INSURGENTE
La expedición en México
Sepárense las Américas y sucederá a España lo mismo que a la Inglaterra, será más poderosa; su comercio más lucrativo con esas mismas Américas, sus antiguas colonias, porque será más extenso y más libre, no teniendo ya el Rey que oprimirlo para su monopolio.
Xavier Mina
La travesía hasta las costas de México está recogida en el relato de Brush:
Después de pasar rápidamente frente a la barra de Matagorda llegaron a la boca del Río Grande, en la que los realistas tenían una pequeña guarnición con pocos hombres. Dispuesto a realizar una maniobra de engaño y diversión y acuciado al mismo tiempo por la necesidad de conseguir cierta provisión de agua de la que tenían necesidad, se envió a tierra a un oficial español acompañado de algunos marineros, con la explicación de cara al oficial del puesto realista de que se trataba de una escuadra española procedente de La Habana y con destino a Veracruz.
Según Brush, un barco pequeño se averió y fue necesario acercarlo a tierra, al mismo tiempo que cayó muerto uno de los oficiales.
La realidad de lo acontecido fue ésta: al pasar la expedición frente a la desembocadura de río Grande y ante la necesidad de llenar los depósitos de agua y víveres, el mayor José Sardá, al frente de unos cuantos marineros, se dirigió a tierra y engañó al oficial del puesto realista haciéndose pasar por un convoy de soldados españoles que había acabado con los rebeldes de Galveston y se dirigía a Veracruz. De este modo consiguieron repostar agua y comida pero por un accidente que los textos no explican, falleció el teniente Pallarés, español que venía con la expedición desde Londres, lo que privó a Mina de uno de sus compañeros más queridos. Por otra parte, se perdió la goleta de la flota de Aury y cuatro miembros de la expedición desertaron, aprovechando la cercanía de los bosques.
El abandono de estos soldados significó un revés importante, aunque sus efectos quedaron retardados por la distancia y el tiempo que la noticia sobre su deserción y las declaraciones sobre la flota tardaron en llegar a la ciudad de México. De todos modos, el Virrey tenía noticias abundantes y señal cierta de que los insurgentes recibirían pronta ayuda, incluso de que se avecinaba «el traidor Mina» y sus expedicionarios.
Con la seguridad de que se aproximaba a su objetivo y que era llegado el momento de entrar en accion, Mina publicó una Proclama a sus seguidores, en la que resumía lo que habían pasado y explicaba la extraordinaria aventura que se abría ante ellos
Compañeros de armas,
Vosotros os habeis reunido bajo mis ordenes a fin de trabajar por la libertad e independencia de México. Ha siete años que este pueblo lucha con sus opresores para obtener tan noble objeto. Hasta ahora no ha sido protegido: a las almas generosas toca mezclarse en la contienda. Así vosotros, siguiéndome, habeis emprendido defender la mejor causa que puede suscitarse sobre la tierra.
Hemos tenido que vencer muchas dificultades; yo soy testigo de vuestra constancia y sufrimiento. Los hombres de bien sabrán apreciar vuestra virtud y ahora vais a recibir su premio, es decir el triunfo o el honor que de él resulta. Vosotros sabeis que, al pisar el suelo mexicano, no vamos a conquistar sino a auxiliar á los ilustres defensores de los más sagrados derechos del hombre en sociedad. Hagamos, pues, que sus esfuerzos sean coronados, tomando una parte activa en la carrera gloriosa en que contienden.
Os recomiendo el respeto á la religión, a las personas y a las propiedades y espero no olvidaréis el principio de que no es tanto el valor como una severa disciplina lo que proporciona el éxito en las grandes empresas.
Río Bravo del Norte, a 12 de abril de 1817. Xavier Mina.
Este texto permite conocer el pensamiento político y los fundamentos ideológicos de Xavier Mina, cuando se inicia el período culminante de su actuación en América. Contiene una inflexión personalista muy clara, pero a la vez reconocedora de lo que significaba seguirle, para «defender la mejor causa», la causa de la libertad. El premio que iban a recibir lo señala con hermosas palabras: «será el triunfo o el honor de triunfar». Y subraya que no vienen a conquistar sino a «auxiliar a los defensores de los derechos del hombre en sociedad». Su exhortación final es ejemplar y recomienda el respeto a la religión, las personas y las propiedades. Contiene una clara resonancia del liberalismo aprendido de sus mejores maestros. Finalmente, la mención a la disciplina militar muestra una de sus constantes más queridas.
La emoción entre los expedicionarios crecía de intensidad conforme pasaban los días. Sorteado el peligro que había supuesto el encuentro con los realistas en río Bravo, Mina y quienes lo rodeaban se entregaron febrilmente a la preparación del desembarco, mientras discutían y decidían las primeras acciones. ¿Estarían esperándolos los realistas en las playas a las que pretendían llegar? El lugar elegido estaba lejos de los puertos más importantes, de los lugares en que se sabía que estaban desplegadas las tropas del Virrey, pero de todos modos las dudas y la incertidumbre arañaban las mentes de todos. Los ayudantes del general disponían sus servicios mientras Fray Servando insistía en su inquietud. Estaba frente a las costas de su tierra natal, cerca de Monterrey, pero desconocía el lugar exacto del desembarco.
