Breve historia del anarquismo
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Javier Paniagua Fuentes

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Breve historia del anarquismo

Javier Paniagua Fuentes

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La historia de un movimiento político, de fuerte raigambre filosófica, que influyó en innumerables políticos, filósofos, escritores y artistas del S.XX y aún del S. XXI.En la cultura popular y aún en el lenguaje cotidiano se ha venido identificando el anarquismo y la anarquía con conceptos como caos, desorganización, desinterés y aún violencia y terrorismo. Estos clichés hacen necesaria una obra como Breve historia del Anarquismo que hunde su mirada en las raíces filosóficas del movimiento para mostrarnos luego su devenir histórico en los distintos países en los que caló "especialmente en España donde el anarquismo constituyó un caso particular-, con el fin de ayudarnos a clarificar cuál es la relación real del anarquismo con reivindicaciones como la colectivización del campo o la emancipación de la mujer, y cuál es su relación con la violencia contra el estado y el terrorismo como forma de destrucción del poder.Divide el libro Javier Paniagua en tres partes que sirven para abordar el anarquismo teniendo en cuenta sus justas proporciones. Presentará en el primer capítulo las raíces teóricas y filosóficas desde las que evoluciona el movimiento, primero como leves bosquejos de teoría en el S. XVIII y ya como ideario cristalizado en el XIX, aunque siempre móvil y plural, bajo figuras tan relevantes como Proudhon, Bakunin, Malatesta o Kropotkin. Presentadas las aristas teóricas del anarquismo y sus distintas versiones nos hablará de la historia del mismo en España, un caso particular, porque estuvo vigente hasta el final de la Guerra Civil cuando en el resto del mundo su vigencia terminó veinte años antes, además el gobierno republicano contó con varios ministros anarquistas " como Federica Montseny, primera mujer ministra de la historia de España-. Asistiremos en esta segunda parte a momentos álgidos del movimiento como la Semana Trágica, la creación de la CNT o de la FAI.

