Las multitudes argentinas
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Las multitudes argentinas

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Las multitudes argentinas (1899), de José María Ramos Mejía, es un estudio de psicología colectiva influido por Psychologie des foules, de Le Bon. A partir de un sociologismo evolucionista, Ramos analiza la dimensión social y política de la inmigración masiva y la gobernabilidad de las masas, y aplica los preceptos positivistas a la historia social. "Las obras de Ramos Mejía (Argentina, 1842-1914), Juan Agustín García (Argentina, 1862-1923) y Jorge Basadre (Perú, 1903-1980) abrieron el camino hacia una nueva historia de Hispanoamérica, hacia una historia social. Tienen las virtudes y los defectos de toda obra fundacional: imprecisión terminológica, manejo de conceptos determinados por las corrientes de la época. Los historiadores que no las tuvieron en cuenta pasaron por alto una riqueza que a ellos mismos les hubiera correspondido rectificar, acrecentar y perfilar. Esa omisión es aún recuperable. Pero la recuperación solo es posible cuando se tenga una visión transparente de nuestro pasado cultural y de nuestra historia, es decir, una visión que no solo censure y que cuando lo haga no confunda la censura con la condena; una visión que no crea que la generosidad en la apreciación de una obra del pasado es necesariamente apología o ignorancia de la última moda. Las creaciones literarias y científicas son inevitablemente efímeras, pero el reconocimiento de la fugacidad no puede inducir a creer que lo que es pasado para una o dos generaciones carece de suscitaciones para las generaciones posteriores, de las que se supone que tienen una perspectiva más amplia." Rafael Gutiérrez Girardot

