Memoria y desmemoria del MuVIM
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Memoria y desmemoria del MuVIM

Política cultural, museo y patrimonio inmaterial

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Memoria y desmemoria del MuVIM

Política cultural, museo y patrimonio inmaterial

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Selección de escritos publicados en la última década por el profesor Román de la Calle, centrados en el estudio y la práctica de la museografía. Textos con una perspectiva plural sobre el Museo Valenciano de la Ilustración y de la Modernidad (MuVIM), que dan a conocer tres perspectivas complementarias que confluyeron en una etapa crítica y polémica de la política y de la cultura valencianas. Por una parte, se aborda el proyecto colectivo de revitalizar un museo y, por otra, se rememora la tensa experiencia de la censura ejercida sobre el MuVIM como práctica política prepotente. En tercer lugar, se relacionan tales situaciones con el afloramiento intenso de un debate asociativo, ciudadano y político, que marcó el punto de arranque de una reflexión compartida y comprometida sobre la necesidad de revisar los parámetros en los que se mueve nuestra realidad cultural valenciana y española.

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Information

SEGUNDA PARTE
LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN
Reflexiones sobre el «caso Caturla»
No se trata de un argumento cinematográfico, aunque el tema bien podría convertirse en material profílmico, como le gustaba decir al viejo investigador Etienne Souriau, en sus aproximaciones al universo de la imagen.
Todo comienza en el ambiente festivo y animado de unas inauguraciones expositivas, en el marco de un centro cultural que siempre pretendió ser diferente. Hasta su nombre lo era: Museo de la Ilustración y de la Modernidad.
Como museo de patrimonio inmaterial, había conseguido una relevancia considerable, gracias a sus originales líneas museológicas. De manera muy resumida, diremos que atendía a la interrelación diacrónica existente entre la historia de las ideas y la historia de los medios de comunicación. Ahí es nada. Su compleja y dilatada mirada cruzaba el variopinto paisaje forjado entre los siglos XVIII y XXI, intentando enlazar las plurales herencias de la Ilustración con las entusiastas y problemáticas «modernidades» tecnológicas subsiguientes.
Un equipo reducido de profesionales –activo y entregado al máximo a su proyecto común–planificaba sus actividades, entre las cuales las exposiciones (permanente y temporales) solo constituían una de sus partes básicas, aunque quizá la más destacada, capaz de seducir a un fidelizado público, que respondía, al igual que los medios, con un interés y constancia inusuales. De este modo, la imprenta, la fotografía, el cine, la publicidad, el medio televisivo, el diseño gráfico, la ilustración de libros, el cartelismo, el dibujo y la tipografía formaban parte de su atractivo y diferenciado programa museográfico.
Se trataba de un museo que surgía potente en torno a una biblioteca histórica especializada –que fue la primera actividad inaugural que hicimos posible, ya en 2004, como paso inicial del proyecto–y no simplemente de un museo que disponía, entre otros servicios, de una biblioteca. No en vano, queríamos que la sección de estudios e investigación fuese uno de nuestros brazos de palanca más activos y característicos.
Así las cosas, era claro que el MuVIM debía, pues, como otro atrevido y arriesgado David, retar a los «Goliats» circundantes: por una parte, el IVAM –con sus enormes fondos de arte contemporáneo y su poder económico–y, por otra, el Museo de Bellas Artes, con sus históricas y sorprendentes colecciones. Pero, frente a ellos, el nuevo proyecto contaba con una capacidad imaginativa, una coherencia y un rigor de planificación quizá inusuales. No en vano, junto al minucioso cuidado de los montajes y la esmerada proyección de las muestras –respondiendo a las exigencias de una nueva museología–, se prestaba suma atención asimismo a los seleccionados ciclos de cine, con las pertinentes conferencias de especialistas y las publicaciones derivadas de tal iniciativa, en una colección propia, austera y eficaz, siguiendo el imperativo de los tiempos.
