Política nacional y Revisionismo histórico
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Política nacional y Revisionismo histórico

Arturo Jauretche

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Política nacional y Revisionismo histórico

Arturo Jauretche

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En esta obra fundamental de su ensayística, Jauretche se propone demostrar que lo de "ahora" no se puede resolver sin primero entender "lo de antes". Su propósito es señalar la estrecha relación entre lo histórico y lo político contemporáneo. Pensar una política nacional, sobre todo ejecutarla, requiere conocimiento de la historia verdadera que es el objeto del revisionismo histórico por encima de las discrepancias ideológicas que dentro del panorama general pueda tener los historiadores.

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ADVERTENCIA

Este trabajo fue construido con los apuntes de dos conferencias pronunciadas en la sede central del Instituto Juan Manuel de Rosas y en la filial “Fuerte Federación”, de Junín, provincia de Buenos Aires.
Me guió el propósito de señalar la estrecha vinculación entre lo histórico y lo político contemporáneo. La Nación es una vida, es decir, una continuidad, noción elemental, pero que, sin embargo, escapa generalmente al pensamiento académico del país, tal vez en la misma medida en que está desvinculado del mismo. Hay verdades elementales, como esta, que escapan a la intelligentzia pero que son fácilmente accesibles a nuestros paisanos del común, por la sencilla causa de que razonan con buen sentido y desde sí mismos, y no con informaciones y juicios de prestado. Así el pueblo ha establecido con facilidad las relaciones de la política con la historia y el por qué del empeño en desfigurarla y crear en el tiempo soluciones de continuidad, espacios vacíos, en los que el país parece no haber existido, precisamente porque existió en su plenitud soberana, que es lo que se quiere ocultar. Es la cuestión de la “Patria grande” y la “Patria chica”. Esta quiere taponar a aquella porque le molesta la presencia del fantasma que se convierte en cosa viviente cada vez que grandes movimientos de pueblo toman la dirección de la colectividad.
La necesidad de vincular política e historia es además, en lo personal, producto de una experiencia. De mí puedo decir que solo he integrado de mi pensamiento nacional a través del revisionismo, al que llegué tarde. Solo el conocimiento de la historia verdadera me ha permitido articular piezas que andaban dispersas y no formaban un todo. De tal manera, pensar una política nacional, sobre todo ejecutarla, requiere conocimiento de la historia verdadera que es el objeto del revisionismo histórico por encima de las discrepancias ideológicas que dentro del panorama general puedan tener los historiadores.
Es muy frecuente oír impugnar el revisionismo, en razón de que discutir el pasado es abrir sin objeto viejas heridas. Podría contestarse a esta razón que nada hay más peligroso para la salud que el cierre en falso de las mismas, con el pus dentro. Pero no es cosa de contestar a una analogía con otra. Generalmente los que toman esa posición aparentemente ecléctica y con un aire de perdono a tutti, dicen aceptar la revisión en principio pero le quitan importancia porque “lo que urge es lo de ahora”.
Precisamente me propongo demostrar que lo de “ahora” no se puede resolver sin primero entender “lo de antes”. 1
Quiero advertir también que en este como en todos mis libros, el lector encontrará la reiteración de muchas cosas ya dichas en otros. Es que en todos ellos trato la misma cuestión, la nacional, pero en cada uno la encaro desde un punto de vista distinto, para componer un panorama total. Precisamente una tesis debe resistir la prueba de variadas luces y enfoques para componer la imagen real.

