Historia Universal
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Historia Universal

XXI capítulos fundamentales

David García Hernán

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Historia Universal

XXI capítulos fundamentales

David García Hernán

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Esta Historia Universal es una síntesis que ofrece al lector los acontecimientos más señalados de la Humanidad de una forma ágil, directa y bien documentada. Le acerca, además, a los últimos resultados de la investigación en los temas cruciales de la Historia. No solamente se atiende al innegable protagonismo europeo, sino también a los principales hitos históricos de los espacios americano y asiático, que tanta trascendencia han adquirido en los últimos tiempos.En sus páginas encontraremos los rasgos más destacados de cada periodo de la Historia como los inicios del hombre en la Prehistoria, las primeras civilizaciones de Egipto y Próximo Oriente, el periodo clásico de Grecia y Roma o el inicio, expansión y consolidación de las grandes religiones: el cristianismo, el budismo, o el islam, entre otros. Asimismo, tienen también cabida el confuso periodo de las grandes invasiones de los pueblos bárbaros, la larga permanencia del Imperio Bizantino, la oscura y bella Edad Media, el brillo del Renacimiento, las luces de la Ilustración, las turbulencias de la Revolución Francesa y el progreso de la Revolución Industrial, hasta desembocar en los extremos contrastes del siglo XX y en las incertidumbres de nuestros días. Todo ello subrayando tanto los aspectos puramente políticos como los contextos tanto sociales, económicos y culturales desde una perspectiva de Historia global.

