COMPÁS NUEVE
Fraseo
Cualquier cosa, incluso las acciones físicas, puede frasearse.
Cuando llegamos a mi casa, Tío Clyde ya estaba dentro, no fuera donde habría esperado la mayoría de la gente; y, por supuesto, sentado en la silla donde los amigos de Michael parecían encontrarse como en casa.
No me preguntéis cómo llegó allí antes que nosotros. Una vez dejamos la escena del accidente, Michael y yo nos metimos en el coche y fuimos derechos a casa. Hasta donde yo sabía, Clyde aún iba caminando cuando nos fuimos. El hecho de que ya estuviera en la casa no me sorprendió ni me molestó, aunque estaba seguro de haber dejado la puerta cerrada. Me alegré de verle. No me sentí bien abandonándole en la escena. Habría querido recogerle, pero Michael parecía tener claro lo que había que hacer.
—Hola, Tío Clyde.
—Cómostás, hijo. —Tío Clyde parecía sentirse relajado en mi casa. Estaba sentado en el mismo lugar en el que habían estado Michael y Sam. Supongo que Clyde me dará la clase hoy.
—Veo que tampoco te hace falta ninguna pista —bromeé.
Miró a Michael y ambos intercambiaron una sonrisa infantil.
—Tíos, lo que habéis hecho allí ha sido increíble —comenté.
—Gracias. Pero no podemos llevarnos todo el mérito —señaló Clyde—. Dado que la Vida estaba involucrada, es en parte suyo.
—Así que supongo que habéis decidido que la vida está viva.
—Ah, ya lo sabíamos. Simplemente intentábamos imaginar cómo alguien podría no estar de acuerdo.
Me di cuenta de que Clyde hablaba ahora en lo que podría llamarse un dialecto normal. No estaba seguro de si procedía o no comentarlo, pero decidí hacerlo igualmente.
—Tío Clyde, veo que tu voz es diferente ahora. ¿Por qué has cambiado tu forma de hablar?
Tío Clyde miró a Michael antes de responder.
—Cambiamos la forma de hablar según la situación en la que estamos o el efecto que queremos crear. La gente reacciona de cierta manera en respuesta a como actuamos. Entiendes cómo el tono de tu voz puede cambiar el significado de lo que dices, ¿verdad? Bien, pues puede cambiar también el significado de lo que tocas. Sé que Michael ya te ha hablado de eso. Así que quiero que entiendas esto: se pueden crear ciertas vibraciones y situaciones por medio de las palabras y frases que usamos. Es por eso que las elegimos cuidadosamente. A causa de cómo actúo, hablo y vivo la gente suele dejarme en paz. Y me guhta ehtá solo.
—Recuerda —añadió Michael—: las acciones, al igual que las palabras, son vibraciones, y la forma en que las unimos puede producir diferentes vibraciones, como si fueran notas. Una nota individual suena de una forma y produce una cierta vibración. Un grupo de notas puestas juntas produce diferentes vibraciones. Un grupo de acordes producirá a su vez vibraciones totalmente distintas. Por ejemplo, un grupo de vibraciones puede producir una escala. Puede ser mayor, menor, disminuida o de cualquier tipo. Estas escalas producen diferentes sonidos y emociones. Un grupo más largo de notas, escalas o palabras enlazadas se llama frase. Y una frase, construida de una determinada manera, puede obrar milagros.
—Una persona normal relaciona las frases sólo con las palabras —añadió Tío Clyde—. Los músicos vamos algo más allá y consideramos que las notas entran dentro de la categoría de frase. Michael y yo sabemos que cualquier cosa, incluyendo las acciones físicas, se pueden frasear, y eso nos ayuda a hacer lo que hacemos. Mira: todos los elementos de la Música pueden frasearse, no sólo las notas. Lo que has estado aprendiendo es cómo usar esos diferentes elementos.
De nuevo, era información nueva para mí. Y, también de nuevo, sólo entendía una parte. Sabía que ciertas frases sonaban mejor que otras, pero no entendía cómo se podía usar el fraseo para producir un efecto que se desea. Sí entendía que todas las cosas pueden agruparse o frasearse. O al menos, pensaba que lo entendía.
—Escucha, hijo, ¿cuántos años tienes? —preguntó Clyde.
—Veinticinco.
