Libro III. La segunda parte de la Crónica general de las Indias
Capítulo I. Lo que hizo Cortés desembarcando en San Juan de Lúa
Antes que entrase en el puerto, los que iban en los navíos cantidad de indios andar por la costa, y capeando a los nuestros hacían señas para que se acercasen. El general, después que hubo tomado puerto, no quiso que nadie fuese aquel día a tierra sin su licencia y mandado, recatándose no hubiese alguna celada. Los indios, como vieron que ninguno de los nuestros saltaba en tierra, dos principales de ellos se metieron en dos canoas con sus remeros, y buscando al señor del Armada, como de un navío les hicieron señas cuál era la capitana donde Cortés venía, llegáronse a bordo. Aguilar, que siempre iba con el general y Marina, preguntándoles qué era lo que querían, respondieron que hablar al general. Dijéronles que entrasen. Ellos, como vieron al general, haciendo su acatamiento, le dijeron que Teudile, gran mayordomo de Moctezuma y gobernador de aquella tierra, enviaba a saber qué gente y de dónde era aquella que venía, qué buscaba y si quería parar allí o pasar adelante.
Tenía Moctezuma, según era grande su poder, mucha noticia de los españoles desde Champotón, por vía de los mercaderes que lo corrían todo envió estos mensajeros Teudile, para luego dar aviso a su señor Moctezuma de la venida de los españoles y de lo que pretendían, para que estuviese advertido de lo que debía de hacer, porque, como adelante diré, no se holgaba nada Moctezuma con la venida de los nuestros, por los pronósticos que tenía, Cortés, aunque no les respondió, luego recibiólos con alegre cara, y hízolos sentar sobre una caja junto a su silla, mandando a todos los del navío estuviesen quedos, sin hacer bullicio, porque aquellos principales no se alterasen y recibiesen algún miedo. Luego ellos desenvolvieron una manta y sacando de ella una sonajera de oro fino a manera de limeta y cinco rodelas de plata, con gran comedimiento las presentaron a Cortés, diciéndole que de parte del gran señor Moctezuma, cuyos esclavos eran ellos, recibiese aquel pobre presente. Dicen que aquí estuvo Cortés muy confuso, porque Aguilar ya no entendía aquella lengua mexicana, que es de los Naguales, que corre por toda la Nueva España, aunque luego se entendió de Marina, que la entendía. Dicen otros que entonces no se supo que Marina supiese la lengua mexicana, porque venía con Puerto Carrero en su navío, hasta que después de haber saltado en tierra, oyendo que unos indios intérpretes, que eran de los que truxo de Cuba, interpretaban falsamente, en gran daño de los nuestros lo que Cortés respondía, habló a Aguilar en la lengua que él sabía, diciendo que aquellos perros respondían al revés de lo que el general decía. Aguilar, muy alegre, lo dijo a Cortés, el cual, llamando a la Marina por lengua del Aguilar, le dijo que fuese fiel intérprete, que él le haría grandes mercedes y la casaría y le daría libertad, y que si en alguna mentira la tomaba, la haría luego ahorcar. Ella fue tan cuerda y sirvió tan fielmente hasta que algunos de los nuestros entendieron la lengua que, aunque fuera española e hija del general, no lo pudiera hacer mejor.
Volviendo, pues, a la confusión que Cortés tuvo, acordándose de los indios de Cuba, por ellos respondiendo a aquellos principales, les dijo que él venía en demanda de aquella tierra de muy lejos, por mandato de un muy gran señor, para conocer y tratar a su señor Moctezuma, de quien tenía grandes nuevas, y para decirle algunas cosas de parte de Dios, que a él y a toda su gente convenía mucho, y que a esta causa se había de desembarcar y detenerse allí algunos días. Los principales respondieron que se holgaban mucho de ello y que lo irían a decir a Teudile, su señor, el cual tenía gran deseo de los ver. Acabadas estas y otras razones que entre ellos pasaron, mandó Cortés darles colación de conservas y frutas de Castilla y de beber de nuestro vino, con el cual se holgaran demasiadamente, dando a entender el uno al otro cuán bien les sabía. Acabada Ia colación se despidieron de Cortés con mucha crianza, el cual, como era tan avisado y sabía a lo que obliga el que da y es liberal, mandó sacar unos bonetes de grana, cuchillos, tijeras y algunas sartas de cuentas, margaritas y diamantes falsos, lo cual repartió entre los dos con rostro tan alegre que claramente mostraba meterlos en las entrañas y desear darles mucho más. Dicen que los indios, visto el contento con que Cortés les daba aquellas cosas, se atrevieron a pedirle un poco de la conserva y del vino. Cortés se lo mandó dar, y ellos se despidieron de él muy contentos para Teudile, a quien dijeron que había de dar todo lo que llevaban.
