La revolución española (1930-1937)
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La revolución española (1930-1937)

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En septiembre de 1930, tras casi diez años de permanencia en la URSS desempeñando cargos importantes en la Internacional Sindical Roja y en la Internacional Comunista, Andreu Nin regresaba a Cataluña. La había abandonado en 1921, cuando era secretario del Comité Nacional de la CNT. Su regreso coincidía con un momento crítico en la evolución de la revolución rusa: tras la muerte de Lenin, las divergencias entre Trotsky y Stalin habían culminado en la ascensión de Stalin al poder, después de eliminar materialmente a la oposición encabezada por Trotsky. Nin se había alineado con la oposición y había sido expulsado de la URSS. Ya en España, Nin lideró primero la formación política de sesgo trotskista que se denominó Oposición de Izquierda, hasta que en enero de 1935 se inició un proceso que culminó, en septiembre del mismo año, en la fundación del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). Desde él, Nin llevó a cabo una defensa intransigente de la independencia de clase y de la democracia obrera, como garantías vitales para el triunfo de la revolución que se avecinaba. La alternativa socialista, para Nin y para el POUM, era irrenunciable y su defensa y potenciación representaban el único medio de que disponía la clase obrera para enfrentarse a la barbarie de los fascismos en alza. La desaparición de Nin tras los acontecimientos de mayo de 1937 en Barcelona, y su posterior asesinato por orden de Stalin constituyeron una de las tragedias más notorias de la Guerra Civil española. En los textos compendiados en el presente volumen, Nin analiza la evolución política de España desde la caída de la Dictadura de Primo de Rivera hasta junio de 1937 y plantea los problemas más acuciantes que iban presentándose al movimiento obrero en cada coyuntura determinada. Pelai Pagès es historiador. Imparte enseñanza en la Universidad de Barcelona. Es autor, entre otros títulos, de La transició democràtica als Països Catalans: història i memòria y Cataluña en guerra y en revolución, 1936-1939.

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Information

Publisher
El Viejo Topo
eBook ISBN
9788496831544

10 de agosto de 1931

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LA HUELGA GENERAL DE BARCELONA1
ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE LA HUELGA
La huelga general declarada a principios de septiembre por la Federación Local de Sindicatos de Barcelona y secundada con unanimidad y disciplina admirables por el proletariado de dicha ciudad y el de los centros industriales más importantes de Cataluña, es uno de los episodios más trascendentales de la lucha de la clase obrera desarrollada en España desde el 14 de abril acá.
Los militantes revolucionarios habrán de someter a un análsis detenido ese movimiento, rico en experiencia. Limitémonos hoy a señalar, a vuelapluma, algunas de las lecciones que encierra y a consignar las reflexiones que nos ha sugerido.
LAS HUELGAS EN LA SITUACIÓN ACTUAL
El movimiento huelguístico que en vísperas de la caída de la monarquía había puesto ya en pie a masas obreras considerables, ha tomado, después de la proclamación de la República, un incremento verdaderamente gigantesco. Ese movimiento, en la mayor parte de los casos, ha tenido un carácter puramente espontáneo, y las organizaciones sindicales, en realidad no han hecho más que sancionarlo, ponién-dose al frente del mismo, a menudo contra su voluntad, para no ena-1. “Comunismo”, nº 5, octubre de 1931.
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jenarse la confianza de las masas trabajadoras. A veces, el motivo aparentemente más futil ha bastado para movilizar a grandes masas obreras.
