Historia de la Revolución Mexicana. 1924-1928
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Historia de la Revolución Mexicana. 1924-1928

Volumen 4

Enrique Krauze, Jean Meyer, Cayetano Reyes

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Historia de la Revolución Mexicana. 1924-1928

Volumen 4

Enrique Krauze, Jean Meyer, Cayetano Reyes

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En la década de los cincuenta del siglo pasado Daniel Cosío Villegas integró a un grupo de historiadores para elaborar la Historia moderna de México, finalmente publicada en diez gruesos volúmenes, resultado de diez años de investigación. Esta obra abarca desde la República Restaurada hasta el Porfiriato. El Colegio de México, fiel al compromiso de Cosío Villegas, decidió concluir los trabajos para ofrecer una historia integra de la primera mitad del siglo pasado. Así, lo que el lector tiene en sus manos, ahora en ocho volúmenes, es, finalmente, la conclusión del proyecto y el pago de aquella deuda con nuestra historia.

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Information

Year
2021
ISBN
9786075642628

PRIMERA PARTE
LA RECONSTRUCCIÓN ECONÓMICA

Enrique Krauze,
Jean Meyer y Cayetano Reyes

I LA NUEVA POLÍTICA ECONÓMICA

1. LA RECONSTRUCCIÓN

CUANDO EN 1920 JOSÉ VASCONCELOS LLEGÓ DE SU EXILIO para colaborar con la dinastía sonorense y hacerse cargo, primero, de la rectoría de la Universidad y, posteriormente, de la Secretaría de Educación Pública, los jóvenes estudiantes que comenzarían a verlo actuar y a trabajar con él empezaron a tratar como sinónimas las palabras revolución y reconstrucción. De pronto, ante las miradas sorprendidas, la voluntad, el genio y el entusiasmo de un hombre congregaban a otros hombres y ofrecían caminos de acción, de movimiento, ajenos por igual a la violencia destructora o a la pura contemplación. Se fundaban bibliotecas, estadios, escuelas; se repartían libros; se alfabetizaba y se traducía a los autores clásicos. Poetas, filósofos, abogados, se embarcaban en aventuras creadoras y sentían el optimismo de quien domina su técnica y modifica día con día la realidad. Son los años en que el poeta de ese entusiasmo, Carlos Pellicer, escribe:
En medio de la dicha de mi vida
deténgome a decir que el mundo es bueno
La voluntad de reconstruir, no había nacido en realidad con el año de 1920. La Constitución de 1917 fue también, antes que nada, un “orden y nos amanecemos”; Vasconcelos ya había sido encargado de la educación pública por un lapso de semanas en el gobierno de la Convención de Aguascalientes. Alberto J. Pani había apoyado la fundación de la Universidad Popular Mexicana en 1912, siendo subsecretario de Instrucción Pública en el régimen de Madero. El mismo Pani había organizado, en 1917, el primer Congreso Nacional de Industriales tendiente a dar a luz, lo más rápidamente posible, a una nueva y pujante clase media. Luis Cabrera tuvo en su momento más ímpetus constructivos que destructores, pero las circunstancias no le ayudaron.
Por aluviones, el ánimo reconstructor fue asentándose hasta convertirse en proyecto general. Con Madero, con Carranza, nacen los proyectos de algunos hombres, pero la lucha política archiva las iniciativas y congela a los iniciativos. Con Obregón, entre 1921 y 1924, la reconstrucción habita ya toda una secretaría, la de Educación, y es la marca distintiva de un amplio grupo de servidores públicos. La Secretaría de Hacienda, el gobierno del Distrito Federal, la Secretaría de Industria, intentan iniciar también la gran obra, pero las condiciones son demasiado inciertas. El gobierno norteamericano no ha reconocido al de Obregón y mantiene una actitud hostil en espera del zarpazo bolchevique mexicano que nunca llega. Las fuerzas se están reacomodando después de la primera guerra mundial y, como todo inicio de combate, los contrincantes amagan: los acreedores extranjeros se unifican en el Comité Internacional de Banqueros dominado por la Casa Morgan; los petroleros viven la época dorada del boom del petróleo mexicano, cuando el país ocupaba el segundo lugar de la producción mundial. Obregón y su clan sonorense no tienen más que dos obsesiones fundamentales: reacreditar al gobierno mediante la iniciación del pago de la deuda externa y evitar a todo trance la intervención norteamericana, mediante el reconocimiento.
Un psicohistoriador echaría mano de Freud y, al constatar todos los proyectos de reconstrucción económica que se discutieron y se archivaron en las legislaturas obregonistas, explicaría que el ánimo reconstructor se transfirió al terreno menos comprometido y más bien simbólico de la educación. El hombre de la utopía vasconceliana era más complejo que el laborioso farmer con el que soñaban los callistas. Vasconcelos lo imaginaba mestizo, conquistador de lo mejor de la cultura universal, más culto, vital y esteta, que rico, ordenado y responsable. Vasconcelos se refería a menudo a su propia “violencia creadora” mientras los técnicos callistas casarían con la realidad menos a la poesía que a la razón. En 1925, un conjunto venturoso de circunstancias disolvió la transferencia y los reconstructores pudieron dedicarse plenamente a modificar la realidad y no a educar a futuros reconstructores. Una ingeniería social desbordada reemplazó la acción apostólica de Vasconcelos, el “cristiano tolstoiano” que, significativamente, salía en 1924 al exilio.

