Toyotomi Hideyoshi y Tokugawa Ieyasu, derrotó a lo largo de los años a distintos adversarios: los señores de Omi y de Echizen, y también Asakura Yoshikage y Asai Nagamasa. A medida que se extendía su control, chocaba con señores de tierras más distantes, entre los que destacó de forma muy especial el daymio Mori, jefe de doce provincias en Honshu.
Al mismo tiempo, Nobunaga temía a otros enemigos no menos peligrosos: los monjes budistas que habían tomado partido por sus oponentes. Los más cercanos, pertenecientes a la escuela Tendai, se encontraban en el templo Enryaku del monte Hiei, un lugar estratégico que dominaba la entrada de Kyoto. En 1571 las tropas de Nobunaga entraron a sangre y fuego en el Enryakuji. La escuela Tendai quedaba así eliminada de la escena política.
Pero había otra escuela budista que tampoco se había doblegado a Nobunaga, y que no iba a ser tan fácil de vencer: la escuela de la Verdadera Tierra Pura. Durante diez años, Oda Nobunaga se enfrentó a los monjes, apoyados por otros señores. No lograría acabar con su resistencia hasta 1580, después de haber asediado la fortaleza de Ishiyama con 60.000 hombres. Como en el caso del monte Hiei, tampoco en esta ocasión hubo piedad.
Dos años más tarde el emperador ofreció a Nobunaga el título de Shogun, pero el lo rechazó. Se dice que consideraba que no tenía el linaje adecuado para ostentar el cargo. De hecho, sucesivos miembros de la familia Ashikaga siguieron ocupando el cargo hasta 1597. Pero eso no significaba que Oda Nobunaga no gobernase.
Ya vimos antes que en el año 1549 los japoneses entraron en contacto con el cristianismo y, en general, con Occidente. Ese año llegó a Japón San Francisco Javier. Algún tiempo antes, en 1543, mercaderes portugueses habían desembarcado en Tanegashima, al sur de Kyushu, y dos años más tarde habían abierto líneas comerciales estables. Pronto los daymio de Kyushu rivalizaron entre sí para atraerse este nuevo y floreciente mundo de intercambios y los chinos, que hasta entonces se habían encargado del negocio marítimo, se vieron desplazados en todos los puertos. Entre 1549 y 1551, San Francisco Javier recorrió el país, predicó, fundó la primera iglesia en Yamaguchi, se enemistó con algunos señores y logró el apoyo de otros y sentó, en fin, las bases de la acción que los jesuitas iban a desarrollar a lo largo de un siglo. Nagasaki se convirtió en un emporio de primer orden. En 1580, el mismo año en que se produjo la unión política de España y Portugal bajo Felipe II, la ciudad pasó a depender en exclusiva de la administración de los misioneros, casi todos ibéricos.
Oda Nobunaga, por su parte, aun habiéndose mostrado amistoso hacia los misioneros cristianos, no tenía especial inclinación religiosa, ni cristiana ni de otro tipo; de hecho albergaba una gran desconfianza hacia el mundo budista, que tan feroz resistencia le había demostrado. Pero sí le interesaban, y mucho, las novedades técnicas. Así, sustituyó a los antiguos jinetes arqueros por soldados de infantería (ashigaru) armados con mosquetes, y fortificó su castillo de Azuchi pensando en la defensa contra las armas de fuego. Había sido el primero en comprender que el futuro dependería de aquella clase de armamento.
Llegaba el verano de 1582 y Nobunaga se encontraba aún en plena campaña contra el daymio Mori. Aunque había conseguido la capitulación de los señores limítrofes, la guerra continuaba, y su general Toyotomi Hideyoshi necesitaba con urgencia refuerzos en Takamatsu. Nobunaga en persona salió de Azuchi al frente de la tropa y se dirigió hacia allí, pasando de camino por Kyoto.
En esa ocasión iba a alojarse en un lugar que probablemente no le agradaba demasiado: un monasterio budista. Y estaba justificado. Uno de sus hombres de confianza, Akechi Mitsuhide, lo traicionó. Oda Nobunaga puso a salvo a las mujeres de la familia que lo acompañaban y a continuación se suicidó. Otro señor de la guerra iba a sucederlo en el poder, uno muy próximo: el propio Toyotomi Hideyoshi.
Toyotomi Hideyoshi era oriundo de la misma zona del país que Oda Nobunaga y solo tenía tres años menos que él. Había estado a su servicio desde que cumplió los veintiuno. A la muerte de Nobunaga, controlaba nueve provincias; a ellas añadió en seguida otra más, la de Kii. Los principales vasallos del difunto daymio Nobunaga habían acordado crear un comité de cuatro guardianes para un nieto menor de edad de Oda, que teóricamente había de suceder a su abuelo. Entre estos guardianes se encontraba el propio Toyotomi Hideyoshi. No habían transcurrido ni tres años y ya se había hecho con el mando.
