FORJA y la década infame
con un apéndice de manifiestos, declaraciones y textos de volantes
Arturo Jauretche
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FORJA y la década infame
con un apéndice de manifiestos, declaraciones y textos de volantes
Arturo Jauretche
About This Book
Forja y la Década Ganada Infame es el resultado de las reflexiones de un joven Jauretche (quien contaba entonces con tan solo 34 años) con una actitud reveladora de nuestra verdad nacional y popular. En estos textos que, aunque no constituyen el lenguaje orgánico de una ideología ni de una doctrina, Jauretche mostró la verdad nacional cubierta por la penetración ideológica del colonialismo cultural.El autor reconstruye los hechos históricos -y los antecedentes que llevaron a ellos- que acompañaron a FORJA entre el 29 de junio de 1935, fecha de su fundación y declaración de principios, y la declaración de octubre de 1945, en la que la mayoría de sus miembros se incorporan al movimiento revolucionario nacional, ya en la calle. Destaca la acción combatiente de los jóvenes y su aptitud para influir en el pensamiento político argentino por sobre el pensamiento individual de sus elementos más destacados.Esta publicación recupera diversos documentos que se han podido salvar de la desaparición, propia de los escasos recursos y publicidad con el que el movimiento contó, indispensables para conocer el desarrollo de una organización que marcó el rumbo del pensamiento nacional hacia mediados del siglo XX.
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EL SIGNIFICADO HISTÓRICO
DE FORJA
FORJA, cuyo significado es Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina, ya en la sigla descubre sus orígenes. Fue un movimiento ideológico surgido de la crisis de la UCR acelerado a raíz de la muerte de Hipólito Yrigoyen; un intento de recuperar el partido para las ideas que el caudillo había puesto en marcha en su larga carrera de conductor. El nombre del movimiento se inspira en una frase de Yrigoyen: “Todo taller de FORJA parece un mundo que se derrumba”.Los rasgos tipificadores del movimiento son los siguientes: 1º) Un retorno a la doctrina nacionalista, aunque vacilante, de Yrigoyen, filiada, en el orden de las conexiones históricas, a las antiguas tradiciones federalistas del país, anteriores a 1852. 2º) Retoma en su contenido originario, los postulados ideológicos de la Reforma Universitaria de 1918. 3º) Su pensamiento no muestra influencias europeas. Es enteramente argentino por su enraizamiento con el doctrinarismo de Yrigoyen, es hispanoamericano bajo la influencia de Manuel Ugarte y Raúl Haya de la Torre y el aprismo. 4º) Sostiene la tesis de la revolución hispanoamericana en general y argentina en particular, asentada en las masas populares. 5º) Es un movimiento ideológico de la clase media universitaria de Buenos Aires, en sus capas menos acomodadas, con posteriores ramificaciones en el interior del país. 6º) En su posición antiimperialista enfrenta tanto a Gran Bretaña como a Estados Unidos en un doble enfoque nacional y latinoamericano.FORJA surgió después de la revolución radical fracasada de Paso de los Libres, comandada por el coronel Roberto Bosch, que contaba con la adhesión de diversos efectivos militares. Marcelo T. de Alvear, coartó el crecimiento de la conspiración en nombre de la pacificación nacional. Esta posición de Alvear coincidía con el plan británico que exigía la legalidad del radicalismo y su conversión en “Partido de orden”. Alvear acusó a los revolucionarios de “provocadores del gobierno”. En estas circunstancias, presos en Corrientes, Arturo Jauretche y Luis Dellepiane mantuvieron las primeras conversaciones relativas a la necesidad de revitalizar a la UCR.La idea de FORJA fue lanzada por Arturo Jauretche y antecedía por conversaciones con viejos luchadores del radicalismo como Manuel Ortiz Pereyra, Gabriel del Mazo, Juan B. Fleitas, Homero Mancione (Manzi), A. Gutiérrez Diez, etc. A poco del movimiento revolucionario de Bosch, y vueltos a la acción política, reunida la Convención Nacional de la UCR —de la que se habla más adelante— y que habría de levantar la abstención revolucionaria, Luis Dellepiane tuvo una descollante actuación. En tales circunstancias se lanzó el llamado “Manifiesto de los Radicales Fuertes”, enérgico enjuiciamiento a la política de Marcelo T. de Alvear, y que puede considerarse el antecedente histórico inmediato de FORJA. En el documento, dirigido a las autoridades partidarias, se hablaba de “connivencia de los falsos dirigentes con las fuerzas imperialistas”. En una invocación a la Convención Nacional a punto de reunirse se leía: “desde el 6 de setiembre, el país llegó a ser desembozadamente la factoría de los trusts que habían pagado ese alzamiento”. Además, se exigía a los convencionales no subalternizar “sus funciones, como procuran los agentes de las empresas sobornadoras que se sientan en su seno y que han intervenido en su convocatoria” y se exhortaba a la “reconquista de la soberanía económica de la Argentina y de todas las naciones latinoamericanas, mediante la anulación de todos los contratos, tratados, leyes o sentencias por las cuales se hayan reconocido concesiones a empresas extranjeras”. Estos “radicales fuertes” se consideraban depositarios y guardianes del pensamiento nacionalista de Yrigoyen. El fuego se había abierto y duraría una década.
