Historia mínima de las relaciones exteriores de México, 1821-2000
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Historia mínima de las relaciones exteriores de México, 1821-2000

Roberta Lajous Vargas

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Historia mínima de las relaciones exteriores de México, 1821-2000

Roberta Lajous Vargas

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Los dos objetivos constantes de la política exterior de México han sido, en primer lugar, afirmar su soberanía y su identidad; en segundo, buscar los recursos económicos y humanos para acelerar su desarrollo, una vez consolidada su forma de gobierno republicana y federal. Si bien se puede decir que muchos otros países americanos que surgieron a la vida independiente con motivo de las guerras napoleónicas en Europa han compartidos estos propósitos, la experiencia histórica de México es única como vecino de la mayor potencia que ha tenido el mundo: Estados Unidos de América. La historia de las relaciones internacionales de México se desarrolla en ciclos de acercamiento y distanciamiento con el poderoso país con que comparte frontera, mismo que le han permitido, por un lado, afirmar su identidad y, por otro, modernizar su economía. La diplomacia mexicana ha tenido la capacidad - a veces de dimensiones épicas- de asegurar la supervivencia de la identidad nacional, a pesar de una cada vez más conflictiva frontera de 3 000 kilómetros con la mayor potencia del mundo. No obstante los enormes retos y dificultades, Canadá, Estados Unidos y México iniciaron un proceso en 1994 para conformar una de las regiones más competitivas en un mundo globalizado. A pesar de las dudas y recelos que ha inspirado, hasta 2000 -año con el que cierra el presente texto- el Tratado de Libre Comercio de América del Norte había contribuido ya a elevar el empleo y el nivel de consumo de la mayoría de los mexicanos.