Efectivamente, las jornadas y los congresos arropaban trimestralmente las actividades expositivas, con el fin de someter a reflexión y enjuiciamiento los temas planteados. La presencia universitaria internacional era normal moneda de prestigio en tales encuentros, cuyas actas se han publicado igualmente, constituyendo un fondo bibliográfico difícil de soñar en un sexenio, que ha sido el tiempo en el que se ha forjado la reconocida «fórmula MuVIM», presente en cuantos foros se ha abordado la problemática de los nuevos museos.
La vertiente pedagógica y didáctica siempre ha sido otra de las facetas más mimadas, con talleres, seminarios interdisciplinares y encuentros internacionales sobre educación y museos, y la directa colaboración con un posgrado universitario ha merecido asimismo un reciente reconocimiento de excelencia por parte de la Fundación Universidad-Empresa de Valencia.
Hasta aquí el contexto funcional de un proyecto que supo creativamente potenciar posibilidades inesperadas para un edificio emblemático de Guillermo Vázquez Consuegra, que fue premio nacional de arquitectura, ubicado en el centro de la ciudad de Valencia, nada fáciles de predecir, cuando realmente aquel inmenso contenedor cultural no acababa de descubrir su propio rumbo.
Los éxitos logrados, a través del público, el eco mediático, los intercambios con otros museos, los galardones y reconocimientos recibidos, nacionales e internacionales –hasta siete en el último año–y el entusiasmo incansable del equipo no podían llevarnos a predecir, en absoluto, la trágica ruptura que el MuVIM iba a protagonizar, en unas horas, cuyas resonancias –para no variar tampoco nuestra trayectoria–iban a ser de alcance nacional e internacional.
Cuando, hace seis años, la dirección pactó con el responsable político de cultura de la Diputación de Valencia –entidad titular del museo–las nuevas orientaciones del museo, se dejaron bien claras, por nuestra parte, tres cuestiones: recabábamos interés por nuestros proyectos, respaldo efectivo a las iniciativas y respeto al programa, una vez aprobado. Por la suya, era lógico que comprometiéramos nuestra responsabilidad y dedicación, sometiendo previamente tanto el proyecto como el presupuesto a la supervisión de la comisión competente de cultura, conformada por los representantes de los diversos partidos políticos en la proporción que los resultados electorales propiciaran. De hecho, tal comisión ejercía como patronato –mutatis mutandis–de cara a la supervisión de las actividades museísticas que anualmente presentábamos (exposiciones, ciclos de cine, congresos y jornadas, talleres didácticos o publicaciones).
En nuestro programa museográfico, como hemos apuntado, la fotografía se había convertido ciertamente en uno de nuestros ejes principales. Incluso las ediciones bienales de València Fotogràfica (2006, 2008 y 2010) ya habían consagrado una estrategia importante de colaboración con numerosos espacios culturales de la ciudad, en torno a un trimestre fotográfico, centrado en unas jornadas internacionales, siempre con destacados especialistas. Tampoco han faltado nunca trimestralmente muestras fotográficas de primer nivel. Pero también se había realizado un convenio, respaldado y sugerido desde instancias políticas, que nos pareció entraba de lleno en nuestras líneas museológicas, y que fue aprobado e incluido en los proyectos anuales del centro. Se trataba de la muestra «Fragments d’un any», que desde la edición de 2007 se había cobijado, una y otra vez, en el MuVIM, en colaboración con la Unió de Periodistes Valencians. Y de aquí iba a surgir precisamente el lamentable e inconcebible incidente que ha hecho tambalear nuestra trayectoria, como museo, merced al intervencionismo político más rechazable.
Las claves de la muestra «Fragmentos de un año, 2009» –que conviene conocer para calibrar adecuadamente los hechos acontecidos–son sencillas: los fotoperiodistas de la unión presentan a la asociación aquellas fotos, siempre ya publicadas en los medios, durante el año anterior, para que un jurado, compuesto asimismo por miembros de esta, seleccione por apartados (deportes, economía, política, sociedad, etc.) aquellas imágenes que se consideran más representativas para ejemplificar la historia del año transcurrido en la Comunidad Valenciana. Siempre con el respaldo habitual de una publicación, la muestra se englobaba en el marco de las demás exposiciones del MuVIM.