La cosa no tiene nada de sorprendente. Los que se alarman, e incluso se indignan, ante el carácter “caótico”, “anárquico”, “irresponsable” de esos movimientos parecen ignorar una circunstancia esencial: que España se halla en plena revolución, y que ésta no se realiza de acuerdo con un plan escrupulosamente elaborado de antemano. En tales períodos, las huelgas espontáneas, las acciones “caóticas”, inconexas, aisladas y los “excesos” de todas clases constituyen un fenómeno puramente normal. Tratar de oponerse a ello es como querer contener el avance arrollador de un torrente, detener la tempestad. Todas las revoluciones, sin excepción, han conocido esos períodos; es más, son inconcebibles sin ellos. La revolución no es el acto de un día, el grand soir en que soñaban los sindicalistas revolucionarios de antes de la guerra, sino un proceso prolongado y doloroso, durante el cual las masas van buscando su camino en una lucha sembrada de dificultades, de acciones “caóticas”, de ofensivas parciales, de victorias y de derrotas.
La huelga es una de las manifestaciones más características de esa lucha. La clase obrera no puede aprender más que gracias a su propia experiencia. Lo importante es sacar de la misma las lecciones necesarias a fin de que el sacrificio no resulte estéril y el proletariado venza eficazmente los obstáculos con que tropieza en su camino.
EL CARÁCTER DE LA HUELGA DE SEPTIEMBRE
La huelga general de Barcelona fue, en este sentido, un movimiento típico de los períodos revolucionarios.
El motivo inicial de la misma fue la protesta, justísima, contra la ignominia de las detenciones gubernativas. Su significación y trascendencia fueron incomparablemente más profundas. El movimiento lleva el sello inconfundible de la época excepcional en que se ha producido.
Las detenciones gubernativas no constituyen, desgraciadamente, un hecho nuevo. La República, en este, como en otros muchos aspectos, no ha hecho más que continuar la tradición inveterada de la fene-cida monarquía. Pero ha sido necesaria la existencia de una situación netamente revolucionaria para que la práctica de ese abominable procedimiento, que antes provocaba la indignación sólo de las minorías 94
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más conscientes, conmoviera y pusiera en pie a centenares de miles de obreros. ¿Por qué —claman indignadas las vestales de la “legalidad”
republicana—, por qué esos obreros, que bajo la monarquía so-portaron pasivamente las detenciones en masa, la aplicación sistemática de la “ley de fugas” y la dictadura militar, se levantan ahora, cuando la consolidación del nuevo régimen debe constituir la preocupación principal, contra el hecho de que mantenga gubernativamente en la cárcel a unos cuantos presos? ¿Por qué ellos, que dieron pruebas de una paciencia tal durante años, se muestran ahora tan impacientes?
Porque la situación actualmente es revolucionaria y entonces no lo era; porque la dictadura militar y las represiones sangrientas no eran
—como esos señores se imaginan— la causa de la pasividad de la clase obrera, sino su resultado. Porque la energía, la acometividad, el espíritu combativo del proletariado son un fenómeno constante, propio de todos los períodos, o únicamente de los revolucionarios. Después de esos períodos de tensión elevada, la clase obrera, sobre todo si resulta vencida, cae inevitablemente en un estado de decaimiento, de pasividad, que allana el camino a la reacción.
Para comprender la significación profunda de la última huelga general de Barcelona, hay que colocarla en el marco de la ación revolucionaria del país. Y entonces se verá de un modo evidente la inconsistencia del juicio —tan difundido, no sólo en los medios burgueses, sino, por desgracia, en algunos sectores obreros— según el cual la huelga mencionada fue obra exclusiva de un grupo de anarquistas irresponsables. No seremos nosotros los que neguemos la importancia del papel desempeñado por los elementos de la FAI en la declaración del movimiento. Pero es indudable que si su iniciativa se vio coronada por el éxito, si fue secundada por la totalidad del proletariado, debióse, no a su audacia, a sus métodos “dictatoriales”, sino a que las circunstancias objetivas —la situación revolucionaria— y subjetiva —el espíritu combativo de la clase obrera— les eran completamente favorables. En este sentido puede afirmarse sin vacilación que los elementos de la FAI interpretaban más fielmente el estado de espíritu del proletariado y sus intereses históricos que Pestaña, Peiró, Arín y demás sindicalistas “ra-zonables” firmantes del famoso manifiesto reformista, que tantos elogios les ha valido de todos los sectores burgueses.