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Information

Year
2012
ISBN
9786074626216
1. EL RECONOCIMIENTO INTERNACIONAL DE MÉXICO, 1821-1836
La Nueva España inició la lucha por su independencia como consecuencia del rechazo —en todos los confines de la monarquía católica— a la invasión francesa de la península ibérica en 1808. En 1821, después de una larga guerra —que duró más de 10 años—, emergió el Imperio mexicano como resultado de un pacto entre insurgentes y realistas, que se plasmó en el Plan de Iguala. La visión optimista del nuevo Imperio sobre su futuro en el mundo enfrentó el rechazo y la amenaza de Madrid a su independencia. El surgimiento de la República Federal en 1824 facilitó el reconocimiento de Estados Unidos, al que siguieron el de Gran Bretaña y los de otras potencias europeas. Sin embargo, el gobierno de México se caracterizó por la debilidad institucional, lo que trajo como consecuencia finanzas públicas desordenadas y endeudamiento externo. Esta situación dificultó la creación de un entorno de vínculos y alianzas internacionales favorables. Desde los primeros años de la vida independiente, se inició la colonización de Texas por migrantes que provenían de Estados Unidos, ante la incapacidad de México para atraer población a sus territorios septentrionales. A pesar de la alianza con Colombia para buscar la unidad de las naciones hispanoamericanas fue imposible evitar la fragmentación de las antiguas colonias españolas e, incluso, su rivalidad política. La expulsión de los españoles de México, a partir de 1827, favoreció la llegada de otros súbditos europeos, quienes obtuvieron la protección diplomática para sus actividades comerciales. Con el establecimiento de relaciones diplomáticas con España y la Santa Sede, en 1836, México concluyó la difícil y prolongada etapa para obtener el reconocimiento internacional como nación independiente. Ese año inició también la confrontación armada para evitar la independencia de Texas.
La influencia de las guerras napoleónicas en América
En 1793 la rebelión de esclavos en Haití obligó a Francia a destinar enormes recursos para conservar su principal posesión en el Caribe: envió 58 000 hombres —vencedores en Italia y Egipto— para reprimir la revolución haitiana. Sin embargo, el ejército más poderoso del mundo fue derrotado por los rebeldes y Francia perdió la rica colonia azucarera. Como resultado, Napoleón se desinteresó de las posesiones francesas en América. En 1803 vendió el enorme territorio de la Luisiana a Estados Unidos por 15 millones de dólares, recursos que utilizó para financiar las guerras en Europa.
La anexión de la Luisiana a Estados Unidos —mediante esta compra— desató su vocación expansionista. El gobierno estadunidense ofreció tierras para cultivo a millones de emigrantes europeos, que llegaron a su costa atlántica en busca de un mejor porvenir. Desde entonces comenzaron a realizarse expediciones por el río Misisipi para buscar la salida al océano Pacífico, lo que provocó un enfrentamiento con Gran Bretaña por la soberanía del territorio de Oregon. Surgió también la cuestión de los límites con España, y la Florida quedó aislada del resto del Imperio español en América. Sin embargo, la herencia más problemática de esta adquisición territorial —que incluso requirió una enmienda a la constitución de Estados Unidos— fue la interpretación del presidente Thomas Jefferson en el sentido de que Texas formaba parte de la Luisiana.
Por otro lado, la coronación de Napoleón Bonaparte como emperador, en 1804, transformó el concepto de la monarquía en el mundo. Además, Napoleón convirtió a su ejército en promotor de los valores que inspiraron la Revolución francesa. Pero su influencia no se limitó a divulgar los derechos del hombre y fortalecer el concepto de gobierno constitucional. La presencia de tropas de intervención francesas en el resto de Europa generó un enorme rechazo entre los países afectados, lo que exaltó su nacionalismo y los incitó a luchar contra la invasión.
La invasión francesa a España
En 1808, con la excusa de impedir que Portugal obstruyera el cerco comercial continental que Francia había tendido contra Gran Bretaña, el Emperador de los franceses movilizó sus tropas a España. La decadencia de la casa reinante española permitió a Napoleón alentar las rivalidades entre Carlos IV y su heredero Fernando VII, para forzar, en Bayona, la abdicación de ambos para llevar al trono a su hermano José Bonaparte. La ausencia del monarca español, fuente de legitimidad del gobierno, propició que los habitantes de los reinos ultramarinos empezaran la lucha por su independencia.
Mientras tanto, la casa reinante de Portugal, con el apoyo británico, se trasladó a Brasil, donde gobernó desde Río de Janeiro.
El Concierto Europeo
Después de la derrota de Napoleón, entre 1814 y 1815 se reunieron las potencias triunfadoras en el Congreso de Viena para reorganizar las fronteras europeas. Quedó establecido un nuevo equilibrio a través del Concierto Europeo, en el que ninguna de las potencias dominó a las demás. Salvo por conflictos aislados, Austria, Francia, Gran Bretaña, Prusia y Rusia evitaron otra guerra de dimensión continental durante un siglo. Con ello, sus ejércitos quedaron libres para dirigirse a la conquista de territorios en el resto del mundo.
La derrota de Napoleón fortaleció la reacción conservadora en las monarquías absolutas. Los soberanos de Austria, Prusia y Rusia integraron la Santa Alianza para proteger la fe cristiana y revertir la influencia de la Revolución francesa. La Alianza apoyó la restauración de la línea monárquica legitimista en Francia y combatió el avance del liberalismo en Europa, mientras estas ideas se difundían en América desde Estados Unidos.
En 1821 el zar Alejandro I declaró, de manera unilateral, que la posesión rusa de Alaska se extendía hasta el meridiano 51, zona que se encontraba muy adentro del territorio de Oregon. Proclamó mare clausum a partir de ese punto hasta el estrecho de Bering. Las ambiciones territoriales de la Santa Alianza —particularmente de Rusia— en el continente americano sonaron la voz de alarma en la capital de Estados Unidos. Cuando en 1823 Francia invadió de nuevo España —en esta ocasión para impedir la vigencia de la Constitución liberal de Cádiz—, creció en el Nuevo Mundo la preocupación de que la Santa Alianza apoyara una fuerza militar para la reconquista de Hispanoamérica.
La decadencia de la monarquía católica
Gran Bretaña encabezó la lucha contra Napoleón y contribuyó decisivamente a su derrota. Una vez superada la amenaza de Francia, inició una etapa de expansión comercial en el mundo. Durante el primer tercio del siglo XIX, con la marina más poderosa del planeta, comenzó la colonización de África y Asia. Sin intentar el control político, logró la supremacía comercial en toda Iberoamérica, misma que ya tenía en el Caribe.
