Los fundamentos del libro y la edición
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Los fundamentos del libro y la edición

Manual para este siglo XXI

Michael Bhaskar, Angus Phillips, Alistair Mccleery, Simone Murray, Adriaan Van Der Weel, Mira T. Sundara Rajan, Elizabeth Le Roux, John Oakes, Martin Paul Eve, Carlos A. Scolari, Albert N. Greco, Miha Kovač, Rüdiger Wischenbart, John B. Thompson, Samantha J. Rayner, Mojca K. Šebart, Frania Hall, Pau, Michael Bhaskar, Angus Phillips, Íñigo García Ureta

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Los fundamentos del libro y la edición

Manual para este siglo XXI

Michael Bhaskar, Angus Phillips, Alistair Mccleery, Simone Murray, Adriaan Van Der Weel, Mira T. Sundara Rajan, Elizabeth Le Roux, John Oakes, Martin Paul Eve, Carlos A. Scolari, Albert N. Greco, Miha Kovač, Rüdiger Wischenbart, John B. Thompson, Samantha J. Rayner, Mojca K. Šebart, Frania Hall, Pau, Michael Bhaskar, Angus Phillips, Íñigo García Ureta

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Nunca en la historia ha existido un momento más importante para la creación y la transmisión de conocimiento. Por un lado, las tecnologías de la comunicación posibilitan transformaciones antes inimaginables, que el mundo del libro y la edición aprovechan para hacer lo que mejor saben: situarse a la cabeza de las innovaciones. Por otro lado, jamás ha habido una proliferación equiparable de estudios y análisis sobre la edición y el libro en todas sus formas, lo que nos permite reflexionar sobre el modo en que se produce esta revolución para la que no existen precedentes.Esta obra es el mejor ejemplo de dicha reflexión. Desde distintos puntos de vista, desde diversas disciplinas y con la mayor riqueza y capacidad de disección se explica qué hacen los hoy editores, qué valor supone su actividad, y cuál es la dimensión cultural y social que hace que el mundo del libro y la edición tenga un perfil propio y una capacidad real de esclarecer y transformar la realidad en que vivimos.Los fundamentos del libro y la edición es una obra colaborativa de académicos y representantes de la industria editorial y librera, que aborda cuestiones urgentes como las complejidades de la industria, los desafíos de la lectura y la educación, los mercados globales y las grandes diferencias regionales, la propiedad intelectual y los derechos de autor, la responsabilidad social de las editoriales o las relaciones de la industria de la edición con otros medios de comunicación y entretenimiento, y las siempre cambiantes tecnologías.Los libros nunca están solos. Forman parte de colecciones, conviven en los estantes de las librerías y bibliotecas, y conversan con otras obras a través de sus lectores y lectoras. En este caso, Los fundamentos del libro y la edición está en buena compañía: la colección Tipos Móviles es el entorno natural para que este volumen dialogue con otros textos que también hablan de libros, editores y librerías.

