José Luis Moreno Pestaña
CONVIRTIÉNDOSE EN FOUCAULT
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José Luis Moreno Pestaña
CONVIRTIÉNDOSE
EN FOUCAULT
SOCIOGÉNESIS DE UN FILÓSOFO
M O N T E S I N O S
E N S AYO
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© José Luis Moreno Pestaña, 2006
Edición propiedad de Ediciones de Intervención Cultural Diseño: Elisa N. Cabot
ISBN: 84-96356-60-4
Depósito legal: B-2705-2006
Imprime Novagràfik, S.A.
Impreso en España
Printed in Spain
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Un conjunto de personas me han ayudado a que este libro termine en una editorial. Francisco Vázquez ha sostenido este esfuerzo desde el tiempo de la redacción de mi tesis de doctorado. Juan Carlos Rodríguez estimuló mi reflexión y me incitó a abordar de otro modo los textos de los filósofos. Jordi Riba me estimuló a que publicase en forma de libro lo que él escuchó en nuestras conversaciones. Gracias también a Enrique Raya que comentó con atención versiones anteriores de este trabajo.
Versiones completas del libro fueron leídas y comentadas con mucho esmero por Encarna Alonso Valero, Jean-François Gaspar, Samuel Lézé, Oscar Moro y Ana Fernández Zubieta. Partes del mismo recibieron las críticas amistosas de Luis Enrique Alonso, Juan Carlos Moreno y Damián Salcedo.
Si Gérard Mauger no me hubiese insistido y animado a completar la escritura del texto no estoy seguro de haberlo podido acabar. Este libro le debe muchísimo. Gracias también a Louis Pinto que, como Gérard Mauger, me consagró una lectura llena de simpatía y de rigor. No olvido a los participantes en el taller de lectura del Centre de sociologie éuropéenne, dentro de la sesión que dedicó a discutir mis hipótesis de trabajo.
Agradecimientos especiales a Salvador López Arnal.
Daniel Defert me concedió amablemente una larga tarde de discusión que me ayudó a matizar ideas y a contrastar ciertas hipótesis.
Por supuesto, muchas gracias a Marga Huete…
Como se suele y se debe decir, los errores son sólo míos.
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PRÓLOGO
EL JOVEN FOUCAULT EN EL OBSERVATORIO
DEL SOCIOANALISTA
FRANCISCO VÁZQUEZ GARCÍA
En el inflado universo de los estudios existentes acerca del pensamiento o la vida de Michel Foucault, el ensayo de Moreno Pestaña marca una diferencia rotunda. No se trata de trazar de nuevo una abi-garrada biografía del filósofo francés, tarea efectuada con distinto éxito por Didier Eribon, David Macey y James Miller. Tampoco se propone una nueva presentación de su trayectoria intelectual ni la puesta en valor de un aspecto desconocido de su obra, ni la apertura de un nuevo territorio donde aplicar el célebre análisis genealógico.
A primera vista, los miembros de esa exótica comunidad hermenéutica que forman los historiadores de la filosofía tienen motivos para el recelo. El ensayo se refiere a un Foucault inhóspito y desilusionante, un joven que daba sus primeros pasos en el campo filosófico francés de los años cincuenta. Se habla del autor antes de su consagración como tal, cuando la composición de la bautismal trilogía arqueológica ( Histoire de la folie, Naissance de la clinique, Les mots et les choses) estaba aún por llegar: Foucault antes de Foucault.
¿Se asiste entonces al típico estudio acerca de la “génesis” de un pensamiento original, al intento de captarlo, por decirlo con Merleau-Ponty, en su “estado naciente”? Este género goza asimismo de una venerable tradición, dedicada a deslindar en la “obra de juventud” las huellas que auguran la grandeza de las creaciones más maduras. Piénsese en los trabajos clásicos de Guthrie sobre el primer Platón, de Gouhier sobre la formación del pensamiento de Comte o de Descartes, o los de D’Hondt e Hyppolite sobre la génesis de la filosofía hegeliana.
