Plano americano
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Leila Guerriero

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Plano americano

Leila Guerriero

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Veintiséis retratos de creadores españoles e hispanoamericanos. Una imponente muestra del mejor periodismo cultural.

Este volumen incluye veintiséis perfiles –con cinco nuevas incorporaciones a la edición original publicada en 2013– de escritores, artistas plásticos, periodistas, fotógrafos, cineastas, editores, diseñadores y músicos hispanoamericanos que la periodista argentina Leila Guerriero ha publicado a lo largo de más de una década en algunos de los principales diarios y revistas de América Latina y de España.

Esta personalísima cartografía reúne retratos de personas diversas que van del incendiario Nicanor Parra a la inquietante Idea Vilariño, del rabioso Fogwill al discreto Guillermo Kuitca, de la espléndida Sara Facio a la desbordada Marta Minujín, del laberíntico Ricardo Piglia al enigmático Roberto Arlt, y ofrecen, a través de la voz y el ojo de Guerriero, un acercamiento a la sensibilidad creativa de todo un continente. Plano americano funciona, además, como un intrincado sistema de vasos comunicantes en el que diversos personajes aparecen y reaparecen en sucesivas piezas que terminan por dibujar el retrato de una época.

Cada uno de estos textos es un gran ejercicio de periodismo cultural y una propuesta literaria de altura. Con dotes de orfebre –minuciosidad, precisión, elegancia–, la autora propone, en cada perfil, una inmersión total en el universo de un creador.