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Information

Year
2021
ISBN
9788412389654
CAPÍTULO 1

Introducción

Michael Bhaskar y Angus Phillips
El mundo editorial es diferente. Así, es uno de los pocos grupos de industrias –aunque increíblemente significativo– que puede remontarse milenios atrás, y que al mismo tiempo se ha modernizado de forma extraordinaria y siempre ha abrazado el cambio. La banca o la moda pueden ser otros ejemplos. Pero, al menos en las economías desarrolladas, la mayoría trabajamos en oficios que hace cinco siglos habrían sido inimaginables. Esto no sucede en el caso de la edición.
A finales del siglo xv y principios del xvi, la edición era, en cierto modo, un universo diferente. Desde el punto de vista cultural, tecnológico y económico el contraste no podría ser más evidente. Sin embargo, los lazos comunes son igualmente llamativos. Aunque eran editores avant la lettre, adelantados a su tiempo, las imprentas de Venecia, Nuremberg, París o Amberes guardan asombrosas similitudes con las editoriales de hoy. También tenían que buscar y adquirir contenidos. Tenían que comprar papel y gestionar las instalaciones. La producción, la distribución, el diseño de textos y libros, los complejos flujos de trabajo y los calendarios, las ferias del libro en Frankfurt, los autores difíciles, la presión constante sobre el capital circulante, la dificultad a la hora de calcular la tirada correcta, las relaciones con librerías y distribuidores, el riesgo al mismo tiempo financiero, cultural y legal, todo ello define a la empresa editorial de entonces y de ahora.
El modelo económico fundamental no ha cambiado mucho: uno produce o facilita la producción de libros –entendidos como un códice físico o una arquitectura de información específica– que luego se venden por encima del precio de coste. Cuanto más se puedan producir y vender, más se reduce el costo unitario, lo que da lugar a un doble éxito: los libros que venden muchos ejemplares no solo brindan un retorno lineal por las ventas, sino que también disminuyen el costo unitario de producción. De igual manera, el problema central de la industria del libro es consistente: para cualquier libro, en cualquier momento dado, el grupo de lectores es pequeño, menor de lo que esperan los autores o editores, y también difícil de alcanzar. En la actualidad la tirada media de una monografía académica se mide en cientos de ejemplares, menos de lo que gestionaron en su día los grandes editores de los siglos xv y xvi. Parece ser que la explosión demográfica y económica y varias revoluciones tecnológicas no han conseguido resolver este problema.
En muchos sentidos, este aspecto histórico de la industria del libro sigue estando muy presente. La edición inglesa del libro que tienes en las manos ha sido publicada por una institución que data de 1586, aunque la Universidad de Oxford ya estaba involucrada en la edición de libros desde un siglo antes. La oficina de la Oxford University Press situada en Great Clarendon Street se creó en 1830. Los delegados a cargo de la imprenta se reunían en una casa aún más antigua, el edificio Clarendon en Broad Street, de 1715. Las imprentas físicas funcionaban en el sótano del adyacente teatro Sheldonian, el primer gran edificio del arquitecto Christopher Wren. Aunque nos apartemos de instituciones prósperas y venerables como la Oxford University Press, la industria editorial sigue estando en la actualidad preocupada por la mancha de tinta sobre el papel, el clamor de la imprenta, los acuerdos que se cierran con viejos amigos durante el almuerzo. El gran editor veneciano Aldo Manuzio tenía como emblema un delfín entrelazado alrededor de un ancla: hoy, esta misma imagen se utiliza como el colofón de Doubleday, un sello de Penguin Random House, el mayor grupo editorial del mundo.