Capítulo II. Cómo después de llegado Cortés al puerto de San Juan de Lúa, envió dos bergantines a buscar puerto y de lo que les avino
La noche antes que Cortés saltase entierra determinó, para ver si podría hallar mejor puerto, enviar dos bergantines que corriesen la costa; en el uno envió a Montejo, y en el otro a Rodrigo Álvarez, por ser personas de crédicto y confianza. Encomendóles que llevasen la vía de Panuco, porque por aquella costa le habían dicho que había puerto; navegaron la costa abajo, y descubrieron a do es ahora Villa Rica la Vieja y corrieron toda la costa de Almería y toda la demás costa casi hasta Isla de Lobos, adonde les dio tiempo tan bravo que nunca pensaron salir con vida del peligro en que se vieron; faltóles luego, aunque el tiempo abonanzó, el agua, y de tal manera que pensaron perecer de sed. Para socorrer a esta necesidad el artillero mayor, con otros dos compañeros, queriendo salir a tierra se ahogó, y el otro, esforzándose lo más que pudo, no sin muy gran trabajo y grandes heridas de la mucha reventazón que el agua hace en aquellos arrecifes, salió a tierra; el otro se volvió con muy gran miedo y no sin notable peligro a los bergantines. Luego otro día, atando sogas con sogas hasta la reventazón, echaron el escutillón todo lo más largo que pudieron, para que asiéndose a él, el que había quedado en tierra pudiese volver al navío, el cual con gran dificultad tomó el cabo, y balando los marineros con muchos golpes de mar, le metieron en el navío.
En el entretanto, Montejo y Rodrigo Álvarez mandaron que todas las armas se atasen a la tablazón del un bergantín para que la misma tormenta las echase a tierra, determinados de zabordar en tierra con los bergantines, por no perecer de sed: y ya que querían hacer esto, se levantó un norte con un gran aguacero, y como todos estaban tan sedientos, aunque el viento los fatigaba, holgaron mucho con el aguacero, porque con sábanas y algunas vasijas tomaban el agua; y era tanta su sed, que algunos abrían la boca al agua que corría por las velas abajo, que no debía ser tan buena como la del río Tajo. Mataron una tonina, porque si no era el pan, todo el demás bastimento habían echado a la mar para quitar la ocasión de la sed, y con el norte llegaron aquel día cerca de San Juan de Lúa. Fueron al real a dar mandado cómo habían hallado puerto; saltaron todos en tierra, y descalzos, las cabezas descubiertas, fueron en procesión desde donde desembarcaron hasta una iglesia que el general había mandado hacer, donde llegando, con muchas lágrimas y gran alegría. postrados por tierra, dieron muchas gracias a Dios por haberlos librado de tan grandes peligros.
Cortés se alegró mucho con ellos, porque por los vientos que habían corrido entendió el gran peligro en que se habían visto, y porque de San Juan de Lúa se hace tanta mención, será bien decir por qué se llamó así. Es, pues, de saber que si dicen Ulúa quiere decir «árbol», o una resina que de él sale, de la cual los indios hacían sus pelotas con que jugaban, que como los españoles con las manos arrojan la pelota, así ellos, desnudos en carnes, la rechazaban y daban con el encuentro del anca; y si dicen San Juan de Culhúa, quiere decir de aquella generación o gente que se enseñorearon de la tierra de México; y así, antes que los mexicanos se enseñoreasen de tan grandes provincias, los indios naturales de aquella tierra la llamaban Chalchicoeca, que quiere decir «en el agua clara».
