Todo lo que aprendí de mis hijos y no me enseñaron en la escuela de negocios
eBook - ePub

Todo lo que aprendí de mis hijos y no me enseñaron en la escuela de negocios

  1. 208 pages
  2. English
  3. ePUB (mobile friendly)
  4. Available on iOS & Android
eBook - ePub

Todo lo que aprendí de mis hijos y no me enseñaron en la escuela de negocios

About this book

He aquí un libro especial, revolucionario, que extrae lecciones de la vida familiar para aplicar en la vida profesional. Tiene una perspectiva femenina, la que siempre ha sospechado que la vida familiar estaba infravalorada. Va contra el prejuicio masculino de que lo único importante es el trabajo, el poder y el dinero y de que el ámbito de las emociones se regula por sí solo y además es intrascendente, una posición falsa y perjudicial para quien la sostiene.Una líder empresarial reconocida como Helena Guardans recoge aquí experiencias personales con sus hijos que le han inspirado el mejor modo de organizar equipos, de comunicar más convincentemente o de resolver conflictos en el trabajo. Historias deliciosas que atraparán desde la primera página tanto a la lectora como al lector, tal vez este más necesitado de equilibrar ambas facetas de la vida.

Frequently asked questions

Yes, you can cancel anytime from the Subscription tab in your account settings on the Perlego website. Your subscription will stay active until the end of your current billing period. Learn how to cancel your subscription.
At the moment all of our mobile-responsive ePub books are available to download via the app. Most of our PDFs are also available to download and we're working on making the final remaining ones downloadable now. Learn more here.
Perlego offers two plans: Essential and Complete
  • Essential is ideal for learners and professionals who enjoy exploring a wide range of subjects. Access the Essential Library with 800,000+ trusted titles and best-sellers across business, personal growth, and the humanities. Includes unlimited reading time and Standard Read Aloud voice.
  • Complete: Perfect for advanced learners and researchers needing full, unrestricted access. Unlock 1.4M+ books across hundreds of subjects, including academic and specialized titles. The Complete Plan also includes advanced features like Premium Read Aloud and Research Assistant.
Both plans are available with monthly, semester, or annual billing cycles.
We are an online textbook subscription service, where you can get access to an entire online library for less than the price of a single book per month. With over 1 million books across 1000+ topics, we’ve got you covered! Learn more here.
Look out for the read-aloud symbol on your next book to see if you can listen to it. The read-aloud tool reads text aloud for you, highlighting the text as it is being read. You can pause it, speed it up and slow it down. Learn more here.
Yes! You can use the Perlego app on both iOS or Android devices to read anytime, anywhere — even offline. Perfect for commutes or when you’re on the go.
Please note we cannot support devices running on iOS 13 and Android 7 or earlier. Learn more about using the app.
Yes, you can access Todo lo que aprendí de mis hijos y no me enseñaron en la escuela de negocios by Helena Guardans Cambó in PDF and/or ePUB format, as well as other popular books in Negocios y empresa & Negocios en general. We have over one million books available in our catalogue for you to explore.
1. No esperes a que llegue
‘el momento perfecto’
Desde hace tiempo me invitan a dar algunas charlas una vez al año en Esade y en Iese para hablar a los alumnos y alumnas de mi experiencia profesional. En Esade me encuentro con estudiantes del último curso de carrera que aún no han trabajado. En Iese con graduados que tuvieron una experiencia laboral y más tarde decidieron hacer un máster. Son chicas y chicos entre veintidós y treinta años, algunos españoles y otros procedentes de distintos países. Es curioso que, en ambos casos, a pesar de las diferencias en edad, experiencia o cultura, al finalizar mi presentación siempre hay alguien que hace la siguiente pregunta:
—Helena, ¿se puede llegar a una posición de alta dirección siendo madre?
Mi respuesta es que son muchas las habilidades que una madre puede aportar a la empresa y que incluso en muchas ocasiones ayuda a ser una mejor profesional.
Como ambas universidades invitan a distintos ponentes a lo largo del año, finalizo preguntando a mi audiencia si esa cuestión también se la formulan a los hombres que me han precedido, es decir, si a ellos les resultó difícil llegar a un puesto de dirección siendo padres. La respuesta es que a nadie se le ocurre preguntar tal cosa.
