Retrato de mujer sin familia ante una copa
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Retrato de mujer sin familia ante una copa

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Retrato de mujer sin familia ante una copa

About this book

Esta obra literaria puede considerarse como una novela híbrida, pues en ella se mezclan diversas fuentes como experiencias autobiográficas, relatos de ficción, reportajes imaginarios con materiales de índole ensayística y reflexiones filosóficas. Ollé experimenta con las formas narrativas y nos da un gran fresco, donde la soledad, la sexualidad y la literatura son los ejes que construyen el periplo de una escritora limeña, que inicia su recorrido cuando es estudiante en los años setenta, luego viaja por Europa y finalmente regresa a Lima.

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Information

TRES RELATOS
Mujeres apasionadas
I
No es un bar con el piso de aserrín oliendo a mil demonios sino una oficina pública. No se trata de un amor romántico sino del amor que abunda en esta época, pura soledad, aburrimiento y miedo a no estar en el lugar preciso en el momento indicado.
Dos damas: la primera es católica, reservada; la segunda se mira a sí misma como una criatura maldiciente.
A su tiempo, las dos se revuelcan hasta el hastío en el cieno de los amores heterosexuales y no sacan nada práctico de todo eso, solo remordimientos, desprecio o compasión por sus examantes.
Uno de los amantes, un profesor de preparatoria, hace alarde de una filosofía barata al aplicar la duda metódica hasta para ir de compras; el otro, un mecánico, desconoce el significado de la palabra promiscuidad.
Duda Metódica y Manos Engrasadas pertenecen al mundo de la memoria de ambas mujeres en el que el placer es sombrío y triste.
Las dos mujeres se odian. Sin embargo, cuando se miran no pueden dejar de hacerlo, embobadas por sus cuerpos histéricos o inermes, depende. Ambas se tienden en el diván, se enroscan al menor suspiro y emiten tímidos gemidos.
La mujer reservada se viste, calza sus tacones altos, vacila en el vano de la puerta y sale al aire fresco de la noche. Se bambolea la vereda, se bambolean las copas de los árboles, el poste de luz, las galaxias.
Su amante no la sigue, enciende un cigarrillo y piensa en el tiempo. Fuma.
II
La primera mujer descansa aparentemente al lado de la segunda. Están desnudas y han tenido un orgasmo o eso parece. La primera no piensa ni habla, solo sonríe. ¿Puede llamarse a eso sonreír? Abre la boca y extiende las encías limpiamente.
La segunda abre un libro en el que Belano en Liberia se distrae con una antología de poesía francesa, todos están muertos, piensa. Incluso Arturo Belano ha muerto prematuramente. La carta, ¿dónde está la carta que pensaba escribirle a propósito de la poesía?, ¿cómo disculpar la megalomanía en los poetas de la que él está harto, pero también ella? La distorsión del yo no es cualquier cosa, es una putada, como diría Belano, que ahora entra a un café en Bélgica, enciende un cigarrillo y recuerda a una muchacha; la nombra: Lisa, y dice que Lisa es una enfermedad. Y está solo. También la segunda mujer está sola después de hacer el amor. Más sola que antes.
III
Las dos mujeres piensan en el mar pero de distinto modo. La primera mira la espuma que cada tanto lame la orilla, sin prisa. Sueña. Las imágenes cambian de tanto en tanto en el sueño. De pronto un cachalote o un corsario, mejor dicho un pirata (la mujer no es de hablar con palabras rebuscadas) surge entre las olas y le provoca una exclamación de júbilo intenso, muy intenso, sin explicación alguna. Se llama alegría súbita y aparece como la muerte súbita en los niños.
La segunda, más inclinada a la contemplación, mira algo a lo lejos, algo que no sabe qué es ni le importa, solo es el punto de apoyo en el que sus ojos se cierran simplemente para no pensar. Quizá sueña. Quizá piensa en abandonar a la primera mujer. Después de hacer el amor sus sentimientos no son los mismos. Es como el pulso del mar, el viento encaja las olas en el horizonte con fuerza, luego ya nada importa.
La primera mujer debería decir algo, solo mira a la segunda de reojo, sabe Dios si la mira o si solo enfoca lo que sus ojos ven. Puede ser que sueñe con los ojos abiertos, con el cachalote revolcándose en la orilla o con el pirata arreglando sus aparejos en su nave, en la que ella se irá.
La segunda ya ha recorrido ese camino. Sabe que no hay ninguna nave con un pirata que se la lleve lejos, le da vergüenza confesarlo, por eso desprecia a la primera mujer. En el fondo tiene celos de ese sueño, no sabe si por el pirata o por la mujer, a la que desea abandonar. No está segura. Posiblemente arriba de la ola se esté más cómodo y seguro o a salvo por un breve segundo. Pero ella le teme a la cresta de la ola y nunca lo sabrá.
La mujer del sueño cambia de posición. La otra no dice nada, no habla, aunque antes del goce ella habló y dijo lo que no debía haber dicho. Le dijo que algún día se iría para no volver, algún día. ¿Cuándo?, no lo sabía. Ahora ella se ve como una mujer simple pero llena de amor.
La segunda, la que no sueña nunca, cierra los ojos, sabe que sus palabras no dicen la verdad. Sin embargo, nadie posee la secreta verdad, no está en ella manifestársela a la primera mujer que se apoya en un brazo y abre los ojos para mirarla y se pregunta si debe dar por olvidado lo vivido: tiene pecas en el pecho, también en el cuello y en el muslo que reposa al borde de la cama; el tiempo corre con o sin ellas, aunque no lo parezca.
IV
Las dos mujeres celebran algo inconfesable en una peña. La primera es feliz cuando un hombre coquetea con ella. Contrariamente a lo que supone la segunda, el hombre admira en la primera mujer virtudes desconocidas para ella.
