A pesar de todo... ¡No nos falta nada!
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A pesar de todo... ¡No nos falta nada!

El inmortal Salmo 23 hablando al corazón

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A pesar de todo... ¡No nos falta nada!

El inmortal Salmo 23 hablando al corazón

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En un tiempo como el actual, cuando los valores superiores del espíritu están tan postergados, este libro rescata dichos valores, y señala el camino hacia una vida próspera y saludable.

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Information

Capítulo 1

Sentido de pertenencia

“El Señor es mi Pastor”
Viajábamos por la dilatada Patagonia argentina, donde las poblaciones eran muy pocas y pequeñas. El terreno, una interminable meseta de vegetación desértica, salpicada por las manchas blanquecinas tan típicas de la región.
¿Qué “manchas” eran ésas? Eran la gran riqueza que, junto con el petróleo allí existente, hacen tan atractivo y codiciable a ese extremo final del continente. Eran las ove­jas que abundan tanto en la zona: miles y millones de ellas, en lento movimiento pastando sin cesar.
Lo que recuerdo de manera especial es el trayecto que hicimos por tierra entre las ciudades de Río Gallegos, ca­pital de Santa Cruz, y Río Turbio, la pequeña ciudad mi­nera recostada en la cordillera austral. Una distancia de unos 300 kilómetros sobre camino pedregoso. Y durante las horas de ida y vuelta del viaje, tuvimos de nuevo como compañeras a las infaltables ovejas. Pero esta vez estaban bien cerca del camino, casi al alcance de la mano.
Y a medida que avanzábamos, íbamos espantando a los rebaños junto a la ruta. ¡Cómo huían despavoridas esas ovejas al escuchar la bocina del auto! Corrían todas jun­tas, unas detrás de las otras, aun bastante después de ha­berlas pasado. Los corderitos, más asustadizos y temero­sos, seguían a sus mayores tan rápidamente como podían.
Al observar repetidamente ese mismo cuadro, vino a mi pensamiento el brillante Salmo 23 del rey David, que destaca la obra del divino Pastor en favor de sus ovejas. Y como resultado, nacieron allí las primeras ideas que dieron ori­gen a esta obra.

ELLAS Y NOSOTROS

David empieza diciendo: “El Señor es mi Pastor”. Es nuestro Pastor. Por lo tanto, somos sus ovejas. Le pertenecemos. No somos huérfanos ni estamos abandona­dos. Él se ocupa de nosotros. Somos valiosos para él.
¿Existe alguna semejanza entre las ovejas y los seres humanos? Ellas no son fuertes como el león, ágiles como la gacela, o astutas como la serpiente. Son indefensas, frágiles, y se extravían fácilmente. Tienen poco desarro­llado el sentido de orientación. Unas siguen a las otras, aunque a veces esto les cueste la vida. Imitan sin criterio lo que hacen las demás.
Cierto obrero ferroviario, encargado de embarcar ani­males, les comentó a sus compañeros de trabajo: “Miren cómo cada oveja hace exactamente lo mismo que la que tiene delante”. Y para demostrarlo, colgó un palo atrave­sado en el angosto desfiladero por donde pasaban los cor­deros. Como era natural, el primer animal debió dar un salto al pasar. Y lo mismo hizo el siguiente, y muchos más que vinieron detrás de él.
Pero luego el obrero fue sacando lentamente el palo, y todas las ovejas restantes, al llegar a ese lugar, seguían saltando como si el palo estuviese todavía allí. Cada una de ellas saltaba sin necesidad, como lo había hecho la ante­rior.
¿No ocurre algo parecido con los seres humanos? ¡Cuántas veces imitamos a los demás sin saber por qué motivo! Desarrollamos una mentalidad de rebaño, y nos quedamos sin ideas propias. Seguimos ciegamente los dicta­dos de ciertas modas, y hasta adoptamos costumbres que arruinan nuestro bienestar. Esto explica por qué muchos incurren en ciertos vicios, llámense tabaquismo, drogadic­ción u otros. Porque, según ellos, “todos los demás lo hacen”.
Y aunque sufran un terrible deterioro en su salud, y acorten innecesariamente sus días, igualmente siguen con su enviciamiento, porque no piensan ni deciden con cabe­za propia. Se limitan a imitar a los demás, quienes a su vez imitan a otros, y éstos a otros. Y así, la negra cadena de sucesiva imitación convierte en víctimas a millones de per­sonas. Inconcebible: ¡mentalidad de rebaño entre seres racionales!
Y pensar que a menudo hacemos gala de inteligencia y buen criterio. ¡Nos creemos tan listos, tan fuertes, tan dueños de nosotros mismos!... Pero en el fondo, ¿no nos parecemos bastante a las ovejas? Y como ellas, somos con frecuencia frágiles y temerosos. Fácilmente nos confundimos y nos desorientamos; no sabemos qué hacer, adónde ir, o para qué luchar... ¿No te ha pasado esto más de una vez? ¡Así somos los humanos! Como ovejas nece­sitadas en el gran rebaño de la vida.

