PARTE 1
Derroteros teóricos: atmósfera, milieu, fronteras
Atmósferas y emociones colectivas: descolonizar los espacios emocionales
Laura Gherlone
Universidad Católica Argentina
Introducción
La centralidad de las emociones para el ser humano y, posiblemente, para algunas especies animales no es un descubrimiento del actual “giro afectivo”; por el contrario, tiene una trayectoria mucho más larga: basta pensar en los antiquísimos rituales de luto. Lo que este horizonte de pensamiento ha puesto de manifiesto es que, en un mundo moldeado por la acción colectiva de los individuos –una acción a menudo depredadora y maléfica para el viviente y la materia inerte (tanto que hoy se habla de “antropoceno”, véase Coughlin y Gephart, 2020)–, es urgente entender el papel activo asumido por las emociones en nuestra historia. Lejos de ser un apéndice de la razón, los estados afectivos son ellos mismos una forma de inteligencia con una fuerte agentividad que puede afectar concretamente nuestras acciones, tanto a nivel individual cuanto a nivel comunitario, más aún si dichos estados se convierten en formas culturales (es decir, altamente codificadas y consolidadas) de descifrar el mundo. En las ciencias políticas-internacionales se está incluso comenzando a reinterpretar enteros períodos históricos (como la Guerra Fría) en clave emocional (Clément y Sangar, 2018), desvelando cómo este aspecto ha sido tradicionalmente subestimado, en detrimento de una compresión profunda de ciertos eventos.
El presente capítulo pretende ofrecer una mirada sobre el giro afectivo en su estrecha relación con el “problema del espacio” –fundamental para entender la acción del ser humano sobre el ambiente que lo hospeda y viceversa–, sin dejar afuera el tiempo en su dimensión mnemo-imaginativa. En el primer apartado abarcaré el concepto de “sociedad afectiva” mientras que en el segundo me enfocaré en dos nociones claves de la teoría de los afectos culturales: la de “agentividad” y la de “reproducción”. En el tercer apartado trazaré brevemente el estado de arte de los estudios enfocados en la indagación del espacio en estrecha relación con la cuestión de las emociones, lo que me llevará a hablar, en el cuarto apartado, de la “atmósfera”: un campo de investigación incipiente que, como veremos, podría representar un instrumento heurístico útil para la reflexión sobre la llamada “opción decolonial”.
1. Sociedades afectivas y afectadas
A partir del comienzo del siglo xxi en las ciencias sociales y las humanidades se ha empezado a hablar de “giro afectivo”, es decir, una inédita manera de interpretar y explicar la acción individual, colectiva y espacio-temporal del ser humano a través de la circulación discursiva-material de símbolos, estilos y repertorios emocionales que se depositan consciente e inconscientemente en la cultura. El creciente interés hacia este campo de reflexión reside no solo en una atención sin precedentes prestada al cuerpo y la sensibilidad (a la luz del problemático dualismo mente-cuerpo, donde el segundo término ha permanecido durante mucho tiempo inexplorado y subvalorado), sino también en un fenómeno emergente: el hecho de que las narraciones que vehicula la cultura contemporánea recurren extensamente a los estados afectivos para ser creíbles, persuasivos y eficaces. Hoy en día esto ocurre de manera aún más marcada a través del ciberespacio generado por los medios de comunicación social –un lugar real-inmaterial de interacción (Molina y Gherlone, 2019) que fomenta “sentimientos mediatos de conectividad” (Papacharissi, 2016: 308), generando micro y macro audiencias de carácter principalmente afectivo–. Si, por un lado, esto facilita nuevas formas de agregación y expresión colectiva (piénsense en las protestas sociales en línea), por otro lado fomenta sentimientos como el odio o el desprecio, es decir, la base afectiva de los discursos orientados a disminuir la capacidad cívica y la empatía (Wagner, Marusek y Yu, 2020). Como han señalado recientemente las historiadoras Piroska Nagy y Ute Frevert, “las sociedades occidentales contemporáneas están intensamente impregnadas de emociones” (2019: 202). Por lo tanto, es urgente comprender en profundidad la función (y lo que parece ser una necesidad social) de las narraciones “apasionadas” que, en lugar de ser relegadas al universo de la intimidad, se convierten en una especie de ego-documentos fragmentarios, expuestos y difundidos públicamente.
