Pensando en sistemas
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Pensando en sistemas

Donella Meadows, Jaime Blascos

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Pensando en sistemas

Donella Meadows, Jaime Blascos

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En los años posteriores a su papel como autora principal del bestseller internacional, ''Límites del crecimiento', el primer libro que muestra las consecuencias del crecimiento descontrolado en un planeta finito, Donella Meadows siguió siendo una pionera del análisis ambiental y social hasta su prematura muerte en 2001. Este manual esencial lleva el pensamiento sistémico fuera del ámbito de las computadoras y las ecuaciones al mundo tangible, mostrando a los lectores cómo desarrollar las habilidades del pensamiento sistémico que los líderes de pensamiento de todo el mundo consideran fundamentales para la vida del siglo XXI. Algunos de los mayores problemas que enfrenta el mundo — guerra, hambre, pobreza y degradación ambiental— son esencialmente fallos del sistema. No pueden resolverse arreglando una pieza de forma aislada de las demás, porque incluso los detalles aparentemente menores tienen un enorme poder para socavar los mejores esfuerzos de un pensamiento demasiado estrecho. Si bien los lectores aprenderán las herramientas conceptuales y los métodos del pensamiento sistémico, el corazón del libro es más grandioso que la metodología. Donella Meadows era conocida tanto por cultivar resultados positivos como por profundizar en la ciencia detrás de los dilemas globales. Ella les recuerda a los lectores que presten atención a lo que es importante, no solo a lo cuantificable, que se mantengan humildes y sigan aprendiendo. En un mundo cada vez más complicado, abarrotado e interdependiente, 'Pensando en sistemas' ayuda a los lectores a evitar la confusión y la impotencia, el primer paso para encontrar soluciones proactivas y eficaces.