2. LOS PROTAGONISTAS

Este movimiento de aproximación sucesiva a la reconstrucción económica puede comprobarse especialmente en la vida de dos de los técnicos que trabajaron con Calles, el ingeniero agrónomo Gonzalo Robles y el abogado Manuel Gómez Morín. Robles había sido enviado por Carranza en 1916 a visitar las escuelas agrícolas más famosas de Estados Unidos con el objeto de fundar una escuela piloto en Córdoba, Veracruz. De regreso de un viaje de estudio exhaustivo, tropezó con la oposición del nuevo gobernador de Veracruz, Heriberto Jara, y el proyecto se archivó. A principios de los años veinte, Robles visita la URSS y pasa días enteros conversando con Lunacharski, conoce la escuela que Tolstoi fundó en Yasnaya Poliana, toma nota de lo que ve y se atreve a criticar discretamente los métodos de Lunacharski. Viaja por toda Europa, de Portugal a la URSS, de Noruega a Turquía, visitando cooperativas y escuelas agrícolas, y conoce los ejemplares colegios agrícolas dirigidos por la Universidad de Lovaina. Salta a Sudamérica, donde asiste en Argentina al Congreso Internacional de Economía Social; allí, lo mismo que en Chile, visita escuelas agrícolas que industrializaban sus productos, escuelas de tipo medio como las preparatorias mexicanas, que eran verdaderos centros de desarrollo industrial; observa, además, el funcionamiento de los bancos cooperativos. Para 1923 Robles había acumulado un enorme bagaje de conocimientos y entusiasmo para convertirse en un técnico cercano al general Calles, enamorado a su vez de todo cuanto sonara a cooperativismo y fomento agrícola. En agosto de 1921 y 1922 se realizan en México dos congresos agronómicos en los que Gonzalo Robles presenta varias ponencias: sobre educación agrícola, un nuevo plan de estudios para la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo, un proyecto de escuela central agrícola, otro sobre el fomento de la pequeña propiedad y uno más sobre jardines de niños. Las obras se quedan en buenas razones hasta la llegada del general Calles, que inmediatamente las desempolva y las echa a andar.1
Una trayectoria similar había seguido el abogado Manuel Gómez Morín, nacido en 1897: viajes, observación y estudios detallados sobre las nuevas instituciones que había que fundar en México; proyectos, inercias y frustración temporal. En 1924 cuando el ministro de Hacienda, Alberto J. Pani, le llama para colaborar en la rehabilitación hacendaria y bancaria del país, Gómez Morín era ya un ex funcionario desilusionado. En 1920 había sido secretario particular del ministro de Hacienda y oficial mayor de esa secretaría. En 1921, a los 24 años, Gómez Morín era subsecretario de Hacienda y desde allí había presentado varios proyectos de ley (impuestos sobre producción y venta de petróleo, impuestos personales, proyectos sobre incautación de bancos, memorándum sobre la necesidad de reformar la legislación bancaria), pero en una coyuntura como la que el país vivía en 1921, poco tiempo y posibilidades había de llevar a cabo esos proyectos reconstructivos que se archivaron por pocos años hasta que, en 1924, Gómez Morín mismo volvió sobre ellos.