Además, al estar tan estrechamente vinculados con la trama de experiencias, valores y normas tejida en el tiempo, los estados afectivos culturalmente encarnados se perfilan como un medio privilegiado para estudiar los imaginarios que sustentan a las sociedades contemporáneas. Las investigaciones en este sentido son alentadoras, pero todavía incipientes, puesto que las emociones permanecen, por lo general, asociadas a la dimensión subjetivo-introspectiva del ser humano y solo ocasionalmente a la dimensión sociocolectiva, sobre la cual aletea un aire de vaguedad e irracionalidad difícil de eliminar. Habiendo sido tradicionalmente concebidas “como procesos espontáneos e involuntarios que irrumpen en multitudes y reuniones sin mucha participación cognitiva” (von Scheve y Slaby, 2019: 49), las emociones colectivas parecen cuestionar “la comprensión de las sociedades modernas como formaciones predominantemente racionales e ilustradas” (Kolesch y Knoblauch, 2019: 256). Por eso se ha preferido tratarlas como un fenómeno residual y excepcional, cuando en realidad se trata de experiencias omnipresentes en la vida cotidiana.
Todo ello nos invita a “convertir la invisibilidad cultural de las emociones en un espacio crítico de reflexión” (Peluffo, 2016: 14). Solo de este modo será posible abarcar fenómenos complejos y geográfica e históricamente estratificados como la “identidad nacional” y la “memoria colectiva” o comprender estructuras sociales “en las cuales las desigualdades y las relaciones de poder ligadas a la raza, la clase y el género son rampantes” (Slaby y von Scheve, 2019: 3) o, incluso, enmarcar adecuadamente acontecimientos de gran actualidad como las formas desenfrenadas de xenofobia que están reproduciéndose a nivel mundial. Como ha subrayado el antropólogo Gastón Gordillo, en Argentina, por ejemplo, el mito de la nación blanca “se puede entender mejor como una formación afectiva y geográfica que niega su existencia porque no se reduce a una ideología consciente y opera a un nivel […] emocional” (2016: 242-243, cursiva del autor).
2. Agentividad y reproducción de los afectos culturales
Desde el trabajo fundacional de Georges Lefebvre (1986[1932]), La Grande Peur de 1789, sabemos que un estado emocional como, por ejemplo, el miedo puede ser percibido a nivel de grupo, comunidad, clase o incluso de sociedad, llegando a afectar la nación en su conjunto. Más allá de su magnitud, lo sucedido en 1789 no fue un hecho excepcional ni tampoco aislado: la historia humana puede ser interpretada como una inmensa constelación de eventos, desde los grandes acontecimientos hasta los sucesos de la vida cotidiana, en los cuales los afectos difundidos entran en juego, empujando a las personas a tomar decisiones (de naturaleza económica, política, sanitaria, ambiental, etc.) y, en definitiva, influyendo sobre el curso de los eventos mismos.
En este sentido, hoy la teoría de los afectos culturales –a partir de una larga tradición teórica abonada por la sociología, la psicología social y la historia (donde se destacan nombres tales como Gustave Le Bon, Émile Durkheim y el citado Lefebvre)– está (re)descubriendo dos conceptos fundamentales: el de agentividad y el de reproducción.
2.1 Agentividad
El primer término pone de relieve la capacidad que las emociones colectivas poseen de generar relación y acción al desplegarse en íntima conexión con el entorno del sujeto agente, cuyo comportamiento es afectado por el entorno mismo. Jan Slaby y Philipp Wüshner (2014: 216) definen este proceso como “acoplamiento fenoménico”, es decir, “la participación directa [direct engagement] de la afectividad” de un sujeto agente tal como se da en una disposición ambiental “que tiene en sí misma cualidades afectivas y expresivas”, como puede ocurrir, por ejemplo, durante una performance musical (para un estudio detallado sobre este tema, véase Riedel y Torvinen, 2020). Lo que hacen las emociones es acompañar y sintonizar (o de-sintonizar) al sujeto en su acción activo-pasiva de ubicación en el entorno –donde “el entorno prorrumpe en térm...