Los grupos anarquistas no existen de hoy. El deseo de declarar huelgas generales a todo pasto no les ha venido con la República; con 95
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gusto las declararían todos los lunes. Pero, ¡cuántas veces sus llamamientos han caído en el vacío! En cambio, el 4 de septiembre hallaron un eco ardiente en la clase obrera. ¿Por qué? Porque el terreno estaba abonado, porque las circunstancias impulsaban irresistiblemente al proletariado a la lucha.
¿QUÉ ACTITUD HAY QUE ADOPTAR ANTE LOS MOVIMIENTOS “CAÓTICOS”?
Hemos querido dejar sentado esencialmente un hecho: que, en las circunstancias actuales, los movimientos “caóticos” son inevitables.
¿Se desprende de aquí que no encierren peligro alguno para la revolución y que deban fomentarse sistemáticamente? De ninguna manera.
Ante ellos se pueden adoptar tres posiciones fundamentales:
—Primera. La de los que los condenan en bloque por considerar que, en el momento actual, la clase obrera está esencialmente incapacitada para hacer la revolución y debe limitarse a una lenta labor de preparación, organización y educación, posible en un régimen de democracia burguesa. Es la posición del grupo Pestaña-Peiró y compañía, que aplaza la emancipación de la clase obrera para las calendas griegas.
—Segunda. La de los que fomentan sistemáticamente dichos movimientos, impulsados por un sentimiento revolucionario instintivo, pero que carecen de una teoría y de una táctica revolucionarias y se pierden en la abstracción. Hemos aludido a los elementos de la FAI.
—Y tercera. La de los que considerando absurda la pretensión de contener los movimientos aislados, “caóticos”, de las masas en un momento como el actual, comprenden los peligros que encierran cuando carecen de objetivo y dirección y se esfuerzan en aprovecharse de los mismos para hacer comprender a la clase obrera la necesidad de un partido y forjarlo en el fuego del combate y para subordinarlos a la lucha general revolucionaria, que ha de conducir al proletariado a la toma del poder y a la instauración de su dictadura. Esta debe ser la posición de los comunistas.
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La primera de estas actitudes está dictada por la absoluta falta de fe en la capacidad revolucionaria de la clase obrera, por el miedo irresistible a la revolución, determinado por la carencia de un programa concreto, y conduce inevitablemente al estrangulamiento de las acciones combativas del proletariado y a la colaboración, directa o indirecta, con la burguesía republicana. La política de los elementos reformistas de la CNT, intentando contener los movimientos huelguísticos mediante una serie de medidas que dejan atrás a la UGT —recuérdese la circular del Comité confederal—, la vergonzosa solución del conflicto de los metalúrgicos, el abandono de los telefonistas, empeñados en una lucha de enorme trascendencia; la renuncia a las demandas de más profunda significación política (reconocimiento de los Consejos de fábrica, etc.), y, finalmente, la política de apoyo directo a la Generalitat, están ahí para demostrarlo con evidencia. Esta tendencia debe ser combatida implacablemente, puesto que constituye un peligro tan grave para la revolución como el socialismo reformista de los Largo Caballero y compañía, con el cual coincide fundamentalmente.
La segunda tendencia no es menos peligrosa, pues puede conducir
—y conduciría inevitablemente— al proletariado a una derrota sangrienta. Los elementos de la FAI son capaces de provocar únicamente movimientos de masa sin porvenir o acciones aisladas heroicas, pero, en definitiva, estériles. La magnífica defensa del Sindicato de la Construcción por unas docenas de militantes admirables ha puesto de manifiesto el tesoro de combatividad y abnegación que encierra la clase obrera y ha mostrado los prodigios que podría producir en caso de que existieran una dirección y una disciplina coherentes.
Los comunistas deben esforzarse en hacer comprender a excelentes elementos revolucionarios de la CNT la necesidad del partido y tender a formar con ellos, por lo menos, un frente único para la acción.