Capítulo III. El buen recibimiento que el gobernador Teudile hizo a Cortés y el presente que el Señar de México le envió
Después que Cortés asentó su real, y con sus amigos, como adelante diremos, dio orden y manera cómo se descargase de la obligación que a Diego Velázquez tenía, y, en nombre del rey, por los de su ejército fuese elegido, y, como parecerá, casi forzado a aceptar el cargo de general, el Domingo de Pascua por la mañana vino Teudile del pueblo de Cotasta, que era ocho leguas de allí, muy como señor, acompañado de más de cuatro mil indios bien ataviados y sin armas; los más de ellos vinieron cargados con muchas cosas de comer, que mataron la hambre a todo el real. Teudile entró acompañado de los más principales a do el general estaba, el cual, como ya estaba avisado, se adereszó lo mejor que pudo y se asentó en una silla de espaldas, acompañado de todos los capitanes, adereszados lo mejor que pudieron para mostrar el autoridad de su capitán a los indios, y puesto delante de Cortés, como vio el autoridad con que estaba asentado, haciendo primero una grande inclinación, se sacó sangre de la lengua con una paja, porque la traía, al uso y costumbre de aquella gente, horadada. Fue esta la mayor reverencia y acatamiento que se le pudiera hacer entre los indios, porque sacar sangre de la lengua o del brazo o echar incienso, nunca lo acostumbraban sino cuando hacían gran sacrificio a los ídolos que por dioses tenían. Hecho este comedimiento, sacó ciertas joyas de oro y otras de pluma muy vistosas y mantas de algodón ricamente labradas, [y] mandando poner delante todo el refresco de comida, que era muy grande, por lengua de Marina y de Aguilar habló de esta manera:
Señor y valiente capitán: Bien te acordarás cómo los indios que te fueron a visitar al navío antes que desembarcases, te preguntaron qué era lo que querías y a qué eras venido, para dar de ello relación al gran emperador Moctezuma, cuyo esclavo soy yo, los cuales como tú respondiste que de parte de un gran rey y señor tuyo le venías a conocer y visitar, fueron con esta repueta y ahora son venidos con mandato del gran señor Moctezuma, para que yo te reciba y sirva lo mejor que pudiere, y en su nombre te ofreca estas joyas, las cuales te envía, agradeciéndote mucho la venida y teniendo en gran merced que tan gran señor como dices que es el emperador le quiera conocer.
Cortés, aunque luego sospechó, como después pareció, que aquellos eran cumplimientos de Moctezuma, respondió levantándose primero de la silla y abrazándole muy amigablemente, haciéndole juntamente sentar en un banquillo: «Mucho te agradezco, señor, el trabajo que has tomado de venir desde tu casa hasta aquí, pero haces lo que debes al servicio de tan gran príncipe como Moctezuma, al cual dirás que le beso las manos, y que estas joyas, por ser suyas, las tengo en mucho, y enviaré al emperador, mi señor, como prendas del amor y conocimiento con que tu señor Moctezuma le paga». Y luego, haciendo sacar un sayo de seda, una medalla, un collar de cuentas de vidrio y otros sartales, los dio por la mano a Teudile, el cual lo recibió con mucho comedimiento, rindiéndole muchas gracias, porque eran cosas que él ni los suyos jamás habían visto, y como tan peregrinas, túvolas en tanto que luego las envió a su señor Moctezuma, no diciendo que Cortés se las enviaba, sino que él porque las viese, le servía con ellas, pues era su esclavo; envióle asimismo con estas cosas un lienzo que los indios labran de algodón, en el cual, porque letras ni modo de escribir no tenían, iba pintado todo el real, los navíos y cómo habían los nuestros saltado en tierra, señalada la persona de Cortés y las de los capitanes y de otras personas principales, tan al natural como si muchos años los hubieran tratado.
Como vio Hernando Cortés el contento que Teudile mostraba con las cosas que le había dado y que allí delante de él las había dado a ciertos indios principales para que luego las llevasen al pueblo de Cotasta, sintiendo que con ellas había de enviar la embajada a Moctezuma, mandó que delante de él saliesen todos los españoles con sus armas en ordenanza, al paso y son del pífaro y atambor, y que luego trabasen una muy reñida escaramuza, y que también los de caballo con sus cascabeles y adargas hiciesen otra escaramuza, de la cual Teudile y los suyos se maravillaron mucho, porque pensaban hombre y caballo ser una misma cosa; tuvo pavor, aunque Cortés se reía con él. Mandó, hecho esto, al artillero mayor que, puestas las piezas de artillería en el orden y asiento que es menester para dar batería a una ciudad, disparase, sin quedar ninguna, contra cierto baluarte, para que los indios viesen la gran furia de los tiros y considerasen el mucho daño que podrían hacer en las personas, pues en las paredes le hacían tan señalado.
