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Pensar, sentir y hacer
Hacia una didáctica de la Biblia para el nivel medio y superior
- 142 pages
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About this book
Este manual presenta una didáctica para enseñar la Biblia en el nivel medio y el nivel superior. Ofrece fundamentos para comprender la enseñanza de la Biblia y su didáctica, como parte indispensable en la formación de los alumnos de nivel medio y superior. Contiene estrategias de planificación, enseñanza y evaluación, y ejemplos prácticos que ayudarán a los docentes a crear el ambiente de aprendizaje óptimo para el desarrollo integral de sus alumnos. La primera parte del libro contiene la fundamentación e investigación, mientras que la segunda aborda los principales problemas de la didáctica. El lenguaje es sencillo, fácil de leer y el contenido está bien estructurado.
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Information
Topic
Theology & ReligionSubtopic
Education CounselingSegunda parte: Estrategias de enseñanza y evaluación en la educación religiosa
Capítulo 4
Prepararse para enseñar
“Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes, -afirma el Señor-, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza”. Jeremías 29:11
Sin un plan de vuelo ningún avión está autorizado a despegar. Un plan de vuelo es un informe- registro completo de datos que prevén punto de salida y de llegada, altitud, dirección y puntos por donde pasará la aeronave, velocidad de crucero, cantidad de combustible, personal a bordo, equipamiento y otros datos que contribuyen a asegurar la viabilidad de un vuelo con el menor margen de error posible. Nadie en su sano juicio querría subirse a un avión que no ha presentado al control aéreo su plan de vuelo.
Alberto es profesor de Biblia desde hace 13 años, pero ante el inicio de un nuevo ciclo escolar repite una rutina: planifica lo que enseñará y cómo lo hará. ¿Por qué razón volver a pensar lo que ya ha hecho en reiteradas ocasiones?
“Comenzar el año sin pensar cómo voy a organizar mis clases es como salir de viaje sin mapas ni guías de viaje, queriendo llegar a un destino determinado”, afirma Alberto. “No me satisface hacer lo mismo que hice los años anteriores porque: me aburre; no tengo el mismo grupo de alumnos; lo que sucede en el mundo y en la sociedad hace que el contexto cambie cada año; y quiero aplicar lo que voy aprendiendo de mi experiencia (positiva o negativa) con los grupos anteriores”.
Y agrega que además tiene una rutina de preparación de clases cotidianas que le permiten sentirse seguro en el aula, dueño del tiempo y de sus acciones, y de esa manera se acerca más a conseguir los resultados de aprendizaje que busca.
Sus alumnos se sorprenden, a menudo, con novedades que el profesor relaciona a los temas de estudio, tales como noticias del país y del mundo, innovaciones científicas y sucesos sociales. Encuentran que las clases son intelectualmente estimulantes y que propician el crecimiento espiritual.
Alberto cree que el estudio profundo de los temas y la planificación anticipada de lo que hará le permite ser creativo y manejar la clase con habilidad.
La planificación es una tarea inherente a la docencia, aunque la forma de hacerlo se ha modificado a lo largo de la historia de la educación. En algunas épocas estuvo teñida por proyectos políticos e ideales patrióticos, cuyas formas oscilaron entre la pretendida objetividad del racionalismo académico y el enfoque tecnológico, y la subjetividad de la educación humanista y el reconstruccionismo social (Zoppi, 2008). En sus inicios el diseño curricular fue un reflejo de las innovaciones tecnológicas y empresariales, tales como los diseños de pVlanificación propuestos por Tyler y Taba (citados en Ornstein y Hunkins, 2004).
Aún cuando los movimientos pendulares de las modas pedagógicas han facilitado o complicado más la enseñanza, no parece necesario insistir en la importancia que siempre ha tenido el acto de pensar y poner por escrito la organización de la clase, como un modo racional de optimizar los recursos y elevar las posibilidades de conseguir los objetivos de aprendizaje.
