La política subversiva
de los lugares sensibles
Cambio climático, ética colectiva y justicia ambiental en el Norte del Perú
Ana Mariella Bacigalupo
State University of New York-Buffalo
El 10 de junio de 2018, Percy Valladares Huamanchumo, un mestizo de cincuenta y cinco años, con ascendencia española y chimú, roció la roca de sacrificio en la base del cerro Campana con Maltín Power, un refresco hecho con malta. Campana es el cerro sensible más antiguo y poderoso de los valles costeros de Moche y Chicama, en la provincia de La Libertad. En el pasado, los gobernantes Moche (200-900 d.C.) y Chimú (900-1470 d.C.) alimentaron a Campana con sacrificios humanos y otras ofrendas en un intento de controlar los recursos hídricos, prevenir las inundaciones causadas por El Niño y promover la estabilidad ambiental y la salud comunitaria. Percy llenó los orificios en la roca con agua que había extraído de un pozo para apaciguar la sed de Campana en el ambiente seco del desierto. Yo coloqué una manzana roja y un trozo de pan dulce de sésamo en las grietas de la roca sacrificial donde los visitantes anteriores habían dejado ofrendas de cuentas de vidrio, fragmentos de cerámica Moche pintada, semillas, conchas, piedras poderosas y mandarinas. “El agua, los líquidos y la sangre son las ofrendas más preciosas en el desierto porque son vida”, explicó Percy. “Mira cómo la roca está absorbiendo, bebiendo el Maltín. Es porque Campana es un apu, un viejo ancestro poderoso y líder de todos los que vivimos en los valles de Moche y Chicama”.
Percy explicó que el bienestar que ofrece el apu es fundamental para todas las relaciones sociales y espirituales de los humanos. “Nací en [el pueblo de pescadores] de Huanchaco, al lado de Campana, y vengo aquí desde que era un niño. Campana nos enseña que el bienestar requiere relaciones respetuosas entre apus, humanos, el medioambiente y todas las formas de vida. Alimentamos al apu con ofrendas y él nos da salud, agua subterránea para llenar nuestros pozos y lluvia que llena los ríos que bajan de los Andes y nos permite irrigar nuestros campos. Pero cuando las personas se corrompen y destruyen el medioambiente, los apus nos mandan inundaciones y aludes de barro para castigarnos”. Percy señaló el lugar donde la inundación de 2017 había carcomido el sitio ritual y se llevó una de las piedras rituales y lamentó: “Esta última inundación fue inmensa porque la corrupción humana es inmensa”.
Dos años antes, dos curanderos mestizos locales me hablaron sobre cómo la conciencia superior de apus y wa’kas (paisajes y monumentos sensibles construidos por seres humanos) es fundamental para forjar la ética colectiva y la justicia ambiental entre los humanos. Argumentaron que los paisajes sensibles son por lo tanto, fundamentales para las acciones políticas de dos organizaciones ambientales que crearon con Percy en 2014, luego de una inundación devastadora. Leoncio Carrión, un curandero de Ascope, en el valle de Chicama, con ascendencia Moche y española, argumentó: “Necesitamos desarrollar una conciencia superior que esté en sintonía con la de las wak’as. La gente tiene que aprender a desprenderse de su egoísmo, ser consciente y pensar más colectivamente con sus comunidades, la tierra y los apus” (4 de agosto de 2016). Omar Ñique, un curandero mestizo de Buenos Aires, en el valle de Moche, elaboró:
Somos tan arrogantes que hemos perdido la capacidad de entender que los apus y las wa’kas tienen una conciencia superior y son los protectores de los recursos de la Pachamama [madre tierra]. Los científicos explican el fenómeno de El Niño y el cambio climático en la televisión desde una perspectiva científica. Pero ellos no entienden que estos son causados por la ira [reacción] de los apus y las wa’kas debido a la corrupción humana. Pero nosotros sabemos esto y es por eso que estamos trabajando junto con nuestros apus y wa’kas para contrarrestar esta destrucción y corrupción a través de rituales y acciones políticas colectivas, a través de nuestras organizaciones ambientales, la Asociación de Rescate y Defensa del Apu Campana y el Colectivo Comunidad Consciente (26 de agosto de 2016).
