“La ‘operación rescate’ terminará en cuarenta y ocho horas, informan las fuentes oficiales del mando militar” (75). “El artefacto está ya localizado”. Según las mismas fuentes, “dentro de las próximas cuarenta y ocho horas, estará terminada la ‘operación rescate’” (70).
Los diarios añaden unas líneas, que revelan cómo la “pesca atómica” y la búsqueda de la chatarra, no pasan de ser un pretexto, para justificar la presencia de aquel pequeño ejército, en la costa de Almería, cuya estancia habrá de prolongarse más de lo razonable:
“Después de la recuperación del artefacto, todavía quedará en la zona afectada por la catástrofe, un equipo de detectores, para realizar con toda meticulosidad y rigurosidad científica, la limpieza y saneamiento de los 5 kilómetros cuadrados de la zona terrestre, donde cayeron los restos de los aviones. En estos trabajos se calcula que puede emplearse de un mes a mes y medio aproximadamente” (70, 75):
La locuacidad diplomática, no debió agradar al ejército:
“En toda aquella parte la reserva en que se encierran los militares, se hace cada vez más impenetrable, siendo difícil conocer el estado en que se encuentran los movimientos, que en tierra y mar se realizan” (70).
Es difícil ocultar una noticia lanzada. Ni periodistas ni censores saben a qué atenerse, chocando el deseo de informar con el de ocultar. A trancas y barrancas, en un artículo donde se adivinan cortes –salvo si admitimos una borrachera colectiva en la redacción–, en Sevilla procura explicar el extraordinario movimiento:
“A los camiones americanos que vienen interviniendo en las distintas operaciones, se han unido hasta diez de la provincia de Almería, que han sido provistos de grandes capas de madera sobre sus cajas habituales, for-mando un recinto cerrado que les da aspecto de auténticos carros blindados y que evitan cualquier contaminación a estos vehículos, una vez terminadas las tareas”.
“Estos camiones son utilizados para el traslado de tierras que, en efecto, se está procediendo a levantar en algunos lugares de las parcelas, próximas a Palomares, parte de la tierra fértil hasta hoy, que continuará siéndolo según nos afirman. En las afueras del campamento, como a unos 200 metros del mar, es el verdadero objeto al que son trasladadas en estos camiones, las tierras arrancadas al suelo, aproximadamente con un espesor de un palmo, para ser arrojadas después en unos grandes hoyos, que harán
–86–
LO S C A M I O N E S Lu i s a Is a b e l Á l v a re z d e To l e d o de cementerio para ellas, precisamente cumpliendo una necesidad que, en opinión de los técnicos americanos y de los rectores de la Junta de Energía Nuclear de España, son todos ellos patrocinadores de su desaparición. Naturalmente el meter bajo tierra esa tierra –valga la redundancia–, tiene una misión protectora y demuestra claramente que con estas medidas, se aleja de un modo definitivo cualquier peligro, que desde luego no ha sido importante ni mucho menos” (76).52
El que se haya considerado necesaria esta operación, nos prueba, por el contrario, que efectivamente existió contaminación radiactiva. El cuidado con que se precintaron y trasladaron los bidones, que contenían la tierra, de manera que no dejasen escapar una mota de polvo, hace evidente que su dispersión, podía ser perjudicial. No puede negarse que durante más de dos meses, la población se encontró expuesta, en todo momento, a respirar miasmas contaminadas.
El destino final de estos residuos, permanecerá oculto por algún tiempo. A la hipótesis de que serán trasladados a laboratorios, o simplemente enterrados, se añade una tercera: “De fuente norteamericana ha trascendido que todo el material, procedente del siniestro, será fondeado en aguas profundas del Atlántico, a cientos de millas de la tranquila y so-leada Almería” (76).
60. Equivocándose, pues no se evacuaron pueblos, el corresponsal consiguió que se re-conociese la expulsión de varias familias de sus casas, sometidas a descontaminación, semanas después del accidente.
–87–
“De seis u ocho navíos que había se ha pasado a 11... Formando círculo abarcan la costa, desde Águilas a Garrucha” (65, 71).