Mientras Hideyoshi maniobraba, la primera legación diplomática nipona que jamás llegara a Europa estaba de camino. Los japoneses habían partido en 1582, y tardarían dos años en llegar a la Península Ibérica. La embajada estaba organizada por el visitador de los jesuitas, el padre Valignano, y de ella formaban parte los señores cristianos Miguel Chijiwa, Julián Nakaura, Mancio Ito y Martín Hara. Los embajadores fueron recibidos con gran pompa en El Escorial por Felipe II, y obsequiaron al monarca con dos lujosas armaduras que, aun después de sufrir diversas visicitudes, todavía se conservan en la Real Armería de Madrid.
Poco después de que el rey de España y Portugal recibiera los regalos de Japón en la otra parte del mundo, Hideyoshi, apoyado por nueve grandes alianzas de daymio se lanzó contra los señores que aún se le resistían. En 1585 marchó hacia Shikoku con 200.000 hombres; dos añós después se hizo con el norte de Kyushu.
Para 1587 Hideyoshi era ya regente del emperador y primer ministro del Estado, y había terminado de levantar un grandioso castillo en Osaka, lugar donde un día se alzara la fortaleza rebelde de Ishiyama. Ese mismo año, este guerrero poco agraciado al que las lenguas maliciosas apodaban ‘mono’ (saru), cambió su apellido, que hasta entonces había sido Hashiba, por el de Toyotomi, con el que habría de pasar a la historia.
Ese mismo año, Hideyoshi promulgó su primer edicto contra las ‘conversiones forzadas’ al cristianismo y decretó la expulsión de los jesuitas. Hasta ese momento se había mostrado dispuesto a recibir a los misioneros, cosa que hizo en varias ocasiones desde 1583. Los jesuitas, tras un primer contacto con el país, habían decidido propagar el cristianismo entre las élites. Por estas fechas varios de los daymio de confianza de Hideyoshi, como Konishi Yukinaga o Takayama Ukon, eran cristianos. Tambien eran cristianas ciertas damas de alcurnia, entre las que destacaba Gracia Hosokawa, hija, por cierto, de aquel Akechi Mitsuhide que había traicionado a Oda Nobunaga.
En 1588, todos los daymio, cristianos o no, renovaron su juramento de lealtad al emperador y, de paso, a su regente. Solo un enemigo quedaba en pie, el más temible: los Hojo de Odawara. En 1590 Hideyoshi invadió la zona de Kanto y capturó el formidable castillo de Odawara. Dos meses más tarde llegó la rendición. Vencida la resistencia en Kanto y en el norte, el país al completo quedó bajo el control del primer ministro del Estado. Tokugawa Ieyasu, que había sido clave para la derrota de los Hojo, recibió las provincias de Kanto y allí se asentó, en una pequeña población de la bahía llamada Edo, que andando el tiempo se convertiría en Tokyo.
Un año después, Hideyoshi ordenó, por razones poco claras, el suicidio de Sen no Rikyu, el maestro de té más famoso de toda la historia de Japón. La ceremonia del té se había desarrollado desde tiempos de Nobunaga, a quien también había servido el propio Sen no Rikyu, hasta alcanzar formas exquisitas. La cerámica refleja de forma muy especial este verdadero rito, concebido como pausa reparadora del espíritu y punto de comunión con la realidad trascendente. Es fundamental en este sentido la noción de wabi, de sencillez con un punto necesario de imperfección. La aparente tosquedad de muchas de piezas de alfarería Momoyama, que contrastan abiertamente con el dorado esplendor de la decoración de los castillos, encubre en realidad elevadas ideas de belleza, profundamente imbuidas de filosofía Zen.
Poco más tarde, en 1593, llegaron a Japón los primeros frailes. A pesar del cambio de actitud de Hideyoshi hacia el cristianismo, la aplicación de su edicto no había sido demasiado rigurosa. Por otra parte, la participación en el comercio internacional español a través de Manila podía ser una fuente de ingresos muy ventajosa. De este modo, él mismo recibió a los frailes en calidad de embajadores del Gobernador de Filipinas. Comenzaba así una nueva etapa en la labor de los religiosos ibéricos; a los jesuitas venían a añadirse franciscanos y dominicos, con una visión diferente de las cosas y métodos también distintos, enfocados hacia las clases populares.
Pero no todo era política y relaciones internacionales. Por estas fechas surgió una forma artística de enorme relevancia, que hoy se encuentra indisolublemente asociada a lo japonés: el teatro kabuki. El origen de este tipo de drama se atribuye tradicionalmente a una mujer, de nombre Okuni, que dirigía una compañía femenina. La troupe de Okuni, compuesta según parece por muchachas de fama dudosa, bailaba y representaba escenas variadas, a menudo picantes. El gobierno de Hideyoshi no veía con buenos ojos este nuevo entretenimiento popular, y trató de acabar con el asunto prohibiendo que las mujeres subieran al escenario. El remedio fue peor que la enfermedad; jóvenes actores tomaron el rele...

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