Adolescencias por venir
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Adolescencias por venir

Fernando Martín

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Adolescencias por venir

Fernando Martín

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En el libro se muestra una clínica diferencial respecto a otras orientaciones: cómo no recorrer la senda de saciar el apetito adolescente de identidad, sino acompañarle a buscar la causa de su deseo y encontrar en ella autorización.Este libro, querido lector, es el resultado del trabajo de psicoanalistas atravesados por la pregunta de cómo serán las adolescencias por venir. Psicoanalistas que conversamos con adolescentes, a diario, y desde hace un tiempo. Es un libro fruto de muchos años escuchando adolescentes en nuestras consultas, en nuestros puestos de trabajo en centros de salud y en hospitales, trabajo en el que no aplicamos idénticas recetas, métodos en serie, ni cuestionarios ni protocolos estandarizados. Nos guiamos por la práctica clínica del uno por uno.En el libro se muestra una clínica diferencial respecto a otras orientaciones: cómo no recorrer la senda de saciar el apetito adolescente de identidad, sino acompañarle a buscar la causa de su deseo y encontrar en ella autorización. Causa del deseo, pues, frente a un menú de alimentos destinados a engordar la identidad adolescente.

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Information

Publisher
Gredos
Year
2018
ISBN
9788424938079

CUANDO UN ADOLESCENTE ENCUENTRA UN PSICOANALISTA

LA CLÍNICA DE LAS ADOLESCENCIAS: ENTRADAS Y SALIDAS DEL TÚNEL

VILMA COCCOZ
NO HAY ADOLESCENTE SIN OTROS
La definición de la adolescencia como «la más delicada de las transiciones» que Philippe Lacadée1 ha difundido luego de su feliz hallazgo en la obra de Víctor Hugo, permite concebirla como la salida de la pubertad en la lógica del discurso y no como una simple etapa del desarrollo biológico.
Freud compara la metamorfosis de la pubertad con «la perforación de un túnel comenzada por sus extremos simultáneamente»:2 por un lado, dicho agujero horada la relación con la autoridad, con el saber (la consistencia del Otro) y, en el otro extremo, conmueve las identificaciones al perturbar la vivencia íntima del cuerpo. El modo en que Freud formula la metáfora permite deducir que construir el túnel es equivalente a atravesarlo, esto es, a encontrar un modo de elaboración simbólica del efecto traumático que este pasaje trae consigo. Las diferentes soluciones dependen de las distintas modalidades en que se delimita el contorno de dicho túnel, esto es, la correcta localización de los agujeros: el que afecta al saber y el que concierne al goce, es decir, al sentimiento de la vida y de la sexualidad.
Si nos mantenemos firmes en el principio psicoanalítico de que «no hay sujeto sin Otro» y lo aplicamos a este trayecto particular de la vida, esta proposición cobra un carácter axiomático: «no hay adolescente sin Otro», esto es, sin sus padres, profesores o tutores, la institución o el analista. Las respuestas, la posición de los adultos que vendrán a investirse o no con la función del Otro, adquieren una relevancia fundamental, decisiva, en la entrada y en la salida del túnel.
De ahí que sea más pertinente hablar de adolescencias, en plural, porque cada adolescencia se vincula a una experiencia subjetiva y a una historia particular y, por lo tanto, no puede generalizarse ni estandarizarse su modalidad «crítica» o la forma que conquistará su conclusión. Desde una perspectiva estructural, el sujeto que se encuentra en esta travesía de la vida se sitúa en dialéctica con el Otro y su inconsistencia o, por el contrario, en ruptura con él, en una vivencia errática de ser abandonado a su suerte, desamparado en su desconcierto ante lo que le toca vivir.
Como consecuencia de la experiencia a lo largo de estos años, es posible afirmar que en la clínica de la adolescencia es preciso operar una subjetivación de la dificultad estructural con la que el jovencito o jovencita están confrontados. Pero entonces conviene admitir que esta operación, en muchos casos, requiere un trabajo de elaboración, una participación decidida de sus adultos de referencia. Habitualmente es necesario mantener una serie de entrevistas familiares con el fin de otorgar la palabra al sujeto. Ya sea esta palabra titubeante, parca, arrogante, reivindicativa, conciliadora o mentirosa, su alojamiento en el dispositivo analítico suele acompañarse de un efecto de pacificación inmediato. Y ello en la medida en que, al ser reconocida esta palabra con su valor de enunciación particular que el Otro toma en consideración, hace posible la disolución de ardientes conflictos, el restablecimiento de diálogos rotos o imposibles.