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Information

Year
2013
ISBN
9788415930150
Edition
1
Topic
History
Index
History
XV.
DOMINIO SOBRE LOS ESPACIOS Y LOS HOMBRES.
Vastos imperios asiáticos
Una de las perspectivas generales que más han cambiado los historiadores de los últimos tiempos es su tradicional consideración de que la Historia de Europa representa, poco menos, que la historia del mundo. Hoy en día no hay nadie, sin embargo, que no apueste por el relativismo cultural, a la hora de enfrentarse con otros espacios no europeos. Es decir, los historiadores occidentales se están despojando, cada vez más, de esa idea de que Europa es el centro del mundo, y están tendiendo a examinar las culturas en su propio contexto, y con sus propios elementos de juicio223. Aunque es muy difícil que, en el mundo occidental, desaparezca completamente una visión eurocéntrica de la Historia, es cierto que, cada vez más, se tiende a dar protagonismo a otros espacios; dentro, también, de esa realidad política mundial, de hace ya bastantes años, de que no es precisamente desde Europa donde se toman hoy las decisiones más trascendentes a nivel internacional. En este sentido, la Historia de los grandes Imperios asiáticos, es, por sí misma, absolutamente fundamental para comprender el pasado de la humanidad, y dar mayor sentido a nuestro presente. En ella podemos ver, por ejemplo, la trascendencia que tienen los procesos de unificación y centralización política, así como la variedad e intensidad de las manifestaciones culturales, que nos hablan de la diversidad de las sociedades humanas.
Auge y caída del Gran Imperio Mogol en India
Los mogoles (o mongoles) de religión islámica, y con influencias persas, llegaron a construir en India, a partir del primer tercio del siglo XVI, un Imperio que fue la admiración de muchos países extranjeros. Todo empezó cuando el caudillo militar Babur (apodado “el León”), descendiente de Gengis Khan y de Tamerlán, salió de su reino de Fargana, en el río Yaxartes (en el actual Uzbekistán), y se propuso la conquista de India a partir de 1505, apoderándose de importantes fortalezas en Afganistán, sobre todo Kabul y Kandahar. Con sus cualidades personales de líder (se dice que tenía una extraordinaria fortaleza física y que era un gran atleta), después de una primera invasión por la zona de Samarkanda llevó a cabo una operación a gran escala sobre India224. Venció así a los musulmanes de Delhi (cuyo sultanato estaba envuelto en graves disputas internas) en la batalla de Panipat, en 1526, y a los hindúes de la Rajputana en Khanua225. Y después se proclamó emperador del Indostán, con Agra como capital; aunque en realidad sólo controlara efectivamente la llanura indogangética. Como era de esperar, el trato a los vencidos fue ciertamente duro. Los hindúes estuvieron, a partir de entonces, sometidos a los musulmanes, aunque, sobre todo en el aspecto cultural, no hubo una ruptura total con la India de los sultanes de Delhi.
Akbar y la construcción de un gran imperio
El sucesor de Babur, su hijo Humayum, llevó a cabo un reinado (1530-1556) sin demasiada trascendencia, salvo por la grandiosa belleza de su famoso mausoleo en Delhi. Pero, el sucesor de éste, Akbar, será la gran figura de la India mogol, ya que es considerado como el verdadero conquistador del Imperio. Fue un gran hombre de estado que reinaría entre 1562 y 1605, y hay quien le considera el político mejor dotado de su tiempo. Durante su reinado y el de sus sucesores, a lo largo de siglo y medio de Historia, la centralización (algo bastante excepcional en la larga Historia de India) y la expansión van a ser los principios dominantes de la actividad política.
En sus labores de Gobierno, Akbar dio mucha importancia al Ejército, pues sabía que era la base de su poder. Llevó a cabo constantes luchas hasta 1595, dominando toda la llanura Indogangética y buena parte de la península del Dekán. En estas luchas se reveló como un instrumento clave y estratégico la alianza con los rajput, habitantes de la Rajputana, y, de hecho, a algunos se les asignó cargos de responsabilidad del Ejército mogol226. Un ejército que llegó a tener la increíble cifra de un millón de soldados mercenarios, que, además, parece ser que estaban bien retribuidos y eran muy disciplinados.
En el plano civil, Akbar fue un gran administrador, considerándosele como el verdadero organizador del Imperio Mogol en India también en este sentido. Estableció un estado centralizado, acabando —de momento— con las endémicas divisiones de pueblos de India, con una administración de tipo moderno, comparable a la persa de la misma época, de la que copió bastantes instituciones227. Intentó establecer una administración justa y competente, controlando muy de cerca a la casta de los funcionarios mogoles, que representaban casi un 70 por ciento de todos los funcionarios del Imperio. Incluso llegó a indemnizar a los campesinos que se habían visto afectados por las luchas militares. La corte, por su parte, incluía a miles de funcionarios y personal de todo tipo (escritores, artistas, esclavos, eunucos, etc.), así como un harén con más de 5.000 concubinas; lo que, obviamente, entrañaba enormes gastos, como las faraónicas construcciones de la época.