Y, sin embargo, por mucho que esta semblanza del mundo editorial, con su caballerosidad y sus oficinas atestadas de libros, con sus embrollos y sus chaquetas de tweed, su ritmo pausado, su mirada nostálgica y su aire entusiasta esté basada en la verdad, lo cierto es que también resulta irremediablemente errónea. Porque Oxford University Press es una institución antigua y al mismo tiempo moderna: es una corporación multinacional con una vasta gama de productos impresos y digitales, que opera desde Malasia hasta México y que mueve un volumen de negocio que supera los mil millones de dólares (Oxford University Press, 2017). Muchos de sus títulos más famosos, como el Oxford English Dictionary o el Dictionary of National Biography tienen más de digital que de producto impreso. Al leer estas líneas uno puede estar sosteniendo un libro físico, pero es igual de probable que esté mirando una pantalla. Y, como observó Robbins (2017), durante el período de 1970 a 2004 «Oxford University Press mantuvo y mejoró su posición como la mayor editorial universitaria del mundo», pero su historia no es «de un avance inexorable hacia la comodidad. La naturaleza de su negocio y el mundo siempre cambiante en el que ha operado hacen que esta caracterización parezca inverosímil» (pp. 689-90).
En realidad, la industria del libro nunca ha mirado atrás. Tiene una larga tradición, sin duda, pero es una tradición de innovación radical, algo que continúa con fuerza en la actualidad. Los editores llevan mucho tiempo en la primera línea del cambio. Lideraron la primera tecnología industrial: la imprenta, ese crisol de la producción en serie estandarizada que define la condición moderna. Con esto también fueron pioneros en los flujos de trabajo industrial, la compleja división del trabajo en oficios cualificados y semicualificados que trabajan en tándem en torno a las máquinas y en intrincadas cadenas de suministro y departamentos. Al mismo tiempo, es en las imprentas donde encontramos algunos de los primeros brotes de sindicatos y organizaciones sindicales. Los editores impulsaron la creación de la propiedad intelectual, el ingrediente vital de la economía del conocimiento que predomina en la actualidad. Desde muy temprano adoptaron el vapor y revolucionaron en más de una ocasión la venta minorista, plantándose en tiendas de todo tipo y creando regalos de Navidad que se convirtieron en elementos esenciales de la temporada festiva.
La invención de los derechos de autor y la propiedad intelectual debe mucho al mundo del libro. La primera ley de derechos de autor, el Estatuto de la Reina Ana, data de 1709 y otorga al autor la propiedad sobre los derechos de su obra: «Una Ley para el enriquecimiento en el aprendizaje, al otorgar la protección a los ejemplares de libros impresos, a los autores o a los compradores de dichas copias durante la vigencia mencionada en la misma». El principio que subyace al concepto de propiedad intelectual es el de fomentar la creatividad y la innovación, permitiendo que quienes tienen esos derechos obtengan una compensación por su trabajo.
Más recientemente, la adopción del ISBN fue señal de que comenzaba una nueva era de eficiencia. Observar un moderno almacén editorial como el de las nuevas instalaciones de Hachette en Didcot, Reino Unido, es ser testigo de una vertiginosa danza de contenedores, robots y pórticos automatizados. Como veremos, la relación de las editoriales con el gigante tecnológico Amazon es compleja, así como también es innegable y apropiado reconocer que los libros han tenido un papel fundamental en el establecimiento del comercio electrónico. La persona más rica del mundo, Jeff Bezos, fundó su negocio en una industria con una vertiginosa multitud de líneas de productos que nunca hubiera podido abarcar una tienda física. Y, por supuesto, fueron los editores quienes suscitaron semejante transformación intelectual y cultural. Ya sea la Reforma protestante o la revolución científica; el Romanticismo, el Modernismo o el comunismo; los Principios matemáticos de la Filosofía Natural de Newton o el Libro Rojo de Mao; la Biblia del Rey Jacobo o La cabaña del Tío Tom, la palabra impresa ha definido la historia, o al menos tanto como cualquier otra fuerza. Y detrás de esos cambios han estado siempre las personas y organizaciones que hicieron posibles estos textos: los editores.
La interacción entre historia y modernidad, entre tradición e innovación; la emoción de trabajar en las fronteras del pensamiento y la cultura; la incesante capacidad de arrimar el hombro para, tal vez, cambiar la realidad: todo eso hace que el mundo editorial sea diferente.