Los estudios sobre planificación didáctica indican que hay una correlación positiva entre los planes que realizan los docentes, sus acciones y el rendimiento académico de los alumnos (Peterson, 1978; Shahzad, Ali, Hukamdad y Khan, 2011).
Preparando “el plan de vuelo”
Ken Bain (2007) condujo un estudio longitudinal de 15 años en la búsqueda de lo que hacían los mejores profesores universitarios en Estados Unidos de Norteamérica, y se preguntó cómo preparaban sus clases los mejores docentes. La observación y estudio de lo que hacían le permitió elaborar una serie de preguntas que pueden guiar al profesor que prepara una clase. Estas son algunas, a modo de ejemplo:
¿Qué preguntas importantes ayudarán a responder mis clases a los estudiantes?, o ¿qué destrezas, capacidades o cualidades les ayudará a desarrollar? ¿Cómo podré alentar el interés de ellos en estas cuestiones?
¿Qué modelos mentales es probable que traigan los alumnos? ¿Qué desearé que cambien? ¿Cómo podré ayudarlos en este desafío?
¿Qué información necesitarán entender mis alumnos para responder a las principales preguntas de la asignatura y desafiar presunciones? ¿Cómo podrán obtener esa información de la mejor manera posible?
¿Cómo ayudaré a los estudiantes que tengan dificultades a la hora de comprender las preguntas y responderlas?
¿Cómo enfrentaré a mis estudiantes con problemas conflictivos y los animaré a que se esfuercen por resolverlos?
¿Cómo averiguaré lo que saben y lo que esperan del curso? ¿Cómo podré reconciliar las diferencias entre mis expectativas y las suyas?
¿Cómo ayudaré a los estudiantes a aprender a aprender, a examinar y valorar su propio aprendizaje y capacidad de razonamiento, y a leer de forma más efectiva, analítica y vigorosa?
¿Cómo averiguaré la forma como están aprendiendo mis alumnos antes de calificarlos? ¿Cómo los realimentaré antes de cualquier calificación que les dé?
¿Cómo me comunicaré con mis alumnos de manera que los mantenga pensando continuamente?
Las preguntas deberán orientar, de alguna manera, las acciones que seguirá el profesor para conseguir un aprendizaje genuino. Pero ¿cómo organizar una clase de Biblia de la manera más sencilla y eficaz posible?
Cuando el docente tiene “horas de vuelo” en su haber, estas preguntas se responden por medio de las rutinas que ya ha incorporado a su quehacer cotidiano. Sin embargo, si desea mantener la frescura de la novedad y el desafío en sus asignaturas, se replanteará cada año los puntos de partida, antes de pensar sus clases.
Diseño de la clase de Biblia
Existen diseños de planificación muy variados y cumplen funciones distintas de acuerdo al propósito de la clase. Sin embargo, y a los fines de ofrecer soluciones prácticas para preparar una clase de Biblia, se puede recomendar los tres niveles de aprendizaje que propone Raquel B. de Korniejczuk4 (1993) para la planificación. Ella hace notar que en los métodos de enseñanza de Jesús se observaba su atención por los tres niveles básicos de aprendizaje:
1- Nivel de conocimiento de hechos y conceptos.
2- Nivel de formación de actitudes hacia los conceptos.
3- Nivel de acción que se desprende de los conocimientos y actitudes.
Las lecciones de Jesús estaban orientadas a formar una actitud apropiada hacia los conocimientos que impartía con palabras sencillas e ilustraciones. Y luego terminaba invitando a sus “alumnos” a llevar a la acción lo que habían aprendido. A menudo sus lecciones terminaban con imperativos de acción: “vé y haz tú lo mismo”, “vende tu tesoro y dalo a los pobres”, “vete y no peques más”.
Planificar para los tres niveles de aprendizaje
¿Qué implica la planificación de cada nivel de aprendizaje?