Precisamente, en esta ocasión y en este trimestre, el conjunto de las iniciativas del museo giraban en torno a las relaciones entre las imágenes y la historia. Además de las cuatro muestras que apuntaban en esa dirección («Artel», «Imágenes al margen», «Collages» y «Fragmentos de un año, 2009») se habían programado un ciclo de cine titulado «Valencia y el cine», para estudiar las relaciones entre la ciudad y las imágenes filmadas en ella, atendiendo a problemas de selección de escenarios, dificultades, estrategias y ventajas de la mitificación histórica de esas lecturas urbanas, y también un congreso internacional titulado «Estética de la memoria», con la participación de ocho universidades nacionales e internacionales y el soporte del CSIC. Ambas citas habían sido copadas totalmente por la numerosa asistencia, mucho antes de cerrarse el plazo de inscripción, como se había convertido en costumbre ya en el MuVIM.
Justamente la inauguración oficial de dicho congreso, el 8 de marzo de 2010, sería testigo de la dimisión irrevocable del director del museo, iniciándose –con ello–una cadena insospechada de reacciones públicas en contra de la censura y a favor de la libertad de expresión.
Pero volvamos al día de la inauguración oficial, el 4 de marzo. Tras la numerosa rueda de prensa que, por la mañana, había convocado a todos los medios de la ciudad, reforzada precisamente por tratarse, una de las cuatro exposiciones, de la propiciada desde la Unió de Periodistes, ningún problema se había planteado. Fotos de familia, recorrido de prensa especializada por las salas, comida de responsables de las muestras, comisarios, coordinadores y representantes de museos, dirección e invitados. Todo había transcurrido como de normal y hasta con el entusiasmo propio del buen hacer y de la plena satisfacción por el deber cumplido.
Lo mismo cabe decir, en principio, de la inauguración encadenada de las cuatro exposiciones. Numerosísimo público ocupa el museo y va recorriendo las salas. Dos autoridades políticas se presentan en esta ocasión: el diputado de Cultura, Salvador Enguix, que ya había asistido a la rueda de prensa matutina, y el diputado de Hacienda y vicepresidente de la Diputación Máximo Caturla, que por primera vez acudía al museo a participar en este acto protocolario. No he de negar una cierta sorpresa, agradable, al ver que también otros responsables políticos adscritos a diferentes áreas hacían acto de presencia, reforzando así –pensé, iluso de mí–la prestancia del evento, junto a los miembros de la dirección, los respectivos comisarios de las exposiciones y los correos de los museos participantes. En fin, los recorridos inaugurales habituales, con las explicaciones pertinentes de los comisarios y los comentarios cruzados respecto a los contenidos o el interés particular de ciertas obras. Nada anormal. Así transcurrieron las tres primeras exposiciones, mientras ya una parte del público, quizá de forma diligente, comenzaba a acceder al espacio reservado para el catering.
Por su parte, la muestra «Fragments d’un any, 2009» estaba ubicada en la llamada sala alta del museo, a la que solo se tiene acceso a través de ascensores. La vista del museo desde arriba es realmente espectacular. Ya se encontraba llena de público también, en especial de periodistas y fotógrafos involucrados, de alguna manera, en el proyecto. Al llegar la comitiva oficial de la inauguración, tanto el presidente de la Unió de Periodistes como el responsable de la muestra se aproximan. Saludos iniciales y comienza el recorrido por la sala. De hecho, llevábamos ya hora y media de inauguración, y sabiendo que las imágenes se habían dado a conocer por los medios de comunicación en su momento, a través del año, no imaginé sino un rápido recorrido, ciertos comentarios y luego el merecido descanso en el catering que nos esperaba, en el salón preparado al efecto, junto al patio inglés del museo. Nada más lejos de la realidad.