Publishing

Cabe aclarar una cosa desde el inicio: ¿qué entendemos por publicar? Como sucede con muchas ideas, cuantas más vueltas se le da a la pregunta, más complicada se vuelve. Sin embargo, en esencia, nuestro objetivo es muy simple. Al hablar de «editar», «publicar» y «mundo editorial», este volumen tiende a significar en términos generales «la publicación de libros», haciéndose eco del uso coloquial y la comprensión habitual del término.
En inglés, publishing no describe una sola industria, sino un sinfín de industrias. Por ejemplo, en la industria de la música publishing denota una actividad específica en consonancia con el trabajo central de las compañías discográficas. Los publishers de música son básicamente agencias de concesión de licencias y de recaudación de ingresos en nombre de los artistas y de los titulares de los derechos musicales. Por lo general, recaudan ingresos de los usos subsidiarios de la música y no se ocupan tanto de la grabación, producción y difusión como de las diversas características de la propiedad intelectual que la rodea. La estructura de la industria hace que las compañías discográficas se dediquen a lo que en el mundo del libro se conoce como «publicar», mientras que el publishing en la industria de la música tiene su correspondencia en la del libro entre los departamentos de derechos de las editoriales y las agencias especializadas (como es el caso de las agencias literarias). Si uno charla con un ejecutivo musical sobre publishing, verá que este maneja un concepto muy distinto del que usan los autores –y los editores– de este volumen.
O pensemos en la industria de los videojuegos, una industria con unos ingresos mundiales de más de 100.000 millones de dólares (Batchelor, 2018). En algunos aspectos, esto se acerca más a la publicación de libros, pues por lo general el publisher asume convertirse en el inversor primario de una obra determinada, así como ser el responsable de su distribución y explotación comercial. Pero en el mundo de los videojuegos los publishers tienen relaciones ligeramente diferentes con los creadores de la obra publicada: trabajan con estudios de desarrollo que pueden pertenecer a la misma empresa, a menudo formada por una plantilla de cientos o miles de personas, o que pueden ser empresas independientes que conceden licencias de propiedad intelectual al publisher o que el publisher le ha encargado el trabajo. Ninguno de estos dos modelos es ajeno a la publicación de libros. Las editoriales educativas pueden producir internamente cantidades significativas de material, e incluso una editorial infantil comercial como Usborne hace lo mismo. Editores de toda índole suelen encargar obras, en lugar de esperar pasivamente a que lleguen. Y, sin embargo, cuando pensamos en empresas como King, Ubisoft o Electronic Arts, vemos que la mayoría de la gente no las considera publishers o editores en el mismo sentido en que ven a grupos editoriales como Gallimard, Bonnier o Planeta.
El entorno de periódicos y revistas se hace eco de la estructura del mundo de los videojuegos en la medida en que, dentro de una editorial determinada, hay un equipo que por lo general se hace responsable de las funciones comerciales (publishing), mientras que otro equipo (editorial) se encarga por separado del contenido. Aunque por lo general el equipo editorial es también un departamento concreto, lo cierto es que dentro de la industria del libro no se encuentra esta división entre publishing y editorial. Más bien podemos decir que toda la organización se dedica al publishing, en lugar de hacer que esta sea función de un área específica de la empresa. De hecho, una manera de entender el significado de publishing sería considerarlo simplemente como una propiedad inherente a las organizaciones editoriales en su conjunto.
Si los libros son una parte de la ecuación, hay que construir otro elemento que encapsula este fenómeno destacado. En el mundo editorial, los publishers, los editores, no son solo creadores de libros; de hecho, la producción real, ya sea en papel o en formato electrónico, no suele tener lugar dentro de la empresa editorial. Los publishers tratan, a cierto nivel y de diversas maneras, de hacer llegar los libros al público. Los publican: esto es, los hacen públicos. Hacen libros, sí; pero los hacen con un propósito, para los lectores. Como ha comentado en otro lugar uno de los coordinadores de este libro, aunque la idea de «hacer público» es lo suficientemente común como para dar a entender el significado de «publicar», sigue siendo demasiado confusa. En su lugar, el término preferido es «amplificación»: llevar los libros a más lectores a los que hubieran llegado de otro modo. Sea cual sea la terminología que utilicemos, no podemos afirmar que los editores se limitan a producir libros sin más. Los editores no producen un solo ejemplar de un libro para guardarlo bajo llave. Eso sería fabricar libros, no publicarlos. Si bien los editores suelen preocuparse por maximizar su público lector, en última instancia dicho público lector debe existir previamente para que constituya una publicación.
Tenemos aquí, pues, una comprensión práctica de la «edición»: hacer libros y hacerlos públicos, amplificarlos, encontrar y construir una red de lectores para ellos, con todo lo que esto implica.
El mundo del libro es una entidad plural y variada, no solo una industria. Es más bien un conjunto de industrias con otras industrias dentro de las industrias. Comparar la publicación de libros con otras formas de publishing es útil para centrar el debate, pero a su vez plantea una nueva pregunta: ¿qué es un libro? En una época en la que las bases fundamentales de los libros –que en algunos sentidos se mantuvieron estables durante siglos– están evolucionando con rapidez, la naturaleza de la edición de libros también cambia con ellas, lo cual no es sorprendente.