Muy espantado quedó de todo esto Teudile, y como era hombre de buen juicio, fácilmente coligió que con aquellas armas y bestias, aunque no eran muchos los nuestros, podían salir con lo que intentasen; y que sintiese esto, y aun muchos de los principales, pareció claro por el nuevo respecto con que de ahí adelante trató a Cortés, aunque antes, como dije, le honró como a sus dioses. Preguntóle Cortés que le parecía de todo lo que había visto; respondió con gran reverencia: «Señor, todo lo que he visto nunca he visto, y así no puede dejar de ser nuevo y maravilloso para mí, porque, aunque sois hombres como nosotros, sois de otro color y talle; vuestro traje es en todo diferente del nuestro, y esos hombres que andan tan altos y corren tanto y tienen cuatro pies me admiran mucho, pero lo que me ha mucho atemorizado, son aquellas armas gordas que echan fuego y suenan tanto, que me pareció que relampagueaba y tronaba el cielo». Y los navíos, asimismo, dijo que le habían admirado a causa que eran grandes casas de madera que andaban sobre el agua.
Cortés se holgó mucho con esta respuesta, porque de ella entendió que los nuestros y nuestras armas le habían puesto miedo y que todo lo haría saber a su señor Moctezuma, como luego lo hizo, despachando indios por la posta, para que de palabra y por pintura diesen a entender a Moctezuma todo lo que asaba.
Dicen que Cortés, para tener espacio de hablarle, convidó a Teudile a comer y que le asentó a su mesa. Hízose servir muy como señor, para que de todo diese relación a Moctezuma. Acabada la comida, después de haber reposado un poco, ya que Teudile se quería despedir para volverse a su pueblo, Cortés le hizo la plática siguiente:
Capítulo IV. La plática que Cortés hizo a Teudile y de lo que más sucedió
«Teudile, fiel criado y gobernador en esta provincia de Moctezuma: Porque sé que de todo lo que has visto, has dado y das larga cuenta a tu señor, será bien que de propósito entiendas quién soy, quién me envía y para qué; para que veas lo que debes avisarle, y tu señor lo que debe de hacer. Yo me llamo Hernando Cortés, soy capitán principal de toda esta gente que ves, soy vasallo y criado del mayor señor y más poderoso que hay en el mundo, el cual, tiniendo noticia de esta gran tierra y del mucho valor de tu señor Moctezuma, me envió a que le visitase y hablase de su parte, y de parte de Dios le avisase conociese los errores grandes en que él y todos los suyos viven, adorando muchos dioses en figura de animales, con sacrificios de hombres sin culpa e inocentes, viviendo en muchas cosas contra toda razón y ley natural, no habiendo ni pudiendo haber más de un solo Dios, criador de todo lo que vemos y no vemos, el cual, en sus sacrificios, como clementísimo, no pide las haciendas de los hombres ni la sangre, ni que pierdan la vida, sino dolor y lágrimas por haberle ofendido. Sin el conocimiento de este Omnipotente y solo Dios, ninguno puede ser salvo, porque solo Él es el que puede matar el alma y darle vida. Hízose hombre naciendo de una virgen sin corrupción de su virginidad, para que muriendo por el hombre, que luego al principio que le crió la había ofendido, le librase de la muerte eterna y le diese la gloria, para la cual le había criado. Para conseguir tan gran bien como éste, conviene que yo vea a tu señor y le enseñe la gran ceguedad en que con honrar a sus vanos ídolos hasta ahora ha vivido, y yo sé que cuando entienda los muchos reyes y señores que obedecen y sirven al emperador, mi señor, y el gran deseo que con la obra magnifiesta que tiene de que tu señor y todos vosotros os salvéis, le sirvirá como los demás príncipes y señores y le querrá muy de su voluntad reconocer por señor. Sabido has quién soy, quién me envía y a lo...