Si hasta el momento el diputado Máximo Caturla había sido un acompañante más, de sala en sala –móvil en ristre de forma casi constante–, participando hasta agradablemente en ciertas coyunturas de interés formal por los objetos o las imágenes mostradas, de pronto, al comenzar a recorrer la muestra de las fotos, por temas, de la historia del año 2009, seleccionada por los periodistas, su semblante cambió, sin importarle la cercanía de los invitados. En vez de rememorar lo ocurrido en la comunidad, que las fotos testimoniaban, parecía querer borrar, con sus agrias palabras, los hechos acontecidos en el año precedente. Sobre todo cuando se trataba de la destroza ecológica efectuada en las playas o cuando aparecían figuras relevantes de la vida local en apartados de sociedad, cultura, política y economía iba creciendo la tensión de sus intervenciones. Pero fue especialmente el sector dedicado a la vida política valenciana lo que hizo saltar cualquier miramiento protocolario.
Las imágenes dedicadas al «caso Gürtel», sin duda el tema clave de todo el año 2009 en nuestra comunidad, sobrepasaron sus fuerzas y su exiguo control. La prepotencia hizo su directa aparición. Uno podía pensar que aquellas imágenes –más que conocidas ya por todos, a través de la prensa, que las había reproducido en miles de copias en los periódicos y revistas–eran justamente las responsables de estar construyendo la historia y que la propia realidad no habría tenido lugar sin ser reproducida visualmente. Quizá por eso, ocultando las imágenes –debió de pensar–se anularía de paso la memoria de cuanto había sucedido y ya había saltado a los tribunales. ¿No habían sido los fragmentos de un año, que allí se mostraban, seleccionados precisamente por los propios periodistas y sometidos a concurso? Algo tenía tramado el vicepresidente y fue activado, en su fuero interno, en aquella coyuntura, para estallar luego en público, entre improperios y amenazas. Hay que retirar aquellas fotografías que no nos son favorables (al partido) y exigir un equilibrio de trato, tanto numérico como cualitativo, en las imágenes entre los partidos, aunque la realidad cotidiana no haya sido, en ningún caso, simétrica ni equilibrada en las conductas, mantenidas desde el poder y las presuntas tramas, frente a la ciudadanía. ¡Como si la historia se nos mostrara escrita en tantos por ciento!
Curiosamente, frente a un puñado de imágenes archisabidas del llamado «caso Gürtel», en pleno proceso aún de atención judicial, se estaba fraguando un nuevo caso, no menos lacerante socialmente, que iba a afectar directamente, a través de la censura más ilógica, prepotente e irracional, a la libertad de expresión. El «caso Caturla» estaba ya, pues, en marcha, sin calcularlo bien ni su principal obcecado protagonista.
Las preguntas, formuladas por él, me caían encima, a mí, en cascada y entrecortadas, como director del museo, saliendo casi más por sus ojos enrojecidos que por su boca. El diputado Salvador Enguix, como anulado en su sorpresa, estaba realmente ausente, serio, nervioso, preocupado por lo que se le venía encima, pero sin intervenir: «¿Quién ha seleccionado las imágenes?», «¿Por qué se han expuesto en el museo?», «¿Quién ha coordinado la muestra?», «¿Por qué la mayoría nos afectan?»…Sin duda, el presidente de la Unió de Periodistes, también entumecido y como queriendo cumplir su cometido de acompañante, se debió de dar perfecta cuenta, de inmediato, del drama que se iba a producir.
La verdad es que, en su forzada locuacidad, ni siquiera atendía a mis explicaciones, ni a mis argumentos referentes a la poca novedad de las imágenes, ya todas ellas conocidas, que respondían, sobre todo, a momentos clave de agudeza periodística en determinadas escenas, también más que sabidas ya a través de los medios. Al contrario, aquellas justificaciones mías, apelando a la normalidad, a la intranscendencia y al diálogo parecían, más bien, enardecerle sobre manera. Él ponía su propio contexto explicativo a las imágenes y avanzaba sus propias interpretaciones de estas, que sin duda eran mucho más sesgadas que los juegos hermenéuticos que los visitantes pudieran ejercitar en el resto de la sala, más allá de lo que efectivamente sucedía en torno al grupo.