Creo que se atribuye a Mirabeau una frase que ha hecho carrera: “La revolución es como Saturno, que devora a sus hijos”. La frase es bella, pero inexacta: la revolución devora a sus padres, los precursores.Las precursores de toda revolución, pese a sus divergencias con el sistema que combaten, son hijos de su época y, como tales, no pueden desafiliarse totalmente de ella; acatan sus escalas de valores, su estilo, su estética y su ética. Ocurre que cuando el hecho revolucionario se produce, a la par de los frutos esperados aparecen otros menores y sorprendentes. El viejo revolucionario se encuentra enfrentado a hechos nuevos que no estaban en sus previsiones; vuélvese díscolo y termina por ser sustituido por promociones nuevas que se adecúan más fácilmente al intervalo penumbroso que hay entre la perención de los viejos “modos” y la definición de los nuevos. Es hora de audaces e improvisadores; entre estos los hay de buena fe y los que solo son pescadores de río revuelto y desaprensivos aprovechadores. Las nuevas condiciones que derogan el orden habitual del mérito y de la fortuna están llenas de sorpresas.La revolución, así sea pacífica, no es como la inauguración de una casa nueva bien pintada y con jardín al frente. Por el contrario, está terminado el comedor y falta el cuarto de baño, la mezcla anda derramada por el suelo y se choca en todas partes con baldes y escaleras; es el momento en que el viejo revolucionario empieza a preguntarse si no era mejor la casa vieja que con todos sus defectos respondía a los hábitos adquiridos. Es aquí donde el viejo revolucionario debe recurrir a la filosofía y a sus conocimientos de la historia para resignarse a ser un espectador donde creyó ser actor de primera fila.Su actitud de ese momento es la prueba de fuego; ella nos dice si el luchador estaba en lo profundo de los acontecimientos que reclamaba o solo en lo superficial, pues debe resignarse al drama del silencio, tironeado entre lo que ve que anda mal y el mal que hará al proceso que contribuyó a crear si lo combate, pues pronto es arrastrado a la posición de sus adversarios irreductibles. Error este irreparable, porque una cosa son las críticas a las imperfecciones del proceso y otra el plan revanchista de los vencidos por la historia. En este momento está en riesgo de negarse a sí mismo y convertirse en instrumento de la contrarrevolución antinacional, como ha sucedido a muchos en la reciente ocasión (me refiero a la contrarrevolución de 1955).
No soy un político en el sentido que habitualmente se dice, posición común a todos los que hemos actuado en FORJA, cualquiera sea el partido al que pertenezcan hoy, siempre dentro de la línea nacional. Esto explica por qué en aquel movimiento solo pudieron existir hombres que renunciaron a toda posibilidad personal, para dedicarse, más que a la política, a una docencia cívica en una hora en que todas las perspectivas nacionales estaban cerradas por la traición del radicalismo a su programa, y el nacionalismo era una palabra de importación, perturbada por enfoques ideológicos paralelos a los de la intelligentzia en una inmadurez que parece irse corrigiendo en la acción. El mayor número de los militantes de esa minoría combativa y sin recursos, que desde oscuros sótanos trabajó para el reencuentro con lo argentino, se sintió descargado de un peso superior a sus fuerzas, cuando en 1945 otras espaldas lo hicieron suyo y otras voces con más aptitud política e instrumentos supieron llevar a la multitud como acción lo que solo habíamos llevado como idea y nutrieron el movimiento naciente con la base social, que es imprescindible. De aquella fecha data mi folleto Nacionalismo y radicalismo, que con el subtítulo Radicalizar la revolución y revolucionar el radicalismo propugnaba un mínimo de comprensión entre las distintas tendencias nacionales.
Fue el 4 de junio de 1946. Perdido entre la multitud en la esquina de Perú y Avenida de Mayo, veía pasar la columna interminable que volvía de Plaza de Mayo, después de vivir los momentos eufóricos de la asunción del mando por el primer Presidente elegido por la voluntad del pueblo, después de un largo interregno de proscripción y fraude. La columna desfilaba coreando los eslogans que quince años antes habíamos creado desde las columnas de Señales, aquel periodiquito de Martínez del Castillo, donde Scalabrini Ortiz y algunos más iniciaron la primera campaña seria del esclarecimiento de los hechos argentinos, sacándolos del vago antiimperialismo de las izquierdas, experto en ocultar las raíces concretas del mal. Nadie en esa multitud me reconoció. Me sonreí, pensando de que de haber pasado una columna adversaria, gran parte de ella me hubiera identificado, para agraviarme. Y esa situación paradojal, de ser desconocido por mis amigos y conocido por los enemigos, me confirmó en aquellas reflexiones políticas que he dicho antes y en la certidumbre de que una nueva Argentina de carne y hueso, estaba de pie. Muy feliz era en desaparecer con los escombros políticos de la otra que yo había luchado por derrumbar, para preocuparme por mi lugar en la nueva.