En el terreno fiscal, se puede decir que Akbar fue un adelantado de su tiempo. Luchó por la justicia en las cargas impositivas, aboliendo determinados impuestos (entre ellos la jyziah o impuesto religioso) y tratando de uniformar el impuesto sobre la tierra, que se pagaría según unas medidas justas y proporcionales. Trató incluso de eliminar algo tan generalizado en su época, en todos los espacios del mundo, como era la corrupción; algo que se consiguió en gran medida. De hecho, una gran parte del éxito de Akbar se debe al eficaz sistema de impuestos que fue aplicado en las regiones centrales del Imperio. Para ello, mandó realizar un catastro, que contenía una clasificación de los diferentes tipos de suelo, las cosechas que en ellos se daban, y la producción; amparado en la idea de que cada uno tributara de acuerdo con sus posibilidades. Sin embargo, hay que tener en cuenta que esto respondía más a un criterio de eficacia y utilidad, que de compasión o solidaridad. En su visión de Gobierno, Akbar sabía que podía explotar a los trabajadores hasta el límite, pero sin traspasarlo.
La dura agricultura de subsistencia de aquel entonces en India tenía que alimentar a cien millones de habitantes y estaba basada en el arroz y otros granos como el mijo y el trigo. En cuanto a las zonas económicas más importantes de India, hay que destacar las regiones de Bengala y Bihar, que eran famosas en Oriente por su azúcar. Se producía añil en el norte, y pimienta en la ladera oeste de los Gates orientales. También se cultivaba algodón, seda y tabaco. El comercio, por otra parte, se vio favorecido por la extensión de los cultivos industriales, como las fibras textiles, los colorantes, las especias, y determinado tipo de drogas; siendo famosos los tejidos de Cahemira, Gurajat o Bengala, que eran muy apreciados por los europeos.
En 1593 se publicó un Edicto de Tolerancia, para garantizar la pacífica convivencia entre musulmanes e hindues228. En realidad, el aspecto religioso es el que más controversias ha suscitado entre los historiadores que se han acercado a la cuestión. Estaba en juego la valoración del régimen político de Akbar. Y, habida cuenta de la importancia que tiene el presente para la Historia, es evidente que el tema suscitaba una atracción fuera de lo común. Sobre todo por la propia situación histórica de India desde la segunda mitad del siglo XX, cuando las relaciones entre hindúes y musulmanes cobraron la mayor relevancia. Pero, como bien sabe el lector, también es importante la Historia para el presente; especialmente, cuando hay tendencias políticas y/o religiosas que quieren ver en ella la justificación de sus argumentos y actuaciones esenciales.
En fin, pese a que muchos autores han valorado muy positivamente la tolerancia de Akbar en materia religiosa, en el fondo hay que entenderla como una herramienta para la integración del Imperio, y se valora más como una muestra de su astucia que como hombre de Estado. Para Akbar, un general o un ministro eran tan instrumentos del soberano como el más servil de los criados, y su religión no tenía importancia. En este contexto ha de entenderse también el empleo de los rajput en la cabeza de su ejército, estableciendo lazos de fidelidad militar. De hecho, la abolición de la jyziah (impuesto religioso a los no musulmanes), se puede considerar también como, más allá de una política tolerante y conciliadora, una ventaja de tipo administrativo. Simplemente, era más fácil y más efectiva la imposición de un único impuesto (sobre la tierra) que el cobro de numerosas tasas especiales.
Además, hay que tener en cuenta también que en lo que se refiere a la estructura social, el régimen de castas era el imperante, con una gran repercusión en el mundo profesional. Era una sociedad prácticamente inmóvil, y muy jerarquizada. La economía de India era de tipo rural y, desde luego, de subsistencia, destacando el cultivo de la tierra y la ganadería (búfalos y vacas). En realidad, la riqueza en esta época procedía, sobre todo, del excedente de su producción agrícola, y el eficaz sistema de impuestos proporcionó los grandes recursos necesarios para el mantenimiento de las instituciones imperiales. Además, el sector comercial se activó de forma muy considerable a partir del desarrollo del colonialismo portugués y, más tarde, del holandés. A través de factorías como Diu, Goa, y Damán en la costa occidental, y Houghli y Chittagong en la oriental, se intercambiaba plata por grandes cantidades de productos (especias, telas, índigo, etc.), teniendo así bastante implicación con la economía europea y los metales que utilizaban.
En el campo de la cultura, la personalidad de Akbar fue también muy atractiva. Su reinado significó un auténtico renacimiento cultural musulmán en el norte de India, produciéndose una eclosión de la literatura persa, fomentada, entre otros, por el célebre poeta Urfi. A pesar de sus “portentosas facultades de analfabeto ilustrado”229, la mente de Akbar gozó de un relativismo cultural y, como hemos visto, incluso religioso, que le hizo estudiar y comprender religiones más allá de la ortodoxia musulmana. En 1575 fundó una Casa de Adoración, en la que invitaba a debatir a filósofos hindúes, zoroastrianos, musulmanes, jainistas230 y cristianos, y hasta llegaron a acudir jesuitas portugueses. Akbar estaba bastante influido por el Ramayana y concibió personalmente, con una rara libertad de espíritu y desde el respeto al hinduismo y cristianismo (además, lógicamente, del islam), una forma de religión