Su decisión estaba tomada. Y así me lo hizo saber: «Nosotros mandamos aquí y aquí se expone lo que nosotros queremos. Cuando manden ellos, que hagan lo que quieran». Sin duda, era una argumentación de cacique del siglo XIX, apelando al poder efectivo, a la censura y a la violencia verbal, sin respetar convenios previos, referentes a la actividad expositiva en cuestión, marcados –en su día–paradójicamente por el propio partido al que él pertenecía. Y que de manera puntual la dirección había respetado, tras asumirlos, desde hacía años. El museo venía dejando el espacio expositivo para la muestra periódicamente.
Cerraba ya drásticamente sus intervenciones, mientras miraba el conjunto de la sala con sumo nerviosismo y artificiosa decisión: «Estas fotos no pueden permanecer en el museo». La suerte estaba echada. Incluso cuando le argumenté que las imágenes de otros años habían sido mucho más fuertes, irónicas y duras, ni siquiera quiso escucharme. Abandonó la sala alta a pasos acelerados, obligando a la reducida comitiva a hacer lo propio, y la bajada en el ascensor, con aquella obligada compañía, hasta el hall del museo, fue de película de suspense. Se me hizo realmente eterna, con el trasfondo de su voz reiterando expresiones y, en total contraste, el silencio del diputado de Cultura, que yo esperaba –inútilmente–que en algún momento le recordara que el responsable de cultura era él, introduciendo así cierta ordenación dialogal y argumentativa en el contexto vivido. Pero todo fue en balde. «Las fotos, fuera», reiteraba intermitentemente. «Las quiero, mañana mismo, fuera». Comencé a apuntar, en mi agenda mental, que el escándalo sería de órdago, ya que se trataba ni más ni menos que de la Unió de Periodistes, y que aquel remedio ciego, de censura sobrevenida, se transformaría en algo mucho peor que la propia enfermedad, artificiosamente forzada. Y es que estaba convencido, por mi parte, de que aquellas reacciones no eran normales.
Las palabras últimas fueron muy claras: «Esto no queda aquí. Y ahora voy a acudir donde debo ir». Salió por una de las puertas del MuVIM, mientras personalmente acompañaba yo –como director–al diputado de Cultura a su coche, por la otra entrada. La despedida fue tensa, por supuesto, también entre nosotros. Casi no necesitábamos decirnos nada. No obstante, algo se decidió a pronunciar, finalmente. Lo recuerdo bien. Un par de frases, tan solo: «Esta visita no ha sido casual. Algo sabía y la preparaba». Y tras un momento: «Nuestras cabezas peligran. La tuya y la mía». Creo que fue plenamente sincero. Y así lo entendí. Eran cerca de las diez de la noche. Todo se había cocido en menos de un cuarto de hora, si llega. Habíamos pasado del triunfo expositivo, con centenares de visitantes satisfechos que por doquier nos felicitaban, a la inminente aproximación de una tormenta ilógica y sin sentido. Pero la inmensa mayoría de asistentes a los actos ni se habían enterado, repartidos por espacios y estancias distintas y celebrando la recepción festiva que tenía lugar.
Aún tuve aplomo –uno es así–para bajar a la masiva recepción, donde aún permanecían, dialogando, muchísimos visitantes, y saludarles, aunque, como puede suponerse, co...

Table of contents

  1. Cubierta
  2. ÍNDICE
  3. PRESENTACIÓN RETROSPECTIVA
  4. PRIMERA PARTE
  5. SEGUNDA PARTE
  6. APÉNDICE GRÁFICO
  7. PROCEDENCIA DE LOS TEXTOS
  8. BIBLIOGRAFÍA BÁSICA SOBRE EL MuVIM
  9. ÍNDICE ANTROPONÍMICO
  10. ÍNDICE ONOMÁSTICO GENERAL