3
Pedagogía de la vida y de la muerte
Ante la represión sexual surgen voces airadas contra sus nefastas consecuencias, y ante la represión de la muerte el silencio es atronador.
Educar para la vida es educar para la muerte
[...] ¿Qué les pasa a los pedagogos, tan científicos y tan racionales hoy en día, que no se enteran en sus estudios que cada sujeto humano acaba siempre muriéndose y que consiste, precisamente, en ser “moriturus” y no sólo “mortalis”?
[...] La muerte está aquí: en este accidente, en aquel hospital, en la habitación de casa, en la prisión, en el frente de guerra, en la acción guerrillera o al final de la manía de un terrorista. Una pedagogía seria, realista, científica, no puede esquivarla: al contrario, la incorporará en su “corpus”, tanto teórico como didáctico [...] no podemos dejar “muerto” el asunto pedagógico de la muerte.
La escuela no ha de apartar la mirada de la realidad escapándose en ilusiones por atractivas que éstas se presenten [...] NO; los pedagogos respetables no pueden prescindir de la hora suprema, del deceso, en sus trabajos. Tampoco pueden ignorar la muerte los educadores que deciden no hacer trampa.
Octavi Fullat
Consideramos muy importante desarrollar una pedagogía del sufrimiento y de la muerte porque no existe ninguna especie animal, excepto la humana, que sepa que tiene que de sufrir y morir. Hombres y animales somos mortalis, pero tan sólo el ser humano moriturus (sabe que ha de morir) y salta a la vista que muchos “colegas” nuestros no pueden soportar la certeza de la propia finitud.
Nuestra sociedad (¡primer mundo!) valora el éxito personal, entendiendo por él –como mínimo– una buena promoción profesional, un deseable poder adquisitivo y un aspecto físico que transmita una imagen de belleza y salud. Se nos exige, desde fuera, ir a más: ganar más dinero, tener más cosas, ser más parecido físicamente a los modelos estéticos de moda. Representa que el que tiene todos estos parámetros incorporados a su existencia, es feliz. Y a quienes no disponen de alguna de estas características, les es “imposible” alcanzar un nivel más o menos óptimo de bienestar y de dicha. A lo largo de la existencia, hay momentos en los que toca perder: conviene estar preparados para esta realidad inevitable. Es obvio que quien nada tiene, nada puede perder.
Por todo ello, reiteramos que es muy valioso, y ya desde la infancia, meditar sobre la pérdida, el sufrimiento y la muerte. Ello implica pensar en la manera que nos planteamos la vida. Una pedagogía de la muerte y del sufrimiento es, en definitiva, una pedagogía de la vida. No es posible hacer una pedagogía de la vida sin educar para la muerte y para el sufrimiento. La pregunta por la existencia y la muerte son inseparables. Unamuno decía: “Cuanto más se piensa en la muerte más calma serena se gana para la vida”. Lo que importa de veras es educar para la vida, pero ello es inseparable de la presencia de la muerte.
A la vez, es necesaria una reeducación de los adultos, y una educación infantil y juvenil realista y auténtica respecto al sufrimiento, la propia muerte y la de las personas que amamos. La temática sobre el sufrimiento y la muerte es la gran ausente en los currículos escolares. Nuestra sociedad occidental debe “desfrivolizar” la muerte y reconciliarse con ella, ya que sufrir y morir es propio de todo ser humano. Si la muerte es la única certeza que un día u otro nos “atrapará” y en la cual somos del todo insustituibles, ¿por qué no prepararnos con tiempo? sin angustia, sin pánico... ¡con realismo! No es justo que la educación escamotee los temas y las vivencias dolorosas a los niños y a los jóvenes, y los proteja en un envoltorio de algodón que de bien poco les servirá cuando se encuentren frente al primer contratiempo o pérdida significativa. Y lo que es más grave: no se deja participar a los niños de la muerte ni del duelo. Pensamos que esto puede ser “traumático” para el niño, cuando lo realmente grave es la barrera que ponemos entre el nieto y el abuelo difunto, por ejemplo. Preguntémonos ¿qué sucede cuando debemos enfrentarnos a la muerte, la nuestra y la de nuestros seres queridos?
En paralelo a las vivencias del éxito debemos aceptar las del fracaso, la pérdida, el sufrimiento. No es fácil entender y hacer entender que la auténtica felicidad se fundamenta en el goce y en el dolor, y tendemos en exceso a esconder el rostro del sufrimiento. La pedagogía que contemple estos parámetros potenciará el ilusionado redescubrimiento de los valores que generan estas duras situaciones: la serenidad, la paciencia, el silencio, la comprensión, la ternura, la compasión. Es básico ofrecer criterios a nuestros niños para que sepan distinguir lo urgente de lo importante, como dice Mafalda en una de sus célebres y acertadas frases.
Una de las actitudes más naturales y necesarias en el ser humano es la de proteger a los más pequeños de la especie. La protección es necesaria para preservar a los niños de cuestiones que puedan entorpecer su desarrollo y la afirmación de su propia identidad. Pero, en ocasiones, confundimos proteger con impedir que el niño se enfrente a acontecimientos difíciles como pueden ser las pérdidas que le provocarán tristeza y dolor: separación de sus padres, muerte de una persona muy querida, enfermedad de un hermano... ¿Por qué los adultos intentamos esconder o disfrazar estas realidades? ¿Y por qué no sabemos negarles nada? En gran parte, el éxito de Halloween8 se explica porque va dirigido al niño, para el que casi nunca se le tiene preparado un oportuno “No”. Y el consumo ha encontrado ahí un excelente filón de mercado potencial con un usuario extraordinario, ¡el niño!