Que no cunda la decepción. El estudio que se presenta tampoco se em-plaza en este honroso filón. Lo que se ofrece es un experimento de so-9
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ciología de la actividad filosófica. En el círculo profesional de los historiadores de la filosofía ésta es de entrada una mala carta de presentación.
Malum signum que obedece en primer lugar a razones extrínsecas, rela-cionadas con la división académico-administrativa del saber: el sociólogo que se atreve a objetivar los textos de los filósofos desafía el monopolio que éstos pretenden ejercer sobre la historiografía de su disciplina. En segundo lugar se invocan razones internas: la sociología sólo es capaz de captar las condiciones materiales en las que se desenvuelve la actividad filosófica, pero deja intacta la potencia de creación y alteración de conceptos que configura la singularidad misma de los textos filosóficos.
Cuando el sociólogo transgrede estas fronteras y explica las arquitecturas teóricas del filósofo a partir del espacio social en que se insertan, es reo del anatema —convertido en reflejo profesional del historiador de la filosofía— de sociologismo o reduccionismo sociologista.
Si la filosofía cumple el cometido de fundar y de cuestionar críticamente —revelando sus supuestos conceptuales inadvertidos— el conjunto de los saberes, si el filósofo es el sumo sacerdote de la objetivación, pues detenta la potestad de tomar como objeto a las restantes disciplinas,
¿quién será lo bastante presuntuoso y noctámbulo como para transformar en objeto a la lechuza de Minerva y a su mirada soberana?
El ensayo de Moreno Pestaña da ese paso y evita tanto el pathos reveren-te del historiador profesional de la filosofía como las impías profanidades del sociologismo vulgar. Lo hace además cerniendo su microscopio historiador sobre el representante más enconado de un historicismo radical, empeñado en someter los universales antropológicos (la enfermedad mental, la salud, la sexualidad, la delincuencia) al ácido genealógico para mostrar su contingente precariedad. Se propone un “socioanálisis” de Michel Foucault, una minuciosa reconstrucción del itinerario que ha cristalizado en un habitus peculiar dentro del campo filosófico francés de los años cua-renta y cincuenta.
Como sugieren estas nociones adelantadas, Moreno Pestaña ha incubado su proyecto sustentándolo en la teoría social de Pierre Bourdieu y en las contribuciones que este autor y otros discípulos suyos del Centre de sociologie éuropéenne (en particular Ana Boschetti, Jean-Louis Fabiani, Louis Pin-10
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to y Charles Soulié) han realizado en el terreno de la sociología de la filosofía.
La eminencia que se suele atribuir a la filosofía en el conjunto de saberes forma parte del capital simbólico del filósofo —e incluso del profesor de filosofía— y contribuye a inmunizarlo respecto a la objetivación sociológica.
Por esta razón, el proyecto de incluir a la filosofía entre sus blancos de análisis constituye uno de los mayores desafíos afrontado por la sociología de las producciones culturales avalada por la escuela de Bourdieu. Esta inicia-tiva resulta prácticamente insólita en España, por eso el ensayo que se presenta constituye entre nosotros una auténtica primicia. Pero incluso en comparación con la sociología de la producción filosófica elaborada por los discípulos de Bourdieu, el ensayo de Moreno Pestaña sigue resultando original.
En éste no sólo se recompone la trayectoria escolar y familiar de Foucault emplazándola en el espacio social de su tiempo, así como el espacio de posibles que conforman el campo filosófico donde se formó su habitus, sino que se analizan las mismas estrategias retóricas y esquemas conceptuales que atraviesan sus primeros textos, en particular la lar-guísima Introducción a Le rêve et l’existence de Ludwig Binswanger y Maladie mentale et personnalité, publicados en 1954.