En primer lugar, pensar qué preparación debe hacer el docente para incentivar el pasaje por los tres niveles de aprendizaje, e inmediatamente, pensar qué hará el alumno para transitar por los tres niveles, aunque este pasaje demande varias clases.
Al efectuar una adaptación de la propuesta de los tres niveles de aprendizaje a la educación superior, una preocupación esencial del docente ha de ser cómo orientar para el autoaprendizaje y el desarrollo de habilidades cognitivas complejas, junto con la toma de decisiones espirituales.
Nivel de conocimiento
Todo desarrollo cognitivo se fundamenta en saberes conceptuales. Se piensa, se siente y se actúa sobre los saberes conceptuales. Los conceptos son como los ladrillos necesarios para levantar una construcción, y son requeridas las habilidades de lectura, escritura, comprensión, memorización, explicación, comparación, búsqueda y relación de conceptos.
En general, el nivel de aprendizaje más empleado en las clases es el de conocimiento. Demasiadas clases comienzan y terminan enseñando y evaluando únicamente conceptos. Existen numerosas investigaciones que muestran que las preguntas y las clases de los docentes están centradas en el nivel de conocimiento, con un alto grado de actividades de repetición y de reconocimiento de respuestas “correctas” (Burton y Habenicht, 2006; Harrop y Swinson, 2003; Krumm, 2007; Limbach y Waugh, 2005; Ngoepe, 2005; Sadker y Sadker, 1999; Squire, 2001; Wilen, 2004).
Sin embargo, como ya se ha declarado, la formación de conceptos y la comprensión de los mismos es fundamental para el dominio de todas las ciencias, y lo es también para la educación religiosa. Es vital conocer lo que Dios desea para los seres humanos, su ley de amor, sus promesas y el plan que trazó para salvarnos. Estos contenidos deben narrarse, explicarse e ilustrarse de distintas maneras, hasta que el alumno llegue a apropiarse de los conceptos.
Cierto bagaje de contenidos es fundamental y debe retenerse en la memoria. El conocimiento de la Palabra de Dios es una barrera contra la tentación, un alivio en las pruebas, un asidero seguro cuando todas las ideologías se derrumban alrededor.
Para adquirir una base de conocimientos será necesaria la lectura, la memorización de algunos textos, la discusión de citas, el parafraseo para añadir comprensión, la comparación y otras estrategias que permitan relacionar los conceptos entre sí. Este tipo de conocimiento se gana de a poco, y se entreteje con otros hasta llegar a formar una sólida red que sostiene las creencias.
El profesor tiene la responsabilidad de generar estrategias de transposición de los contenidos, de manera que los alumnos los comprendan y asimilen.
Para favorecer el aprendizaje de conocimientos, es conveniente:
- Motivar a la lectura presentando los pasajes más interesantes que llevan a hacerse preguntas, a los que son poéticos, a los que atienden necesidades básicas y se memorizarán con mayor facilidad.
- Simplificar los conceptos. Aún en la universidad es necesario preocuparse por lograr la transposición didáctica.
- Utilizar organizadores de información para apoyar la incorporación de los conceptos a un marco de contenidos: mapas conceptuales, líneas del tiempo, esquemas, diagramas.
- Explicar términos o frases que pueden tener más de un significado, o que para el área espiritual se utilizan de manera diferente.
- Pedir a los alumnos que expliquen lo que entendieron con ejemplos, aplicaciones, ilustraciones o elaboración de organizadores de información.
Nivel de formación de actitudes
Alcanzar este nivel es más complicado. El conocimiento de los conceptos y hechos de la Biblia no garantizan una actitud apropiada hacia esos conocimientos. Se puede conocer la Biblia inte...
Table of contents
- Tapa
- Dedicado
- Agradecimientos
- Introducción: Demasiadas preguntas
- Primera parte: Fundamentos para una didáctica de la educación religiosa
- Segunda parte: Estrategias de enseñanza y evaluación en la educación religiosa
- Bibliografía de referencia