En las entrevistas con los padres, en conjunto o por separado, y el adolescente, el analista tiene la oportunidad de colaborar, en acto, en el delicado transcurso de la separación y distinción de las distintas subjetividades comprometidas. Esta práctica dista enormemente de las entrevistas familiares propias de las terapias psicoanalíticas que florecieron en el seno de la IPA. Es fundamental que la adolescencia de un hijo o una hija sea subjetivada por los padres en su verdadera dimensión —como un duelo libidinal que les afecta y les concierne— en la medida en que la satisfacción que el hijo o la hija otorgaba al narcisismo de los padres se resquebraja y es necesario que consigan alojarlo en otro lugar. Este nuevo lugar no está diseñado de antemano sino que se va construyendo laboriosamente, a partir de los dos agujeros que se han revelado para el púber, el que afecta al Otro y el que concierne al cuerpo. La labor de educación de los adultos aún no ha concluido y la nueva situación requiere una delicada alquimia entre, por una parte, el respeto por el territorio y los gustos, la intimidad, los deseos del o la joven, y por otra, la responsabilidad por los actos de un menor al que no se puede abandonar a su suerte. Y todo ello, aunque las vías en que se afianza el hijo o la hija puedan ser contradictorios o distantes de las expectativas o ideales paternos, y aun a pesar de los sentimientos de ambivalencia que el sujeto manifiesta o provoca.
El adolescente se tropieza con lo real del discurso, con «el gran problema de la vida», con la pregunta esencial del ser hablante acerca de cómo arreglárselas con el goce, y es precisamente el encuentro con este límite del discurso lo que socava la autoridad de la palabra de los adultos y genera una conmoción emocional. Por esta razón aquellos que creen, equivocadamente, que solo se trata de informar, de ilustrar, se dan de bruces con el apabullante fracaso de la educación sexual y de las estrategias de prevención de embarazos y de consumo de estupefacientes. Ante la inevitable decadencia de su autoridad algunos adultos se inclinan por adoptar comportamientos extremos de exagerada rigidez o permisividad, en un desesperado intento de recuperar su debilitada influencia. En algunos casos y debido a una salida en falso de su propia adolescencia, se ven empujados a una desgraciada identificación con el hijo o hija, intentando mostrarse como su «colega», en la confesión o en la complicidad, a veces obscena, de las dificultades en las que el propio padre o la madre encuentran en lo relativo al goce. Las tentativas de ser «amigos» se realizan al precio de borrar la disimetría entre el joven y el adulto, y pueden ser tan nefastas como aquellas que pretenden ejercer la autoridad por la fuerza de normas ciegas. Ambos comportamientos justifican que Lacan calificara a los adultos de «adulterados».
Se puede comprender la importancia de la respuesta de los adultos a las manifestaciones muchas veces desconcertantes de los púberes si se toma en cuenta que, en esa época de la historia personal, se reedita en el inconsciente la pregunta inaugural del sujeto respecto al deseo del Otro: «¿en qué deseo nací?, ¿qué valor tengo para el Otro?, ¿puede perderme?». Este momento alcanza una trascendencia especial en la medida en que se solicita al adolescente, precisamente, que haga frente a la declaración de su sexo:3 se espera de él, de ella, que formule o defina su identidad sexual. Pero, por razones de estructura, no es posible encontrar una respuesta acabada y concluyente sobre el ser sexuado en lo simbólico. Este encuentro con la ausencia de una definición esencial del ser sexuado toma el valor de una puesta a prueba en relación a lo real que cada uno debe afrontar en lo más íntimo de su subjetividad. Tal inevitable escollo cobra, pues, un carácter traumático y angustioso dando lugar a una «desintrincación pulsional», una crisis del deseo que afecta el goce de la vida y tiene como consecuencia un incremento de la incidencia de la pulsión de muerte, un empuje hacia la autodestrucción.
No existe un manual de instrucciones para garantizar la salida airosa del túnel, en cuyo tránsito el sujeto experimenta fuertemente el sinsentido propio de la limitación del lenguaje para nombrar el sexo y lo percibe como un sinsentido de la vida. Lo cual acarrea una desenfrenada afluencia de sensaciones y afectos, tan fuertes como contradictorios, así como la tentación de la muerte, pensada, imaginada o fantaseada. Una inclinación hacia temas escabrosos sorprende a sus próximos, que se percatan de un cierto regocijo en el cultivo de sombríos y siniestros pensamientos e intereses. Por tal razón el riesgo ante la tentación que ejercen sobre los jóvenes las conductas peligrosas, o los francos intentos de suicidio, han constituido una preocupación constante en la clínica psicoanalítica con adolescentes.
Freud mismo fue llamado a intervenir, en 1910, en un Simposio sobre el suicidio sobre el tema en el que se advertía sobre la responsabilidad que pudiera adjudicarse a los profesores en los pasajes al acto suicida de sus alumnos. En su intervención, Freud manifiesta una visión muy aguda acerca de los responsables de la educación en este momento de la vida. Momentos antes de su ponencia un profesor había intervenido intentando exculpar a los docentes de ser la causa de tan trágico final de la vida de ciertos jóvenes, con el argumento de que estos desgraciados actos tenían lugar también en las capas más desfavorecidas (que no estaban escolarizados). El profesor negaba, pues, con tal argumento que las desmedidas exigencias académicas pudieran ocasionar tales tragedias. A lo que Freud responde con ironía y justeza: «La escuela secundaria ha de cumplir algo más que abstenerse de impulsar a los jóvenes al suicidio: ha de infundirles el placer de vivir y ofrecerles asidero y apoyo en un periodo de su vida en el cual las condiciones de su desarrollo los obligan a soltar sus vínculos con el hogar paterno y con la familia [...] la escuela nunca debe olvidar que se trata de individuos todavía inmaduros, a los cuales no se les puede negar el derecho de detenerse en determinadas fases evolutivas, por ingratas que estas sean. No pretenderá arrogarse la inexorabilidad de la existencia; no querrá ser más que un jugar a la vida».4