Desembarco en México
Temeroso de ser descubierto, Mina reanudó la navegación, determinado a llegar lo antes posible a la desembocadura del río Santander. Era la decisión que había tomado en Nueva Orleáns, al encontrarse con un lugareño de Tamaulipas. Los oficiales de la expedición, que esperaban dirigirse a Tampico, sufrieron una gran decepción al conocer que su destino eran las playas de Soto la Marina. Y aunque de momento Fray Servando no expresó su opinión, también quedó desconcertado ¿Qué había ocurrido? Resulta evidente que Mina tenía información de la que carecían los demás. Al parecer, mientras se encontraba en Nueva Orleáns había recibido noticias poco favorables sobre la situación en Nueva España. Se referían a la caída del puerto de Boquilla de Piedra (ocurrió a finales de noviembre), capturado definitivamente por los realistas, quienes se fortificaron en la costa a la espera de la anunciada expedición.
Pero además, pocos días antes de partir, el mensajero Laborde, que había enviado a encontrarse otra vez con el general Guadalupe Victoria, regresó a Galveston diciendo que le había sido imposible entrar en contacto con el mexicano y transmitiéndole la impresión de que, en el entorno de Victoria, parecía verse con antipatía el desembarco de Mina en la provincia de Veracruz. Por alguna razón, los mexicanos temían la llegada del general español. Se confirmaban así las desavenencias y los enfrentamientos entre los propios insurgentes. Mina pensó entonces en el puerto de Tampico, que era un lugar excelente para desembarcar, pero por aquellos días las fuerzas realistas volvieron a ocupar también Nautla (que se encontraba en poder de Victoria) y reforzaron las defensas de la ciudad de Altamira, situada al norte de Tampico, guarneciéndola con un contingente de más de dos mil hombres.
Brush añade:
Under this circunstances the Expedition could not disembark at Tampico and the General plainly saw from Victoria’s conduct that from motives of a despicable jalousy he did not wish him to land in the province of Veracruz.
En Nueva Orleáns Mina se había encontrado con Anselmo Hinojosa, un mexicano nativo de Soto la Marina, que le explicó las condiciones de este puerto, situado en el interior de la bahía natural formada por la desembocadura del río, un lugar ideal para el desembarco de la División. Se encontraba más al norte de Tampico, pero no excesivamente lejos de Altamira. En estas circunstancias Mina creyó que la solución parecía excelente. Hinojosa, sin embargo, cometió un grave error, ya que desconocía el cambio de emplazamiento del pueblo, lo que había ocurrido con posterioridad a su exilio.
His only option therefore was to endeavour to penetrate by land, from the Mouth of the River Saint Andero [sic por Santander] to some part of the country occupied by the Independents.
Era un riesgo mayor, pero valía la pena correrlo.
La navegación no había resultado nada fácil, ya que poco después de salir de río Grande se encontraron con una fuerte galerna, tan frecuentes en el golfo de México, que dispersó la flota y los obligó a retrasarse varios días. En el Cleopatra faltaron los víveres y se tuvo que implantar un racionamiento muy severo. Según Robinson, Mina aprovechó la travesía para revisar cuidadosamente el texto de la Proclama que traía preparada desde Baltimore y corrigió palabras, frases y párrafos enteros, antes de entregar la versión definitiva a Joaquín Infante, el poeta cubano que tenía el cargo de auditor de la Expedición y de quien dependía la imprenta portátil que traían a bordo. Esta imprenta, a cargo del joven impresor estadounidense Samuel Bangs, resultó muy útil al llegar a tierra y en ella se imprimió el periódico de la Expedición.
De Joaquín Infante, abogado y poeta, que participó en la primera revuelta cubana de 1810, no existen muchas referencias. Capturado y procesado al fracasar la intentona cubana, se refugió en Venezuela y participó en las luchas por la independencia. Posteriormente, se trasladó a Estados Unidos y al conocer el proyecto de Mina se incorporó a la Expedición en Baltimore, como auditor de la División auxiliar y responsable del periódico. Hecho preso en 1817 en Soto la Marina, se le envió con otros expedicionarios a las cárceles de España y fue liberado finalmente en Cádiz en 1820. Aquí publicó una obra sobre los sucesos de América: Solución a la cuestión de derecho sobre la emancipación de la América, por el ciudadano Joaquín Infante.