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03
Por qué los sistemas
funcionan tan bien
«Si el mecanismo de la tierra como un todo es bueno, entonces cada parte es buena, lo entendamos o no. Si la biota, en el transcurso de eones, ha construido algo que nos gusta pero no entendemos, ¿quién sería el idiota que se desharía de partes que aparentemente no poseen utilidad alguna? Guardar todas las tuercas y las ruedecillas es la primera precaución que debe tomar cualquier persona inteligente que se dedique a montar y desmontar máquinas para entretenerse».
ALDO LEOPOLD, guardabosques[14]
En el capítulo dos hemos visto algunos sistemas sencillos que generan un comportamiento propio basado en su propia estructura. Algunos de ellos son bastante refinados —y sobreviven a las sacudidas del mundo— y, dentro de ciertos límites, recuperan la compostura y consiguen llevar a cabo su tarea: mantener una habitación a una temperatura determinada, diezmar un campo petrolífero o encontrar un equilibrio entre el tamaño de una flota pesquera y la productividad de un recurso pesquero.
Si se les somete a demasiadas presiones, los sistemas pueden perfectamente destruirse o mostrar un comportamiento que no se había observado hasta entonces. Pero, por lo general, se las arreglan relativamente bien. Y en eso reside la belleza de los sistemas: son capaces de funcionar muy bien. Cuando los sistemas funcionan bien, se advierte una especie de armonía en su funcionamiento. Pensemos en una comunidad cuyos miembros se esfuerzan al máximo para echar una mano después de un huracán. La gente trabaja de sol a sol para auxiliar a las víctimas; salen a relucir destrezas y talentos desconocidos hasta ese momento; una vez que termina el estado de emergencia, la vida vuelve a la «normalidad».
¿Por qué los sistemas funcionan tan bien? Pensad en las propiedades de algunos sistemas tremendamente funcionales —máquinas, comunidades humanas o ecosistemas— con los que estamos familiarizados. Existen muchas probabilidades de que hayáis observado en ellos una de estas tres características: resiliencia, capacidad de organizarse a sí mismos o jerarquía.
Resiliencia
«Someter a un sistema a la camisa de fuerza de la constancia puede favorecer el desarrollo de la fragilidad».
C. S. HOLLING, ecólogo[15]
La resiliencia se puede definir de muchas maneras, dependiendo de la rama de la ingeniería ecológica o de la ciencia de los sistemas en la que nos posicionemos. Para nuestros fines, nos bastará con la definición del diccionario: «Capacidad de un material, mecanismo o sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado sometido. Elasticidad. Capacidad para recuperar la fuerza, el estado de ánimo, el buen humor o cualquier otro aspecto rápidamente». La resiliencia es una forma de medir la capacidad de un sistema para sobrevivir y persistir en un entorno variable. Lo contrario de la resiliencia es la fragilidad o la rigidez.
La resiliencia es el resultado de una rica estructura integrada por numerosos bucles de retroalimentación que pueden ayudar a recuperarse a un sistema incluso después de una enorme perturbación. Un único bucle compensador hace que la reserva de un sistema vuelva a su estado deseado. La resiliencia la provocan varios bucles de ese tipo que operan a través de diferentes mecanismos, en diferentes escalas temporales y de manera redundante: si uno falla, se pone en marcha el siguiente.
La resiliencia en su versión más sofisticada —o meta-resiliencia, si lo preferís— consiste en una serie de bucles de retroalimentación que pueden restituir o reconstruir bucles de retroalimentación. Existe incluso una meta-meta-resiliencia aún más sofisticada generada por unos bucles de retroalimentación capaces de aprender, crear, diseñar y desarrollar estructuras de recuperación aún más complejas. Los sistemas capaces de reaccionar de esta manera se organizan a sí mismos, que será la siguiente característica sorprendente de los sistemas que analizaremos.
El cuerpo humano es un ejemplo increíble de sistema resiliente. Es capaz de ahuyentar miles de invasores diferentes, de soportar grandes variaciones de temperatura y de suministro de alimentos; es capaz de redistribuir el caudal sanguíneo, de curar heridas, de acelerar o ralentizar el metabolismo y de compensar en cierta medida las partes perdidas o defectuosas. Si a todo esto le añadimos una inteligencia capaz de organizarse a sí misma y de aprender, de socializar, de desarrollar instrumentos tecnológicos e incluso de trasplantar partes del cuerpo, tendremos un sistema formidablemente resiliente, aunque no sea infinito, pues hasta ahora ningún cuerpo inteligente humano ha conseguido desarrollar la resiliencia suficiente para evitar que su cuerpo o el de cualquiera de sus congéneres acabe muriendo.
La resiliencia siempre tiene límites.
Los ecosistemas también son increíblemente resilientes, integrados por numerosas especies que se controlan mutuamente, que son capaces de desplazarse a través de un espacio, de multiplicarse o de disminuir en un periodo de tiempo determinado en respuesta al clima y a la disponibilidad de nutrientes y al impacto de la acción humana. Las poblaciones y los ecosistemas también poseen la capacidad de «aprender» y de evolucionar a través de una variabilidad genética increíblemente rica. Son capaces, si disponen de tiempo suficiente, de inventar sistemas totalmente nuevos para aprovechar la variación de las oportunidades de supervivencia.
La resiliencia no equivale a mantenerse estable o constante a lo largo del tiempo. Los sistemas resilientes pueden ser enormemente dinámicos. Las oscilaciones a corto plazo, los brotes periódicos, los ciclos prolongados de sucesión, apogeo y destrucción pueden ser situaciones habituales que la resiliencia intenta superar.
Y, a la inversa, los sistemas que son constantes a lo largo del tiempo no tienen por qué ser resilientes. La distinción entre estabilidad estática y resiliencia es importante. La estabilidad estática es algo que se puede ver; se mide a través de la variación de la situación de un sistema semana a semana o año a año. La resiliencia puede ser muy difícil de observar, a menos que se excedan sus límites, se superen y se dañen los bucles compensadores y se quiebre la estructura del sistema. Dado que la resiliencia no se puede percibir a menos que se observe el sistema en su conjunto, la gente suele sacrificar la resiliencia en favor de la estabilidad, o de la productividad, o de otras propiedades del sistema que se reconocen inmediatamente.
Si se les inyecta a las vacas una hormona del crecimiento diseñada genéticamente, se consigue incrementar la producción de leche del animal sin tener que incrementar proporcionalmente la ingesta de alimentos. La hormona logra que se desvíe cierta cantidad de energía metabólica que habitualmente se destina a otras funciones corporales y se dedique a la producción de leche (a lo largo...

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