universal, que incluía, sincréticamente, los elementos más esenciales de los monoteísmos. Se erigió así, además, en el gran sacerdote de esta religión, denominada Religión de la Luz, y en infalible en materia religiosa. Pero, con su muerte, este tipo de religión personal se acabó también; aunque, para ser sinceros, su influencia real nunca llegó más allá de una treintena de personas muy próximas a la persona del emperador. No obstante, la vocación de tolerancia en bastantes campos, que tuvo Akbar, animado por los móviles que fueran, es cuando menos, admirable, en un tiempo, como el suyo, de muerte y destrucción. Se podría incluso decir que llegó a intuir ciertas cotas de libertad, y que su gestión puede considerarse otro momento de brillantez (siempre comparativamente hablando) de la Historia de la Humanidad.
A Akbar le sucedió su hijo Jehanguir (1605-1627), que realizó un intento de dominar por entero la península del Dekán (su nombre significa conquistador del mundo) que fue infructuoso, pese a que en el Noroeste se conquistó Kandahar a los persas. No obstante, parece que se continuaron los intentos de centralización y, en este sentido, se lograron reprimir las rebeliones internas. El sucesor de Jehanguir fue uno de sus hijos, Sha Jahan (1627-1657). Es conocido mundialmente, sobre todo, porque fue quien mandó construir como monumento funerario de su esposa, Mumtaz Mahall, que significa “la elegida del harén”, la bellísima prueba de amor, expresada en un mármol grandioso, que es el Taj Majal, en Agra. Además de enamoradizo, Sha Jahan era un monarca muy guerrero, e intentó varias campañas sobre todo en el Asia central. Luchó, asimismo, contra los portugueses, que se habían asentado cerca de Calcuta, en Bengala, llevando a cabo, además de una rivalidad comercial, una misión pastoral que era completamente contraria a los intereses del gran mogol. Esta obra misionera lusa (sobre todo de franciscanos y jesuitas) se extendía desde Goa a Ceilán. Ahora bien, los portugueses serían derrotados por Sha Jahan, quien anexionó también al Imperio, a través de victorias militares, el sultanato de Ahmednagar, y conquistó el reconocimiento de soberanía por los gobernantes de los sultanatos vecinos de Bijapur y Golkunda. Sin embargo, con respecto a estos últimos, las relaciones serían difíciles, ya que sus gobernantes eran miembros de la secta chiíta, aquella secta disidente del islam; toda vez que los mogoles eran ortodoxos o sunnitas.
De cualquier forma, las fronteras del Imperio con este soberano fueron ampliadas una vez más. Las provincias recién incorporadas del Sur fueron gobernadas por uno de sus hijos, Aurangzeb, que tanta trascendencia va a tener en el futuro. Éste, introdujo el mismo sistema de impuestos que había llevado a cabo su abuelo Akbar en la administración de las provincias del Norte. Pero, la gran diferencia estaba en que el producto de estos impuestos no era suficiente para controlar y sufragar los gastos de este ya enorme Imperio, lo que forzaba a pedir recursos del Norte para costear la expansión del Sur, algo que, a partir de ahora, va a ser una constante en el Imperio Mogol y una de las causas de su ruina. Y es que en India había una peculiaridad que no tardaron en descubrir más tarde los ingleses: era bastante fácil el movimiento hacia las montañas. Otra cosa muy distinta, era controlar efectivamente el territorio y administrarlo.
Además de estas conquistas, parece que Sha Jahan estuvo verdaderamente preocupado por el bienestar de sus súbditos, y llevó a cabo además una ambiciosa política constructora. Se puede decir que, durante su reinado, India alcanzó un extraordinario grado de prosperidad, aunque fue éste también el principio de los síntomas de decadencia, motivados, sobre todo, por sus derrotas en Asia central y Afganistán, con la consiguiente pérdida de prestigio. Además, fue siendo cada vez más impopular por las cargas fiscales, sobre las que se asentaba todo su ambicioso programa de Gobierno.
Por otro lado, a pesar de la ausencia de fuentes, parece que ya durante este reinado comenzó un cierto resurgir del poder islámico dentro del Imperio. Es posible que ya se quisiera entonces cambiar la política religiosa iniciada por Akbar, y continuada por su hijo Jahangir. Quizás algo tuvo que ver en este cambio la disminución de la influencia persa, debida a los movimientos en las tendencias cortesanas y los enfrentamientos entre gobernantes persas y mogoles. Todo ello era fruto de las luchas contra Kandahar y los sultanatos del Dekán, habida cuenta de lo arraigado de la secta chiíta en Persia. Ejemplos y señales de esta nueva orientación se observan ya en la fidelidad estricta al islamismo que suponía la abolición de la postración al emperador, que había introducido Akbar como parte del ceremonial cortesano, y que tanto disgustaba a los ortodoxos musulmanes. Otro ejemplo es la prohibición, tanto a hindúes como a cristianos, del proselitismo; así como la política de favorecer las conversiones al islamismo con la recompensa de premios y favores.
A pesar de estos cambios, en la rama de la administración militar había sensibles permanencias, como la importancia que todavía conservaban los rajput como jefes y comandantes del Ejército. Se les podía considerar en realidad como mercenarios que tenían como única profesión la guerra,...

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