Las guerras napoleónicas arruinaron las finanzas del Imperio español en ambos lados del Atlántico. España empezó su decadencia económica y quedó fuera del Concierto Europeo. A diferencia de Brasil, los reinos españoles en América se fragmentaron. Con su declaración de independencia de España, surgieron identidades locales en los tres virreinatos, que empezaron a actuar al margen de las estructuras administrativas coloniales, lo cual generó conflictos regionales por la delimitación de fronteras.
En 1819, España entregó la Florida a Estados Unidos mediante el Tratado Adams-Onís. Así, buena parte del Golfo de México quedó bajo el control estadunidense y el Caribe dejó de ser el mar Mediterráneo de la Nueva España. El tratado también previó la autorización para que los súbditos españoles en la Luisiana se afincaran en Texas. Moisés Austin recibió el permiso para establecer allí una colonia de 300 familias católicas que juraran obedecer al Rey de España y sus leyes.
El Imperio mexicano
El surgimiento del Imperio mexicano en 1821 fue el resultado de una larga guerra de independencia iniciada en 1810 por el cura Miguel Hidalgo —en nombre del rey Fernando VII—, como respuesta a la invasión napoleónica a España. Los partidarios de la monarquía en la Nueva España consideraban que sólo un príncipe de la casa reinante española tenía la legitimidad para gobernar. Sin embargo, la insurgencia contra las fuerzas militares del gobierno virreinal derivó en la búsqueda de una nueva identidad para los habitantes de la Nueva España, que pasó por la América Septentrional, la América mexicana y el Anáhuac, entre otras. El proceso culminó con la creación del Imperio mexicano, que tenía su inspiración en un remoto pasado prehispánico y surgía del nacionalismo criollo. Este imperio abarcaba desde lo que hoy es Costa Rica hasta el territorio de Oregon.
Como bien lo ha explicado Luis Villoro, quienes durante una década lucharon contra la independencia de la Nueva España, después promovieron su consumación —cuando ya casi había sido apagada la insurgencia—, para evitar que se aplicara la Constitución liberal española, vigente nuevamente a partir de 1820. El grito libertario de 1810 culminó con el establecimiento del Imperio mexicano en 1821, que debería encabezar un príncipe español, requisito para obtener el reconocimiento de las potencias europeas. Pero, en febrero de 1822, las Cortes españolas rechazaron los Tratados de Córdoba mediante los cuales el último virrey, Juan de O’Donojú, había reconocido la independencia de la Nueva España.
Fernando VII se negó a aceptar el trono del nuevo Imperio para sí o para algún miembro de su familia. Ante este rechazo, Agustín de Iturbide fue coronado en mayo de 1822. Iturbide era el general victorioso del Ejército de las Tres Garantías (religión, independencia y unión) que unificó a todas las fuerzas militares en contienda mediante el Plan de Iguala y la bandera tricolor. El nuevo Emperador, quien había venido desempeñando un papel de liderazgo durante la Regencia, recibió el beneplácito del primer Congreso nacional.
El nacimiento del Imperio mexicano, con 4 millones de kilómetros cuadrados y 6 millones de habitantes, fue recibido con entusiasmo por su población. La gran dimensión del territorio nacional, la riqueza natural debida a la diversidad de climas y la abundancia de sus recursos —que dio a conocer Alejandro de Humboldt en su Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, publicado en 1808— auguraban un lugar destacado en el mundo para el Imperio.
El Imperio mexicano heredó de la Nueva España una enorme deuda, a la que se sumaron los préstamos forzosos exigidos por la autoridad virreinal durante los años de guerra. Además, Iturbide redujo los impuestos e inició el endeudamiento externo para comprar equipo militar. Hasta 1825, la soberanía del Imperio estuvo amenazada por la presencia de tropas españolas en San Juan de Ulúa. A pesar de su repliegue a Cuba, el peligro de su retorno estaba presente mientras no se lograra una reconciliación con la madre patria.
El Dictamen de Azcárate
En el contexto de optimismo que generó la Independencia, la Comisión de Relaciones de la Regencia del Imperio mexicano, bajo la dirección de Juan Francisco de Azcárate, elaboró un Dictamen con propuestas para conducir dichas relaciones. La Regencia se preparó para ejercer la diplomacia de una potencia. El Dictamen señaló las tareas para establecer de inmediato relaciones y negociar límites con base en cuatro criterios: la naturaleza, la dependencia, la necesidad y la política.
En naturaleza se incluían las naciones limítrofes, en las que se consideraba también a las indígenas de Norteamérica, con las cuales propuso establecer nexos de comercio y amistad. El Dictamen consideraba que Estados Unidos estaba llamado a ser la potencia mayor del orbe y que ejercería una presión sobre el territorio mexicano por razones demográficas. Advertía el peligro de perder Texas, por lo cual se propuso poblar las provincias septentrionales mediante la migración. También expresaba preo­cupación por la expansión territorial de Rusia sobre la costa de California y planteaba detenerla. La misma reserva se aplicaba a Gran Bretaña, país con el cual no se habían fijado límites con ninguna de las colonias que conservaba en América —por ejemplo Honduras Británica—, ni con sus territorios de Oregon.
Las relaciones por dependencia eran las islas de Cuba, Puerto Rico y las Filipinas, las cuales habían recibido recursos de la Nueva España para su defensa. Por lo tanto, estaban llamadas a formar parte del Imperio mexicano. Cuba y Puerto Rico deberían separarse de España de inmediato, pues eran una amenaza para la independencia de Hispanoamérica. Con extraordinaria visión de futuro, el Dictamen propuso mantener la presencia y el comercio con Asia, mediante la preservación de las islas Filipinas y las Marianas.
El criterio de necesidad se refería a la espiritual. Así, la relación con la Santa Sede en Roma era indispensable para reconocer a las autoridades eclesiásticas, ya que se consideraba a la religión católica como el vínculo más importante entre los mexicanos. El Dictamen proponía mantener el Patronato Real que había disfrutado la Monarquía católica durante 300 años en América. El nuevo emperador debería tener las mismas atribuciones, que incluían, por ejemplo, determinar la circunscripción y el nombramiento de obispos y otras autoridades eclesiásticas.
En cuanto a las relaciones políticas, figuraba en primer lugar la Monarquía católica, ya que se reconocía a España como la madre patria. Seguían en importancia Gran Bretaña, Francia y el resto de Europa. El Dictamen incluía también a las repúblicas hispanoamericanas que apenas surgían, de manera paralela, a la vida independiente.
El primer representante diplomático
A finales de 1822, José Manuel Zozaya presentó credenciales como representante diplomático del Imperio mexicano ante el presidente James Monroe de Estados Unidos. Tenía instrucciones de investigar las ambiciones del país vecino sobre la frontera común,...

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