2018
LUNES, 8 DE ENERO DE 2018
«AFTER BREXIT, THE EU WILL NO LONGER EXIST»
Este año 2018, y este día de vuelta al trabajo en la Comisión, empieza con una entrevista especial, puesto que recibo a Nigel Farage, la personalidad más visible y más controvertida de la campaña a favor del Brexit.
La entrevista no me plantea ningún problema en principio. Ya he hablado con muchos otros Brexiters desde hace un año, sin contar a los miembros del Gobierno británico.
Farage, en privado, es tan cordial y suave como puede ser violento y demagogo en público.
La entrevista durará treinta minutos. Evidentemente, no es mi persona quien le interesa, sino el simple hecho de venir a verme y de destacarlo delante de los numerosos periodistas que le esperan en el pub, delante del Berlaymont.
No resaltaré nada de la entrevista, excepto la confirmación de que la gente del UKIP, y él en particular, se han comportado como auténticos irresponsables respecto a los intereses nacionales de su propio país. ¿Cómo nombrar de otra manera esa opción, tan grave, sin precisar en ningún momento las consecuencias de la misma para los ciudadanos, incluso basando la campaña en mentiras?
Le recuerdo, cuando quiere confirmar que he comprendido bien las razones del voto, que entran muchas razones, a veces contradictorias, y en especial informaciones falsas, como la de los 350 millones de libras que prometía, con sus amigos, recuperar de Bruselas todas las semanas para reintegrarlas a los servicios de salud. «Sí, fue un error, respondió. Le dije a Boris que no lo hiciera.» ¿Se puede ser más cínico?
Como a lo largo de la campaña, cuando posaba ante un cartel gigante mostrando filas de emigrantes, Nigel Farage intenta demostrar la incapacidad de la Unión Europea para regular sus fronteras, sin dejar de alimentar la confusión entre migraciones externas y libre circulación en el interior de la Unión. Le respondo que siempre seremos más fuertes para responder a las crisis, de cualquier clase, estando unidos, y que tenemos un deber moral de solidaridad respecto a los refugiados que demandan nuestra ayuda.
Su colaborador, Benjamin Wrench, que trabajó con él en la industria financiera en otro momento, intenta a toda costa subrayar que nosotros queremos proteger los servicios financieros europeos, hacer proteccionismo. Insisto: «No se trata de eso. Lo único que queremos proteger, y que deberíais proteger vosotros también, es la estabilidad financiera que nos ha costado tanto recuperar tras la crisis de 2008».
Nigel Farage está intrigado por la fotografía, que su colaborador también observa, del general De Gaulle recibiendo a Adenauer en la escalinata del Elíseo. Le indico que mi compromiso gaullista es muy antiguo.
—¿Qué diría De Gaulle de lo que ocurre en Bruselas? –me pregunta.
Mi respuesta es directa: «Es difícil hacer hablar a De Gaulle, pero estoy seguro de que estaría más de acuerdo con la independencia de Europa en el mundo de hoy que con la independencia nacional. Del mismo modo que Churchill o Adenauer».
Antes de separarnos, le hago una última pregunta: «Puesto que usted planteó y ganó el Brexit, ¿cómo ve la futura relación entre Reino Unido y la Unión Europea después del Brexit?».
Sin dudarlo, responde: «Mister Barnier, after Brexit, the EU will no longer exist». Sabía que Nigel Farage y todos sus amigos de extrema derecha querían destruir la Unión desde dentro. Ahora ya tengo la confirmación.
MIÉRCOLES, 10 DE ENERO DE 2018
CESTA SURTIDA
Los Brexiters han decidido desfilar por mi despacho esta semana. Conducidos por un antiguo diputado europeo del UKIP, Steven Woolfe, que siempre ha sido correcto conmigo, varios antiguos dirigentes de la economía británica vienen a abogar por la integración de los servicios financieros en el acuerdo comercial que vamos a negociar. De hecho, es su única preocupación.
Alrededor de la mesa se han sentado lord Digby Jones, exministro de Comercio y de Inversiones de Gordon Brown, exdirector general de la CBI, equivalente británico del Medef; John Mills, antiguo euroescéptico, dueño de una gran empresa de distribución, y John Longworth, consultor financiero, presidente de un grupo de presión que apoya el hard Brexit, denominado Leave Means Leave… Al principio de la reunión, ponen encima de mi mesa una cesta surtida para mostrarme el dinamismo de la economía británica y la calidad de sus productos, la mayoría de los cuales están protegidos por denominaciones de origen controladas o indicaciones geográficas de la Unión –cheddar, vino, té, mermelada–. Muchos de ellos, transformados a partir de producciones europeas.
Se lo hago saber sonriendo, lo mismo que les señalo que las dos obras que contiene la cesta, obras de teatro de Shakespeare y un ensayo sobre Winston Churchill de Jeremy Havardi, tienen que ver con un autor dramático muy continental y con un hombre de Estado británico muy europeo…
Aparte de la cesta surtida, el discurso que despliegan estos Brexiters es, en realidad, moralmente escandaloso. Ante mi posición de entrada hostil a una equivalencia general que desean entre los servicios financieros de la City y los de la Unión, aunque estamos abiertos a equivalencias especiales y con condiciones, Digby Jones se atreve a decirme: «Monsieur Barnier, su posición es contraria a los intereses de la economía europea. Va a hacer la vida todavía más difícil del obrero del Ruhr, de la mujer que vive sola en Madrid o del parado ateniense». ¡Nada menos!
