1. Plan de la obra, con un discurso sobre la esencia del amor
He repartido esta risâla mía en treinta capítulos.
Versan diez de ellos sobre los fundamentos del amor, y son los siguientes: este primero sobre la esencia del amor; sobre las señales del amor; sobre el que se enamora en sueños; sobre el que se enamora por la pintura del objeto amado; sobre el que se enamora por una sola mirada; sobre aquel cuyo amor no nace sino tras un largo trato; sobre las alusiones verbales; sobre las señas hechas con los ojos; sobre la correspondencia amorosa; sobre el mensajero.
Doce capítulos versan sobre los accidentes del amor y sobre sus cualidades loables y vituperables.
Verdad es que el amor es, en sí mismo, un accidente, y no puede, por tanto, ser soporte de otros accidentes, y que es una cualidad y, por consiguiente, no puede, a su vez, ser calificada. Se trata, pues, de un modo traslaticio de hablar, que pone a la calidad en el lugar de lo calificado. Es frecuente, con efecto, que digamos o hallemos que tal accidente es más o menos verdadero que tal otro, o más bello o más feo, a nuestro juicio, y claro es que estos más o menos han de entenderse en cuanto a la esencia visible o cognoscible a que estos accidentes afectan, pues en sí mismos no pueden tener cantidad ni ser divisibles, ya que no ocupan lugar.
Estos doce capítulos son: sobre el amigo favorable; sobre la unión amorosa; sobre la guarda del secreto; sobre su revelación y divulgación; sobre la sumisión; sobre la contradicción; sobre el que, habiendo amado una cualidad determinada, no puede amar ya después ninguna otra contraria; sobre la conformidad; sobre la lealtad; sobre la traición; sobre la enfermedad, y sobre la muerte.
Seis capítulos versan sobre las malaventuras que sobrevienen en el amor, y son las siguientes: sobre el que saca faltas; sobre el espía; sobre el calumniador; sobre la ruptura; sobre la separación; sobre el olvido.
Entre estos seis capítulos hay dos que tienen sus respectivos contrarios en otros ya declarados más arriba; es, a saber, el relativo al que saca faltas, cuyo contrario es el del amigo favorable, y el de la ruptura, cuyo contrario es el de la unión amorosa. Los otros cuatro carecen de contrarios entre los referentes a los aspectos del amor. El espía y el calumniador no tienen, con efecto, más contrario que su supresión, siendo así que el verdadero contrario es el que nace cuando su correlato desaparece, aunque sobre esto disputen los escolásticos. Si no temiera alargarme en discutir lo que no atañe al tema de este libro, lo aclararía por lo menudo. El contrario del capítulo de la separación sería el referente a la vecindad de casas; pero esta vecindad no puede contarse entre los aspectos del amor de que hablamos. Y el contrario del capítulo sobre el olvido sería el amor mismo, pues la palabra olvido no significa nada más que la supresión y falta del amor.
Dos capítulos más cierran la risâla, y son: uno en que se trata de la fealdad del pecado, y otro sobre las excelencias de la castidad. Así, el fin de nuestra explanación y la conclusión de nuestro discurso van enderezados a predicar la sumisión a Dios Honrado y Poderoso, y a prescribir el bien y vedar el mal, como es deber de todo creyente.
Al desarrollar algunos de los temas, nos hemos separado, sin embargo, de esta disposición asentada en el comienzo del presente capítulo, que es el primero de la risâla, y los hemos repartido conforme a su orden de aparición, desde el primero al último, y con arreglo a su mayor o menor derecho a ir por delante, y a sus grados y existencia, desde la primera de sus variedades hasta la postrera, colocando uno al lado del otro los contrarios. La disposición ha quedado, por ende, un tanto variada en algunos capítulos. ¡A Dios pedimos ayuda!
Según esta traza, he aquí su sucesión: primero va este capítulo en que estamos, que es el comienzo de la risâla, y contiene la división de la obra, junto con el discurso sobre la esencia del amor; y luego siguen: el de las señales del amor; [el de quien se enamora en sueños]; el de quien se enamora por la pintura del objeto amado; el de quien se enamora por una sola mirada; el de quien no se enamora sino tras un largo trato; el de quien, habiendo amado una cualidad determinada, no puede amar ya después ninguna otra contraria; el de las alusiones verbales; el de las señas hechas con los ojos; el de la correspondencia amorosa; el del mensajero; el de la guarda del secreto; el de su divulgación; el de la sumisión; el de la contradicción; el del que saca faltas; el del amigo favorable; el del espía; el del calumniador; el de la unión amorosa; el de la ruptura; el de la lealtad; el de la traición; el de la separación; el de la conformidad; el de la enfermedad; el del olvido; el de la muerte; el de la fealdad del pecado, y el de la excelencia de la castidad.
Discurso sobre la esencia del amor
El amor, Dios te honre, empieza de burlas y acaba en veras, y son sus sentidos tan sutiles, en razón de su sublimidad, que no pueden ser declarados, ni puede entenderse su esencia sino tras largo empeño.
No está reprobado por la fe ni vedado en la santa Ley, por cuanto los corazones se hallan en manos de Dios Honrado y Poderoso, y buena prueba de ello es que, entre los amantes, se cuentan no pocos bien guiados califas y rectos imanes.
En nuestra tierra de al-Andalus tenemos, entre ellos, a ‘Abd al-Rahmân ibn Mu‘âwiya, enamorado de Da‘châ’; a al-Hakam ibn Hisâm; a ‘Abd al-Rahmân ibn al-Hakam, cuya pasión por Tarûb, madre de su hijo ‘Abd Allâh, es más clara que el Sol; a Muhammad ibn ‘Abd al-Rahmân, cuyas relaciones con Gizlân —madre de sus hijos ‘Utmân, al-Qâsim y al-Mutarrif— son harto conocidas; y a al-Hakam al-Mustansir, cegado por el amor de Subh —madre de Hisâm al-Mu’ayyad bî-llâh (¡Dios esté satisfecho de él y de todos ellos!)— hasta el punto de que no paraba atención en los hijos que tenía de otras mujeres, sin contar tantos otros casos parecidos. De no ser porque los musulmanes venimos obligados a respetar los derechos de los príncipes y no debemos dar otras noticias suyas que aquellas en que se habla de su firmeza y de sus trabajos en pro de la religión, y aquí se trata solo de cosas que acaecen en el recato de sus alcázares y en el seno de sus familias, de las que no conviene referir nada, citaría no pocas historias, en que ellos figuran, atinentes a nuestro tema.
Los personajes principales y pilares de sus reinos, que andan entre los amantes, tantos son, que no podrían contarse.
El caso más reciente es el que no hace mucho vimos, cuando al-Muzaffar, ‘Abd al-Malik ibn Abî ‘Âmir, se encaprichó de tal suerte con Wâchid, la hija de un ...