La lucidez de la reflexión de Freud nos conmueve, sobre todo si tenemos en cuenta que, cada día, vemos alzarse el carácter definitivo que pueden alcanzar ciertos juicios respecto a los jóvenes por parte de sus profesores y evaluadores, que muchas veces llegan a tomar la forma de una sentencia inexorable del destino. Muchos son los jovencitos que, ante estos juicios, abandonan cualquier intento de reflotar, renuncian a luchar, declarándose «negados o nulos» a causa de sus fracasos o de sus conductas. De ahí la importancia del encuentro con el psicoanálisis para orientar las intervenciones de los adultos próximos y ¡conseguir evitar tantas y tantas tragedias!
Felizmente, en el caso de María pudieron evitarse las nefastas consecuencias que podían atisbarse gracias a que su entrada en el túnel de la pubertad la ha precipitado en una demanda de análisis. Todo comenzó con una serie de actings out hasta un gran desmayo con crisis convulsivas acaecido en el colegio que acabó en urgencias del hospital, con gran susto para todos. Luego de someter a la niña a todo tipo de pruebas se llegó a la conclusión de que «no tenía nada» y, gracias a la intervención de un familiar, se cruzó en su vida el psicoanálisis. Las crisis disminuyeron inmediatamente luego de iniciar sus sesiones y María consiguió revertir el prejuicio que ya se estaba consolidando respecto a su comportamiento. En el transcurso del primer tramo de análisis surgiría en su discurso la tensión en la que su síntoma se articulaba al discurso del amo. Ella había registrado la incidencia que podía llegar a tener, en el grado de popularidad alcanzado por una chica en su colegio, alguna desgracia que estuviera atravesando en su vida personal. A la manera del contagio histérico de las crisis de llanto en un internado que describiera Freud5 y en el momento álgido del comienzo de la seducción y de la formación de las alianzas y liderazgos, María detectó que la falta (debida a las dificultades en la vida familiar) de dos compañeras «destacadas» cobraba un alto valor en la consideración del Otro encarnado en una profesora. El acting out respondía a una compleja lógica inconsciente que empezó a elaborarse al tiempo que el síntoma desaparecía de la escena, gracias a que la niña descubría la trama inconsciente en la que estaba atrapada. Este avance no fue sin sus padres, quienes, una vez superado el estupor inicial, se vieron obligados a admitir algo nuevo e incómodo en su niña, dócil y ejemplar hasta el momento. Gracias a este trabajo subjetivo se pudo operar en ellos un cambio de perspectiva en el modo de ver a su hija, a partir de su comprensión de la peculiaridad del momento que María estaba atravesando y que exigía, entre otras cosas, «distinguirla» con un tratamiento especial, de «chica» respecto de sus hermanos varones, más pequeños. Hasta entonces recibía la consideración de hija mayor de una serie, sin diferencias precisas. Se puede tener una idea de la alegría de María ante el nuevo lugar que se le concedía cuando consiguió guardar para sí su primer secreto (su primer amor). Además, había salido de compras «de chicas» con su madre y su abuela y... ¡se había depilado por primera vez! Así se inscribían, de forma correcta, los agujeros del túnel que se habían hecho presentes en el acting out: por un lado, la demostración de que el Otro (sus padres, su profesora) no lo sabe todo. Y, por otro, el cuerpo, marcado por la castración, hace posible el sostén de un semblante femenino.
EL RECORRIDO DEL TÚNEL
Más allá de la cronología, es preciso el recorrido de un tiempo lógico cuya conclusión funciona como un point de capiton, un punto de abrochamiento, un hito en la historia subjetiva (la salida del túnel) que toma la forma de un proyecto vital. Desde la perspectiva de la incorporación de la estructura hemos de decir que reconocemos ciertas invariantes en la encrucijada adolescente. Si bien es cierto que los cambios que estamos atravesando en la civilización respecto a la relación con el goce otorgan a los adolescentes actuales su notable peculiaridad, también reconocemos que, aun teñidas con el discurso de la época, ciertas coordenadas comunes pueden observarse en el transcurso de los tiempos.
En lo relativo a los invariantes sigue siendo de sumo interés el libro de Robert Musil que lleva por título Las tribulaciones del estudiante Törless, publicado en 1906. Este libro describe de forma magistral el atravesamiento del túnel en la experiencia de un jovencito, en la que, como antes decíamos, los adultos están concernidos y en la que se muestra en toda su relevancia la dimensión de los pa...

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