Cuando imaginamos una situación futura que desconocemos, la mayoría de las veces visualizamos acontecimientos que no van a suceder y también afloran especialmente nuestros miedos y dudas. Probablemente es así porque la mente, desde hace miles de años, está más entrenada para protegernos de los riesgos y peligros que nos puedan sobrevenir, que para abrirnos a disfrutar de nuevas experiencias y oportunidades.
En mi caso, hubo un instante de mi vida en el que percibí que había llegado el momento para crear mi propia empresa. Tenía una idea, un proyecto. Y lo que consideré más importante aún que la idea: yo era una persona independiente, sin ataduras —pues no tenía hijos— y con algunos ahorros. Y así fue como, en 1994, con un préstamo y muchas ganas de comerme el mundo, fundé una pequeña compañía, Singular, con tres empleados. Un año después me había casado y tenía una hija, y al año siguiente nació Óscar. Ni mi pareja ni los niños fueron obstáculo para que siguiera adelante con el proyecto empresarial que había iniciado. Creo que, de no haber tomado la decisión de emprender antes de que naciera mi hija, probablemente hubiera esperado indefinidamente hasta que llegara la situación ideal.
Lo que pretendo explicar es que casi todas las circunstancias son buenas para empezar, y que no es necesario que esperemos al momento perfecto o a que todos los astros estén alineados para tomar la decisión. ¿Sabes por qué? Porque los astros se desalinean cada día, o lo hacen mucho antes de lo que imaginamos, sin que podamos evitarlo. Y la verdad es que la mayor parte del tiempo casi nunca pasa nada. Una vez tomada la decisión, avanzamos paso a paso y de pronto estamos en ese futuro que habíamos visualizado con angustia. Y vemos que, después de todo, no había para tanto.
Recuerdo que a Óscar se le ocurrió preguntarme en una ocasión cómo vivía yo como madre eso de tener dos hijos en plena adolescencia. Él tenía entonces trece años y su hermana quince. Me divirtió la cuestión, y mi respuesta salió disparada sin pensar demasiado. “Óscar —le dije— si hubieras nacido tal como eres ahora, probablemente me hubiera llevado un susto de muerte. Pero llevamos trece años practicando juntos, y creo que entre los dos lo hacemos bastante bien. ¿No te parece?”.
Lo que sucede cuando imaginamos el futuro es que visualizamos lo peor que puede pasarnos, y esa visión negativa es la causa de que a menudo retardemos innecesariamente nuestras decisiones. Parece que nunca llega el momento apropiado de tener hijos; tampoco el de que estemos preparadas para avanzar en nuestra carrera profesional.
Además, en cuanto a los hijos, hay unas normas extrañas que definen lo que pueden hacer e incluso cuándo; normas que parecen hechas para dificultarnos la vida. En nuestra familia no las seguimos demasiado. Recuerdo una vez que, entrando en un museo de arte, llevaba a Óscar sentado en su cochecito y a Laura agarrada detrás. La persona uniformada que estaba en la entrada me miró con extrañeza y a continuación me espetó:
—Perdone señora, ¿no cree que sus hijos son demasiado pequeños para venir a un museo?
Me quedé muy sorprendida. Mientras paseábamos iba preguntándome cuál es la edad que se considera adecuada para que un niño visite un museo. Está claro que no lo harás del mismo modo si vas sola o con tus hijos, pero ¿por qué iba a dejar de hacerlo? Entramos, alegres y divertidos, y en cada sala ellos escogían, por turnos, el cuadro que más les gustaba; nos sentábamos los tres en un banco, si lo había, o en el suelo, y contábamos las historias que se nos ocurrían mirando esa pintura. Los recuerdo como unos ratos maravillosos. Me cuesta creer que un adulto que no haya visitado museos en su infancia, de pronto un día decida que es algo para hacer un sábado, por ejemplo. Probablemente sucede igual con las verduras. ¿Alguien se imagina a un niño que nunca las come en casa, pidiendo un día un plato de espinacas?
Insisto en esas absurdas barreras artificiales porque son muchas y están por todas partes. También sucede, por ejemplo, con ese tono de voz impostado con el que muchos adultos se dirigen a los niños.
Siempre me he preguntado por qué lo hacen, o cuándo suponen que ya no es necesario. En casa no lo hicimos. Siempre hablamos a Laura y Óscar con cariño y respeto, independientemente de su edad. Y si recibíamos a amigos, a menudo los niños estaban con nosotros un largo rato, escuchando nuestras conversaciones; y más tarde, durante las vacaciones, se unieron a nuestras cenas. He de aclarar que en esas noches de verano, Ildefonso siempre intentaba que hubiera una única conversación a la vez, donde participaran todos, lo que hacía que las veladas fueran a menudo mucho más interesantes, y todo el mundo las recordara de un año a otro. Ya adultos, Laura y Óscar coincidieron en que lo pasaron muy bien en esos momentos veraniegos, y agradecían a sus padres y a sus amigos haber sido tratados en esas ocasiones como personas mayores, tomando la palabra cuando les interesaba hacerlo mientras los demás escuchaban; ello les dio además una bien cimentada seguridad cuando más adelante se encontraron en reuniones, ya solos, con otros adultos.