Aunque existe alguna discrepancia historiográfica, gracias a la correspondencia del virrrey se puede datar el 21 de abril de 1817 como el día exacto que desembarcaron las tropas en la playa exterior de la barra del río Santander, que en la actualidad se llama La Pesca. No fueron recibidos por nadie, aunque al parecer se acercaron a ellos dos soldados vestidos como campesinos, que consiguieron la primera información sobre la situación de la zona. Al mediodía, iniciaron la marcha hacia Soto la Marina, pero los marinos y algunos soldados quedaron en la playa para vigilar los armamentos y la mayoría de los pertrechos. La pequeña flota expedicionaria al mando de Aury permaneció aguas adentro. Dadas las dificultades que ofreció el primer intento de penetrar en el estuario del río, por la escasa profundidad de las aguas, se tuvo que optar por el envío de parte del cargamento hasta Soto la Marina, río arriba, transportándolo en pequeñas barcas.
En cuanto al comodoro Louis de Aury, se mantuvo a bordo resuelto a regresar a las playas de Texas, para instalarse en Matagorda como era su deseo. Aury se había puesto de acuerdo recientemente con «los asociados» de Nueva Orleáns y los patriotas allí residentes, para llevar a cabo un proyecto, del que se había empezado a hablar cuando Mina visitó Nueva Orleáns, el de tomar una plaza militar española en las costas de Florida Oriental. En sus barcos permanecían también algunos soldados negros haitianos que tenían la intención de regresar a su país. Al parecer, cuando se dirigieron a Mina para comunicarle este propósito, les contestó que
…podían marcharse, porque el país [México] estaba lleno de hombres y lo que realmente le interesaba conservar eran las armas y los oficiales.
Brush comenta esta respuesta y añade que el general lamentó más tarde haber sido tan condescendiente, cuando comprendió la necesidad de contar con un mayor número de soldados experimentados y curtidos en alguna batalla. La pérdida más dolorosa fue la del coronel conde de Ruuth, que decidió regresar con Aury.
El trayecto desde la playa hasta el pueblo resultó difícil, al tener que caminar la columna por terreno seco y pelado, a lo largo de un amplio banco de arena, entre el río y una laguna grande. En aquel momento cayeron en la cuenta de que el emplazamiento de la población estaba más lejos de lo que pensaban. Poco después, atravesaron una especie de brazo de río, lo que los obligó a mojarse completamente y a tener que soportar el calor del día con las ropas empapadas en salitre. Tal y como lo cuenta Brush, tuvieron dos días de sufrimiento, sin comida ni agua, por caminos polvorientos, en una época próxima a la de las lluvias, que no se habían iniciado todavía. Pasaron la primera noche en los alrededores de un rancho desierto, abandonado por sus moradores pero, al renudar la marcha al día siguiente, encontraron una fuente de agua potable y tuvieron la oportunidad de matar y cocinar algunos animales.
Al caer el sol del segundo día llegaron a Soto la Marina. Se trataba de un pueblo de reciente construcción, en la margen izquierda del río, levantado sobre una colina, cuando sus habitantes decidieron abandonar la población antigua, que estaba más cerca de la desembocadura. Mina ordenó al mayor José Sardá que tomara el mando de un grupo de vanguardia, compuesto de oficiales distinguidos y que se adelantara al grueso de las fuerzas, para establecer contacto con quienes permanecían en el pueblo, entre ellos el cura párroco. Pronto se dieron cuenta de que el jefe local de los realistas, el teniente coronel Felipe de la Garza, retirado algunas millas en el interior, había adoctrinado a sus habitantes, describiendo a los expedicionarios como
…a band of heretics, who had come to the country to deal out destruction on every side, and indiscriminately to put all to the sword.
«Herejes, destructores y asesinos», era una tarjeta de presentación díficilmente aceptable. No podía resultar extraño que la mayoría de los vecinos hubiera corrido a ocultarse en lugares más seguros.
Josep Sardá (1782-1834) tuvo una carrera militar con altibajos y cambios importantes. Se encontraba sirviendo en la Toscana cuando se produjo la invasión de la Península, por lo que pasó a combatir al francés en la guerra de la Independencia. Prisionero de los franceses, visitó a Fernando VII en Valençay, y se dice que se enfrentó con el rey al darse cuenta de su antiliberalismo. Entró al servicio de Napoleón en 1812 y se mantuvo a sus órdenes hasta la derrota y confinamiento del Emperador en la isla de Elba.
En 1814 o 1815 se trasladó a Inglaterra y se incorporó a la Expedición de Xavier Mina, a quien siguió a Estados Unidos y Galveston donde coincidió con el coronel Mariano Montilla, ayudante de Simón Bolívar. Hecho preso por los realistas, se le confinó en San Juan de Ulúa y fue trasladado al presidio de Ceuta de donde escapó atravesando el Estrecho a nado. Nuevamente en Londres se incorporó a las fuerzas voluntarias enviadas a Nueva Granada y estuvo a las órdenes de Bolívar, llegando a alcanzar el grado de general. Enfrentado al general Santander, encabezó una revuelta militar y fue fusilado en 1834.
Advertido el cura párroco de Soto la Marina por Sardá de la llegada de la División, no tardó en prepararse para una recepción más decorosa. Mina, por su parte, hizo lo mismo. Vistió a sus tropas con uniforme de revista, los organizó en columnas y, acompañado por Fray Servando, titulado obispo de Baltimore y capellán de la Div...