Salvar los medios de comunicación
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Salvar los medios de comunicación

Julia Cagé, Joan Riambau Möller

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Salvar los medios de comunicación

Julia Cagé, Joan Riambau Möller

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La historia de los medios de comunicación está marcada por crisis recurrentes de diversa índole. La presente, de alcance global, está relacionada con la eclosión de Internet, la desafección rampante hacia las cabeceras tradicionales y las dificultades crecientes para rentabilizar la inversión necesaria para producir las informaciones y mantener la independencia de los periodistas. Unos condicionantes que hace tiempo que están estimulando la imaginación del otrora cuarto poder y que han llevado a la economista Julia Cagé a elaborar una innovadora propuesta de financiación inspirada en el modelo híbrido entre el negocio y el non-profit de las grandes universidades internacionales, y, dado que la información es un bien público, regulada por ley. Este conciso pero provocador ensayo es una potente herramienta práctica para los agentes implicados, pero también un útil instrumento crítico para todos los lectores, una invitación a reflexionar sobre cómo nos informamos en la era del redactor en jefe Google y qué uso hacemos de los medios –¿pagar o no pagar?–, y a tomar cartas en el asunto. Y es que la propuesta de Julia Cagé no sólo consiste en refundar los medios de comunicación, sino también en implementar un nuevo modelo para una democracia y economía en crisis.

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Information

Year
2016
ISBN
9788433936721

1. ¿LA EDAD DE LA INFORMACIÓN?

¿Vivimos en una sociedad de la información? ¿Hay cada vez más periodistas y, en un sentido amplio, más productores de contenidos o bien se encuentran en vías de desaparición? ¿La calidad de la información no deja de aumentar o bien se ha degradado en beneficio de una profusión ilusoria y de un flujo continuo de noticias que no lo son?
Antes de proponer vías para salir de la crisis actual de los medios de comunicación, hay que establecer un diagnóstico preciso de la situación y comprender mejor quién produce la información, cómo se difunde y quién la consume. No se trata sólo de la información tal como la ofrecen hoy los medios de comunicación, sino de una forma más general del conocimiento en su más amplia acepción, ofrecido por el conjunto de industrias culturales, universidades, museos e incluso cines y teatros. La información como bien público; la que constituye el pilar de la participación política y de la democracia.
Aunque la información es un bien público, es un bien público que no puede ser producido directamente por el Estado, al igual que otros muchos bienes culturales. Por ello, hay que repensar el modelo económico de los medios de comunicación en la encrucijada del mercado y del Estado, del sector público y del sector privado. Las soluciones al igual que los problemas son los de la economía del conocimiento en el siglo XXI. Varios sectores productores de conocimientos y de cultura han desarrollado desde hace tiempo modelos que permiten superar la ley del mercado y del beneficio y a la vez escapar al control del Estado. Los medios de comunicación pueden inspirarse en ellos para ampliar el campo de posibilidades y salir de la crisis.