En la sucesión de los capítulos que constituyen este ensayo de socioanálisis se advierte la meticulosidad y paciencia de su elaboración —entre la redacción de la tesis doctoral (1999) germen de este trabajo y el libro finalmente logrado las diferencias son abrumadoras—, la capacidad para recolocar las mil anécdotas narradas por los biógrafos en un cuadro sociológico preciso y coherente; la riqueza del espacio de posibles teóricos reconstruido, dando cuenta de los elementos cuya difícil combinatoria engendrará la peculiar alquimia conceptual foucaultiana.
La lección impartida por Moreno Pestaña no puede caer en saco roto.
Su libro no se añade sin más a la interminable cadena de las exégesis sobre Foucault; es un experimento que inaugura, al menos en España, nada más y nada menos que toda una disciplina: la sociología de las producciones filosóficas. Su porvenir es largo porque su intención no es impugnar el quehacer del filósofo sino dotarlo de un arma que potencia su vocación, esto es, su reflexividad.
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CAPÍTULO 1
PAUL MICHEL SE CONVIERTE EN MICHEL
UNA FAMILIA MOVILIZADA
Cuando Michel Foucault llegó a París, la gestión de su carrera académica e intelectual se encontraba ya avanzada. Hijo de la burguesía de Poitiers, Foucault disfrutaba de un nivel de consagración escolar reservado a los privilegiados. Sin embargo, algo en su experiencia individual había conmovido los procesos de reproducción previstos en el seno de la empresa familiar. Esta conmoción no debe ser sobrevalorada al elaborar la génesis de su pensamiento. Subestimarla parece absurdo a la luz de los dilemas a los que se confrontará el joven Foucault.
La familia Foucault era una familia de médicos. Médicos fueron sus abuelos, tanto el materno como el paterno —ambos cirujanos— y médico —también cirujano— fue su padre. Su abuelo paterno se había consagrado a los pobres de Nanterre, en aquel tiempo un pequeño pueblo en los aledaños de París. Se sabe poco de él, si se sigue lo que David Macey señala en su biografía de Michel Foucault. Únicamente, que su opción por ser médecin des pauvres había rebajado su prestigio en la familia sin que ello le quitase el aprecio de sus conciudadanos: una calle que Nanterre le dedicó así lo atestigua1. El abuelo materno era un notable de la villa. Propietario de una gran casa en el centro de la ciudad y profesor de anatomía en la escuela de medicina de Poitiers, había tenido dos her-manos: el mayor fue un coronel que alcanzó honores en la Primera Guerra Mundial, el pequeño fue un filósofo llamado Paulin Malapert 1. D. Macey, Michel Foucault, Paris, Gallimard, 1994, p. 25.
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que se dedicó a la caracteriología2. Él mismo se lamentaba de que aquella no fuera una buena elección en la época del reinado de Bergson, tanto desde el punto de vista del prestigio intelectual como del de la carrera institucional. Paulin Malapert permaneció toda su vida recluido en un lycée parisino. No sé si alguien más leyó la opción de Paulin Malapert como una “elección equivocada” —si la palabra “elección” tiene sentido cuando se habla de una atracción intelectual— y, específicamente, si el joven Foucault recordó su ejemplo cuando se debatía entre las diversas alternativas que le ofrecía su campo de posibilidades intelectuales. Pero sobre ello hablaré más tarde. El yerno de Paulin, por contra, recibió todos los prestigios temporales de la universidad a través de su dedicación a autores inamovibles del panteón de ilustres y que, por tanto, aseguran siempre la consagración de sus buenos devotos. Gracias a sus ediciones clásicas de Montaigne y Rabelais fue catedrático primero en la Universidad de Poitiers y luego en la Sorbona3.
En buena tradición familiar, el primer hijo varón de la familia recibía el nombre paterno, que era también el nombre del médecin des pauvres.