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Information

Publisher
Nowtilus
Year
2012
ISBN
9788499674117
1

Las bases teóricas del anarquismo

LOS PRECURSORES DE LA ACRACIA

La construcción ideológica del anarquismo se desarrolla desde finales del siglo XVIII hasta el primer tercio del siglo XX. Una serie de autores, que responden a contextos históricos diferentes, expusieron sus propuestas de abolición del Estado y las condiciones para que existiera, con garantías, libertad individual y colectiva. En muchos casos, las motivaciones de estos escritores son muy diversas, pero de alguna manera fueron reivindicados por los militantes libertarios como base de sus presupuestos teóricos y como justificación de sus propuestas de organización social.
William Godwin (1756-1836), pastor anglicano durante un tiempo, abandonó la carrera eclesiástica y dedicó parte de su vida a configurar un mundo nuevo. En 1793 publicó su libro más importante: Investigación acerca de la Justicia y su influencia en la virtud y la dicha generales. Recogiendo las ideas de Rousseau, Helvecio y D’Holbach, autores encuadrados en la Ilustración del siglo XVIII, y magnetizado por los acontecimientos de la Revolución francesa, defiende la educación generalizada como el camino auténtico hacia la razón, fuente única de sabiduría. Recibió la influencia del norteamericano Thomas Paine, uno de los promotores de la independencia estadounidense, quien no negaba la necesidad del Gobierno, pero defendía en su folleto El sentido común (Common Sense) la preeminencia de la sociedad sobre el Estado. Estimaba Paine que muchas veces suponía un obstáculo a la expansión natural de la sociedad, al contrario de lo que había formulado Hobbes en el siglo XVII de que este había nacido para evitar las luchas de intereses contrapuestos que se da en la naturaleza humana, cuya tendencia va dirigida a satisfacer todos los deseos que en muchas ocasiones son contradictorios entre sí y tienden a enfrentarse. Para Hobbes, el Estado sería el garante de la paz entre los humanos para vivir en sociedad.
Sólo eliminando la Administración estatal con sus gobiernos, pensaba Godwin, puede conseguirse la verdadera justicia, porque ante los estados los seres humanos abdican de sus propios juicios. Y de igual modo, habrá que evitar la expansión de las naciones, causa de muchas injusticias, ya que los nacionalismos no pueden considerarse realidades sociales naturales; únicamente la comunidad autosuficiente es el auténtico cauce para la libertad individual y colectiva. Los gobiernos no son más que la expresión de los intereses de las clases y poderes dominantes y, por tanto, las leyes elaboradas responden a su defensa. En este sentido, el castigo infligido por violar la ley no tiene justificación teórica, pues esta se sustenta en la arbitrariedad de quien la establece y no en la libertad de la razón de los hombres y las mujeres. Desde esta perspectiva, la propiedad privada no tiene, para Godwin, fundamento social ni jurídico: una minoría disfruta los beneficios del trabajo de lo que produce una inmensa mayoría.
Igualmente, la moral convencional de la época es puesta en tela de juicio. El matrimonio es una institución que obliga a dos personas a una convivencia falsa, permanente y dominadora, estableciendo una posesión de los cónyuges, sin tener en cuenta el propio desarrollo de cada uno. No obstante, no predicó con el ejemplo: se casó dos veces, la primera, a los cuarenta y un años, con Mary Wollstonecraf, de treinta y ocho, escritora que fue una pionera en la defensa de los derechos de la mujer en una sociedad dominada por los hombres. Murió al nacer su hija Mary, quien más tarde se enamoraría del poeta Shelley, escaparía de casa en contra de la voluntad de su padre y en 1818 publicaría su famoso Frankenstein. Con su segunda esposa, Mrs. Clairmont, tendría otra hija, quien durante un tiempo sería amante de Lord Byron y de cuya unión nacería una niña.
Su obra, pese a no estar censurada, no tuvo gran repercusión en su época, salvo en un pequeño núcleo de poetas ingleses –Wordswordth, Coleridge y el propio Shelley–. Al parecer, el primer ministro William Pitt, el Joven, afirmó que un libro (Investigación acerca de la Justicia…) que costaba tres guineas no podía originar ninguna revolución. A finales del siglo XIX, con un movimiento anarquista en auge, teóricos como Kropotkin recuperarían sus obras, destacándolo como claro antecedente del pensamiento libertario.
También la Revolución francesa fue una fuente de inspiración para los anarquistas, por cuanto apreciaron que en muchos de los movimientos populares de aquellos años estaban latentes sus ideas. El teórico anarquista Kropotkin, de quien hablaremos largo y tendido a lo largo de esta obra, escribió un libro sobre La gran Revolución francesa (1909), destacando los sentimientos antiautoritarios que despertaron durante el proceso revolucionario: la lucha federal de los girondinos contra los jacobinos, o la posición de autores como el marqués de Condorcet, matemático, defensor de la educación laica y crítico de la centralización jacobina. De igual modo, la figura de Babeuf y su «Conspiración de los iguales» de 1776, con la pretensión de proclamar un comunismo social, influyó en el pensamiento libertario. En este acontecimiento participaría, y posteriormente lo narraría, el aristócrata florentino Filippo Buonarroti, nombrado ciudadano francés por la Convención. Fue un prototipo de revolucionario romántico, un inspirador de sociedades secretas –los llamados carbonari– que pretendió extender la revolución por Europa desde su refugio en Ginebra y abolir la propiedad privada. De alguna manera, su figura es un antecedente de Bakunin (otro de los grandes protagonistas, como veremos, de este libro) y de los métodos de insurrección revolucionaria. El historiador austriaco y defensor del anarquismo Max Nettlau señalaría en La anarquía a través de los tiempos (1902) que Babeuf y sus correligionarios habían configurado un comunismo ultraautoritario, pero que sirvió como ejemplo de la lucha por llevar los principios revolucionarios más allá de la simple reclamación de la libertad y fraternidad y hacer factible la igualdad real: «La libertad de 1789 –diría Nettlau–, perdió, pues, su iniciativa en Francia y en todas partes de Europa, lo que fue una gran interrupción de una bella floración apenas comenzada».

