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ANDRÉS
Centrados en el proceso: Cuaternidad relacional
La gran revolución que generó Carl Rogers fue el centrarse en la persona, y no en el terapeuta o counselor, como venía sucediendo –y aún continúa en otras líneas–, generando esa famosa idea de que no le damos el poder al consultante, sino que simplemente no se lo quitamos. Eso fue su “sello”, que desarrolló práctica y teóricamente en su Modelo Centrado en la Persona.
Si bien hace años nuestro colega argentino Luis de Nicola presentó un excelente trabajo donde explicaba que el concepto de persona, no implicaba “un individuo”, y Virginia Moreira Leitao, colega de Brasil, en su libro Más allá de la Persona hizo una fuerte crítica a la idea individualista que implicaba para muchos la idea de “persona”, sigue habiendo en nuestro movimiento esa concepción original –persona es un individuo– propia de un modelo surgido en Estados Unidos de Norteamérica. Sin embargo, una lectura profunda, en el sentido de Jacques Derrida de deconstrucción, permite aclarar que en Rogers estaba la idea de relación como el eje del centrarse en la persona, pero no en el proceso en sí mismo. Con el correr de los años posteriores a su fallecimiento, fueron apareciendo discípulos que hacían eje en alguno de sus conceptos e incorporaban otros, generando grupos que alguien denominó “tribus”. Entre ellos se encuentran clásicos, experiencialistas, analíticos, procesuales, expresivos, sistémicos caóticos, fenomenológicos existenciales e integrativos. Sin embargo, muchos siguen centrándose en la persona como individuo, otros suman el vínculo, agregando a su escuchar recursos metodológicos que se integran a los verbales creados por Carl Rogers.
La única manera que observo de superar este dilema, y apuntalar lo holístico y el “nosotros”, consiste en un modelo que denomino centrado en el proceso, que no es lo mismo que centrado en la relación, porque en esta última opción se sigue hablando de tres partes: una que relata lo que le pasa con lo que le pasa y la otra escucha, la relación que se establece, y luego el profesional interviene con la metodología que sustenta su saber. Qué pasa si pensamos que si bien hay dos en un inicio, alguien que consulta y alguien que es consultado, y lentamente la relación emerge uniendo esas dos partes iniciales en una sola: el vínculo, que marca el camino y, en ese transitar, hay momentos donde este es experiencial, otros clásicos, analíticos, caóticos, fenomenológicos, expresivos, integrativos, etcétera.
Esto trajo aparejados grandes desafíos en la formación de futuros colegas en la cual, además de enseñar y practicar el modelo original, se incorporan, como hacen los artistas, recursos diversos (no olvidemos que lo que hacemos es un arte) que, integrados en el profesional, pueden emerger de lo que marca el proceso, como “pinceladas” de un pintor, o notas musicales que nacen del instrumento que usa el músico, o “cinceladas” de un escultor, que se dejan llevar por la obra que están realizando. Es la obra la que lleva a ese artista, no la tela, ni el pincel, ni los colores, ni el mármol, ni los aditamentos que utilice. Salvo que ese “artista” solo reproduzca una realidad “real”, una música hecha por otro, algo que está preconcebido e implica que no se aleje ni un ápice de lo transmitido; en ese caso, lo que hace esa persona no es arte, sino una copia. Esto es lo que hacen muchos colegas cuando reproducen intervenciones “terapéuticas” de sus maestros, y no son ellos mismos entregados al arte de crear salud y facilitar el desarrollo personal. Es aquí donde la idea que planteo en mis textos desde hace años, esto que he denominado holístico, integrativo, quiasmático, que surge desde una posición ética no directiva, donde no entrego el poder, ni lo quito, se lo doy al proceso que rodea al triángulo formado por consultante, consultor, relación, y me dejo guiar por él.
Por otra parte, esto diluye cualquier idea de “tribu”, o agrupación liderada por alguien, y que implica de por sí un modelo dogmático, en la medida en que piensa que su método es el mejor. Interesante paradoja que hay que superar si queremos que el nosotros sea el camino de la revolución humanística descentrada de lo humano.
