Capítulo IV. La calidad de la democracia
“Se asoma también el tiempo de los ciudadanos. Un Chile de todos. Un Chile más integrador y más integrado. Una sociedad más inclusiva, que no discrimina y que no olvida a quienes se quedan atrás. Estoy aquí como mujer, representando la derrota por la exclusión de que fuimos objeto tanto tiempo. Hoy es la hora de incluir en nuestro desarrollo a aquellos ciudadanos y ciudadanas que sufren otro tipo de exclusiones. A eso nos dedicaremos. Porque éste es el gobierno de los ciudadanos y para los ciudadanos”.
(Bachelet, 2006).
La calidad de la democracia es un tema fundamental para los Estados, especialmente en aquellos que han sido antecedidos por regímenes autoritarios. Ya no basta con cumplir una serie de requisitos para concebir un sistema político como democrático, como lo plantea Robert Dahl con su concepto de poliarquía, donde asume la democracia de manera procedimental ante la imposibilidad de la participación política (Dahl, 1999). Se torna imprescindible generar parámetros, herramientas, garantías y derechos que den cuenta de una “buena democracia” o democracia de calidad.
En Chile, la literatura confirma la prevalencia de una democracia imperfecta, ya que persisten resabios o enclaves autoritarios heredados de la dictadura militar (1973-1990) (Garretón, 2001), los cuales se daban en los ámbitos institucionales, éticos, culturales, entre otros. En 2005, tras 15 años de democracia, las reformas constitucionales de Ricardo Lagos terminan con gran parte de estos enclaves, no obstante, quedando el sistema binominal, entre otros resabios. Por lo tanto, la pregunta por la calidad se torna fundamental en el Chile de transición, como propone Avendaño (2011) “La trayectoria que ha tenido la democracia chilena desde 1990, junto al gradual desplazamiento de los resabios autoritarios que se han logrado proyectar hasta el día de hoy, plantean una serie de interrogantes respecto del nivel de calidad alcanzado” (Avendaño, 2011, pág. 128).
El tiempo de la autocomplacencia ha pasado, pero el retorno ordenado y estable al proceso democrático dejan de ser suficientes para calificar el proceso chileno como un éxito (Siavelis, 2016). Las herencias se convierten en un pesado recuerdo de limitantes estructurales para la construcción de una sociedad distinta, involucrando barreras claras de ingreso a la política, elitización de las decisiones, formalización de los procesos. Todos problemas que identifican una debilidad estructural de los partidos políticos tradicionales que consagraron un modelo de consensos y acuerdos entre los dos bloques que se repartieron el poder desde 1990.
La literatura sobre la calidad de la democracia es extensa y evidencia la presencia de diversas perspectivas para demostrar que una democracia sea de calidad, las que contemplan distintas dimensiones o formas de entender el concepto (Tusell, 2015). Morlino (2014) analiza estas distintas formas de entender una democracia de calidad, dando cuenta de tres corrientes: a) los estudios que han investigado los procesos de democratización, consolidación y crisis, donde el foco del análisis se encuentra en estudiar el real contenido y funcionamiento de las instituciones democráticas; b) estudios sobre democracias consolidadas que investigan sobre la auditoria democrática para evaluar sus sistemas políticos y c) diversos datos como Polity IV, Freedom House, Banco Mundial, Economist´s Intelligence Unit y el índice Bertelsmann que entregan mediciones relacionadas con el funcionamiento democrático, de la gobernanza y de la calidad democrática. Estas tres nociones se fundamentan en procedimientos, contenidos o resultados, y lo que diferencia una democracia de calidad de otros conceptos, como por ejemplo, el de gobernanza, es que la “buena democracia” es “un régimen ampliamente legitimado que satisface por completo a los ciudadanos (calidad en términos de resultado); donde los ciudadanos, las asociaciones y las comunidades que la integran gozan de libertad e igualdad, incluso en formas y grados distintos (calidad en términos de contenido), y donde los ciudadanos tienen el poder de verificar y evaluar en qué medida el gobierno se atiene a los objetivos de libertad e igualdad de acuerdo con el Estado de derecho (calidad en términos de procedimiento)” (Morlino, 2014, págs. 39-40).
Sin embargo, a pesar de que no siempre existe consenso sobre cómo medir la calidad de la democracia, o confundirla con otros conceptos como consolidación democrática o transición a la democracia, existen mediciones que permiten tener a lo menos una idea sobre la situación del país y su calidad democrática a nivel comparado. Una forma validada por la literatura es el índice Polity IV, que considera, a partir del análisis de tres indicadores (elecciones justas, restricciones del ejecutivo y participación política), que Chile desde el año 2005 logra establecer una democracia de calidad, debido a que anteriormente la influencia y poder de los militares en distintos ámbitos de la vida política era importante. Además, el análisis del índice propone que el arribo de Michelle Bachelet a la presidencia en su primer periodo fue fruto de este proceso de consolidación de la calidad de la democracia (Polity IV Proyect, 2013). Por su parte, el índice Freedom House (2017) señala a Chile como una democracia estable que ha tenido una significativa expansión de los derechos políticos y libertades civiles desde 1990 (FreedomHouse, 2018). Otra herramienta que avala la buena posición de Chile es el índice V-Dem, que mide grados y tipos de democracia, donde el país tiene una alta puntuación en indicadores como deliberación, igualdad electoral y participación (V-Dem, 2018). Todas estas herramientas demuestran que Chile ha vivido un proceso favorable en cuanto a calidad de democracia desde 1990 en adelante.