La señora Foucault sólo consintió a medias y consiguió un nombre compuesto. El niño se llamó Paul-Michel. La transmisión no del nom du père 4, pero sí de su prénom, no se realizó sin ciertas “interferencias”
maternas que advertirán de la singularidad del “heredero”. La cosa no es fundamental pero dista de ser banal. Como explica Didier Eribon5, Foucault será desde entonces nombrado de tres formas diferentes: Paul en los documentos oficiales, Paul-Michel para la familia. Al Foucault 2. Entre sus publicaciones se encuentran algunas cuyos temas no pueden sino resultar familiares a los lectores de Michel Foucault. Así, junto a De Spinoza politica (Paris, 1907) o Leçons de philosophie (Paris, Hatier, 1918), se encuentran títulos co-mo Les éléments du caractère et leurs lois de combinaison (Paris, Alcan, 1906) o Psychologie (Paris, Hatier, 1913).
3. D. Macey, Las vidas de Michel Foucault, Madrid, Cátedra, 1993, pp. 37-38. La edición francesa que cito habitualmente no contiene esta referencia.
4. Ver P. Bourdieu, “À propos de la famille comme catégorie réalisée”, Actes de la recherche en sciences sociales, nº 100, 1993, p. 34.
5. D. Eribon, Michel Foucault, Paris, Flammarion, 1989, pp. 20-21.
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adulto lo conoceremos por el nombre que añadió su madre. Sobre el asunto del nombre, el filósofo dio distintas explicaciones que no tienen por qué ser excluyentes. A su madre le explicaba que no quería tener las iniciales de Pierre Mendès France. Según su hermana, Paul-Michel se prestaba demasiado bien a la mordacidad de sus compañeros de escuela: el nombre rimaba con polichinelle 6. Foucault comentó a sus amigos, que liberándose de Paul, eliminaba de su nombre las marcas de un padre al que detestaba. Cómo ese odio contribuyó al conflicto familiar que se generó en torno a su futuro académico es algo sobre lo que sólo cabe especular. En el conflicto, Michel se salió con la suya gracias al apoyo de su madre.
No es difícil imaginarse que semejante conflicto tuvo que resultar crítico. La escolaridad de Foucault fue brillante. Asiduo del “premio de excelencia”, sólo las turbulencias causadas por la guerra alterarán el decurso escolar de Paul-Michel. En cuarto de bachillerato, los alumnos del lycée de Poitiers reciben la visita de otros compañeros refugiados de la guerra7. No solo la sobrepoblación demostrará a Paul-Michel que 6. D. Macey, Michel Foucault, op. cit., p. 34.
7. En 1983, Foucault declaraba: “Mis recuerdos son sobre todo… no emplearía la palabra ‘extraños’, pero lo que me sorprende hoy, cuando intento hacer revivir estas impresiones, es que la mayor parte de mis grandes emociones estaban ligadas a la situación política. Me acuerdo muy bien de haber experimentado uno de mis primeros grandes terrores cuando el canciller Dollfuss fue asesinado por los nazis. Era, creo, en 1934.
Hoy todo eso queda muy lejos. Poca gente se acuerda de la muerte de Dollfuss. Pero me acuerdo de que todo eso me aterrorizó. Pienso que experimenté entonces el primer gran miedo ante la muerte. Me acuerdo también de la llegada de refugiados españoles; y de haberme peleado en clase con mis compañeros a propósito de la guerra etíope. Pienso que los niños y las niñas de mi generación han tenido su infancia estructurada por estos grandes acontecimientos históricos. La amenaza de la guerra era nuestra tela de fondo, el cuadro de nuestra existencia. Después llegó la guerra. Más que las escenas de la vida familiar, son estos acontecimientos sobre el mundo los que forman la sustancia de nuestra memoria. Digo ‘nuestra memoria’, porque estoy seguro que la mayor parte de jóvenes franceses y francesas vivieron la misma experiencia. Pesaba una gran amenaza sobre nuestra vida privada. Es la razón por la que me fascina la historia y la relación entre la experiencia personal y los acontecimientos en los que nos inscribimos. Ahí está, creo, el 15
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