1. El secreto del populismo
LOS RETORNOS DEL POPULISMO
El populismo es una palabra que insiste y vuelve a nosotros cada vez que intenta guardarse en el arcón de los términos del léxico político en desuso. Como se sabe, un arcón puede funcionar como un ataúd o como un cofre. Es decir, para enterrar a un muerto o para guardar un tesoro. O quizá como las dos cosas a la vez y lo que muere es capaz de guardar un secreto a descifrar en nuestro presente. No olvidemos que la etimología de «arcón» está emparentada con la de «arcano», lo cual significa secreto o misterio, esto es, algo que permanece cerrado y oculto. Podríamos preguntarnos qué es lo que permanece oculto del populismo o cuál es ese secreto por el que retorna al campo de lo político cada vez que anuncian su defunción. Incluso, podríamos preguntarnos por qué hay tanto interés por declarar su muerte, cuál es el temor inconfensado que encierra su existencia. Como su misma palabra lo indica, el populismo expresa una tendencia o movimiento hacia lo popular, un adjetivo que señala aquello que pertenece al pueblo. De manera que el populismo, en tanto arcón de lo político, contiene el secreto del pueblo. Y quizá ese sea el secreto de su fuerza y su condena; quizá sea ese el motivo por el cual divide el campo de lo social y pone de manifiesto la lucha antagónica en los términos de una frontera entre los de arriba y los de abajo. Probablemente, si el populismo retorna, si persiste a pesar de los intentos por encerrarlo y hacerlo desaparecer, es porque los de abajo se resisten a ser dominados por los de arriba, porque los de arriba no dejan de perpetuar los mecanismos del despojo y la exclusión de los de abajo. Quizá el populismo sea el arcón que los de abajo conservan en sus cuerpos y en su memoria cada vez que encuentran la oportunidad de disputar el sentido de la República a las oligarquías. Porque, a fin de cuentas, el populismo puede ser concebido como el modo en que los plebeyos disputan la res pública, esa cosa pública que las oligarquías desean conservar como un tesoro para sí.
Por eso, cuando a finales de la década de 1990 y principios de la del 2000, el Consenso de Washington delimitaba abrumadoramente el terreno en el que las prácticas políticas debían circunscribirse, América Latina hizo resurgir el secreto del populismo. Claro que, inicialmente, fue considerado un aislado anacronismo o un mero caso de resabio atávico característico de los países periféricos sin mayor importancia o trascendencia a escala global. Sin embargo, la rápida expansión de gobiernos populistas en gran parte de la región latinoamericana, y la posterior llegada de líderes, movimientos y gobiernos también así denominados a Europa y a Estados Unidos de América, hizo que este término volviera a ocupar un lugar protagónico en las controversias públicas y en foros internacionales de discusión a nivel interregional. En este terreno, la proliferación de formaciones políticas que han sido denominadas como populistas desde inicios del siglo XXI ha llevado a distintos autores —que incluso defienden posturas políticas antagónicas como Chantal Mouffe y Éric Fassin— a sostener que estamos experimentando un «momento populista». Si bien estos autores se refieren al caso de Europa occidental, geografía en la que acotan sus análisis, claramente también podríamos hacer extensivo tal diagnóstico hacia otras latitudes. Baste con un breve repaso por la actualidad o el pasado inmediato y rápidamente saldrá a la luz el listado de experiencias políticas que han sido calificadas como populistas. Si por el «momento populista» de Europa occidental cuentan los casos más conocidos de DiEM25, Syriza y Amanecer Dorado en Grecia, Podemos y Vox en España, Jeremy Corbyn, Boris Johnson y Nigel Farage en Inglaterra, Marine Le Pen y la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon en Francia, Matteo Salvini y el Movimiento Cinco Estrellas en Italia, también existen referencias como el partido Sweden Democrats liderado por Jimmie Åkesson, Viktor Orbán en Hungría, Jarosław Kaczyński en Polonia, Vladimir Putin en Rusia, Recep Tayyip Erdoğan en Turquía o Rodrigo Duterte en Filipinas. Y, si nos desplazamos hacia América, en el norte encontramos a Andrés Manuel López Obrador en México y a Donald Trump y Bernie Sanders en Estados Unidos; en América del Sur contamos con numerosos ejemplos como los gobiernos de Nicolás Maduro en Venezuela, Jair Bolsonaro y los recientes mandatos de Lula Da Silva y Dilma Rousseff también en Brasil, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, entre otros.