Por lo tanto, para que una democracia sea de calidad es necesario ir eliminando los enclaves o resabios del periodo autoritario, y por otra parte generar o mejorar aquellos aspectos como la participación de la ciudadanía, accountability o rendición de cuentas, transparencia de la información, representación en el poder legislativo, entre otras (Tusell, 2015). El contexto económico también ayudó a este cambio, generando las condiciones necesarias para que la llegada de Bachelet sea vista como una virtuosa combinación entre continuidad políticas económicas con el cambio en temas como la inclusión y una mayor participación ciudadana en las decisiones de gobierno (Izquierdo & Navia, 2007).
Bachelet supo interpretar los cambios, reconociendo la necesidad de darle un viraje a la percepción de la política palaciega donde los ciudadanos no participaban activamente. Más aún, en un país dominado por una elite marcadamente masculina, donde el divorcio fue aceptado a regañadientes recién el año 2004 y donde es grande la brecha de participación laboral y salarial entre hombres y mujeres. Por eso, la candidata Bachelet proponía una agenda ciudadana de inclusión y preocupación prioritaria por las mujeres (ver capítulo I).
La sintonía con la ciudadanía era innegable, pero le trajo serios problemas con los políticos tradicionales de su propia coalición, con los partidos que la veían como un excelente producto electoral, pero con serias dudas sobre la implementación de su programa. En efecto, la campaña no fue sencilla. Si bien Bachelet, tenía el apoyo popular, tras ella se evidenciaban las luchas de poder, las cuotas en los cargos y los liderazgos en la sombra, en resumen la política tradicional que sentía preocupación por su posible autonomía.
En la campaña se concentró en los temas ciudadanos, mientras que los candidatos de la derecha se focalizaron en los asuntos que consideraban de mayor preocupación como la economía y la seguridad ciudadana. Luego de la primera vuelta, Bachelet expresó con claridad: “mi compromiso es inquebrantable, quiero ser la primera mujer Presidenta elegida en América del Sur... ustedes y yo vamos a construir el país en que queremos vivir. Se los dice la próxima Presidenta de Chile” (Marino, 2005). Sus predicciones se cumplieron, Bachelet fue elegida la primera Presidenta mujer de Chile y de la región, siendo además la primera mujer socialista en ocupar un espacio de poder significativo. Sin embargo, el camino hacia el ejercicio del poder sería bastante más largo del que posiblemente esperaba.
1. Primer gobierno: Alejar el legado autoritario y transparentar las instituciones del Estado
Bachelet asumió el gobierno poniendo énfasis en los cambios sociales, en las necesidades de mayor inclusión y en una nueva agenda democratizadora. En su primer discurso dijo “El país ha vivido grandes cambios en los últimos años. Hemos recuperado el clima de libertades que por tantos años caracterizó a nuestra República. Hemos construido una sociedad más abierta, diversa y tolerante [...] Se asoma también el tiempo de los ciudadanos. Un Chile de todos. Un Chile más integrador y más integrado” (Bachelet M., 2006).
“Quiero ciudadanos críticos, conscientes, que planteen sus ideas y sus reivindicaciones. […] Me propongo también renovar el modo como se ejerce el poder desde el Gobierno. Para asesorarme en el diseño de algunas reformas clave he nombrado consejos asesores integrados por profesionales y representantes del más alto nivel y de amplios sectores. La labor de este tipo de consejos es muy importante. Constituye una innovación en cómo hemos hecho las políticas públicas. Es un método, el del diálogo social, muy usado en democracias muy desarrolladas.
“¡Cuánto más fácil habría sido, y más rápido tal vez, encargar a un puñado de técnicos de un sólo color redactar un proyecto de ley en un par de días! Pero hemos querido hacerlo de este otro modo, incluyendo todas las visiones, con la más amplia participación ciudadana. Así despejamos mitos y consensuamos los diagnósticos” (Bachelet, 2006).
Al observar los mensajes que formaron parte de este trabajo, es posible afirmar en definitiva la existencia de una visión ampliamente compartida respecto a los alcances y límites del significante democrático, visión que, como hemos sostenido, alcanza un grado parcial de fisura recién en el último de los discursos analizados, correspondiente al mensaje presidencial de Bachelet del año 2014. Si este distanciamiento parcial respecto a las formas sedimentadas de nominación de la democracia acá descritas ha de ser entendido como puramente contingente o, por el contrario, como un síntoma de la emergencia de una nueva gramática política, será objeto de nuevas aproximaciones y abordajes que trascienden a los objetivos de este trabajo (Migliardi, 2017).
Aunque el gobierno en algunos ...