Sólo su intervención activa, enérgica y acertada puede evitar la derrota del proletariado y el advenimiento de un régimen de dictadura burguesa sangrienta. En julio de 1917, los obreros y soldados de Petrogrado se lanzaron a un movimiento impetuoso en favor de la entrega del poder a los Soviets. El movimiento fue completamente espontáneo,
“caótico”. Los bolcheviques lo consideban prematuro, condenado irremisiblemente al fracaso. Pero viendo que era imposible contenerlo, en vez de dejarlo abandonado a su fuerza elemental, se pusieron al frente del mismo, lo dirigieron y canalizaron. Gracias a esta política, autén-97
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ticamente revolucionaria, el movimiento, que librado a su propio impulso hubiera derivado en una insurrección prematura, se convirtió en manifestación armada, y la clase obrera pudo retirarse en orden con un mínimo de sacrificio. De no existir el partido, la clase obrera habría sido aplastada, se habría abierto un período de reacción y el proletariado no hubiera podido tomar el poder, como lo tomó tres meses después.
¡POR LOS COMITÉS DE FÁBRICA!
Hemos hablado de la necesidad del frente único revolucionario. Pe-ro, sobre qué base debe apoyarse?
Es indudable que la historia del movimiento revolucionario de la clase obrera no nos ha ofrecido hasta ahora un órgano de frente único tan perfecto y eficaz como el soviet, instrumento de lucha hoy, y de poder mañana, de toda la clase obrera, representada en el soviet por los delegados de los obreros de todas las fábricas y talleres sin distinción, sean las que sean las organizaciones políticas y sindicales a que pertenezcan. Uno de los aspectos negativos de la huelga general de Barcelona, como antes de la de Sevilla, fue la ausencia de un órgano parecido, surgido durante la lucha. ¡Cuán diferentes hubieran sido la trascendencia y las consecuencias políticas del movimiento en caso contrario! Pero el hecho es que el soviet no surgió ni ha surgido en ninguno de los grandes movimientos obreros que se han producido en el país durante estos últimos meses, y que, por ahora, no se nota tendencia alguna en este sentido en la clase trabajadora española. ¿Surgirá más adelante? Es de esperar, aunque es seguro que la clase obrera de nuestro país llegará a su creación por caminos distintos de los seguidos por el proletariado ruso.
Pero mientras ese momento llega no se puede adoptar una actitud pasiva. Hay que lanzar inmediatamente las bases del frente único, hay que crear las premisas necesarias para la creación de organismos destinados a agrupar a la clase obrera y a prepararla para la lucha. Esa base puede ser suministrada por los Comités de fábrica.
Hasta ahora, incluso en 1917-1920, años de apogeo del movimiento revolucionario, no han existido en España Comités de fábrica propiamente dichos. Pero el sistema de delegados, de representa-98
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ción de la fábrica y del taller, ha adquirido una gran difusión. Y durante estos últimos tiempos la idea de los Comités de fábrica ha hecho mucho camino y adquirido cierta popularidad entre las masas.
Hay que partir, pues, de ahí e impulsar activamente la creación de los organismos, asignándoles, como fin inmediato, el control de la producción. Los dirigentes de la CNT los aceptan y los preconizan, pero los conciben exclusivamente como organismos sindicales, designados desde arriba, por los Comités de los sindicatos. Los socialistas, por mediación de su representante en el gobierno provisional, señor Largo Caballero, preparan, por su parte, un proyecto de control obrero que, en realidad, no persigue como fin el control revolucionario, sino la colaboración de clases.
Los comunistas deben combatir con igual energía ambas concepciones. El Comité de fábrica no debe ser designado desde arriba, sino elegido democráticamente por todos los obreros, sin excepción. El control debe perseguir como fin no la colaboración con la burguesía, sino la toma de posesión de los instrumentos de producción.