Es más, si hacemos un ejercicio retrospectivo y ampliamos la pesquisa a aproximadamente los últimos cien años de la vida política a escala global, podemos advertir que a este «momento populista» le antecedieron por lo menos otros dos. Al primer «momento populista» lo podemos ubicar entre mediados y finales del siglo XIX. Se trata del momento marcado por el movimiento agrario narodniki de Rusia y el People’s Party de los movimientos rurales del sur de Estados Unidos, que tradicionalmente han sido considerados como los pioneros del populismo. Al segundo, lo podemos situar en aquel período signado por los grandes movimientos que —al promediar el siglo XX— surgieron en Latinoamérica (cuyos casos más paradigmáticos, pero no únicos, fueron el varguismo en Brasil, el peronismo en la Argentina y el cardenismo en México). Sin embargo, si prestamos fina atención a los intervalos entre uno y otro momento encontramos también allí diversas expresiones políticas que fueron catalogadas como populistas. Por ejemplo, el fulgurante movimiento boulangista de Francia, los casos del primer ibañismo en Chile, el yrigoyenismo en Argentina, la revolución del Fuerte de Copacabana y la Columna Prestes de Brasil (antecedentes en Brasil de Estado Novo de Getulio Vargas) y el kemalismo de Turquía. También puede añadírsele el Movimiento Nacional Revolucionario de Bolivia, el velasquismo en Ecuador, el gaitanismo en Colombia, el nasserismo en Egipto, la experiencia de Tito en Yugoslavia o la «Larga Marcha» de Mao Tse-tung en China. Incluso podría hacerse extensivo a los casos de Juan Velazco Alvarado en Perú o Muammar al-Gaddafi en Libia.
Toda esta enumeración de momentos y experiencias catalogadas de populistas nos permite advertir que han sido clasificadas así formaciones tanto de derecha como de izquierda, movimientos campesinos como urbanos, regímenes políticos democrático-liberales, socialistas o autoritarios, tanto en los así denominados «países desarrollados o centrales» como «en vías de desarrollo o periféricos». Parece que esta lista heterogénea puede extenderse indefinidamente en una diseminación interminable de ejemplos con momentos de mayor concentración de casos. Por eso, quizá deberíamos preguntarnos si es conveniente seguir pensando al populismo simplemente en los términos de «momentos populistas» o si, por el contrario, resulta prioritario hacer otro tipo de discriminación que nos ayude a comprender mejor ese secreto del populismo que pareciera diseminarse por diferentes geografías y momentos de la historia. En esa dirección, elaborar una definición de populismo resulta ser una tarea problemática dada la variedad y la extensión de los casos así denominados. Tarea que acrecienta su dificultad sobre todo cuando es notorio cómo en la bibliografía que se ha ocupado del tema ha predominado el prejuicio y el desdén. Si algo ha arrojado a la palestra la polémica sobre el populismo es la extendida carga negativa que tiene. Rápidamente es asociado con lo estéticamente feo, lo moralmente malo, la falta de cultura cívica, el desprecio por las instituciones, la demagogia, lo irracional y ha sido calificado como una perversión o una patología, acusado de encerrar siempre un protofascismo, de representar una impostura, de ser un engaño o de provocar un desvío. Pero para poder discriminar mejor los diferentes niveles en los que funciona este desdén hacia el populismo se vuelve necesario distinguir entre tres puntos de vista alrededor de su uso: uno mediático, otro empírico y un tercero ontológico.
Decimos que existe un punto de vista mediático porque, en nuestra actualidad, suele emplearse la palabra populismo para aglutinar acríticamente todas las experiencias políticas que no encajan en el modelo de democracia liberal de mercado. Tanto es así que, en el año 2016, la Fundación del Español Urgente —promovida por la agencia EFE y el BBVA— declaró que el populismo era la palabra del año. Pero el problema de este uso es que invita a configurar un sentido común espontaneísta, más interesado en generar una aversión inmediata hacia los procesos denominados populistas que a comprender la especificidad del fenómeno. Genera una serie de confusiones alrededor de su uso que lamentablemente permea en el campo de la academia y obstaculiza los esfuerzos por comprender las diferentes evoluciones del populismo y la racionalidad que le es propia. En lo que se refiere a este uso, entonces, es necesario diferenciar entre la dimensión espontánea y peyorativa construida mediáticamente y la fuerza coyuntural del populismo como experiencia que trasciende los aspectos y espacialidades clásicas del populismo.
El punto de vista empírico, por su parte, se inicia con el estudio práctico de experiencias políticas concretas caracterizadas como: a) una ruptura con los Estados oligárquicos y elitistas; b) un tipo muy específico de modernidad y c) un vínculo entre lo popular y el poder estatal. Una de las características de este tipo de abordaje es que, a pesar de centrarse en la dimensión estrictamente empírica del populismo, hizo prevalecer una serie de prejuicios que condicionaron los hallazgos alrededor de las experiencias populistas. Con independencia de los autores ubicados aquí, el denominador común consistía en asumir al populismo como la experiencia de un desvío insatisfactorio. La particularidad de este enfoque, entonces, es que e...