Para ello hay que pensar en el principio de la cuaternidad, “ley” que “mueve” el universo, lo vivo y lo no vivo. Tenemos aquí los cuatro elementos –tierra, aire, fuego, agua–; las cuatro estaciones –verano, otoño, invierno, primavera–; el cuadrado donde si se unen la cuatro puntas aparece el círculo; la cruz de Cristo, donde si se unen la cuatro puntas se forma un óvalo (el círculo y el óvalo son equivalentes a mandalas), que marcan la idea de algo que cierra la Gestalt; la armonía es circular u ovalada, la cuaternidad humana –biológica, social, psicológica, espiritual–; las cuatro vivencias con las que nace un/a bebé –tristeza, alegría, miedo, amor–, y los cuatro jinetes del Apocalipsis –el caballo rojo, la guerra; el bayo, la muerte; el negro, el hambre; el blanco, la esperanza–, este último, como la alegría y el amor, el otoño y la primavera, lo espiritual como la posibilidad de trascender, el aire y el agua para sobrevivir. ¿Metáforas, mitos, realidades, leyes?
Te preguntarás a qué viene esto: por qué y cómo centrarse en el proceso es el camino más adecuado para ayudar a alguien a encontrarse consigo mismo y con los otros en un camino de despliegue amoroso en el nosotros.
Si solo nos centramos en quien consulta y en el vínculo, nos olvidamos de ese todo que nos envuelve; si solo nos centramos en nosotros como profesionales y en cómo intervenir, no acompañamos al consultante, sino que lo dirigimos hacia donde nuestra teoría/verdad indica que es lo mejor para ese otro y entonces elegimos por él/ella; si solo nos centramos en la relación seguimos centrados en nosotros, atentos a ver lo que pasa “en y dentro de ella”.
Si mientras estamos allí, presentes en los instantes que devienen, pero sobre todo de aquello que no es visible, si no lo queremos ver, que es el proceso, el cuarto elemento, el cuarto jinete, el que nos indica un camino, que no sabemos de entrada, que tampoco lo sabe el consultante, y es por ello invisible. Invisible, pero que da sentido a esa relación, invisible como el espacio entre dos árboles, o dos cosas, que hace que veamos dos. Ese espacio que nos engloba es el que nos guiará, si nos entregamos a que eso suceda de una manera cuaternaria, integradora.
Si mientras estamos allí nos descentramos de las tres partes –consultante, nosotros, la relación– emerge el proceso en sí mismo, y esto acontece/sucede; si tenemos incorporadas las actitudes y la noción de no directividad, así como algunos recursos que se hicieron “carne” –encarnaron en nuestro ser profesional– y surgen solos, de improviso, y se manifiestan en nuestras intervenciones.
A mí me sirve, antes de intervenir, mirar hacia arriba, dejarme llevar por lo que escucho de ese “invisible” proceso circular, esa totalidad que nos engloba, a la que solo puede accederse desde la intuición, que nos aleja de la razón y nos libera en un encuentro con el quiasma que transitamos juntos.
Sé que es difícil explicar esto: el lenguaje es lineal y lo que sucede es recursivo circular; por ello la noción de quiasma es útil para entenderlo y ejercerlo. Necesitamos metáforas también, quizás poesía.
Por supuesto, no siempre es posible, no toda relación de ayuda lo posibilita, no siempre se dan las circunstancias para que ello pueda darse, a veces las emergencias del otro y las nuestras lo dificultan, pero ello no impide que tengamos ese objetivo.
Nota: El proceso es el caballo blanco; el rojo es el conflicto; el bayo es la vivencia de finitud, la angustia existencial, la pérdida de sentido; el negro, la necesidad, el deseo, la injusticia que nos invade.
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LEO
Sobre lo cuaternario
Muy bueno, Andrés, ese movimiento para identificar el proceso como cuarto elemento en la experiencia del encuentro.
Lo de “mirar hacia arriba” que utilizás como recurso en determinado momento para echar mano a una presencia con perspectiva ampliada, me recuerda a cuando Rogers contaba lo de sentirse flotando en la situación terapéutica, cuando la relación fluía libremente y no se obstaculizaba.
Por otra parte, la mirada del arte y lo irrepetible, lo imprevisto, todo ello ya muy presente en aquello que elegiste condensar en la currícula de lo que era la formación unos veinte años atrás: Moreno y la espontaneidad; el–ser–ahí de Heidegger (alejándose de la idea de individuo monádico) como un evento de plasticidad máxima; G. Bateson y la recursividad. Todos ellos elementos que sustentan esa idea de que el proceso es un evento en conexión con un universo más amplio capaz de “conectar” con otras esferas, quizás transpersonales, de lo vincular.
