Yo vieja
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Yo vieja

Apuntes de supervivencia para seres libres

Anna Freixas Farré

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  1. 192 pages
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Yo vieja

Apuntes de supervivencia para seres libres

Anna Freixas Farré

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Este es un recorrido por los derechos humanos en la vejez y, concretamente, por los derechos de las mujeres, sintetizados en tres principios que a Anna Freixas le parecen fundamentales en la edad mayor: la libertad, la justicia y la dignidad. Por tanto, estos apuntes de supervivencia están pensados para la nueva generación de viejas que van estrenando libertades, para las que mantienen su dignidad, para las ancianas que mientras se desplazan por el calendario son capaces de escudriñar la vida y las relaciones cotidianas con perseverancia y agudeza.Este libro pretende ser una reflexión y un divertimento sobre un surtido de pequeñas cosas que en este momento de la vida nos la pueden amargar o, por el contrario, hacérnosla más fácil. Una especie de foco para iluminar situaciones de la vida cotidiana que creemos tan normales que no las consideramos importantes y que, sin embargo, constituyen el grueso de la discriminación y el rechazo social hacia las personas mayores, únicamente por el hecho de serlo.Freixas también trata de visibilizar determinados factores que consolidan los estereotipos que la sociedad tiene sobre las veteranas. Yo, vieja es un canto a la libertad y al desparpajo; a la vejez confortable y afirmativa. Con la pretensión de que entre todas consigamos vivir una edad mayor elegante, relajada y firme.