PRIMER MOMENTO

LA FALSIFICACIÓN COMO POLÍTICA DE LA HISTORIA

En nombre de la libertad y con pretensiones de servirla, nuestros liberales Mitre, Sarmiento y Cía., han establecido un despotismo turco en la historia, en la política abstracta, en la leyenda, en la biografía de los argentinos. Sobre la Revolución de Mayo, sobre la guerra de la independencia, sobre sus batallas, sobre sus guerras, ellos tienen un alcorán que es de ley aceptar, creer, profesar, so pena de excomunión por el crimen de barbarie y caudillaje.
Juan Bautista Alberdi, Escritos Póstumos

Historia y realismo


Dice Chesterton, en alguna página traspapelada en mi memoria, que es frecuente el error de oponer la política realista a la política idealista, como una alternativa, y que el error proviene de confundir al político practicón con el realista, lo que es un absurdo, ya que el realismo consiste en la correcta interpretación de la realidad y la realidad es un complejo que se compone de ideal y de cosas prácticas. Así, el político realista, es decir, sustancialmente el político, ni escapa al círculo de los hechos concretos por la tangente del sueño o de la imaginación, ni está tan atado al hecho concreto que se deja cerrar por el círculo de lo cotidiano al margen del futuro y el pasado, diferenciándose bien del practicón, que es un simple colector de votos o fuerzas materiales.
Para una política realista la realidad está construida de ayer y de mañana; de fines y de medios, de antecedentes y de consecuentes, de causas y de concausas. Véase entonces la importancia política del conocimiento de una historia auténtica; sin ella no es posible el conocimiento del presente, y el desconocimiento del presente lleva implícita la imposibilidad de calcular el futuro, porque el hecho cotidiano es un complejo amasado con el barro de lo que fue y el fluido de lo que será, que no por difuso es inaccesible e inaprensible.
De ahí el subtítulo de este trabajo, “Falsificación de la historia y sus objetivos antinacionales” –de fines nacionales–, sin un conocimiento cierto del pasado, pues no hay una política en el que la posibilidad de tales fines está contenida, tanto como en el presente. Conocimiento de la realidad imprescindible a un planteo del futuro, del mismo modo que no puede obtenerse un producto químico sin conocer los elementos que se mezclan en la probeta. Y aquí no se trata solo de elementos materiales, porque el conocimiento del pasado es experiencia, es decir, aprendizaje; el elemento técnico del laboratorio que ahorra la búsqueda puramente empírica, el ensayo permanente, la continua frustración, el fracaso reiterado, mucho más grave cuando la probeta es precisamente el cuerpo social, el país y sus hombres. Eso es la función de la historia en la química de la sociedad y de las naciones: proporcionar juntamente con los datos de la realidad, la aptitud técnica para aprovecharlos.
La falsificación ha perseguido precisamente esta finalidad: impedir, a través de la desfiguración del pasado, que los argentinos poseamos la técnica, la aptitud para concebir y realizar una política nacional. Así hemos carecido de realismo político en el sentido señalado por Chesterton, obligándonos a la alternativa de las abstracciones idealistas o la chapucería de los practicones.
Se ha querido que ignoremos cómo se construye una nación, y cómo se dificulta su formación auténtica, para que ignoremos cómo se la conduce, cómo se construye una política de fines nacionales, una política nacional.
Si la desfiguración de la historia hubiera sido un mero hecho personal, la accidental acumulación de inexactitudes históricas que toda historia contiene, unas veces por defecto de información y otras por defecto de interpretación, el error no tendría ese significado. Pero en el caso argentino no ha jugado sino en mínima parte la ecuación personal de los historiadores, el error voluntario o involuntario personal; hubiera jugado a lo sumo por término corto, por el término precario de la vida de los actores y sus pasiones de combatientes; pero no como ha ocurrido, con una deformación transmitida de generación en generación, durante un proceso secular, articulando todos los elementos de información e instrucción que constituyen la superestructura cultural con sus periódicos, libros, radio, televisión, academias, universidades, enseñanza primaria y secundaria, estatuas, nomenclaturas de lugares, calles y plazas, almanaque de efemérides y celebraciones, y así…

