Antifascistas
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Antifascistas

Miquel Ramos

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Antifascistas

Miquel Ramos

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La extrema derecha española empezó a parecerse un poco más a la europea cuando murió el dictador Francisco Franco. La transición estuvo marcada por la violencia de los grupos parapoliciales y el terrorismo de Estado, pero pronto llegaron las bandas de skinheads neonazis, los ultras del fútbol, y poco a poco, las nuevas formaciones de ultraderecha y los movimientos sociales neofascistas. La generación que creció después de la transición dio respuesta, desde distintos ámbitos y con tácticas diversas, a una nueva ultraderecha que ejercía la violencia de una manera brutal contra diferentes colectivos, y que progresivamente trató de hacerse un hueco en las instituciones. Ramos repasa las diversas luchas contra la nueva extrema derecha que surgió en España desde mediados de los años ochenta hasta la actualidad, con testimonios de sus protagonistas y crónicas periodísticas y políticas de cada momento: cómo se organizaron las distintas plataformas y colectivos que pasarían de la autodefensa inicial a la ofensiva contra los grupos de extrema derecha; qué papel jugó el periodismo, la cultura, la música, las instituciones y otros movimientos sociales; y la pluralidad de la lucha antifascista, sus alianzas, sus debates y algunas de sus victorias. Pero también, cómo una parte del movimiento antifascista combatió en soledad, asumió los riesgos, sufrió la violencia de los neonazis, la persecución policial y judicial, así como la criminalización de los medios de comunicación.