CHARLES FOURIER: EL FALANSTERIO, BASE DE LA ARMONÍA SOCIAL

En la primera mitad del siglo XIX, una serie de autores y activistas revolucionarios destacan por sus propuestas de organizar la sociedad perfecta para alcanzar el mayor grado de satisfacción posible de todos sus integrantes (Owen, Saint-Simon, Cabet, Blanqui, Blanc, Fourier, etc.). El momento culminante de muchos de aquellos proyectos fue la revolución de 1848. Calificados de socialistas utópicos, el término no parece muy riguroso por la diversidad de análisis y de programas que engloba, en muchos casos contrapuestos. Fue Frederick Engels, el amigo de Marx, quien divulgaría el concepto de utópicos en su folleto Del socialismo utópico al socialismo científico (1881), que condicionó en el futuro la interpretación marxista de estos autores sin matizaciones sobre cada uno. Señaló que los utópicos partían de una concepción previa de la naturaleza humana sin tener en cuenta la evolución histórica que había desembocado en el capitalismo, en contraposición al socialismo marxista o científico, basado, según él, en la investigación de los procesos sociales. En todo caso, sus obras o acciones forman parte de la preocupación europea por solucionar los desequilibrios y desigualdades de la sociedad industrial emergente.
Uno de aquellos precursores que realizó críticas y planteó propuestas con las que se identificarían los anarquistas fue Charles Fourier (1772-1837), comerciante nacido en Beçanson, al igual que Victor Hugo y Joseph Proudhon. En sus escritos intentó diseñar el modo de organización social partiendo de una crítica radical de las condiciones de vida de la época: la pobreza era la causa principal de los desórdenes sociales y tenía su raíz en el fraccionamiento de la propiedad individual de la tierra. El Estado servía sólo para la defensa de los intereses capitalistas, y desde esta perspectiva cuestionó la libre competencia industrial que suponía el dominio de los más fuertes. Los intermediarios –comerciantes y banqueros– eran agentes improductivos que imponían sus normas a los agricultores y manufactureros, controlando la distribución de los bienes en su propio beneficio.
Fourier formuló una ley de características cosmológicas aplicada a la naturaleza humana: la ley de atracción de las almas, que creía complementaria de la que Newton había desarrollado para los cuerpos físicos. El alma está compuesta de doce pasiones y se vincula a un órgano del cuerpo humano. Todo ello se relaciona con los planetas y estrellas del espacio, porque el ser humano forma parte del universo y su comportamiento influye en el grado de armonía de todo el cosmos. Si la humanidad encuentra la adecuada organización social, su influencia se ejercerá en todos los cuerpos celestes a través de la «solidaridad universal».
El mecanismo para terminar con las injusticias sociales y alcanzar la armonía es el falansterio. En él, un grupo de personas (1.620 es el número ideal) se reúnen para trabajar y promover la libre expresión de sus inclinaciones. Todo ello se hace sobre una superficie de unas dos mil hectáreas, en las que se construye un gran «palacio social» de aproximadamente dos mil doscientos pies de longitud, con dos grandes alas y tres pisos de altura. El centro del edificio contiene el comedor, la biblioteca o el salón de reuniones, mientras que una de las alas alberga los talleres ruidosos, y la otra, habitaciones para los residentes e invitados. El granero se instala en un extremo y, en medio, una gran plaza para las fiestas o el esparcimiento. Los campos cultivados se ubicarán tras el palacio. Los servicios de alimentación y distribución estarán centralizados y de esa manera las mujeres serán libres y no tendrán que ocuparse de las faenas caseras, lo que convirtió a Fourier en un precursor de la defensa de la emancipación femenina.
La educación de los niños constituiría una tarea prioritaria. Recibirán una formación igualitaria, orientada a descubrir las habilidades y las tendencias de cada uno, para utilizarlas de la mejor manera posible, dedicándose el 78 % a la agricultura y el resto a otras actividades. Sin embargo, el falansterio no tendrá una estructura comunista. Cada individuo será titular de una cuenta por los servicios que realiza, de acuerdo con un baremo establecido por el Consejo de Administración, y cuya renta difiere según los trabajos realizados, pues pensaba que no todos debían alcanzar el mismo nivel de riqueza ya que cierta desigualdad era importante para conseguir la armonía social.
Todos, no obstante, habrán de contribuir mediante la cooperación a la producción de bienes y existirá la alternancia de los diversos trabajos para evitar la monotonía y el aburrimiento, que produce desestabilización y cansancio en las relaciones sociales.
La base de la economía falansteriana radica en la agricultura; la industria tiene, en el sistema productivo, un papel secundario. Los campesinos han descubierto desde siempre el verdadero camino del trabajo asociativo, y son capaces, por ejemplo, de coordinarse para llevar su leche a un mismo lugar para fabricar el queso gruyère, como ocurre en la zona del Jura, tema que desarrollará años más tarde Kropotkin a través de su teoría del «apoyo mutuo». El resultado final será la desaparición de las diferencias entre campo y ciudad.
Fourier contó con varios seguidores que glosaron o pretendieron poner en práctica sus propuestas. Victor Considérant (1806-1892) fue uno de los más sobresalientes. Fundó una colonia falansteriana, «Reunión», en Texas, que no cuajó. Su aportación teórica no encaja, no obstante, en la tradición de los antecedentes del anarquismo, al participar en política como miembro de la Asamblea Nacional francesa durante la revolución de 1848 y proponer una democratización de los partidos políticos.
La influencia de Fourier se dejó sentir en España, principalmente en la provincia de Cádiz, mientras que Saint-Simon, partidario del sistema industrial, tuvo mayor aceptación en Cataluña. En 1842 se tradujo el libro de Abel Transon Teoría societaria de Carlos Fourier o el arte de establecer en todo el país asociaciones doméstico-agrícolas de 400 familias. Incluía una biografía de Fourier, a quien se calificaba de «continuador de Cristo». El escritor y político Sixto Cámara, demócrata radical, autor de La cuestión social, se inspiró, en parte, en las ideas del pensador francés. Igualmente se aprecia su influjo en los primeros artículos y escritos del republicano Fernando Garrido. Pero fue sobre todo Joaquín Abreu, exiliado en Francia por sus actividades políticas revolucionarias, quien a su regreso difundiría el pensamiento de Fourier. Otros seguidores propusieron fundar un falansterio: Manuel Sagrario de Veloy presentó en 1841 un proyecto a la Diputación Provincial de Cádiz para su instalación en el término de Jerez de la Frontera con la denominación de falansterio de Tempul. La propuesta tuvo en la época un amplio respaldo de las clases sociales y políticas dirigentes gaditanas, sin que fuera considerada «revolucionaria».