No hay ningún obrero revolucionario que no se pueda sentir dispuesto a luchar junto con los comunistas sobre la base de la lucha por los Comités de fábrica. Y esta lucha, bien orientada, bien dirigida, se convertiría irresistiblemente en un poderoso movimiento que conduciría a la creación, sobre la base de los Comités de fábrica, de soviets, u otros organismos parecidos por su estructura y funciones.
Por todas estas razones, consideramos que la creación de Comités de fábrica debe ser la consigna fundamental en los momentos actuales. Toda huelga importante, todo movimiento de masas, deben ser utilizados en este sentido.
LA EXPERIENCIA DE LA LUCHA DE GUERRILLAS
Uno de los episodios más interesantes de la huelga general de Barcelona fue la defensa armada del Sindicato de la Construcción.
Durante más de seis horas, unas docenas de obreros, fortificados en el local del sindicato y deficientemente armados, tuvieron en jaque a fuerzas de policía considerables. Paralelamente, otros grupos obreros, en las calles vecinas, parapetados tras de una barricada, hostili-zaban a la fuerza pública y, después de unas horas de lucha, se reti-99
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raban estratégicamente sin dejar un solo prisionero en manos del enemigo.
Ese episodio es rico en enseñanzas.
Durante la insurrección de diciembre de 1905 en Moscú, unos pocos centenares de obreros mal armados sostuvieron tenazmente el combate, gracias a una lucha de guerrillas hábilmente dirigidas, contra millares de soldados perfectamente armados y equipados. Kautsky, primero y Lenin, después, sacaron de esa experiencia la conclusión de que la lucha de guerrillas desempeñaba un papel mucho más importante de lo que hasta entonces habíanse imaginado los revolucionarios.
Pero la insurrección fue vencida. Con la llegada de nuevas fuerzas los obreros de Moscú tuvieron que rendirse. Para la victoria definitiva era preciso que una buena parte del ejército se pusiera al lado de la revolución.
Los heroicos combatientes de la calle de Mercaders tuvieron, en fin de cuentas, que rendirse, y los luchadores de la barricada de la calle de Moncada se vieron obligados a retirarse.
¿Qué lección se puede sacar de ese episodio?
Que la táctica de los grupos anarquistas no puede conducir más que a la lucha de guerrillas; que ésta, combinada con la huelga general y la acción revolucionaria organizada, puede constituir un elemento auxiliar de primer orden como medio para distraer las fuerzas del enemigo, lo cual permite asestar el golpe decisivo en los sitios decisivos, pero es incapaz de dar, por sí sola, la victoria; que para conseguir esta última —ahora aún mucho más que en 1905, pues la técnica militar ha hecho progresos enormes— es indispensable conquistar para la causa de la revolución a una buena parte del ejército.
La consecuencia práctica que se desprende de todo ello es la necesidad urgente de intensificar la labor de propaganda y agitación en el seno de los mismos y de emprender sin demora la constitución de Comités de soldados.
LA HUELGA Y LAS ILUSIONES DEMOCRÁTICAS
Es incontestable que la huelga general de Barcelona ha quebrantado considerablemente las ilusiones democráticas de la masa obrera.
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Pero sería un profundo error considerar dichas ilusiones como definitivamente liquidadas. Maurín, por ejemplo, parte de esta premisa para justificar la absurda posición adoptada por el Bloque Obrero y Campesino, renunciando a las consignas democráticas y lanzando la de la toma del poder por el proletariado.
La realidad —que es lo único que puede servir de base a una verdadera política marxista— es, desgraciadamente, muy distinta. Una parte, la menos considerable, de nuestra clase obrera, ha perdido completamente la fe en la República burguesa; otra, empieza a sentirse asaltada por la duda; pero la inmensa mayoría sigue creyendo en la república. Si protesta, si va a la huelga general, no es contra el régimen, sino contra los “malos republicanos”. La mayoría de los obreros se imaginan aún que, si se eliminara del poder a Maura, se destituyera a gobernadores a lo Anguera de Sojo y se les reemplazara por “verdaderos republicanos”, las cosas irían mucho mejor.
A crear esta ilusión han contri...

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