A fines de 1921, Gómez Morín fue comisionado para hacerse cargo de la oficina financiera del gobierno de México en Nueva York. El objetivo de su misión tendría que verse con espíritu tragicómico desde la perspectiva actual: un muchacho con prestigio bien ganado de sabio (era uno de los llamados “Siete Sabios”) debía entendérselas por un lado con los petroleros más poderosos del mundo y, por otro, con los banqueros más ávidos de la Tierra, para obtener, de los primeros, la anuencia a pagar impuestos crecientes mediante la adquisición de bonos de la deuda pública mexicana; de los segundos, las mejores condiciones para reanudar el servicio de la deuda pública de la que ellos eran tenedores principales. Había que enfrentar a unos lobos con otros en beneficio de México, y además en la selva hostil de un país que no tenía relaciones con el gobierno de Obregón.
La misión de Gómez Morín fracasó, como habría de fracasar también la de De la Huerta de la que surgió el famoso Convenio De la Huerta-Lamont, tan oneroso para el país. El episodio pertenece, desde luego, a la biografía de Gómez Morín, pero los proyectos soñadores de constructor que desde Nueva York “emitía” al Presidente, a los ministros, a sus amigos, pertenecen a la historia de la nueva política económica de Calles. Reflejan a un joven desbordado de imaginación técnica y de organización, ansioso de empezar a crear, pero sumido en un mar de dudas nada confortable. Al presidente Obregón por ejemplo, le recomendaba, por interpósita persona, establecer un plan de gobierno en el que cada cual supiera cuál era su campo y su obligación; al ministro De la Huerta le advertía:
La gente quiere ver frutos materiales —no la paz que, como la salud, no se siente cuando se tiene— de la acción del gobierno. Una política de obras materiales, cuando las obras no son toda la política y cuando las obras son de utilidad —no pegasos, ni teatros, ni leones—, es muy sabia porque se mete por los ojos. Hay líneas telegráficas que costarían una bicoca; caminos hechos por soldados, con mucho honor y pública alabanza para ellos, que nada costarían y acarrearían el doble beneficio material y moral de sanear el ejército sacándolo de su peligrosa holganza. Las colonias militares son un timo y cuando mejor, un fracaso; pero hay miles de hombres aquí, miles de hectáreas de terrenos nacionales allá, y aquí hay dinero para enviar a esos hombres y darles semillas e implementos. Algunos centenares de estos hombres a lo largo de las líneas nacionales asegurarían la paz, aumentarían la cultura ...

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Krauze, E., Meyer, J., & Reyes, C. (2021). Historia de la Revolución Mexicana. 1924-1928 ([edition unavailable]). El Colegio de México. Retrieved from https://www.perlego.com/book/3039104/historia-de-la-revolucin-mexicana-19241928-volumen-4-pdf (Original work published 2021)

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Krauze, Enrique, Jean Meyer, and Cayetano Reyes. (2021) 2021. Historia de La Revolución Mexicana. 1924-1928. [Edition unavailable]. El Colegio de México. https://www.perlego.com/book/3039104/historia-de-la-revolucin-mexicana-19241928-volumen-4-pdf.

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Krauze, E., Meyer, J. and Reyes, C. (2021) Historia de la Revolución Mexicana. 1924-1928. [edition unavailable]. El Colegio de México. Available at: https://www.perlego.com/book/3039104/historia-de-la-revolucin-mexicana-19241928-volumen-4-pdf (Accessed: 15 October 2022).

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Krauze, Enrique, Jean Meyer, and Cayetano Reyes. Historia de La Revolución Mexicana. 1924-1928. [edition unavailable]. El Colegio de México, 2021. Web. 15 Oct. 2022.