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Information

Year
2022
ISBN
9788412497748

47
La irrupción de Vox y la
institucionalización del odio
El 11 de marzo de 1998, el periodista Javier Espinosa cubría para El Mundo la designación de Ricardo Izurieta como nuevo comandante en jefe del Ejército chileno en sustitución del dictador Augusto Pinochet, que, tras el golpe de Estado de septiembre de 1973, había gobernado el país con mano de hierro apoyado por Estados Unidos.
Vestido con el traje azul de capitán […], Pinochet fue recibido por los dos mil soldados que se formaron en la Academia Militar con un sonoro: «¡Bienvenido, mi general!». […] Después, la parafernalia de siempre: el desfile al paso de la oca con los cascos copiados del Ejército nazi, la exhibición de los estandartes coronados con aguiluchos imperiales de metal, las melodías prusianas, la marcha Radesky, los boinas negras que protagonizaron uno de los últimos arrebatos antidemocráticos de los uniformados…[167]
Los decretos 127 y 128 ponían fin al mando del dictador, despedido con todos los honores por la casta militar y con masivas protestas en las calles. Espinosa cuenta que aquel día las calles de Santiago celebraban su retirada al tiempo que exigían que no quedase impune. Más de tres mil personas seguían desaparecidas y varios miles denunciaron que habían sido torturadas.
En el centro de Santiago, cientos de jóvenes se enfrentaron durante horas con los temidos pacos (apodo de los carabineros) a base de cantazos y cócteles molotov. Medio centenar de personas fueron detenidas y, al menos, dos resultaron heridas. Las manifestaciones se reprodujeron en otras localidades del país, como Valparaíso. Punkis, melenudos y ejecutivos de corbata y traje impoluto coincidían en enfrentar a los policías al grito de «¡Sin perdón, sin perdón, Pinochet al paredón!». Los agentes con su habitual delicadeza arrastraban por los pelos o a patadas a los chavales que arrestaban, mientras los camiones-manguera enfriaban los ánimos con chorros de agua incesantes. La despedida de Pinochet fue saludada con durísimos calificativos por parte de los políticos de centro-izquierda, que hablaron del final de la pesadilla.
Dos años antes, en 1996, el abogado español Joan Garcés, exasesor del presidente Salvador Allende, había iniciado los trámites para sentar al dictador chileno ante la justicia por crímenes de lesa humanidad utilizando los principios de la jurisdicción universal, que en teoría permitían a los Estados investigar y perseguir a personas por delitos cometidos en otros países. La sospecha de que los responsables de las dictaduras ultraderechistas de América Latina se irían de rositas, como ya había pasado en España, motivó a Garcés para reunir pruebas y testigos e imputar a Pinochet, que había sido designado senador vitalicio.
La Universidad Complutense de Madrid amaneció pocos días después —a mediados de marzo de 1998— con carteles sin firmar de apoyo al dictador chileno: «Gracias, Pinochet, por veinticinco años de paz y justicia». Acababan de terminar unas jornadas en el campus sobre la dictadura chilena organizadas por la Unión de Estudiantes Progresistas y de Izquierdas (UEPI). Algunos de ellos no dudaron en arrancar los carteles de apoyo al dictador. Al día siguiente, el 17 de marzo, tres de estos estudiantes se encontraban en el local de la asociación y fueron alertados de la presencia de un grupo de ultraderechistas que estaban retirando la propaganda contra Pinochet.
Roberto, Mario y Pablo fueron a ver qué ocurría y se encontraron de bruces con una veintena de neonazis que la emprendieron a golpes contra ellos y les provocaron varias heridas. Era la segunda vez que los neonazis atacaban a estudiantes progresistas ese año. Pablo, una de las víctimas, contó lo sucedido en una rueda de prensa.
Mientras nosotros exigíamos mediante carteles y charlas el procesamiento en España de los responsables de torturas, asesinatos y desapariciones, mientras nosotros manifestábamos nuestro rechazo a la toma de posesión como senador vitalicio de Pinochet, ellos colocaban carteles del tipo «Gracias, Pinochet, por veinticinco años de paz y justicia» y además sin firmar, como cobardes. No entendemos cómo esta gente tiene un local en la facultad. No entendemos cómo pueden estar registrados legalmente como asociación cultural, la Asociación Cultural Tornassol, a la que presumían de pertenecer mientras nos golpeaban. Que no es más que un grupo ultraderechista vinculado estrechamente a la organización neonazi Alianza por la Unidad Nacional (AuN), liderada por Ricardo Sáez de Ynestrillas.
El mismo joven entró posteriormente, vía telefónica y en directo, en el informativo de Telemadrid.
No solo en la universidad, el tema de la violencia fascista es una realidad a la orden del día. Hace dos años fueron agredidos jóvenes de la Facultad de Biológicas. Constantemente podemos ver en las noticias las agresiones fascistas. Estos mismos jóvenes que nos agredieron a nosotros son los que patean a inmigrantes en las calles. Son los mismos que protagonizan la violencia que no tenemos más remedio que combatir, que es la violencia fascista.[168]
La policía detuvo a tres de los agresores tras las denuncias de las víctimas. Eran conocidos ultraderechistas que ya tenían fichados y que las víctimas identificaron en dependencias de la Brigada Provincial de Información. Según la denuncia, los agresores gritaron «Os vamos a acuchillar» mientras apaleaban a los estudiantes de izquierdas. Rafael Puyol, entonces rector de la Complutense, manifestó su condena a los hechos y anunció que se tomarían medidas. En 1999, los fascistas fueron condenados por lesiones y amenazas a los tres estudiantes.
El joven de pelo largo que habló en aquella rueda de prensa y posteriormente en Telemadrid era Pablo Iglesias Turrión, quien veinte años después sería vicepresidente del Gobierno de España. Cuando me encontraba inmerso en la redacción de este libro, me topé con que la periodista Mariela Rubio rescataba para la Cadena Ser la agresión que había sufrido Pablo hacía más de veinte años.[169] Pero, además del suceso en sí y de que Pablo era una de las víctimas, lo importante era la identidad de uno de los agresores condenados: Kiko Méndez-Monasterio, mano derecha de Santiago Abascal. El líder de Vox había publicado el libro Hay un camino a la derecha: Una conversación con Kiko Méndez-Monasterio (Stella Maris, 2015), que recoge un diálogo con el entonces militante fascista y ahora periodista.
Pablo Iglesias y Kiko Méndez han sido noticia estos últimos años, uno por su papel dentro de Podemos y el otro por su estrecha relación con el primer partido de extrema derecha que ha entrado en el Congreso de los Diputados desde que Fuerza Nueva perdiera sus escaños a principios de los años ochenta. Pablo Iglesias afirma:
Esto no es un asunto menor. Es un ejemplo de cómo buena parte de las figuras clave de la ultraderecha en España han encontrado en Vox su espacio natural.
Pablo Iglesias también recuerda los numerosos artículos publicados en varios medios, sobre todo por Antonio Maestre, compañero de La Marea, sobre varios miembros de este partido con pasado neonazi.
Aunque la figura de Pablo Iglesias como fundador de Podemos y como vicepresidente del Gobierno despierta sentimientos de todo tipo dentro de la izquierda, su testimonio resulta interesante para conocer cómo han vivido tanto el partido como él estos últimos años la llegada de la ultraderecha a las instituciones. También sirve para reflexionar sobre el papel que han jugado tanto Podemos como él mismo en la política española con toda la campaña de la que han sido objeto por parte de la derecha y con las críticas que han recibido desde la izquierda. Le conté que estaba escribiendo este libro y le propuse una entrevista.
Cuando empecé a militar con catorce años, los grupos de ultraderecha no tenían una presencia mediática e institucional como ahora. Pero estaban, claro. Ahí pasó lo de Lucrecia, lo de Richard, Bases Autónomas, los skinheads… Sabías que había territorios peligrosos, como la plaza de los Cubos, los bajos de Argüelles… Yo empiezo a militar en 1993, en medio de todo esto. Y se catalogaba todo de tribus urbanas.
La militancia de Pablo Iglesias en movimientos sociales desde que era un adolescente ha estado atravesada también por lo que cualquier joven con inquietudes políticas de aquellos años vivió sin quererlo. La violencia neonazi, aunque evitaras enfrentarte a ellos, te acababa alcanzando. Por eso, el antifascismo, como se explica en este libro, acabó siendo una medida de autodefensa imprescindible para cualquier entorno de izquierdas. Pablo afirma:
Era un antifascismo que implicaba defenderse y algunos compañeros tuvieron que aprender a pegarse, porque era un fascismo callejero, iba de cacería. Yo mismo me he llevado unas cuantas. Era una época en que los espacios de ocio juvenil requerían algunos elementos de autodefensa. Los ataques de ...

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