LUNES, 15 DE ENERO DE 2018
REMAINERS
Mi puerta está abierta a todos los cargos elegidos y responsables británicos que lo deseen; estas entrevistas son siempre interesantes, pues ponen de relieve la intensidad, la vivacidad y también la gran volatilidad del debate nacional británico.
Hoy recibo a cinco parlamentarios británicos anti-Brexit, los conservadores Dominic Grieve y Anna Soubry, y los laboristas Chris Leslie, Stephen Doughty y Chuka Umunna, con quien cené hace dos años, con motivo de un seminario franco-británico, en los alrededores de Londres.
Dominic Grieve, exministro de Justicia de David Cameron, conservador informado, dirigió recientemente la revuelta de una decena de diputados conservadores. Juntos, provocaron en la Cámara de los Comunes un voto, que obligaba a la primera ministra a someter, cuando llegara el momento, el Withdrawal Bill, ley que integra el acuerdo de retirada en el orden jurídico británico, a un voto del Parlamento británico. Le oí ese día en Europe 1, en un francés impecable, explicar que ese voto significa que no hay auténtica mayoría en el Parlamento británico para aprobar la retirada del mercado único y de la unión aduanera, aunque quede todavía una mayoría para confirmar la salida de la Unión.
Estos parlamentarios laboristas y conservadores son valientes, todos se oponen a los líderes de su partido, y militan fervientemente para parar el Brexit. Sabine, que los ha recibido antes de mi llegada, ha insistido sobre el timing: están convencidos de que puede darse una crisis política que cambie las cosas, sea en el próximo abril, sea más probablemente en el próximo octubre, al término de la negociación del artículo 50.
JUEVES, 18 DE ENERO DE 2018
PREOCUPACIÓN EN LUXEMBURGO
Desde hace tres días, en la efervescencia del Parlamento Europeo en Estrasburgo, continúo mi trabajo paciente y tenaz de contactos con los diputados europeos. Todos los meses, mi equipo y, especialmente, Georg y Nicolas Galudec, planifica citas de forma constante con los presidentes de grupo, de comisión, los ponentes, los coordinadores. Me llama la atención el interés que despierta en ellos el Brexit y sus desafíos.
Con su capacidad espontánea de entablar relaciones, Nicolas se mueve en el Parlamento como pez en el agua. Ya formaba parte de mis equipos cuando hizo las prácticas, y luego en la dirección general del Mercado interior. Hoy tiene un papel fundamental, que todos aprecian, en el diálogo permanente con los responsables políticos de todos los colores en esta gran casa, con frecuencia compleja pero esencial.
Esta mañana muy temprano, me marcho de Estrasburgo en coche. Tengo que ver a Xavier Bettel, el joven y dinámico primer ministro del Gran Ducado. Me recibe personalmente en la escalinata de su residencia, pero hablamos de política en su despacho, donde trabaja rodeado de obras de arte y de fotografías contemporáneas. Un pasillo lleno de color.
Un poco más tarde, nos reunimos con Olivier Guersent y Ward Möhlmann, parte de su equipo; luego, en un buen restaurante italiano, seguimos la discusión con los principales responsables de la industria financiera en Luxemburgo.
Ward es un excelente jurista neerlandés en el que confío, y a quien he pedido que siga con rigor los servicios financieros, así como la separación de la City de Londres del mercado interior.
En Luxemburgo no se ve con buenos ojos las últimas iniciativas de la Comisión, que apuntan a coordinar y a reforzar la coherencia de la supervisión de los mercados financieros, especialmente a favor de la reorganización de las tres agencias de supervisión, ESMA para los mercados financieros, EBA para los bancos, EIOPA para las aseguradoras.
Luxemburgo concentra él solo cerca del 80% de las transacciones europeas de un producto financiero reconocido y muy apreciado en el mundo: los OPCVM (Organismo de inversión colectiva en valores mobiliarios). Evidentemente, esta concentración puede suscitar la cuestión de la flexibilidad o del rigor de la supervisión a Luxemburgo. Hay al respecto una enorme susceptibilidad e incluso cierto sentimiento de acoso.
Olivier Guersent, con su aplomo habitual, explica que el proceso de coherencia se desencadenó hace ya tiempo. La reforma de las agencias de supervisión europeas se anunció ya en 2010-2011, y la unión de los mercados de capitales exige evidentemente reforzar el single rulebook y la coherencia reglamentaria. Todo esto ya se había iniciado mucho antes del Brexit.
De hecho, el temor que tienen los luxemburgueses es que, con el refuerzo de la reglamentación y la severidad del mercado único, en el momento mismo en que el Reino Unido se libere al salir de la Unión, los inversores tengan la tentación de irse de Luxemburgo.
Respecto al Brexit, su mensaje es claro: si los británicos mantienen sus líneas rojas, y se autoex...