La filosofía como construcción ontológica contingente
La lucha de opiniones sobre los problemas de la filosofía y su solución comienza ya con la cuestión inicial de esta ciencia, que consiste en averiguar, ante todo, en qué consiste la filosofía, pues esta cuestión está desarrollada por los mismos filósofos de muy diversos modos.
Wundt
Deleuze dice que se formula la pregunta ¿qué es la filosofía?, porque hay un acontecimiento que permite plantear el problema de la filosofía: «Ora envejecemos siguiendo la historia, y con ella ora nos hacemos viejos en un acontecimiento muy discreto (tal vez el mismo acontecimiento que permite plantear el problema <¿Qué es filosofía?>)» (Deleuze y Guattari, 2001, p. 112). Este concepto de acontecimiento resulta de vital importancia como entrada a la problemática en cuestión. Veremos que el concepto es también llamado acontecimiento, y que el sentido es también acontecimiento. Pero aquí y ahora, ¿cómo podemos entender que aparezca una pregunta a raíz de un acontecimiento que la posibilita? La pregunta es un acontecimiento, en cuanto es un problema filosófico. Por eso Deleuze y Guattari se preguntaban lo siguiente: «Pero ¿qué era eso, lo que he estado haciendo durante toda mi vida?» (2001, p. 7).
La respuesta de Deleuze es casi tan inmediata como su pregunta, y tan simple que puede ser bastante desconcertante: «La filosofía es el arte de formar, de inventar, de fabricar conceptos» (Deleuze y Guattari, 2001, p. 8), o «La filosofía con mayor rigor es la disciplina que consiste en crear conceptos» (Deleuze y Guattari, 2001, p. 9). No podemos, sin embargo, dejarnos llevar por lo atractivo de las palabras. No se trata realmente de sencillez ni de simplicidad, sino de sobriedad. No es una respuesta sencilla, porque, como veremos en los siguientes apartados, los conceptos de creación y de concepto no son simples per se, en cuanto conceptos. Tampoco es simple, porque esta concepción de lo que es la filosofía es el sistema mismo de este filósofo, de tal manera que entender esta sentencia es entender la filosofía de Deleuze, en cuanto quehacer filosófico, o, en otras palabras, implica entender el quehacer filosófico de Deleuze.
Esta es una característica muy importante del pensamiento de Deleuze, a saber, que siempre inicia con la cuestión, podría decirse, in media res o por el medio de los problemas. Parece como si hubiésemos llegado justo a la mitad de la película o, más exactamente, al final, y que ya no nos quedara más remedio que aceptar que nos explicaran en qué consistió el proceso que llevó hasta allí.
Este tipo de inicios abruptos y reveladores de toda la trama lo encontramos claramente en varios de sus trabajos. Por ejemplo, en la línea inicial del trabajo sobre Hume, dice:
Hume se propone hacer una ciencia del hombre. ¿Cuál es su proyecto fundamental? Toda elección siempre se define en función de lo que excluye, y un proyecto histórico es una sustitución lógica. Para Hume se trata de sustituir una psicología del espíritu por una psicología de las afecciones del espíritu» (Deleuze, 2007, p. 11).
El trabajo sobre Bergson sorprende por su inicio:
La intuición es el método del bergsonismo. La intuición no es un sentimiento ni una inspiración, no es tampoco una simpatía confusa, sino un método elaborado, incluso uno de los métodos más elaborados de la filosofía. Tiene sus reglas estrictas, que constituyen lo que Bergson llama “la precisión” en filosofía (Deleuze, 1996, p. 9).
Estos inicios no sorprenden porque haga falta una introducción como “En este libro sostendré la idea de que…”, sino porque de entrada sentimos una especie de juicio absoluto del cual ya no podemos salir. Es una afirmación sobre el autor, y esto ya es una pauta para lo que Deleuze entiende como interpretación filosófica. Se afirma “Hume hace esto”, “Bergson hace aquello”, “Spinoza pretende tal y tal cosa”; todas ellas son presentaciones que, independientemente de que las aceptemos o no, de que las creamos convenientes, válidas o razonables, envuelven una afirmación, una afirmatividad propia de la forma en que Deleuze entiende los problemas filosóficos.
Hay dos razones que explican este modo de inicio. La primera es la temática constante de Deleuze del intermezzo, de la meseta, del “estar en medio de”. Este rasgo del pensamiento “en medio de” se manifiesta perfectamente en el libro Mil mesetas: Capitalismo y esquizofrenia. La meseta es una zona de intensidad variable que, como tal, no tiene ni clímax o picos, ni llanos. Así, el modo de inicio por la mitad no pretende causar sorpresa agresiva o ser poco pedagógico con el lector, sino que pretende anular un futuro clímax (que luego, necesariamente llevará a una depresión, si no decepción). Lo interesante es que, una vez eliminado el clímax, se elimina también el secreto, un posible secreto filosófico que quede restricto a algunos iniciados. Esto es curioso porque muchos se quejan de que los filósofos pretendan tener una especie de jerga inaccesible. Lo único que todo filósofo pide es atención, pero no una atención general, sino una atención singular dada por el mismo filósofo. Con esto pasamos a la otra explicación de por qué se inicia en medio de la problemática.