La información más allá de los medios de comunicación

Es difícil estimar con precisión la aportación del «sector del conocimiento» a la economía. Eso supone tener en cuenta no sólo la aportación de la cultura sino, también el papel desempeñado por otros campos, en particular la educación superior y la investigación.
Según un reciente informe oficial, la «cultura» en sentido estricto aporta un 3,2 % al PIB francés,1 lo que representa siete veces la industria del automóvil y el equivalente del sector de la agricultura y la industria alimentaria. Ese sector emplea directa e indirectamente a 670.000 personas, un 2,5 % del empleo total. La «cultura» se define aquí como la suma de los sectores de la prensa, del libro, del audiovisual, de la publicidad, de los espectáculos en vivo, del patrimonio, de las artes visuales, de la arquitectura, del cine, de las industrias de la imagen y del sonido y del acceso al saber y a la cultura. De igual manera, la producción artística y cultural representa un 3,2 % del PIB en Estados Unidos –más que la industria de los viajes y del turismo (2,8 % del PIB)–,2 y la contribución de las industrias creativas (creative industries) en el Reino Unido se estima en un 5,2 %.3 Sin embargo, sería un error detenerse ahí. Los centros de educación superior y los centros de investigación desempeñan un papel central en la producción y la transmisión del conocimiento, a menudo en estrecha simbiosis con los sectores culturales y en particular con los medios de comunicación. Además, su peso supera el de todos los sectores culturales reunidos. La educación superior y la investigación representan actualmente un 3,8 % del PIB en Francia (1,5 % la educación superior4 y algo menos del 2,3 % la investigación) y el 5,6 % del PIB en Estados Unidos (2,8 % la educación superior y 2,8 % la investigación). Los efectivos empleados representan alrededor de 650.000 personas en Francia, cerca del 2,5 % del empleo total. Los efectivos totales de la investigación pública y privada (incluyendo I+D) alcanzan la cifra de 400.000 personas (de las cuales 250.000 son investigadores) y los de la educación superior pública y privada rondan las 150.000 (de las cuales 80.000 son profesores y profesores-investigadores).
Así, si se incluye la cultura, la educación superior y la investigación, se constata que el sector del conocimiento representa el 7 % del PIB francés y casi el 5 % del empleo. Si se añadiera la educación primaria y secundaria, se superaría claramente el 10 % del PIB, que puede desglosarse aproximadamente en tres tercios: un tercio para la cultura, un tercio para la educación superior y la investigación y un tercio para la educación primaria y secundaria. Los órdenes de magnitud son comparables a los de los Estados Unidos, con un peso aún más importante para la educación superior y la investigación.
Dentro de ese sector de considerable importancia, el subconjunto que representan los medios de comunicación puede parecer relativamente débil. Con una parte en el volumen de negocio total de la cultura inferior al 30 %, los medios de comunicación (prensa escrita, radio y televisión) contribuyen muy poco, desde el punto de vista contable, a la producción de conocimiento. En Francia hay casi el doble de profesores-investigadores que de periodistas (y en Estados Unidos, el triple), y todo indica que si se mantienen las tendencias actuales esa diferencia se ampliará. Mientras que entre 1992 y 2013 los efectivos de profesores y profesores-investigadores aumentaron en más de un 67 %, el número de periodistas sólo aumentó un 38 % (una progresión repartida de forma muy desigual en función de los medios de comunicación).
Sin embargo, los medios de comunicación siguen siendo un sector considerable por la importancia de su público. La educación superior en Francia cuenta con 2,4 millones de estudiantes, o un tercio de los lectores acumulados de la prensa diaria regional. Incluso considerado en su conjunto, el sistema educativo francés cuenta apenas con más alumnos, estudiantes o aprendices (15,2 millones) que la audiencia acumulada de los informativos televisivos de TF1, France 2, Arte y M6 (13,6 millones). El espectáculo lírico en Francia supone 1.000 representaciones líricas que atraen a más de 1,4 millones de espectadores por temporada, casi seis veces menos que el número de visitantes únicos mensuales en la página web de Le Monde. Los 328.000 espectadores de los ballets de la Ópera de París son menos que la media de lectores diaria de la edición en papel de Ouest-France.
A menudo se lamenta –en parte, con razón– el desamor hacia la prensa escrita, pero mientras que más de dos tercios de los franceses de quince años o más leen regularmente un diario, menos de un 60 % va al cine al menos una vez al año, apenas un tercio visitan los museos o exposiciones, y sólo una quinta parte asiste al teatro. Se puede hacer una constatación idéntica en otros países europeos y en Estados Unidos.
Ésa es la paradoja de los medios de comunicación y, en particular, de la prensa. Un número reducido de actores, con un peso económico relativamente débil y que reposan sobre un número de trabajadores con un peso aún más débil, llegan a un público extremadamente amplio y son susceptibles de influir en decisiones esenciales para el buen funcionamiento de la democracia. En un contexto en que el sufragio universal ya no basta para legitimar el poder político, la democracia debe, más que nunca, apoyarse en el contrapoder que representan los medios de comunicación.5 Una gran diversidad de estatutos y de financiaciones
Sin embargo, ese contrapoder es múltiple. La mayoría de los periódicos son sociedades por acciones, pero las empresas de trabajo asociado representan en Francia más de dos tercios de las radios. En general, las múltiples empresas ligadas al sector de la economía del conocimiento adoptan formas muy diversas. Mientras algunos de los grandes grupos de medios de comunicación internacionales cotizan en Bolsa (The New York Times Company, por ejemplo), ése no es el caso de casi ninguna universidad (las que cotizaron, en Estados Unidos, vivieron unos tremendos fracasos y hoy parece prácticamente inviable que ese modelo pueda extenderse).
Las universidades más grandes del mundo, cuyas dotaciones de capital (más de 30.000 millones de dólares en el caso de Harvard, Yale o Princeton) superan los fondos propios de los bancos más grandes del mundo, adoptan la forma de fundaciones sin ánimo de lucro, y a nadie le pasa por la cabeza convertirlas en sociedades por acciones. En todos los países, el dinero público desempeña un papel primordial en la financiación de las universidades, incluso por supuesto en Estados Unidos, junto a los contratos de investigación y las matrículas, sin que ello cuestione su independencia. Los centros de investigación, los teatros y los cines, las productoras, las escuelas primarias y secundarias, adoptan también estatutos muy diversos, que corresponden a otros tantos modelos de gobernanza, de financiación y de reparto del poder.
No hay, por ello, razón alguna para pensar que el modelo de la sociedad por acciones y de la autofinanciación integral mediante las ventas y la publicidad sea el modelo adecuado para los medios de comunicación del siglo XXI. Al contrario, todo invita a innovar y a aprender de esa multiplicidad de estatutos que caracteriza la economía del conocimiento en todo el mundo.
Más aún dado que el modelo de la sociedad por acciones ha demostrado ser incapaz de superar los retos a los que hoy se enfrentan los medios de comunicación. En un contexto de creciente competencia, ha empujado a los actores mediáticos a reducir costes, en particular a disminuir considerablemente las dimensiones de sus redacciones, cuando hubiera sido preferible mantener las inversiones y apostar por la calidad. Ha llevado a los medios de comunicación a abandonar cada vez más la información en beneficio del infotainment, e incluso del entertainment puro y duro, del simple entretenimiento, con una producción mucho menos costosa y a menudo más rico en ingresos publicitarios, dejando a un número creciente de individuos sin acceso a la verdadera información.
No se trata de hacer aquí un juicio de valor sobre uno u otro programa de televisión, ni de alzar una barrera entre un artículo de prensa «serio» que sería digno de atención y otro que sería un mero entretenimiento. No hay nada intrínsecamente «mejor» en la información que en el entretenimiento pero, al igual que se considera que hay un mínimo de competencias y de conocimientos necesarios a los que todo el mundo debe tener acceso gracias a la escuela, la información es un bien público que debe ser «accesible a todos». Y por ello hay que proteger su producción, lo que hoy significa repensarla.