La operación marítima comienza. Ya no se trata de una somera vigilancia. Lanchas militares y botes neumáticos, llenan el espacio delimitado por los navíos de guerra, que navegan lentamente o se detienen en cualquier punto, a la vista de la costa. Hombres rana bucean, rebuscando en los recuadros indicados por el sonar. Los hallazgos se publican: un sillín, inyectores, trozos de fuselaje aparecen, dando lugar a otras tantas noticias:
“Se cree saber que en el mar ya han sido detectados y localizados bastantes piezas o trozos metálicos del avión, pero el rescate de estas piezas no podrá llevarse a cabo, mientras no se disponga de los submarinos Alvin y Aluminaut” (77).
Estos no terminan de llegar. Los titulares sobre su viaje, se suceden:
“Hoy se espera en Palomares el submarino Alvin” ( Alcázar, 2.2.1966).
“Submarino especial para los trabajos de Almería” ( Pueblo, 3.2.1966).
“El submarino Alvin camino de España a bordo de un avión” ( España de Tánger, 4.2.66).
“El submarino norteamericano Alvin no llegó aún a Palomares” ( Arriba, 6.2.1966).
“Mañana comenzarán a trabajar los dos submarinos de bolsillo” ( Madrid, 7.2.66).
“El Alvin y el Aluminaut no han llegado todavía a aguas de Palomares”
( Madrid, 8.2.66).
La “noticia” bate todos los récords de permanencia en las primeras páginas, compitiendo con la presencia del hijo del aviador Lindberg, con-
–88–
L A F LOTA Lu i s a Is a b e l Á l v a re z d e To l e d o sumado hombre rana. Servirá para rotular artículos, donde se cuelan aspectos mucho más interesantes, de la aventura “Flecha Rota”.
Esta semana corresponde al Alvin ser presentado en público. Tiene 13
toneladas, ventanillas, focos submarinos y algo más de siete metros de eslora. Está dotado de unas tenazas para agarrar objetos, funciona 8 horas seguidas por medio de batería. Puede bajar hasta 2.000 metros (65).
Cuando se anuncia por tercera vez la localización del artefacto, España entera rumorea que el Mediterráneo está contaminado. Las consecuencias inmediatas de este temor, serán sufridas directamente por cuantos viven de la venta del pescado. De la merluza cantábrica al langostino del Guadalquivir, todo lo que sale del agua es sospechoso para los compradores: “Se observa que ha llegado, por citar algún caso, a venderse gambas que vie nen pagándose a 200 pesetas kilo, como precio mínimo, a 70 de la me jor calidad. También se da el caso de venderse pescado congelado en varias zo nas pesqueras, donde hasta ahora no se había introducido”
(78).
Bajo la presión de pescadores, honrados comerciantes y hombres de la mar, que ven disminuir el valor de su trabajo, la Jefatura Provincial de Sanidad publica una nota, que aparecen en toda la prensa, destinada a calmar la inquietud del consumidor:
“Ante las numerosas consultas efectuadas a esta Jefatura, se pone… en co nocimiento del público en general, que no existe ni ha existido caso al -
gu no de carácter higiénico-sanitario, que impida el normal consumo de pes cados frescos” (78). El comunicado evita prudentemente la palabra
“ra diactividad”, pero aunque se hubiese referido a ésta, tocando abiertamente la causa de la inquietud pública, su efecto hubiese sido el mismo: ninguno. Los medios informativos se contradicen demasiado sobre el asun to, para que se les prestase la menor confianza. Entonces se repite con insistencia, que la zona de búsqueda permanece acotada:
“Un ancho círculo se extiende en tomo al punto donde están las balizas, que señalan el lugar de localización de los dos objetos, caídos al mar. En es ta zona no puede penetrar ningún tipo de embarcaciones. Las órdenes a este respecto son muy rigurosas. Algún periodista solicitó permiso para so brevolar en helicóptero, permiso que le ha sido denegado” (72).
“A ojo de buen cubero –perdonar por anticipado todo el error que cabe aquí–, yo diría que la zona guardada es de unos 30 kilómetros” (72).
–89–
LA ERA DE PALOMARES
Nadie pudo colocarse en aquel “coto cerrado”. Como ya era tradicional, no se publicó prueba técnica alguna, que garantizase la no peligrosidad de las aguas, limitándose los portavoces de la “Task Force” nor teamericana, creada para la ocasión, a facilitar unas declaraciones: “Se pone de manifiesto que la bomba, tanto si aparece entera como fragmentada –lo cual es prácticamente imposible–, es totalmente inofensiva, no afectando sus posibles radiaciones ni a la pesca, ni al agua, ni a las personas. Las pruebas realizadas con el agua recogida en aquellas latitudes, han resultado totalmente negativas” (70).