El desconocido se acerca a la primera mujer. ¿Qué ve en ella?, se pregunta la segunda; sus caderas, sus ojos tristes, el temblor de sus piernas bajo la mesa, quizá no alcance a divisar sino sus ojos tristes, por eso el sujeto respira hondo y se inclina para murmurarle algo al oído. Quizá la supone infantil, una criatura libre de culpa, capaz de hacerle caso. Es misterioso el individuo cuya rareza radica –según la segunda mujer– en haberse fijado en su amante. Hasta ese extremo siente celos de su compañera. Teme que el hombre la encuentre bella, excitante, entonces tendría que renunciar a la amada y sus bondades saturnales, aunque hipócritamente evita confesarse partidaria de la melancolía.
Lo cierto es que la primera mujer escucha atentamente al individuo y le sonríe. Para la segunda es como si el sol se nublara a la orilla del mar un día reluciente de verano. ¿Cómo es posible que esa mujer sonría tan primorosamente y abra los labios como si intentara decir algo que no dice? La segunda mira a su alrededor en un último intento por comprenderlo todo y no ve su propio rostro, velado por el odio, reflejado en el espejo de la pared. La soledad tiene combinaciones drásticas.
V
La segunda mujer abandona a la primera. El mundo sigue su curso. La primera espera su vuelta en vano. Podría ser también que algún día la segunda mujer hubiese despertado sin encontrar a la primera, que habría huido antes de ser abandonada. En tal caso, es posible que esta, arrepentida, le hubiese escrito una carta. Podría ser, en otro caso, que la segunda mujer se hubiese alegrado en su fuero interno de que la primera se hubiese ido, ahorrándole la pena de tener que abandonarla.
VI
La primera mujer recuerda que un día la segunda le dijo: «Piensa en tu vida solitaria, una experiencia no es mala ni buena en sí misma, tú miras al mundo con ojos de cordero, te enseñaré a ser sutil». La primera mujer le contestó a la segunda: «Enséñame a ser sutil».
VII
La primera mujer se queja de haber sido engañada por la segunda. «¿Por qué?», pregunta esta. «Te fuiste sin darme explicaciones». La segunda refuta la idea del engaño: «Los actos son pertinentes. Mi partida lo fue». No hay más palabras. Pero la primera insiste en que la segunda pronuncie con todas sus letras: «El amor es así, cambia». Cuando la segunda se lo dice, la primera calla y enciende un cigarro. Fuma. El mundo sigue su curso.
Para la primera mujer es igual. Frente a una taza de café, con un cigarrillo encendido, las palabras de la segunda caen como plomo en su corazón. «¿No has pensado en un burdo engaño?», le pregunta. «¿Engaño? No eres una niña. Una mujer como tú debería entender sin necesidad de palabras».
VIII
¿Pueden las palabras borrar los hechos? Si la primera le exige a la segunda que le diga que ya no la quiere, que todo se acabó, en el fondo piensa que no será capaz de decirlo, que el deseo de no volver a verla no será ni pertinaz ni pertinente, ni implícito ni explícito, simplemente no se dará en la realidad ni en la ficción. Pero después de que la segunda mujer ha pronunciado las temidas palabras, la primera permanece sentada frente a ella, buscando protección en su silencio. Toma un sorbo de café, la cabeza gacha. La segunda mujer continúa frente a ella, sin atrever a marcharse. ¿Qué espera la segunda de la primera? Esta podría despertar de su letargo y arrojarle la taza de café o abalanzarse sobre ella gritándole cobarde, cobarde; también podría ser que porte un arma y dispare sobre la segunda mujer, pero nada de melodramas, piensa la segunda, quien se pone de pie y le da la espalda a su examante. Lo cierto es que la primera mujer sale de la habitación despacio y observa con calma el humo que expulsan sus pulmones. Por ahora no siente nada. Por ahora compara su vida presente con la de antes, pero las comparaciones son inútiles.
IX
El placer de la primera mujer no es el placer de la segunda. Amor y placer funcionan en la primera, no en la segunda. Cuando la segunda sedujo a la primera estaba siendo impelida por una fuerte inclinación al placer. Antes que todo, la primera apostó por el amor en sí mismo, luego por el amor de la segunda. Si el placer de la primera no es el placer de la segunda, qué es, se pregunta, incapaz de sacar partido de la siguiente fórmula: A ama a B, que no ama a A.
Si la segunda mujer ha sentido atracción por la primera, la misma que sintió por todos sus examantes, si para ella el placer es sinónimo del amor y este mueve el mundo, y si el amor y el placer son una misma cosa, igual que la yema en la clara, la mugre en la uña, entonces la segunda mujer está sola y se prepara para seguir estándolo por el resto de sus días. La primera mujer no entiende que su amante esté sola. Incluso cree que hay alguien más, que por supuesto no es ella.
El miedo de la primera mujer: cómo vivir sin aferrarse al amor de la segunda. Llora. Disolvencia.
X
Hay un camino para la primera mujer: que ella sustituya el miedo por la ambición. Gracias a la ambición, la otra ocupará un lugar inferior en el mundo y la primera mujer le pasará por encima. Pero nadie cuenta con que la primera mujer no abriga ambición alguna. La ambición haría de ella una criatura perfecta. Insiste y se contradice. Es una mujer sencilla, sin habilidades para iniciar una carrera pública, sin ademanes exitosos, sin afán de gloria. Su creatividad no es funcional, ella misma sospecha de su falta de creatividad...

Table of contents

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Créditos
  4. ¿EL GATO ESTÁ VIVO O MUERTO?
  5. RETRATO DE MUJER SIN FAMILIA ANTE UNA COPA
  6. TRES RELATOS
  7. EPÍLOGO
  8. Índice