En cualquier proyecto de tu vida, todo transcurre paso a paso y te adaptas, sacando lo mejor de cada momento. En mi caso, ni la empresa pasó de tener tres empleados a más de cuatro mil de la noche a la mañana, ni mis hijos evolucionaron en un solo día de la edad de estar en la cuna a la de discutirlo todo. Tuve muchas semanas, meses y años para aprender, equivocarme y rectificar. Y por encima de todo, disfrutar de mi trabajo y de mi familia.
Por tanto, permíteme sugerir que intentes no visualizar todo lo que te pasará en los próximos años si haces tal o cual cosa o lo contrario, porque probablemente esa imagen te influirá como si fuera real, te paralizará para tomar cualquier decisión, y te impedirá avanzar. En cambio, te aconsejo que sueñes con el lugar donde querrías llegar. Y un día, cuando mires atrás, verás que cada decisión, cada paso, aunque fuera pequeño, te llevó al destino que un día soñaste.
2. Cuanto antes, mejor
Si prestamos atención, veremos que la mayoría de los conflictos ya los habíamos previsto antes de que explotaran, aunque no fuéramos del todo conscientes de ello. Probablemente, pasada la tempestad, la pregunta que perdurará será: ¿por qué no decidimos hacer tal cosa o tal otra antes de llegar hasta aquí?
Cuando detectamos algo que no nos gusta o nos incomoda, lo aconsejable es reaccionar cuanto antes. No hemos de acostumbrarnos, por ejemplo, a que una persona que antes era alegre de pronto cada día esté más apagada, o que otra que antes saludaba a todo el mundo ahora no levante la vista del ordenador. Es mejor averiguar qué es lo que realmente pasa, e incluso si es necesario, acelerar el conflicto. Curiosamente, precipitar los acontecimientos nos da más oportunidades para buscar soluciones. Porque la mayoría de las veces la experiencia nos demuestra que las cosas no cambian solas, y si no funcionan y no hacemos nada para mejorarlas, tienden a empeorar.
Te voy a contar una situación problemática que tuve con mi hijo Óscar, cuando él no tenía más de cuatro años, y cómo la gestionamos. El resultado fue tan espectacular que luego he ido aplicando el método muchas veces en la empresa.
Uno de los momentos más felices del día, cuando los niños eran pequeños, era mi vuelta a casa por la tarde. Y para aprovechar esos instantes al máximo, me preparaba para ello. Es decir, establecí una rutina que me ayudaba a desconectar de la jornada laboral. Llegada la hora prevista, no salía corriendo del despacho, sino que me tomaba mi tiempo. Repasaba la agenda, veía si había cerrado los temas previstos, y los que quedaban pendientes los trasladaba al día que correspondiera; con mi asistente, acordábamos el seguimiento que les íbamos a dar. El último paso era recoger los papeles de la mesa, apagar el ordenador, abrir la puerta y cerrar con llave. Todo ello me permitía salir sin precipitaciones, con la seguridad de haber finalizado el trabajo, y sobre todo tranquila, pensando que estaba todo controlado y que si surgiera algo urgente o necesario lo podría atender incluso por la noche, una vez los niños ya estuvieran acostados.
He dicho uno de los momentos más felices del día, pero rectifico. Hubo un tiempo en que, al llegar a casa, mi sentimiento de culpabilidad por haberme alejado de mis hijos durante todo el día era enorme, y esa sensación no me permitía disfrutarlo. Hasta que decidí actuar. Como siempre, hay una señal —o si se quiere un detonante— que te hace ver que algo no funciona, que hay un conflicto, un problema.
Aquel día llegué a casa y —como de costumbre— no había abierto la puerta del todo cuando Laura ya se había abalanzado a mis brazos. Quería contarme enseguida todas las novedades de su día, sin olvidar ni el más pequeño detalle, y las palabras se precipitaban una tras otra. Era difícil seguirla, pero oír el relato de sus alegrías y sus penas era un momento maravilloso. Mientras Laura hablaba, miré alrededor, intentando visualizar dónde estaba su hermano, a quien imaginaba escondido cerca. Y efectivamente, allí estaba, detrás de un sofá, contemplando la escena con cara de pocos amigos. Una vez más vi su mirada de reproche. Así lo sentí, y logró que ese instante de felicidad se desvaneciera de inmediato.
Me acerqué y le di un beso, al que él respondió fríamente. Era una situación que se venía repitiendo, y era más exagerada aún si yo había estado algunos días fuera o si —como era el caso— me había retrasado en llegar. Y no era solo eso, cualquier nimiedad provocaba una pataleta acompañada de gritos y lloros; a veces hasta llegó a decir que yo era una “mala mamá” porque nunca estaba en casa. Yo intentaba aparentar que no pasaba nada, pero en el fondo me dolía, porque me preguntaba si Óscar no tendría algo de razón. Me negaba a admitirlo, pero quién sabe, tal vez no fuera posible dirigir una empresa...