—Vamos a ver. Eso quiere decir que has estado vivo durante unos 9.000 días. Si te hubiesen dado un dólar por cada día que has estado vivo no podrías ni comprarte un coche nuevo. Piensa en ello. Ahora digamos que llegas a los cincuenta. Eso son sólo 18.250 días. Incluso si vives setenta años, sólo tendrás 25.550 días de edad, y eso sin contar los años bisiestos. Con un dólar por día no podrías ni comprarte una casa. Si le diéramos el mismo valor a los días que el que damos al dinero, nos daríamos cuenta de lo corto que es el valiosísimo tiempo que pasamos en este planeta.
Nunca había pensado en eso. Las ideas del anciano eran tan disparatadas como las de Michael, y me impresionó lo rápido que sumaba. Yo era incapaz. No estaba seguro de adónde quería ir a parar, pero mi madre siempre me dijo que respetara a los mayores. Como no había terminado, seguí escuchando.
—Ahora, veamo cómo muchoh de esoh 25.550 díah loh pasamos haciendo ná —continuó Clyde—. Digamos que duermes ocho horas diarias. Eso es un día de sueño cada tres, un total de 8.516 días. Réstalo de los 25.550 iniciales y te quedan sólo 17.034 días. Son menos de los que hay en cincuenta años. Añádele tus primeros días, cuando tomaban por ti la mayoría de las decisiones importantes, las horas que pasabas viendo la tele, el tiempo que estuviste enfermo, el que pasaste en un trabajo que no te gustaba y los días desaprovechados por una u otra razón. ¿Cuánto tiempo crees que te queda? Sólo unos miles de días, eso es todo. Y eso suponiendo que llegues a tu setenta cumpleaños. No es demasiado tiempo para llegar a ser quien dices que quieres ser si no aprendeh a usá tu mente.
Clyde se señaló la cabeza y después me señaló a mí. Se deslizó al borde del asiento y bajó la voz para enfatizar lo que iba a decir:
—Ahora escucha, hijo. ¿Cuánto de ese escaso y valioso tiempo que tienes lo pasas tratando de llegar a ser quien quieres ser? ¿Lo sabes? En realidad lo haces todo el tiempo, pero no eres consciente de ser tú quien lo elige. ¿Cuánto de ese tiempo pasas intentando mejorar de forma consciente? No mucho. Es probable que podamos contarlo en semanas, o incluso en días.
»Si repasas tu vida, recordarás que hubo períodos en los que tus acciones produjeron el resultado que buscabas. Por ejemplo: pasaste unas pocas semanas aprendiendo a andar, y lo conseguiste; pasaste unos pocos meses aprendiendo a hablar, y lo conseguiste; has pasado años aprendiendo a tocar el bajo y lo has conseguido. Has conseguido todas las cosas en las que te has centrado, y las que te quedan las acabarás consiguiendo. ¡Puedes creerlo! Y todos esos momentos pueden verse como frases. Normalmente, cuando hablamos de tiempo, los llamamos fases. Ambos términos son correctos, e incluso la grafía de las palabras nos da una pista de su relación.
Clyde estaba exponiendo tantas ideas interesantes que me costaba seguirle. Me alegré de que al fin hiciera una pausa. Me daría tiempo para digerir sus palabras, o eso pensé. Michael no lo permitió. Se adelantó, aprovechando el receso de Clyde.
—Sólo hay una razón para fallar en algo —afirmó Michael—, y es porque al final cambias de idea. ¡Eso es! —Michael levantó ambas manos en el aire para enfatizar el argumento—. Como Clyde te ha dicho —siguió—, has conseguido o conseguirás cualquier cosa que alguna vez te hayas propuesto o que te propongas en el futuro. Puede llevarte un día, un año o doce vidas, pero si mantienes tu mente fija en la idea, llegará. Tiene que hacerlo. ¡Es la ley! —Miró a Clyde, y ambos asintieron para mostrar su acuerdo.
Estaban haciendo afirmaciones muy audaces. Nunca me había planteado esas ideas antes de aquel día, y en ese momento no estaba muy seguro de si me las creía. Ambos hacían que sonase muy simple, tan simple que me venían muchas preguntas a la cabeza.
«¿La única razón por la que fallo es porque cambio de idea?» ¿Se refería sólo a mí, o era cierto para todo el mundo? ¿Era realmente así? ¿Y qué «ley» era esa de la que Michael hablaba? El comentario de mantener una idea durante «doce vidas» me parecía una locura. Me habría gustado preguntarles sobre ello entonces...