La segunda razón es la forma en que Deleuze procede con los filósofos mismos, o su procedimiento filosófico, identificando cuál es el problema preciso del autor. Veremos que Deleuze sigue la pauta de cada filósofo para leer la filosofía de este, de modo que ya podemos estar tranquilos y saber que el procedimiento filosófico no es un método universal y generalizable, sino que se trata de un procedimiento adecuado por cada sistema filosófico. Así, mientras que el trabajo sobre Spinoza respeta las argumentaciones y las deducciones, more geométrico, el trabajo sobre Bergson es un trabajo desde la experiencia interna. Mientras que la disolución del concepto de sadomasoquismo se logra desde las propias imágenes de Sacher-Masoch, la interpretación del eterno retorno se construye con los aforismos de Nietzsche.
Ahora bien, en el caso de ¿Qué es la filosofía? (2001), estamos frente a un texto propio, que recoge lo que ya estaba presente en toda la obra anterior de Deleuze. Así, ese inicio nos hace perder el falso deseo de apoderarnos de algo nuevo que no poseemos, a saber, la filosofía como secreto de los filósofos (como si por fin un filósofo diera a los no filósofos el secreto para acceder a la filosofía). Con ello, nos obliga de inmediato a preguntarle qué es creación y qué es concepto. Lo curioso es que el texto no da la respuesta a la primera pregunta, sino que se concentra en la segunda, y ese será su camino. Pareciera como si la respuesta a la primera pregunta se diera por añadidura, en la medida en que, evidentemente, para Deleuze, los conceptos solo pueden ser creados, de tal manera que explicar detenidamente el concepto de concepto es explicar en qué consiste la creación de un concepto.
No se trata solo de decir “lo que han venido haciendo los filósofos es crear conceptos”, aunque lo hayan hecho y el texto permita actualizarlos de ese modo. Se trata, además, y, sobre todo, de permitir que el quehacer filosófico se renueve. Con el texto expresado, Deleuze hace que nos demos cuenta de la necesidad que tenemos de seguir haciendo filosofía. Con esa respuesta se abre paso a la comprensión de que nadie, ningún filósofo, es dueño del quehacer filosófico, así haya tantos “padres de…” (ya que, si aceptamos lo de ser padre, de inmediato hay que entender que el padre no es dueño de aquello de lo que es padre). Dicho en otras palabras, la filosofía no tiene fin, porque nadie puede apoderarse del quehacer filosófico y dictaminar lo que es y lo que no es filosofía.
Aparece con esto otro de los temas frecuentes y trillados de su sistema filosófico: pensar de otro modo. El libro dice: “Miren que la filosofía siempre ha pensado de otros modos; nosotros podemos seguir haciéndolo; el todo es que sepamos ‘cómo’ podemos y ‘por qué’ podemos”. La respuesta deja de presentarse como sencilla para presentarse, más bien, como intensión o intensidad: la filosofía es creación de conceptos. Esta afirmación se sentirá constantemente a lo largo del texto, pero ¿por qué?, ¿qué es un concepto?, ¿contra quién va?, ¿para qué decir eso?, ¿a favor de qué o de quién habla ese enunciado? Esta será la labor de esta sección, a saber, explicar por qué se insiste tanto en que eso es la filosofía. Y si desde el comienzo, desde la segunda página del libro, se dice que «la filosofía es el arte de formar, de inventar, de fabricar conceptos» (Deleuze y Guattari, 2001, p. 8), es porque el texto es la expresión de esa afirmación, es decir, el texto mismo crea sus conceptos para ello; en este sentido, lo que dice y como está hecho o de lo que está hecho el texto es lo mismo (conceptos, plano de inmanencia, personajes conceptuales).
El problema radica, por un lado, en saber “con rigurosidad” qué es pedagogía del concepto. Los ejemplos que encontramos a lo largo del libro, como señala Alliez (1996), podrían contar como una pedagogía del concepto, y el resto es, más bien, una ontología del concepto. La pedagogía del concepto, como momento filosófico, es un acontecimiento, por eso la pregunta y la respuesta se dan así, sin misterio. Pero ¿qué es un acontecimiento? Hay estados de cosas y cuerpos y hay cambios en los estados de cosas ...