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Information

Year
2021
ISBN
9788412390377
Edition
1

Viejas saludables
y más o menos en forma
«Se obliga a las mujeres a pasar por las revisiones del sistema sanitario como se conduce a un rebaño de ovejas por una cañada. La enfermedad por la que se las está tratando es su condición de mujeres».
Germaine Greer
Envejecer forma parte de la vida, es un proceso inherente al ciclo vital, no es una enfermedad que deba ser tratada. Cuando hablamos acerca de la salud queda claro que no es lo mismo envejecer siendo mujer que siendo hombre; las estadísticas hablan por sí solas y nos confirman que somos más longevas que ellos (cada vez menos, por cierto), aunque vivimos con menor calidad de vida y con peor salud percibida.
Un cúmulo de factores psicosociales se entrecruzan y pasan factura en la vejez y deben tenerse en cuenta a la hora de evaluar y tratar la salud de las ancianas: el sexismo y el edadismo de la sociedad y las instituciones; la devaluación cultural del cuerpo femenino mayor; la falta de poder; la inseguridad económica; la desigualdad en la responsabilidad del sostenimiento de la vida sobre el planeta que las mujeres afrontan desde niñas; la entrega del tiempo sin reciprocidad y otras pesadas cargas de carácter afectivo y emocional, además de las enfermedades crónicas. La mayoría de estos asuntos aparentemente no tienen nada que ver con el cuerpo, pero son el argumento central de la mala salud de hierro de las ancianas. Lo que nos enferma, pues, es la desigualdad, la injusticia en la que vivimos desde niñas.
Malvivir año tras año tiene su precio en la salud de las mujeres, que se suele pagar con la medicalización del cuerpo mayor y de las experiencias adversas con las que nos tropezamos en la vida. Si preguntamos a nuestro alrededor comprobaremos que las veteranas que nos rodean toman una asombrosa cantidad de medicinas, para las cosas más increíbles. Muchas de ellas para acallar esa inquietud que no sabemos cómo definir, que tiene que ver con la vida cotidiana abusada, de la cual la clase médica prefiere no enterarse y despacha dando una pastillita, sin tratar de averiguar si existe alguna explicación biopsicosocial para esa dolencia; total, así dejan de quejarse un tiempo. Se prefiere prescribir una medicación antes que ofrecer la posibilidad de probar otros tratamientos que les podrían curar o aliviar. Tampoco se pierde el tiempo escuchando para comprender el fondo del asunto. La inmensa mayoría de las quejas de las mujeres mayores se atribuyen, pues, a la propia vejez, una explicación de causa única contra la que evidentemente no se puede hacer nada. Una realidad inaceptable que exige la elaboración urgente de unas políticas y prácticas médicas responsables que nos permitan envejecer con salud —sin atiborrarnos de pastillas—, con un cuerpo menos agostado, viviendo una vida cotidiana más justa y mejor distribuida.
Vivimos en un país en el que disponemos de un excelente sistema sanitario público. Parto de la consideración de que la construcción social de la salud requiere una responsabilidad política y comunitaria que, por una parte, haga frente a los enormes gastos asistenciales que requiere la población y, por otra, esté profundamente involucrada y comprometida en la prevención, la detección y la visualización de las condiciones de vida de las mujeres mayores, de manera que se produzca una implicación mutua, tanto del sistema de salud como de cada persona individualmente. Entendemos que la salud no es exclusivamente una responsabilidad personal, sin embargo, también tiene un importante componente que apela al compromiso particular, de manera que la salud se transforma en un imperativo personal, ético y social del que nos responsabilizamos individual y colectivamente. En la edad mayor respondemos a este acuerdo cuidándonos, fundamentalmente a través del ejercicio físico, el control de la dieta y de las adicciones y con la gestión de las emociones. Esto no puede ser, sin embargo, un imperativo, ya que no está al alcance de todo el mundo; para determinadas personas estar saludables puede ser una pretensión difícil de lograr, dadas sus condiciones biopsicosociales. Por tanto, este objetivo puede suponer una meta en ocasiones inalcanzable, que puede tener un efecto bumerán al hacernos sentir culpables y peor que cuando nos quedábamos plácidamente en el sofá tomando un café con churros. Pecando a conciencia.
Cada edad del ciclo vital tiene más o menos sus enfermedades. A lo largo de los años hemos aprendido a conocer nuestro cuerpo y a convivir con determinados malestares. Nuestra geografía ha ido cambiando, no solo en lo que se refiere a la imagen estética, sino que ahora algunos mecanismos de nuestro ser funcionan a un ritmo diferente de cuando éramos jóvenes. El metabolismo, la resistencia al estrés, la intensidad de las emociones, el sueño, la digestión y asimilación de nutrientes, la cicatrización de las heridas y muchos otros aspectos corporales y anímicos tienen otra intensidad, velocidad y consistencia. Algunos problemas llegaron para quedarse y, por lo tanto, no nos queda otro remedio que aprender a convivir con ellos; así que lo mejor que podemos hacer es tratar de minimizarlos con actuaciones que tenemos a nuestro alcance, de manera que no queden exclusivamente en manos del sistema de salud o de una pastilla mágica. En líneas generales, tratemos de permanecer vigilantes, pero no obsesionadas, ya que la mayoría de las dolencias se curan solas y, además, no se trata de poner a echar chispas la tarjeta de la seguridad social o de la compañía de salud que nos corresponda, yendo continuamente a que nos miren esto o lo otro.
La adopción de un estilo de vida saludable y la participación individual en el autocuidado es una necesidad a lo largo de todo el ciclo vital. Nunca es suficientemente tarde para incorporar a nuestra cotidianeidad conductas beneficiosas: una actividad física moderada, comida sana, no fumar, el uso sabio y moderado del alcohol y de la medicación. En algunas ocasiones, el solo hecho de cambiar determinados hábitos de vida (alimentación, relaciones, adicciones, sedentarismo) puede contribuir a mejorar nuestra salud, o al menos a no empeorarla. Las prácticas preventivas en torno a la salud nos pueden ayudar a sortear la enfermedad y minimizar el descenso funcional, alargar la vida y sobre todo promover la calidad de vida.
Una alimentación sana es básica para envejecer medianamente bien, sin embargo, en nuestra cultura encontramos algunos prejuicios acerca de las personas mayores y la alimentación. En el fondo subyace la idea de que las viejas no necesitan comer, que toda comida es excesiva (también el sexo, el divertimento o el habla en las mujeres siempre parecen darse en demasía). Venimos de una historia alimentaria plagada de renuncias de todo tipo, que tenemos tan interiorizadas y normalizadas que parecen ausencia de deseos. Vale, pero toda privación genera un deseo irrefrenable y por lo tanto no es de extrañar que poco a poco vayamos aflojando la mano a la máquina del sacrificio y nos encontremos un día con un problema: ingerimos más comida de la que necesitamos, comemos más de lo que quemamos y por lo tanto engordamos. Algo preocupante, porque el riesgo de enfermedades crónicas y discapacidades aumenta a medida que vamos haciéndonos mayores. Siempre nos quedará la menopausia para echarle la culpa de todo lo que nos acontece después de ella.
En la edad mayor, la participación regular y moderada en actividades físicas puede retrasar el descenso funcional, reducir las enfermedades crónicas y los riesgos cardiovasculares, mejorar la salud mental y física y, algo muy importante, supone una oportunidad para el contacto social. La actividad física es un componente clave del sentimiento de bienestar y calidad de vida en la vejez, puesto que contribuye a la percepción subjetiva de capacidad de agencia, de autonomía personal y autoeficacia, además de favorecer la conexión social. Permite a las personas mayores mantenerse independientes el mayor tiempo posible al reducir el riesgo de caídas. Alarga la vida, mejora las funciones corporales, el humor, la mente, la memoria; disminuye el riesgo de aparición de la diabetes y ayuda a controlar la artritis. Es buena para nuestro cerebro y también para nuestro estado de ánimo.
No todas las personas tienen, en la edad mayor, posibilidades de llevarla a cabo, por razones que tienen que ver con elementos decisivos como la salud, la independencia física y la disposición o no de apoyo familiar que la favorezca. Una gran proporción de personas mayores llevan vidas sedentarias por diversos motivos, que van desde la simple falta de práctica en el ejercicio físico a las dificultades concretas a nivel corporal. No olvidemos que, en nuest...

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