PolÍtica de la historia


Aquí ha habido una sistematización sin contradicciones, perfectamente dirigida. Ha habido una sistemática de la historia concebida después de Caseros y que no puede explicarse por la simple coincidencia de historiadores y difusores. No basta decir, por ejemplo, que los vencedores de Caseros y su más alta figura en la materia, Bartolomé Mitre, construyeron una historia falsa y que la desfiguración es el producto de la simple continuidad de una escuela histórica por ellos fundada.
Una escuela histórica no puede organizar todo un mecanismo de la prensa, del libro, de la cátedra, de la escuela, de todos los medios de formación del pensamiento, simplemente obedeciendo al capricho del fundador. Tampoco puede reprimir y silenciar las contradicciones que se originan en su seno, y menos las versiones opuestas que surgen de los que demandan la revisión. Sería pueril creerlo, y sobre todo antihistórico.
No es pues un problema de historiografía, sino de política: lo que se nos ha presentado como historia es una política de la historia, en que esta es solo un instrumento de planes más vastos destinados precisamente a impedir que la historia, la historia verdadera, contribuya a la formación de una conciencia histórica nacional que es la base necesaria de toda política de la Nación. Así, pues, de la necesidad de un pensamiento político nacional ha surgido la necesidad del revisionismo histórico. De tal manera el revisionismo se ve obligado a superar sus fines exclusivamente históricos, como correspondería si el problema fuera solo de técnica e investigación, y apareja necesariamente consecuencias y finalidades políticas. 2
La política de la historia falsificada es y fue la política de la antinación, de la negación del ser y las posibilidades propias, y la revisión de esa historia no puede prescindir del contenido político que esas circunstancias le imponen. Desde que el revisionismo intente restablecer la verdad y dar bases verdaderas al pensamiento nacional, ya se instrumenta con política propia, y se confunde con la tentativa de crear una política nacional. Si es difícil, y será motivo de debate, desde la verdad establecida, definir cuál será esa política nacional, porque distintas corrientes podrán diferir en la programática de los fines, es incontrarrestable, en cambio, que la verdad histórica es el antecedente de cualquier política que se defina como nacional, y todas tendrán que coincidir en la necesaria destrucción de la falsificación que ha impedido que nuestra política existiera como cosa propia, como creación propia para un destino propio.
La historia falsificada fue iniciada por combatientes que, en el mejor de los casos, no expresaron el pensamiento profundo del país; por minorías que la realidad de su momento rechazaba de su seno y que precisamente las rechazaba por su afán de imponer instituciones, modos y esquemas de importación, hijos de una concepción teórica de la sociedad en la que pesaba más el brillo deslumbrante de las ideas que los datos de la realidad; combatientes a quienes posiblemente la pasión y las reacciones personales terminaron por hacer olvidar –excediendo en esto a sus errores intelectuales– los límites impuestos por el patriotismo para subordinarlos a intereses y apoyos foráneos que, estos sí, tenían conciencia plena de los fines concretos que perseguían entre la ofuscación intelectual de sus aliados nativos.
Las pasiones de ese momento inicial de la historia falsificada, pueden explicar las simples inexactitudes. No sería, en tal caso, verdaderamente una falsificación, sino la visión parcial de la bandería. Si no hubiera pretendido ser “la historia” sería la lógica deposición de una parte de los actores, los vencedores de ese momento inicial de Caseros, solos en el escenario por el aniquilamiento o el sometimiento de los vencidos. Sería también explicable que ellos hubieran concebido la historia del mismo modo que habían actuado; como un quehacer ideológico desvinculado de los elementos de la realidad.