Los dos objetos localizados la semana anterior, vuelven a la actualidad, metamorfoseándose la naturaleza del segundo, que quiere una personalidad absolutamente inofensiva: “Nos llama poderosamente la atención que a estas alturas, se hable con verdadero entusiasmo de que el artefacto caído al mar, en aguas de Almería, ha sido localizado, porque hace exactamente dos semanas que un patrón de barco pesquero, Francisco Simó, condujo a las autoridades militares, hasta el lugar exacto en que cayeron los dos objetos. El primero de ellos, el más pequeño, no hay duda en señalar que está a 5 1/2 millas de la playa, hundido en la arena a una profundidad de 490 metros. El otro, el auténtico artefacto nuclear, está algo más de seis millas de tierra y a una profundidad de 700 metros” (79).
“Parece ser que uno de los dichos objetos caídos al mar, es una caja de estimables dimensiones, en la que iba determinado material militar, compuesto por instrumentos valiosísimos” (67).
No sabemos por qué razón el Pueblo del día 8 usa titulares de lujo –ésta vez en color azul–, para anunciarnos que ha sido localizada la cuarta bom -
ba. La letra pequeña nos explica su posición: “Los equipos de investigación norteamericanos, han localizado el cuarto proyectil con cabeza nuclear, en un punto situado a unos tres kilómetros de la costa y a una profundidad de 300 metros”, exacta a la facilitada por el comunicado del Departamento de Defensa, dado en Washington, que contradice al resto de la prensa y las noticias que nos llegan del campamento Wilson. A continuación, nos habla de las bombas restantes:
“Cree saberse con certeza que el B-52 transportaba cuatro proyectiles con cabeza nuclear, tres de los cuales han sido hallados en tierra: uno cayó al río, otro sobre una roca, el tercero sobre una especie de cerro y el cuarto al mar... se rumorea también que el primero, al caer sobre tierra blanda,
–90–
L A F LOTA Lu i s a Is a b e l Á l v a re z d e To l e d o no sufrió deterioro alguno, mientras que los otros dos, debieron sufrir da -
ños en el casco protector” (79). “Los lugares donde se supone que cayeron los artefactos que se deterioraron, permanecen acotados, ya que en los mismos se siguen sin pausa, los trabajos de limpieza, con objeto de asegurar terminantemente, la desaparición de toda posible contaminación radiactiva” (72).
No alcanzo a comprender la razón de este “se supone”. Todo el pueblo recuerda el lugar exacto donde aterrizó cada trozo, y, por supuesto, el sitio donde reposaron los artefactos nucleares, durante largas horas, hasta ser retirados por equipos especiales yanquis, que –lo espero por nuestra seguridad– deben recordar perfectamente la ubicación de los mismos. No es fácil olvidar el punto donde se desarmaron bombas H, sin la seguridad que ofrecen las instalaciones científicas, destinadas al efecto.
–91–
En los primeros días se dijo que “se había obtenido la colaboración de las fuerzas norteamericanas”, dando a entender que las españolas no sólo dirigían, si no realizaban, la mayor parte de los trabajos. Pero desde entonces, no se habla de otra cosa que del ejército yanqui. Los comunicados, las noticias oficiales sobre las operaciones, vienen de fuente norteamericana.
Los soldados a quienes se refieren, visten uniforme estadounidense, sin que aparezcan apenas los autóctonos, que limitan su actuación a colaborar en actos públicos, destinados a tranquilizar los ánimos del vecindario, corro-borando las noticias, que se facilitan en la oficina de in formación USA.
Los vecinos del pueblo, que viven la operación, no se dejan engañar sobre quien manda, pese a que fuera del campamento, vigilan policías españoles.
Los de Palomares dicen que no se mueven, porque no les dejan moverse:
“–No nos dejan pasar a ciertos sectores, que son de nuestra propiedad.
Los americanos andan por muchos sitios, removiendo y arando la tierra.
Ellos sabrán” (80).
El que la Guardia Civil haga respetar las ordenanzas, de aquel extraño estado de emergencia, confunde a muy pocos. El mando yanqui impone condiciones, haciendo reforzar la pareja, que guarda, de noche, los accesos al poblado, por una de marines, provistos de radio portátil y metralleta.
Esta situación debió ser desagradable para nuestro cuerpo de policía. La pu blicación de un parabién humillante, sirve de pretexto para denunciar la desagradable posición, en que se encuentran los funcionarios, destacados en la zona:...