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Information

Capítulo VI. La multitud de las tiranías
Condiciones fisiológicas especiales, facilitaron a la multitud de los campos el ascendiente que adquirió en los años posteriores de la revolución. Las multitudes de donde salieron Artigas Ramírez, Rosas, Quiroga y todos los demás caudillos difieren antropológicamente de las que se forman en las ciudades y en la campiña circunvecina o suburbana, diremos así, para distinguirla de aquélla, mucho más alejada de los centros poblados, y por consiguiente más bárbara y montaraz. La de las capitales fue la autora de la emancipación. Mientras sus recursos y sus fuerzas se agotan en esa guerra, las cerriles bandadas de la pampa y soledades del litoral se producen silenciosamente, como los lepóridos, en el medio fecundo de su vida libre y sin leyes.
En las grandes batallas de la Defensa, en Suipacha, Salta, Tucumán, Montevideo y Paraguay, se desangran hasta la anemia, y se extingue aquélla, en la fatiga irremediable que le produce tanto esfuerzo. Luego se desparrama y se disuelve en los ejércitos de Chile, del Perú y de Colombia. Mendoza, San Juan y San Luis quedaron casi despoblados, después de la remonta del ejército de los Andes en 1819. San Luis, solo, contribuyó con 2.185 soldados, de los cuales, mil próximamente eran solteros, válidos y por consiguiente físicamente aptos para la reproducción.160 En esa proporción las demás, que solo se reservaron los que la selección militar había rechazado por poco aptos para llevar las armas, arrostrar los peligros de la intemperie y las inclemencias de las guerras, cuyos rigores demandaban extremada resistencia. De ahí resultan las poblaciones fatigadas que aunque nerviosas y alerta, nada pueden contra la debilidad irritable del terror y el continuo desgaste de una sensibilidad usada con abusiva prodigalidad.
La selección militar de las guerras de la emancipación prepara el triunfo y predominio de las multitudes campesinas que luego se cristaliza en la gran tiranía de don Juan Manuel. Calculo en más de veinticinco mil hombres hábiles, y en plena virilidad, los que durante la guerra de la independencia hasta el año diecinueve, más o menos, han muerto en las batallas y combates contra los españoles, o que han desertado o abandonado las ciudades por temor al servicio. Y si se tiene presente que según el censo del virrey Vértiz en 1778, la ciudad de Buenos Aires no contaba arriba de 24.000 almas, cifra que en 1801 ascendía, según lo computaba exageradamente Azara, a 40.000, que en 1810 el censo que mandó levantar Moreno, solo arrojaba 55.000 almas, si se tiene en cuenta —decía— todos esos datos, fácilmente se verán las proporciones que afectara la selección militar ejercida casi exclusivamente sobre las ciudades y los suburbios.
Mientras tanto, las agrupaciones del litoral y fronterizas, de donde van a surgir las multitudes de la anarquía, están ajenas a ese proceso selectivo, aunque, como vamos a ver más adelante, sujetas a otros, que lejos de invalidarlas, más bien las vigoriza.
En el silencio del dilatado campo y del monte impenetrable, en la zona mitoyenne en que vivían, oscilando entre el indio en completo salvajismo y el habitante de la híbrida ranchería, que tarde y vagamente empieza a participar del remoto influjo de la ciudad, comienzan aquéllas su rápido y hasta exuberante desenvolvimiento. Las tribus de Minuanes, Charrúas, Jaros, etc., etc., no se extinguen en el verdadero sentido fisiológico de la palabra, del mismo modo que no se pierde el oxígeno y el hidrógeno al transformarse en agua, bajo la acción de una corriente eléctrica. Todas las montoneras (su mayoría por lo menos), si no procedían de allí por lenta transformación biológica, tenían sin duda el dejo acre de la influencia de esa sangre. Sus borracheras homéricas, la igualdad sin clases, sus armas y el odio a la ciudad, residencia del extranjero, es decir, del español, su color y hasta el tipo de su barba, de su mano, de su pie, finalmente multitud de otros caracteres sociales y antropológicos, estaban revelando su común origen.161 Se parecían como se parece la alfarería de los Minuanes a la de los Charrúas porque proceden de una misma mano ancestral.
«Grupos embrionarios de chozas sin más contacto con el mundo de los vivos que los indios Tapes y Taqueses de la selva del Yuquery», en cuya espesura se refugiaba extraña y numerosa población, daban al cuadro el carácter tan peculiar que llamó la atención del curioso Martigny.