El humanismo y la idea de paisajes sensibles que interactúan con los seres humanos se han teorizado de maneras distintas, aunque rara vez con una mirada hacia la justicia ambiental y la ética colectiva. Estudiosos latinoamericanos han escrito sobre las dimensiones ontológicas de las alteridades radicales de los seres sensibles (De la Cadena 2015; Kohn 2013) y sobre la existencia de ontologías múltiples o alternativas (Blaser 2013). Otros académicos han criticado las formas de gobierno implementadas por regímenes de liberalismo colonial tardío —el geontopoder— que operan regulando la distinción entre vida y no-vida, permiten el extractivismo y desacreditan las prácticas animistas indígenas que disuelven la no-vida en la vida (Povinelli 2016). Sin embargo, ninguno de estos enfoques aborda las formas en que los lugareños cuestionan el geontopoder vinculándose con los paisajes sensibles como participantes de movimientos en pos de la justicia ambiental y la ética colectiva, en vez de como seres que no pueden compararse con el mundo moderno de la política.
En mi trabajo con mestizos pobres peruanos de los valles desérticos costeros de Moche, Chicama y la zona Huamachuco, en la sierra de La Libertad, analizo cómo y por qué ellos responden al cambio climático y a la contaminación ambiental recurriendo a espacios sensibles indígenas, como apus y wa’kas, con fines rituales, políticos y ambientales, y también para crear una ética colectiva. Estos mestizos ven a las wa’kas como paisajes y monumentos poderosos que fueron construidos por los ancestros indígenas, distintos de los apus, líderes ancestrales que toman la forma de poderosas y montañas, lagos y el mar que están conectados con las aguas subterráneas del mundo de los muertos. Como otros pueblos andinos, estos mestizos ven los apus y wak’as conectando a los mestizos con el mundo de sus ancestros indígenas, quienes controlan el acceso al agua (Glowacki y Malpass 2003), la vida, la salud, y la fertilidad, así como también las inundaciones, los aludes de barro, las enfermedades y la muerte.
Tanto en 2014 como en 2017, los valles desérticos costeros de Moche y Chicama, en el norte de Perú, fueron diezmados por inundaciones y aludes de barro causados por lluvias torrenciales vinculadas con El Niño, pero exacerbadas por el cambio climático. Los gobernantes peruanos de hoy creen que la inversión en la reconstrucción de hogares, puentes y caminos resolverá el problema. Sin embargo, el manejo que hacen de la economía, el medioambiente y la salud humana como ámbitos políticos inconexos ha tenido consecuencias desastrosas. La minería apoyada por el Estado y las empresas azucareras producen y reproducen jerarquías no democráticas, violencia estructural y destrucción ambiental; su explotación de la naturaleza refleja su explotación de los trabajadores pobres.
Huamachuco, en la sierra, es uno de los distritos más pobres de la región de La Libertad y ha sido devastado por las empresas mineras auríferas que han forzado a los lugareños a vender sus tierras y fuentes de agua, a medida que se disparaba el precio del oro. Estas mineras internacionales y la minería informal ilegal han contaminado la zona, pero el Ministerio de Energía y Minas y el gobierno regional no han hecho nada para resolver el problema. En los valles desérticos de Moche y Chicama ha aumentado la pobreza debido a que los aludes de barro y las inundaciones han destruido los canales de irrigación, y las crisis de la industria azucarera han causado la pérdida de puestos de trabajo para trabajadores mestizos y una baja en los salarios para los que aún siguen empleados (Kus 1989; Klaren 2005). La supervivencia de los mestizos marginados depende, con frecuencia, de su habilidad para trabajar en la industria pesquera, agrícola o extractiva, pero la contaminación del aire y el agua de su entorno provoca una serie de problemas de salud —enfermedades respiratorias, cáncer, depresión, alienación, envidia— y destruye las plantas medicinales utilizadas por los curanderos mestizos (chamanes) para ayudar a curarlos.
A diferencia de los presidentes peruanos, los curanderos mestizos y sus comunidades en estas zonas atribuyen una importancia ontológica más amplia a los desastres ambientales y entienden que las políticas neoliberales entran en conflicto con el bien común. A pesar de que los miembros de la comunidad trabajan en las minas y en otras industrias, apoyan el bien común fortaleciendo sus relaciones con otras comunidades: personas, apus, wak’as, plantas y animales. Las mesas rituales de los curanderos son un microcosmos de la relación de los humanos con los paisajes sensibles. Las piedras, cerámicas, conchas, plantas y agua que los curanderos ponen en sus mesas provienen de distintos apus o wa’kas y contienen sus poderes. Estos objetos sensibles permiten que los curanderos puedan usar los poderes de los apus y las wa’kas en sus ceremonias (Gálvez 2014). Los curanderos también toman un brebaje alucinógeno hecho del cactus San Pedro que está asociado con el agua para hacer “florecer” a la naturaleza y a las personas, y para reestablecer el flujo de energía entre mundos distintos (Glass-Coffin 2010:64). Los curanderos se conectan con los ancestrales apus y wa’kas para sanar y florecer a sus pacientes, de la misma manera que intentan controlar el acceso al agua para mejorar la fertilidad agrícola e...