¿Qué es la información?

Volvamos a la noción de información, producida por periodistas y aprehendida como un bien público. ¿De qué se trata? ¿De un artículo publicado en un diario llamado de «información general» o en su sitio web? ¿O en el sitio web de un pure internet player, un diario de información sin edición en papel? ¿O de un reportaje emitido en el curso de un informativo en televisión? ¿De una entrevista exclusiva durante una matinal radiofónica? ¿De un post en un blog? ¿De un simple tuit? ¿Y qué decir de una foto colgada en Instagram o de un vídeo subido en YouTube? ¿La información es todo eso a la vez? ¿O nada de todo eso?
Todo el mundo estará de acuerdo en que un artículo del New York Times sobre el conflicto entre Al Qaeda y el Estado islámico en la frontera siria es una noticia. En el caso del nacimiento de un royal baby –primer o segundo episodio– cabe hacerse la pregunta, aunque los medios de comunicación ya parecen haberle dado respuesta. ¿Y un tuit amoroso de una primera dama el día de San Valentín? ¿Por qué arte de birlibirloque un simple tuit se transforma en noticia? El filtro de las agencias de prensa desempeña aquí un papel primordial. La función de una agencia de prensa es proporcionar una información rápida, verificada y completa. Lo que a veces no es más que un murmullo, un rumor o un buzz se convierte en información en cuanto da pie a un comunicado de prensa, una noticia de la que pueden hacerse eco los otros medios de comunicación y diseccionarla.
De forma más general, retomando la definición del régimen jurídico de la prensa en Francia –una definición importante puesto que abre las puertas a diversas ayudas públicas–, una noticia es un contenido original «relacionado con la actualidad y que ha sido objeto de un tratamiento ...

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