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Information

Year
2018
ISBN
9788433939173

ROBERTO ARLT

La vida breve

–Hola.
–Hola, buenas tardes. No sé si estoy llamando al teléfono correcto. Estoy buscando al señor Roberto Arlt.
–Sí, él habla.
–¿El hijo de la señora Elisabeth Mary Shine?
–Sí, señorita, soy yo ¿Quién habla?
Desde un departamento en el piso doce de un edificio de la calle Uruguay, en el centro de la ciudad de Buenos Aires, una voz atiplada, cautelosa, pregunta –se pregunta– quién es, quién habla, cómo me encontró.
No hay nada.
O sí: hay contradicciones. Hay documentos donde se leen nombres y fechas que no coinciden. Hay una mujer que murió hace setenta y dos años y otra que murió hace tres. Hay dos hijos. Hay fotos y cartas en un subsuelo refrigerado de la ciudad de Berlín. Hay, en Buenos Aires, casas cuyos dueños dicen «sí, sí, aquí volvió para morir» o «no, no, acá no vivió nunca». Hay escuelas donde todos dicen «no tengo idea».
Sobre ese edificio de viento y de mentiras hay un hombre –terriblemente vivo– que murió en 1942.
Le interesaban los inventos, los barcos, las mucamas, las suegras, las sardinas, Madrid, Río de Janeiro, Flaubert, los hospitales, las novias y los novios, las plazas, los gitanos, las medias de mujer, las radios, el teatro, los bares, el insomnio, el idioma español, el carnaval, los pescadores, los mentirosos, los desempleados.
Su curiosidad era una taquicardia, un magma, una atrocidad, una locura, una laceración.
Roberto Godofredo Christophersen Arlt.
Roberto Emilio Godofredo Arlt.
Roberto Christophersen Arlt.
Roberto Arlt.
26 de abril del año1900.
2 de abril del año 1900.
7 de abril del año 1900.
El equívoco está en el comienzo: en el nombre, en el día del nacimiento.
Está en la fundación.
Esto se sabe: fue escritor, fue argentino, se llamaba Roberto, se apellidaba Arlt.
Era hijo de Karl Arlt, un hombre nacido en 1873 en Posen, entonces Prusia, que había desertado del ejército; y de Ekatherine Iobstraitbitzer, una mujer nacida en 1870 en Trieste, entonces Imperio austrohúngaro, religiosa y devota de la astrología.
Nació algún día de abril, en el año 1900, y tuvo una hermana, Luisa, a quien llamaban Lila, nacida en 1903. Escribió cuatro novelas (El juguete rabioso, Los siete locos, Los lanzallamas, El amor brujo), dos libros de cuentos (El jorobadito y El criador de gorilas), varias obras de teatro (Trescientos millones, Saverio, el cruel, El fabricante de fantasmas, La isla desierta, La fiesta del hierro, El desierto entra en la ciudad), y centenares de textos periodísticos, la mayor parte de ellos bajo el título genérico de Aguafuertes. Se casó dos veces, enviudó una vez, tuvo dos hijos y, el 26 de julio de 1942, a los cuarenta y dos años, murió de un ataque al corazón. Después, durante casi una década, su obra cayó en el olvido, sepultada bajo la idea, que ya existía cuando él estaba vivo, de que no sabía escribir, de que había alimentado su estilo en los folletines y las malas traducciones de escritores rusos que circulaban por entonces. Pero, en 1950, una biografía –Arlt, el torturado, de Raúl Larra, escritor y militante del Partido Comunista–; la reedición de toda su obra –ocho volúmenes publicados en la editorial Futuro, propiedad del mismo Larra–; una revista de la nueva izquierda llamada Contorno, fundada en 1953 por intelectuales de peso –David Viñas, Juan José Sebreli– que le dedicó entero su segundo número, y las ideas que arrojó sobre su obra el escritor argentino Ricardo Piglia desde los años setenta, iniciaron el camino que termina aquí: en él como unicornio, en él como fauno extravagante, en él como escritor genial.
Esto se sabe.
Todo lo demás se sabe un poco menos.
El pasaje de La Piedad tiene forma de herradura y se abre paso hacia el corazón de la manzana, sobre la calle Bartolomé Mitre, entre Paraná y Montevideo, en el centro de la ciudad de Buenos Aires. Está allí desde el año 1900, y es un conjunto de edificios de estilo italiano y francés donde hoy tienen sus estudios abogados, artistas plásticos, fotógrafos. Allí, en el número 677, según indican todas las reseñas biográficas, vivían Karl Arlt y su mujer Ekatherine cuando nacieron su primera hija, que murió meses después, y su segundo hijo, Roberto. Sin embargo, según Viviana Pellegrini, presidente de la Asociación Civil Pasaje de La Piedad, la numeración 677 nunca existió:
–No, los números son de uno o dos dígitos, nada más. Puede ser un error que se ha arrastrado a través de los años. Pero acá nunca hubo un 677.
–La numeración 677 es imposible –dice Bonny Bullrich, un vecino que vive allí desde hace años–, porque el pasaje no tiene numeración municipal sino privada. Esto es como un edificio que, en vez de tener un hall de entrada, tiene un pasaje: la entrada es por Bartolomé Mitre 1571, y después cada departamento tiene un número, que va del 1 al 40 o por ahí. Y los cartelitos con la numeración son muy viejos, así que debe haber sido siempre así.
Sea como fuere, algún día, entre 1901 y 1903, la familia Arlt se mudó desde ése, o desde algún otro punto del centro, a una casa de la calle Méndez de Andés 2138, en el alejado barrio de Flores, que sí existe y que sigue allí.
En la biografía de Roberto Arlt titulada El escritor en el bosque de ladrillos (Sudamericana, 2000), su autora, Sylvia Saítta, enumera fechas que no coinciden, nombres que tampoco: en 1926, en un texto llamado «Autobiografías humorísticas», Arlt escribió: «Me llamo Roberto Godofredo Christophersen Arlt y he nacido en la noche del 26 de abril de 1900, bajo la conjunción de los planetas Mercurio y Saturno.» En otro, publicado en 1927, escribió: «Me llamo Roberto Christophersen Arlt y nací en una noche del año 1900, bajo la conjunción de los planetas Saturno y Mercurio.» Y en otro, publicado en 1929, escribió: «He nacido el 7 de abril de 1900.» Sin embargo, su partida de nacimiento certifica que nació el 26 de abril de 1900 a las once de la noche en La Piedad 677. «(...) el testimonio más difícil de abordar en esta biografía ha sido el del propio Arlt», escribe Sylvia Saítta en el prólogo de su libro. «Porque miente, porque no dice todo lo que sabe, porque inventa datos de su biografía, porque está más preocupado por la construcción de una imagen pública acorde a lo que él considera que debe ser el retrato de un escritor, que por dar un testimonio verdadero de su propia vida. Y los críticos literarios han colaborado, durante años, a la mitificación de su figura; han repetido datos que son falsos o, simplemente, le han creído.»