Falsificación histórica. Sus fines económicos y sociales


Pero entonces ya la falsa historia comienza a funcionar no solo por la desvirtuación del pasado, que sería como hemos dicho explicable, sino como un sistema destinado a mantener esa desvirtuación y prolongarla en lo sucesivo imponiéndola para el futuro por la organización de la prensa y la enseñanza, de la escuela a la universidad, con una dictadura del pensamiento, esa que señala Alberdi, que hiciera imposible esclarecer la verdad y encontrar en el pasado los rumbos de una política nacional. Comienza una política de la historia.
Esto era una exigencia de la estructura económica que se creaba por la aplicación lisa y llana del liberalismo económico, que coincidía en esos momentos con los intereses de la dominación de Gran Bretaña, pues su fundamento era la división internacional del trabajo. La revisión de la historia ha puesto ya en evidencia que todos los conflictos que han precedido a Caseros no han sido más que los distintos aspectos de la lucha entre el país que quería realizarse, según su modo americano y tradicional, y la finalidad británica de acomodarlo a su esquema imperialista; a eso tendía la desintegración territorial, comenzada en Alto Perú –como lo quería Rivadavia intentada por la segregación del Litoral, lograda con la separación de la Banda Oriental y culminada con la guerra del Paraguay. Volveremos sobre ello. 3
Conforme al esquema de la división internacional del trabajo el destino del Río de la Plata era ser proveedor de materias primas. Si Canning había puesto en acción el pensamiento de Cobden, “Inglaterra será el taller del mundo y la América del Sur su granja”, ese pensamiento había de continuarse hasta nuestros días, como se ve en las instrucciones de Churchill a lord Halifax para sus negociaciones con Estados Unidos durante la última guerra: “Por otra parte, nosotros seguimos la línea de Estados Unidos en Sudamérica, tanto como es posible, en cuanto no sea cuestión de carne de vaca o de carnero. En esto, naturalmente, tenemos muy fuertes intereses, a cuenta de lo poco que obtenemos”. (Memorias de Churchill, Boston, t. VI, pág. 75). 4

Progresismo liberal y progresismo nacional


Porque la política liberal de Inglaterra está planificada, paradoja que no quieren comprender los liberales; si en ese momento el Río de la Plata interesaba más desde el punto de vista mercantil para la colocación de las manufacturas, la línea de la política imperial iba en distancia a la creación de las condiciones de abastecedor previstas. Es lo que no comprenderán quienes viendo la política de progreso promovida por Gran Bretaña y sus ejecutores locales no perciben que ese progresismo en una dirección es el que a ella le conviene y no al país, y genera la economía distorsionada que padecemos, con la hipertrofia portuaria y la extenuación del interior; el desarrollo agrícola ganadero y la obstaculización del desarrollo, industrial; el sistema de dominio de la tierra que antepone la producción barata y en masa al desarrollo de la población rural; el sistema de transporte organizado solo en vista a la exportación masiva, y la política bancaria y de comercialización de la producción, puesto al servicio de ese mismo sistema. El liberalismo económico supone una planificación –valga la paradoja– que es la de la división internacional del trabajo. 5
Es que la estructura propuesta para Argentina supone una reducida clase terrateniente, una mínima clase media, necesaria para la intermediación, la burocracia del Estado y la escasa técnica que demanda esta economía primaria y simplista. En una palabra, el típico país productor de materias primas del mundo colonial, con una clase señorial poderosa y con una población de “pata al suelo”, lo más cercana posible al infraconsumo. Así también la política de la inmigración no es, como lo fue en Estados Unidos, una política de población fuerte y afincada sino la necesaria para proporcionar mano de obra barata y acelerar el proceso de producción agrícolaganadero dentro de aquel esquema simplista. Esta política ha hecho algunas concesiones a la defensa industrial en ciertas zonas del país, caso del azúcar y del vino, dejando actuar a los sectores del liberalismo que comprendían la necesidad de limitar el librecambio. Pero mírese bien y se comprobará que ambas producciones importaban la recíproca de alejarnos de los mercados que nos proveían de esos mismos productos, y que eran competidores de Gran Bretaña como exportadora nuestra. (Francia especialmente en lanas, y Brasil y los países del Caribe como consumidores de carne salada a las que había estado sirviendo la economía precapitalista de los saladeros.)
Juntamente con la creación de las condiciones de producción prevista por Gran Bretaña –y ese es el sentido de ese progresismo– había que impedir el desarrollo de una economía de la industria y la población que creara a los exportadores la competencia de un fuerte me...

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