EL INDIVIDUO COMO CENTRO DEL UNIVERSO

Si Godwin y Fourier pueden ser considerados, por sus críticas y proyectos, como dos antecedentes del pensamiento anarquista contemporáneo, otros autores, tal vez menos divulgados, contribuyeron también a configurar el ideal ácrata de un mundo sin coacciones gubernamentales, como los franceses Ernest Coeurderoy y Joseph Déjacques, participantes activos en la revolución de 1848. El primero publicó Revolución en el hombre y en la sociedad, ¡Hurra! o La revolución de los cosacos, (1854) en las que defendía la necesidad de destruir las bases políticas y sociales vigentes para hacer posible el nacimiento de un hombre nuevo.
Déjacques entronca más directamente con la concepción libertaria. Su figura se diluye en la aventura y el misterio: fue poeta, pintor de brocha gorda, escritor y aventurero. Vivió en Nueva Orleans y en Nueva York, ciudad donde editó Le Libertaire entre 1858 y 1860, la publicación donde apareció por capítulos su trabajo más importante: El Humanisferio: utopía anarquista. En 1899 vio la luz en un volumen avalado por figuras del anarquismo francés, como Éliseé Reclus y Jean Grave, que lo consideraron el primer antecedente expreso del comunismo libertario, aunque se suprimieron determinados párrafos en los que defendía la violencia revolucionaria. La obra está en la línea de las propuestas de Fourier y en parte de las de Proudhon, que analizaremos más adelante, e influiría en autores como William Morris, principalmente en su obra Noticias de ninguna parte (1890). Pretendía la unión del trabajo intelectual y manual, con una confianza absoluta en el progreso de la ciencia, que conseguiría controlar plenamente la naturaleza. Abogó por eliminar las grandes concentraciones y defendió los métodos violentos, claro antecedente de la «propaganda por el hecho» practicada años más tarde por los anarquistas, que consistirá en que un grupo compacto de revolucionarios decididos debía llevar a cabo la acción directa, destruyendo todo tipo de instituciones, a las que había, necesariamente, que eliminar para construir una sociedad libre.
Henry Thoreau (1817-1862), estadounidense antiesclavista, en su obra Sobre el deber de la desob...

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