Once años después de publicar ese libro, Saítta recibió el llamado de Alfredo Collimodio Galloso, miembro del Centro de Estudios Genealógicos e Históricos de la ciudad de Rosario, que le dijo, enigmático: «Yo tengo algo que usted quiere.» Collimodio Galloso había encontrado la partida de bautismo de Roberto Arlt, en la que sus padres aparecían domiciliados en la calle Lavalle 2278 y su nombre figuraba como Roberto Emilio Gofredo (donde Gofredo parece un error por Godofredo).
El equívoco está en el comienzo: en la fundación.
Arlt, Roberto Arlt. Que escribió, en su novela El juguete rabioso: «Algún día moriré y los trenes seguirán caminando, y la gente irá al teatro como siempre, y yo estaré muerto, bien muerto... muerto para toda la vida. ¡Ah, si se pudiera descubrir algo para no morir nunca, vivir aunque fueran quinientos años!»
Arlt. Roberto Arlt.
Medía un metro setenta y tres, tenía el pelo oscuro, un mechón cayéndole sobre la frente, los ojos bélicos, febriles, del que ve demasiado. Del que ve, incluso, lo que no quiere ver.
Un lunes de julio de 2012, a las nueve y media de la noche, una mujer llamada Georgina Barrientos, de treinta y nueve años, prepara la cena en su casa de la calle Méndez de Andés 2138 cuando suena el teléfono y una voz, al otro lado, le pregunta si esa es la casa donde vivió el escritor Roberto Arlt. Entre gritos de niños Georgina Barrientos dice:
–Ah, sí, acá vivió él, pero si usted quiere venir a ver la casa le digo que no. Si quiere nos encontramos a hablar en la puerta, pero a mí me da miedo dejar entrar a la gente. Yo vivo acá desde los diez años. Esta era la casa de mi vieja. Venga el sábado. Llámeme antes, por las dudas.
Pero Georgina Barrientos no volverá a atender el teléfono. El martes, el miércoles, el jueves, atenderá un hombre que dirá que Georgina está enferma, o en el hospital, o que recién salió.
En agosto de 1931, Roberto Arlt escribió esta autobiografía: «Sabe leer y escribir. Signos particulares: algunas faltas de ortografía (...). Instrucción: tercer grado de las escuelas primarias.» Sylvia Saítta, sin embargo, dio con documentos que comprueban que, si bien su madre lo cambió de colegio a los diez años por problemas de conducta, Arlt estudió hasta cuarto grado en el colegio General Justo José de Urquiza, en Yerbal 2368, a unas cuantas cuadras de su casa de la calle Méndez de Andés, y que a partir de los trece asistió a la escuela número 17, de Franklin y Trelles, donde terminó sus estudios primarios completos –completísimos– a los catorce.
El equívoco: aquí, allá, en todo.
Es un miércoles de julio de 2012, a mediodía. En el patio cubierto de la escuela General Justo José de Urquiza de la calle Yerbal 2368, donde Arlt estudió desde los diez hasta los trece años, hay cientos de alumnos formando fila. Entre el griterío, una mujer con uniforme se acerca a preguntar:
–¿Qué necesita?
–Quería saber si este es el colegio donde estudió Roberto Arlt.
–¿Quién?
–Un escritor argentino, Roberto Arlt.
–Ni idea. Tendría que llamar a la directora el lunes para ver si sabe algo.
El colegio, que se fundó en 1818, funciona también como museo y las paredes están tapizadas por placas de bronce que recuerdan a próceres, políticos, artistas plásticos.
–¿No hay alguna placa que recuerde que él estudió acá?
–Mire, yo no las tengo todas miradas, pero me parece que no. No me suena.
Dos días después, por la mañana, un hombre atiende el teléfono en la escuela y, aunque dice que la directora no está, reacciona inmediatamente al nombre de Arlt:
–Ah, sí, él vivió acá.
–¿En la escuela?
–No, no, en el barrio. Roberto Arlt vivió en la mansión de Flores.
La Mansión de Flores es un complejo de casas que se inauguró en 1924 y donde vivieron noventa y cinco familias. Entre ellas, dice el hombre, la de Roberto Arlt. Aunque no suele aparecer entre los datos de su biografía, los vecinos que viven en la Mansión de Flores colocaron una placa que asegura que pasó por ahí.
–¿Arlt fue a esa escuela?
–A esta escuela no sé, si le digo le miento. Me imagino que si hubiese venido acá habría alguna placa. Igual, como le digo: si le digo, le miento.
Tres días más tarde, la secretaria del colegio dirá:
–Yo no le puedo decir que revisé todas las placas pero no recuerdo haber visto ninguna recordando a ese señor que usted dice.
Arlt, como confirmó Sylvia Saítta, estudió aquí. Pero hoy nadie sabe, nadie recuerda.
«Oficios: varios. Filiación psíquica: Humor cambiante. Necesidades: reducidísimas. Ideales: ninguno. Convicciones: ninguna (...). Defectos: Vanidoso como todos los autores. Susceptible, desconfiado, a veces injusto. Egoísta. Virtudes: sinceridad absoluta. Fe en sí mismo. Aceptación tranquila de todo fracaso y desilusión (...). Posibilidades: Si trabaja con asiduidad y no se deja marear por el éxito fácil, será un escritor de alcances sociales estimables. Juicios externos: Según algunos, un cínico, para otros un amargado: y para mí mismo, un individuo en camino a la serenidad interior definitiva.» Cuando escribió eso tenía treinta y un años, tres libros publicados, mujer, la hija, trabajaba en un diario, viajaba, tomaba clases de inglés (hay quienes dicen que también de piano) y fumaba tres cajas de cigarrillos por día acompañadas por litros de café.
Un hombre –eligió escribir– en camino a la serenidad interior definitiva.
Es un sábado gélido y el barrio de Flores está desierto. Junto a la puerta de chapa negra de la casa de Méndez de Andés 2138, donde Roberto Arlt vivió parte de su infancia, cuelga un timbre, mechones de cables apenas sujetos a una placa de madera. Por encima del tapial se ven las ramas de un limonero, las molduras y los techos de una construcción antigua. El timbre suena, pero nadie responde. El telé...

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