Por una o por otra razón, la turba aventurera y antisocial huía de los centros poblados a los campos, donde formaba mezclas y mestizaciones heterogéneas con las indiadas turbulentas con las cuales mantenían frecuente contacto. Los desalmados montaraces de las islas, en el enmarañado suelo de las cuales no habían penetrado jamás las leyes ni las autoridades civiles del régimen colonial, hacían el pendant condigno de aquel otro cuadro de la naturaleza primitiva. Las gentes que habitaban las casuchas de paja y de construcción prehistórica que se agrupaban en esas aldeas, llevaban, como todas las demás de su especie, aisladas en el inculto desierto de las tres regiones litorales, una vida vegetativa y salvaje.162 El desamparo y la pobreza tenían todo el país sujeto al miedo y a la humillación; y bajo esa atmósfera depresiva, degradadas las costumbres, incierta la propiedad, temblorosa e inerme la familia, si familia podía llamarse aquel vivir irregular de la poligamia pampeana, se había extinguido, poco a poco, todo destello de civilización y de orden. Según un distinguido publicista argentino, cuya perspicacia y preparación son tan notorias, las masas incultas y haraposas, de donde debía surgir el espectro sangriento de la anarquía, se componían de un derivado de las antiguas tribus Guenoas y Charrúas, Guaycurúes y Tapes, mezcladas con gauchos mestizos tan salvajes como ellas y desligados por entero del tipo europeo puro introducido por la conquista. Hasta 1810, las leyes civiles y administrativas del régimen colonial no habían tenido tiempo de penetrar en tan vastísimas y enmarañadas regiones que forman las fronteras de Corrientes, Entre Ríos y Estado Oriental, en el Paraguay y el Brasil.163 La propiedad civil no era respetada ni siquiera conocida remotamente; las tierras carecían de deslindes y cada uno poseía la que pisaba hasta que otro más fuerte se la quitara.164
De manera que se formó allí una población completamente especial, casi autóctona, porque se desenvolvió sin contacto alguno con la ya exangüe civilización de las ciudades; eran como otro país, como dos razas distintas que se ignoraban las unas a las otras, por el alejamiento colosal en que los tenía la absoluta falta de viabilidad en campos extensísimos. Hoy mismo uno se asombra de que haya entre centros distintos de la república, tantos cientos de leguas de tierras, cuyo seno ignoramos, a pesar de nuestros telégrafos y ferrocarriles. ¿Cómo estarían entonces, en que para salvar la distancia entre Córdoba y Buenos Aires, necesitábanse meses enteros? Así se explica cómo pudieron ser tan exóticas para las ciudades, esas muchedumbres que parecían haber brotado de entre maleza de los campos, a tal punto se ignoraban recíprocamente. Así también se explica que su silueta se confundiera con razón en la imaginación del ciudadano, con la de las indiadas salvajes.
En una memoria presentada a la sociedad de Antropología de París, Durand (de Gros) puso en evidencia la diferencia del índice cefálico de los urbanos y de los campesinos en los departamentos de Rode, Villefranche, Millau y Saint-Afrique.
El autor de ese descubrimiento cometió, como observa M.G. de Lapougue, un error buscando la interpretación del fenómeno en una influencia dolicocefalizante de la vida urbana, pero con mayor estudio llegó después, y al mismo tiempo que Ammon y Lapougue, a descubrir la causa verdadera, es decir, la selección.165 Naturalmente, que cuanto más alejada del contacto urbano sea esa vida selvática, más grande será la diferencia entre ambas. La inteligencia tiene que ser necesariamente más torpe y crepuscular, y todo lo que para el ciudadano es claro, para aquél es turbio y confuso.
Calori, hizo años después en Italia, observaciones idénticas sobre la diferencia de índice de las poblaciones urbanas y rurales.166 Jacobi indicó bien claramente también (1881) la influencia selectiva de las ciudades. Para qué insistir más. Si esta diferencia existe entre individuos y poblaciones que, por la estrechez del territorio puede decirse que se tocan, ¡cuán grande no sería entre pueblos, que, separados por inmensos territorios desiertos e inaccesibles, no estaban jamás en contacto! El aduar y la tribu, con sus griterías y sus desnudeces ingenuas, el meík del hombre prehistórico, era concretando la organización de los litorales en esa época y en esas regiones tan inaccesibles a la planta civilizadora del europeo.
Sujetos a las mismas leyes que otros pueblos y otras tribus, cuya historia es conocida, tenía que observarse en éstas los mismos fenómenos. No habiendo costumbres, en el sentido civilizado de la palabra, ni control social ni nada que se le pareciere, la promiscuidad y el desorden, no por libertinaje, sino por ignorancia, debía ser grande necesariamente. ¿A qué debían esas agrupaciones su vigor y el desarrollo de su natalidad extraordinaria, el mejoramiento del físico y la calidad de su empuje material? A las mismas leyes que rigen para otras, puestas en igualdad de condiciones. La fecundidad explicable dando pábulo a la extraordinaria natalidad que llamó la atención de don Félix de Azara, puso un d...

Table of contents

  1. Créditos
  2. Brevísima presentación
  3. Prefacio del autor
  4. Capítulo I. Biología de la multitud
  5. Capítulo II. El hombre de las multitudes durante el virreinato
  6. Capítulo III. Las primeras multitudes
  7. Capítulo IV. Las multitudes de la emancipación
  8. Capítulo V. La obra militar de las multitudes de la emancipación
  9. Capítulo VI. La multitud de las tiranías
  10. Capítulo VII. La multitud de los tiempos modernos
  11. Capítulo VIII. La multitud de los tiempos modernos (conclusión)
  12. Libros a la carta