Table of contents

  1. Índice
  2. Prólogo
  3. Introducción La vida no es como en las películas
  4. 1. No esperes a que llegue ‘el momento perfecto’
  5. 2. Cuanto antes, mejor
  6. 3. El caso de la sopa de verduras
  7. 4. Definiendo el liderazgo (todos tenemos un mal día)
  8. 5. El trato respetuoso
  9. 6. Mejor una conversación directa que cientos de e-mails
  10. 7. En el parque
  11. 8. Pero ¿a dónde vamos?
  12. 9. Petición de incremento de salario
  13. 10. Cambio de papeles
  14. 11. Futuro y condicional
  15. 12. Liderazgo ¿femenino o alemán?
  16. 13. Confiar en una misma
  17. 14. Escucha activa
  18. 15. ¿Tienes novio?
  19. 16. ‘Next’ (hazte oír)
  20. 17. Lo que es fácil no cuenta
  21. 18. La experiencia no se transmite
  22. 19. Selección del equipo
  23. 20. Aprender a reaccionar
  24. 21. Contarlo ayuda a sentirse mejor
  25. 22. ¿Es realmente importante?
  26. 23. No son los demás, eres tú
  27. 24. Cuidado con los horarios
  28. 25. Saco mi espada y los mato a todos
  29. 26. El círculo de la paz
  30. 27. ‘Una habitación propia’, de Virginia Woolf
  31. Despedida
  32. Agradecimientos
  33. Sobre la autora
  34. Sobre el libro
  35. Créditos