La muerte higiénica –en la clásica expresión de Norberto Elias– es un fenómeno específicamente urbano, y occidental. Los niños y las niñas de nuestra sociedad viven en un mundo en el cual la muerte y el dolor son más sucesos virtuales que fenómenos reales. Contemplamos la muerte a diario, a través de la pequeña pantalla: esta exhibición cotidiana de la muerte no comporta, sin embargo, una interiorización de la muerte como experiencia real, sino más bien al contrario. La muerte acaba formando parte de la ficción, pero no queda integrada en el mundo real. Desde esta mirada, la muerte es una realidad que tan sólo afecta a los otros, pero no a mí ni a aquellos que más me importan porque les amo.
La negación ante la muerte supone vivir como si no tuviésemos que morir nunca, sin pensar en ella, incluso sin mencionarla, no se diera el caso de que viniese demasiado pronto (de hecho, siempre es demasiado pronto). Reconocemos esta ocultación de la muerte como un fenómeno occidental y contemporáneo, ya que en otros ámbitos culturales tanto del Sur como de Oriente, los niños y las niñas no viven de espaldas a la muerte, porque en aquellos lugares ella es un hecho social que forma parte de la cotidianidad. Los adultos hemos de reconocer que con frecuencia escondemos la vertiente oscura de la pérdida y la muerte a los niños y jóvenes, como si actuando de esta manera les pudiésemos evitar el dolor, cuando sabemos que ellos también lo viven y sería más humano compartirlo que esconderlo. Ocultar que la vida tiene su ración de sufrimiento equivale a dejar a los niños desamparados y solos ante hechos dolorosos ineludibles, y, al hacerlo, les privamos de conocer la dimensión más esencial de la existencia. Esta “prohibición/tabú” –tan poco pedagógica– se da tanto en el espacio familiar como en el ámbito escolar. Por esta razón, cuando la muerte está cerca, nos sentimos impotentes y no sabemos ni qué hacer ni qué decir. Como afirma el filósofo Francesc Torralba, se han de presentar las luces y las sombras del mundo en que vivimos, y ofrecer instrumentos para que tanto niños como adolescentes y jóvenes no se sientan indefensos ante sucesos difíciles de afrontar.
Si, como ya hemos apuntado, la muerte es un tabú social y su presencia omnipresente, en una sociedad carente de esperanza y de respuestas (al sernos imposible excluirla de nuestras vidas, los humanos hemos decidido que es indigna de nosotros, oculta, proscrita y prohibida, nos parece menos temible y más lejana), proponemos una rehabilitación pedagógica de su presencia, con el objetivo de vivir una vida auténtica y con sentido.
Objetivos de una pedagogía de la muerte en la escuela
¿Qué podemos esperar que se consiga con la educación sobre la muerte? Los objetivos son diferentes, según la edad y las necesidades de los niños y adolescentes, pero algunos son importantes para todos. De modo general, los educadores podemos considerar, entre otros muchos posibles, los que sugerimos a continuación:
1. Reflexionar sobre la muerte desde una sociedad del bienestar.
2. Hacer patente que el hecho de pensar en la muerte nos ayuda a vivir más libremente y con más sentido el tiempo de nuestra finitud.
3. Explicar a los niños y adolescentes que la muerte es el fin natural de la vida.
4. Informarnos sobre la psicología del niño y del adolescente ante la muerte, y de las características más significativas del proceso de pérdida.
5. “Prevenir” la muerte desde el contexto educativo, desarrollando una pedagogía de la muerte en la escuela, a través de las asignaturas, de las sesiones de tutoría o de algún hecho que muestre la conveniencia de hablar sobre el tema.
6. Proporcionar a los educadores pautas, orientaciones prácticas y propuestas didácticas que ayuden a vivir las situaciones de pérdida como ocasiones de madurez y crecimiento.
7. Invitar a los educadores a sugerir y crear instrumentos y recursos que faciliten la comunicación y el intercambio de vivencias en torno a la muerte y el morir.
8. Ayudar a los niños a crecer con el mínimo posible de angustia en relación con la muerte. Si no se puede eliminar del todo esta angustia, “reconvertirla” a fin de que no se convierta en motivo de desesperación.
Psicología evolutiva del concepto de muerte en los niños
Para poder ayudar y acompañar a los niños y niñas en la aplicación de la pedagogía de la muerte, es esencial conocer la evolución psicológica de su idea de la muerte. En todos los modelos de psicología evolutiva se da una secuencia que consta de tres fases:
• Desconocimiento absoluto de la muerte
• Descubrimiento real de la muerte del otro
• Conocimiento de la propia muerte
La psicología tiene dificultades en afirmar cuál es el modelo más correcto entre los conocidos, pero sí que observa en todos ellos la secuencia anterior. El esquema que exponemos a continuación no es ni el único ni el más acertado. Como otros, presenta el inconveniente de marcar edades de manera estática:9
| 1a etapa: | 2a etapa: | 3a etapa: |
| antes de los 5 años | entre los 5-9 años | después de los 9 años |
El niño entiende la muerte como un hecho reversible que se relaciona con un viaje o con un sueño. No hay, pues, conciencia de la gravedad de la finitud. | La muerte se personifica. El niño ha oído decir que “X ha muerto” y no lo ha vuelto a ver nunca más. Entonces descubre que la muerte es un proceso irreversible, pero todavía tiene dudas sobre su naturaleza orgánica. | La muerte es captada ya como un proceso totalmente irreversible, que responde a una ley universal, y a... |