El lugar del libro

Si la edición significa publicar libros, entonces las editoriales (y los editores de este libro) tienen un problema. Como veremos más adelante, las noticias sobre la muerte del libro resultan exageradas. Los libros han demostrado ser un medio notablemente atractivo, útil y resistente. Sin embargo, esto no quiere decir que no estemos viviendo un momento decisivo para el libro, que no solo repercute en lo que es la edición de libros y cómo funciona, sino en el hecho de que la precariedad incipiente del libro está, en algunos sentidos, impulsada por los mismos editores.
El asunto del lugar que ocupa el libro en la industria editorial y en la sociedad en general funciona a muchos niveles. Durante siglos, en lo que hoy denominamos Occidente, el libro dominó el paisaje intelectual y cultural, y lo hizo de forma rotunda. Si uno quería almacenar y difundir conocimientos o ideas, si deseaba contar una historia al mayor número posible de personas, si buscaba respaldar un argumento significativo, ya fuera religioso, político o personal; si quería alcanzar la fama o lograr reconocimiento, entonces escribir y publicar un libro era probablemente su mejor opción. El edificio de aprendizaje y cultura que se erigió desde la Edad Media hasta el siglo xx tenía como sustento esencial la imprenta. A este papel de estructural importancia sistémica en la sociedad Adriaan van der Weel (2011) lo ha denominado The Order of the Book (La Orden del Libro).
Aunque el lugar del editor en las sociedades altamente estratificadas siempre tuvo algo de ambiguo (a medio camino entre el príncipe mercader y el sucio comerciante callejero; un igual para los gigantes intelectuales, pero también su adulador sirviente; tan capitalista como esteta), al final los editores llegaron a tener un estatus significativo en las capitales metropolitanas de Europa y América. Al leer las memorias y biografías de grandes editores de principios del siglo xx –profesionales como Allen Lane o Jonathan Cape– no solo somos testigos de los típicos altibajos de la vida editorial, sino también de que eran personajes famosos de aquella época, personajes que aparecían en las columnas de cotilleos y dominaban la escena social de su tiempo. Los editores eran gente importante: influencers, expertos, prestigiosos, el alma de la fiesta en la cúspide de sus respectivos países.
Aquella edad de oro se acabó. Como veremos, los editores todavía conservan una significativa influencia, pero los «ecos de sociedad», en general, han seguido adelante sin ellos. Y cada vez hay más interrogantes sobre la Orden del Libro –ese sistema de letras, impulsado y gobernado por los editores– y sobre su supervivencia. El asalto, si uno quiere mostrarse del todo sincero, ha sido incesante e implacable. Desde finales del siglo xix en adelante, las sucesivas innovaciones tecnológicas han dado lugar a nuevos medios de comunicación, que han competido con el libro como elementos funcionales del ecosistema general de la comunicación y el entretenimiento, y lo han hecho a un coste posiblemente más bajo. Ya sea la radio, la televisión o los medios electrónicos –entre otros–, los libros ya no son ni los únicos ni incluso los más poderosos mecanismos de comunicación para un público amplio. Para ocupar aquellos espacios que alguna vez estuvieron habitados por el libro, han surgido nuevas empresas y entidades mediáticas y otras formas de entretenimiento, ya sean la BBC o Netflix, las tertulias radiofónicas o el juego online con multijugadores.
Esto no es necesariamente algo negativo. Después de todo, en muchos sentidos, si no en la mayoría, esos nuevos medios representan avances: en el ámbito de la tecnología, del nivel de vida, de opciones a nuestra disposición. Según la ley homónima de Wolfgang Riepl (un editor de periódicos), los nuevos medios no destruyen a sus predecesores más antiguos. En vez de eso, los supeditan al colocarse ellos en la parte superior, creando un entorno nuevo, expandido, más complejo y de múltiples capas....

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