Maneras de escribir y ser / no ser madre
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About this book

Las catorce voces que coinciden en este libro establecen un diálogo intergeneracional sobre la idea de las maternidades y las no maternidades frente al trabajo creativo. ¿Cómo vivimos la intersección maternidad / literatura quienes decidimos ser madres y quienes no? Las autoras de estas crónicas dan cuenta de la manera en que han debido enfrentar los mitos de la maternidad y el trabajo artístico: las madres como escritoras incompletas, las escritoras que no son madres como mujeres incompletas, el oficio de la escritura como una labor que se lleva a cabo en aislamiento o la famosa "torre de marfil" donde el escritor espera ser tocado por la musa. La intención de este volumen es derribar estos mitos a partir de la diversidad de sus historias. Una de las temáticas en que convergen las diversas visiones presentes en este libro es la de las labores de cuidados, que desde siempre han sido precarizadas y feminizadas; además, durante la pandemia su dimensión problemática se ha agudizado de manera desproporcionada. Estamos convencidas de que lo personal es político, por lo tanto, la visión privada de la maternidad o su negación debe volverse parte de la conversación pública.

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Information

La llegada
(páginas de un diario)
Carmen Boullosa*
1985 Mixcoac

a Juan Aura

Al definir la llegada por la serie de cambios que se dan en un cuerpo para expulsar a otro cuerpo, aunque se haga con ánimo de manual ginecológico, no puede dejar de decirse que, contrario a lo que opinan muchas compañeras en defensa de la dignidad del acto, el anuncio de la llegada se acompaña de múltiples señales de violencia:
Estaba planeado que yo me saltaría la mitad del camino, y eso me hacía creerme inmune —en lugar de verme peleando con el tráfico de la ciudad para tratar de llegar a tiempo, la fuente derramada, contracciones cada vez más intensas, o aún desde antes, en casa luchando por contravenir un desorden normal, batallando con ese todo que seguro trataría de seguir su curso habitual, haciendo lo posible por no perder la calma—, me veía llegar como si a cualquier cita, con prisas o sin ellas, con la maleta a mi lado y los corazones bien limpios.
Eso, sin aún enumerar la violencia real, la que el acto impone a un cuerpo humano, y del que de seguro lo demás intentaría inútilmente distraer la atención.
Así, llegué al hospital, creyendo ser entre superchica y cyborg. Todo parecía ir conforme al plan: mi hijo no intentó nacer en el camino. Su llegada no iba a violentar el acomodo de mis huesos, yo no lo iba a recibir entre pujamientos, sudores y gritos, sino como si fuera una excepción hecha en mí.
El día anterior, el ginecólogo agendó la hora de la cesárea. Yo no pensaba en el procedimiento como una violencia, sino como un acto salvador: de no ser por el bisturí y demás, mi caso sería uno más de las que mueren de parto, de mal parto**, así que la intervención quirúrgica sonaba en mis oídos con un tono (pasado de moda) de «salvación».
Llegué al hospital, entré caminando por mis pies. A Alejandro lo detuvieron en la puerta (sin argüir la lógica escondida de que él no tenía por qué ver cómo me abrían la barriga) y lo dejaron con un palmo de narices, esperando con la maleta en las manos y la orden de que ahí se tenía que quedar porque le iban a dar mis «prendas», o algo así llamaron al bulto anómalo que harían mi ropa, mis lentes de contacto y, si no me los hubiera quitado antes, mi anillo y aretes***.
Era lógico. Yo debía desprenderme de lo que no podría defender ni ostentar con la suficiente humanidad (como mis lentes de contacto o, si las hubiera tenido, «prótesis» dentales).
Luego, no sé cuánto tiempo después, pero muy rápido, sin dolor y sin siquiera mayor molestia que no fuera no ver nada de nada, porque soy ciega como un topo, nació mi hijo. No fue labor: fue un milagro.
Ahí estaba. Me lo enseñaron (cuánto me emocioné y lo que sentí aquí no viene a cuento, y no cabe en ningún cuento) y casi de inmediato se lo llevaron.
Este libro empieza ahí, cuando se llevan a mi hijo, mi hijo.
***
¿Quién se lo llevó? ¿Hacia dónde?
Se empezaba a verificar el rito del nacimiento.
Cuando alguien me pregunta si bautizaré a mis hijos, y me hace loas sobre la importancia de nombrarlo, o la significancia de ese rito, como si un rito de iniciación, yo lo miro de reojo. ¡Qué más rito quieren que el del hospital! Con eso tuve más que suficiente. Y no por defendible, pero sí tan lleno de sentido como la sal y el agua y el aceite y la comunidad entrando o afuera de la nave de la iglesia.
Se lo llevaron. A mi bebé. ¿A dónde? «¿No me lo pueden dejar?». A todas las preguntas que fueran por ese lado, el de la cercanía de la mamá y el bebé, me respondían que era por necesidades de salud del recién nacido. Me lo quitaban para protegerlo. Para eso se lo llevan al temible, frío y desagradable devorador que llaman El Cunero.
Yo nada más grité —ahí sí grité—: «¡No le vayan a hacer la circuncisión!». Y lo repetí varias veces. Pensaba: «¿Para qué me iban a herir a mi hijo? ¿Para qué?».
***
Por fortuna me hicieron caso, y no le hicieron la circuncisión.
A las niñas les «hacen» un par de inofensivos hoyitos en las orejas para que puedan lucir sus aretes y «se vean bien».
A los hombres, para marcarlos, les imponen un acto más bestial, y que no me digan que no es doloroso porque eso no se los creo. Entré varias veces a El Cunero, y en la sala de «cirugía menor» casi siempre había un infeliz en ese trance: estoy segura de que además de sangriento es doloroso.
Es para que les duela. Para que aprendan que así es eso, que es incómodo y doloroso por motivos higiénicos y la operación se practica ahí, como dirían mis tías,
[falta una página]****
***
Así que se lo llevaron....

Table of contents

  1. Prólogo a dos voces
  2. Las madres que nos habitan
  3. La aguja sobre la corriente
  4. La maternidady la reescritura del yo
  5. Niña madre
  6. En la ídem
  7. Un viento helado de enero
  8. Descendencia
  9. Diario de la operación
  10. Un mundo es una puerta
  11. Manera de escribiry de ser madre
  12. Tríptico de la inmaternidad
  13. A lo hecho, pecho
  14. Quiero hablar con Diospero apareces tú, madre
  15. La llegada
  16. Epílogo