En lo cuaternario: allí vas de la poesía a la mirada de la numerología. Cuatro es la cifra de la materialización, de lo que toma cuerpo, una vez que se ha puesto en marcha la tríada de la afirmación, la negación, la conciliación y luego el evento físico (poniéndonos menos esotéricos: el positivo, el negativo, el neutro; y luego la acción, luz, movimiento o lo que fuere).
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ANDRÉS
Qué une, qué genera
Gracias por tu aporte, es para seguir pensando lo que se une y genera algo distinto a las partes que se van vinculando, y eso es lo que va pasando en un proceso de ayuda, y este fluye cuando la cuaternidad se “instala” en ese encuentro.
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LEO
Digestión de experiencias / enfoques
En interés de acercar una imagen al diálogo, que pueda brindar otros modos de comprensión a ciertos procesos, comparto una reflexión acerca de la digestión de las experiencias.
Esta descripción surge de un encuentro donde alguien como consultante manifestaba darse cuenta de que algo le estaba cayendo mal, e identificaba en tiempo real, “una mala sangre” que no era capaz de procesar. Para ello había logrado, quizás, acrecentar su atención progresivamente, hasta identificar que ciertos disgustos, broncas y otros sentimientos displacenteros podían ocasionarle una respuesta en forma de síntomas: dolor estomacal y espasmos punzantes. Síntomas que solían presentarse horas, o días después.
Aprender a seguir una pista de estos síntomas puede revelar de inmediato que los eventos emocionales están directamente relacionados con la posterior respuesta orgánica en forma de malestar; en un lenguaje más lento que el del pensamiento.
Esta observación sencilla, que puede resultar obvia, no se contrapone en absoluto con que haya un correlato bioquímico de esos síntomas, una serie de eventos a nivel de los órganos, la sangre y humores corporales; tampoco pretende simplificar un cuadro que suele ser mucho más complejo, solo hacer notar el vínculo entre la experiencia traumática y el ulterior malestar.
La costumbre adquirida y aprendida es vivir con varias corazas para protegerse de las amenazas, armaduras capaces de atenuar los efectos de las experiencias; tanto de las placenteras como las displacenteras. Dicho hábito y aprendizaje funcional, útil de algún modo a cierta supervivencia, demuestra no ser especialmente eficaz a los que intentan despertar a otra sensibilidad, a otra intensidad en la vivencia y, además, no permite que alguien pueda tomar consciencia de las sensaciones y sentimientos con los que acompaña su devenir. En la mayoría de los casos, asiste a su vida y se la autorrelata, sin escuchar ni su afectividad, ni su deseo, ni a su cuerpo. Es decir, reemplaza con un diálogo interno, a veces obsesivo, caótico, lleno de ritornelos y lugares comunes, la atención al flujo vital; aquel darse cuenta de que lo que pasa ante la percepción es su propia vida.
Yendo al grano, y sin ánimo de mencionar decenas de autores que citan la consciencia de sí, la atención plena, el vivir en el aquí y ahora –y demás miradas que expresan esto muy claramente–, el foco de estas líneas intenta destacar que existe algo similar a una digestión de las experiencias.
Cuando estoy presente, cuando estoy atento a la vida y especialmente a los procesos afectivos, puedo reconocer cómo me impactan las vivencias, hacia dónde me movilizan, qué memorias despiertan en mí, qué deseos, qué carencias, qué alegrías y dolores. Dicha digestión facilita la asimilación, el acceso a los componentes alimenticios, y a la eliminación de los detritos; disuelve los bloques de sensaciones en unidades procesables...
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ANDRÉS
Metabólico
Me gusta mucho la idea de digestión porque implica un proceso “metabólico”, acerca del cual traté en Manifiesto humanístico y que luego profundicé en El suceder humano, mi libro más reciente.
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LEO
La experiencia de contacto
En un territorio tan esquivo de mapear como el encuentro humano y en especial aquel ligado a la relación de ayuda, o encuentro terapéutico, se vuelven significativos pequeños signos que operan como claros en el bosque, hitos que indican un rastro a seguir.
Está en la experiencia, la intuición, y sobre todo en la escucha del otro y de uno mismo, el saber detenerse y reconocer esos signos, capaces de revelar senderos de acceso al corazón de algún asunto.
Quiero nombrar especialmente lo que entiendo por hacer contacto consigo mismo, como una referencia notoria y perceptible a simple vista o “simple escucha”.
Cuando alguien junto a mí a veces detiene un instante su relato y se queda rumiando algo de lo que se escuchó decir, o que halló en las palabras...