EL PELIGRO DE AISLARSE

Normalmente, las ovejas se mantienen cerca la una de la otra. Se llevan bien entre sí. Pero a veces una de ellas se aleja. Y sola, corre el riesgo de extraviarse y ser ataca­da por alguna fiera enemiga. Algo semejante le pasa a la persona que se aísla y se distancia de los demás. Y en su soledad, puede perder la protección del grupo y el afecto de sus allegados.
¡Cuántos cortan deliberadamente su conexión con el prójimo, pensando que de esa manera se sentirán mejor y tendrán más libertad de acción! Y los tales, ¡cuánto se equivocan! Son los hijos que se rebelan contra sus padres, y deciden alejarse de ellos. Son los amigos que una vez se ofenden, y se separan para siempre. Son los esposos que, en lugar de mejorar su convivencia, acentúan de tal modo sus desavenencias que por fin rompen su vínculo matrimo­nial.
En la mayoría de los casos, estos seres terminan distan­ciados y resentidos debido a su inmadurez y al amor pro­pio de sus corazones. Podrían haber conservado en buen estado sus lazos afectivos, pero prefirieron tomar el cami­no del enojo y del alejamiento. Son personas obstinadas, emocionalmente desvalidas. Tan necesitadas como la ove­ja extraviada, porque quedaron a merced de su propio ais­lamiento.
Pero “el Señor es mi Pastor”, declara el salmista David. Por lo tanto, no necesitamos sentirnos solos o permanecer aislados. Le pertenecemos a Alguien, quien vela por nues­tro bien, y quien nos guía con su mano. Tú y yo somos la oveja, pero el Señor es el Pastor . Mientras abundan los seres sueltos, como pequeñas islas olvidadas del mundo, tú y yo podemos sentir el amor de Dios y su fuerte brazo sustentador.

UN PASTOR COMPASIVO

El Salmo no presenta al Señor como Maestro, Líder, Creador o Redentor. Lo presenta como el divino Pastor, que atiende con solicitud a cada oveja del rebaño. Él es el Padre que ama a sus hijos. Es el Dios todopoderoso en quien podemos confiar, y de quien podemos depender en la hora de nuestra mayor necesidad. Nunca nos abandona; se coloca a nuestro lado para asegurar nuestro éxito per­sonal. Estamos siempre bajo su mirada paternal. Así lo declara otro salmo del mismo autor:
“¿Adónde me iré de tu Espíritu? ¿Y adónde
huiré de tu presencia? Si subiera a los
cielos, allí estás tú; si en el sepulcro
hiciera mi lecho, también estás allí.
Si tomara las alas del alba, y habitara en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano,
y me sostendrá tu diestra.
“Si dijera: De seguro las tinieblas me encubrirán, hasta la noche resplandecerá sobre mí.
Ni aun las tinieblas me encubren de ti,
y la noche es tan luminosa como el día;
lo mismo te son las tinieblas que la luz”
(Salmo 139:7-12).
La mirada y el amor de Dios siempre nos acompañan. Aun los que huyen de él, corren inútilmente; porque Dios los sigue con paciencia y ternura. Tal es el amor que nos profesa. Él ocupa el papel protagónico del Salmo; y tam­bién quiere ocupar el primer lugar en nuestra vida. Porque sólo así podemos sentirnos bien, y alcanzar nuestros más altos ideales.
El Señor nos ama a todos por igual. Es Pastor de los buenos que él bendice, y de los malos, a los cuales él perdona... Es el Padre de todos; y en él todos somos hechos hermanos. Él no hace acepción de personas. Sólo considera nuestras necesidades, y actúa para su­plirlas. ¿Te acordabas que tenemos un Padre-Pastor tan admirable y poderoso?

MÁS ACERCA DE ÉL

¿Quién mejor que David para hablar del divino Pastor? Él sabía lo que decía, porque en su juventud había pasto­reado el rebaño de su padre. Había cuidado valerosamente a las ovejas (1 Samuel 17:34,35); las había llevado de una parte a otra para asegurarles el agua y el alimento; las había apacentado con bondad y paciencia... Había sido un pas­tor responsable y cumplidor...
Y al considerar la índole de su profesión, concluyó que el mejor Pastor de todos era el Señor, porque nadie como él amaba y cuidaba tanto a cada una de las ovejas humanas de este mundo. Y siglos más tarde, el mismo Señor habría de decir: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas” (S. Juan 10:11).
En cierta comarca de Escocia, un pastor de ovejas cui­daba su rebaño junto con su hija. Mediante un silbido es­pecial, los animales eran llamados y respondían. Y cuando la muchacha creció, fue enviada a una ciudad distante para recibir una mejor educación. Al principio, las cartas iban y venían, y así la hija mantenía una buena relación con su familia.
Pero pasado cierto tiempo, las cartas de la hija se fue­ron espaciando más y más, hasta que finalmente dejó de escribir a su casa. Preocupada la familia ante tal silencio, el padre decidió viajar hasta la ciudad, para ...

Table of contents

  1. Tapa
  2. Prefacio
  3. Sobre nuestro título
  4. Capítulo 1
  5. Capítulo 2
  6. Capítulo 3
  7. Capítulo 4
  8. Capítulo 5
  9. Capítulo 6
  10. Capítulo 7
  11. Capítulo 8
  12. Capítulo 9
  13. Capítulo 10
  14. Capítulo 11
  15. Capítulo 12
  16. Capítulo 13